lunes, 29 de junio de 2020

Y dice el alcalde...

¡Que todos están bien!


En 1889 hubo un nuevo brote de cólera, que azotó a la población causando numerosas bajas. El 3 de agosto de 1890, José Peiret y Mur, alcalde y Presidente de la Junta Municipal de Sanidad de Campo, ya debía tener ganas de acabar con esos tiempos difíciles y dejar atrás tanta muerte y tanta desgracia, así es que para forzar a la realidad a que se plegara a sus deseos, y para que nadie se sintiera amenazado por culpa de la epidemia, decidió extender y enviar un documento a las autoridades competentes, que fue publicado en "El Diario de Huesca" del 3 de agosto de 1890,  en el que decía tajantemente:
"Certifico que la salud en este distrito es inmejorable, así como en toda la provincia"
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Parece ser que 1890 fue un año con diversas epidemias. Refiriéndose al Dengue o "estacazo" que se propagó desde Persia por toda Europa aquél verano, un articulista de "El Diario de Huesca"  aconsejaba:
"Como se trata de una enfermedad que tiene cinco días de incubación, me permitiré establecer algunas reglas como medios profilácticos que Apéry (de Constantinopla) propone con recto criterio.
1.º Vigilar la primera aparición de la enfermedad que ocurra en una población, ya sea de uno o varios enfermos. 
2.° Detener la propagación aislando los enfermos en un punto especial, precediéndose a la desinfección de las habitaciones y objetos que contenga.
3.º Alejar de la casa en donde exista un foco a las demás personas que resultasen sanas.
4.º Suspensión de la asistencia a las escuelas y demás sitios donde puede provocarse hacinamiento.
5° Desinfección de cloacas y letrinas públicas por medio del cloruro de cal y sulfato de hierro (Limara Kis) y 
6.º Saneamiento general de la población y limpieza esmerada de calles, plazas y mercados". 
Bueno, más o menos como ahora...
Con los remedios propuestos para la epidemia de gripe, sí que se aprecia una gran diferencia entre los métodos de antaño y los actuales.


jueves, 25 de junio de 2020

ARTISTA

Colaboradora



Sabiendo lo "manitas" que es para las labores y que siempre está dispuesta a ayudar, me atreví a pedirle a Mari Sancha que me hiciera alguna funda para la colección de hueveras. Se trata de lo que los ingleses llaman "cosy" que es una funda de punto o de un tejido grueso, hecha para mantener caliente el huevo pasado por agua cuando está colocado en la huevera. Le mandé un par de fotografías para que se hiciera una idea de lo que le pedía. Esta semana he recibido una cajita por correo con lo que ella ha hecho: unas piezas super bien trabajadas y muy originales. Me parece justo enseñároslas a todos.
Veréis, que ha hecho piezas distintas: unas fundas largas, que tapan el huevo y la huevera (como la negrita, la señora del sombrero, el joven del sombrero, una campana de Navidad), unas fundas cortas, como la que tiene una fresa en la parte superior o un pollito y, también, unos huevos para adornar las hueveras. Podréis verlas en La Galería, Campo.
¡Mil gracias Mari! 


 



lunes, 22 de junio de 2020

Una casa


RUBIELLA

Bien es conocido que en los pueblos y aldeas del área geográfica que nos ocupa, con un sistema de familia troncal, se entendía por "casa" no solamente el inmueble donde se vivía y la tierra que le pertenecía, sino que también ese concepto incluía a las personas que la habitaban, sus historias, sus recuerdos y todo lo que los antepasados habían sabido transmitir, es decir, la fama y el prestigio que se supieron labrar a lo largo del tiempo, una manera de comportarse  y relacionarse con el resto de la comunidad, es decir, la reputación. 












Obviamente, preservar todo esto era responsabilidad de cada generación y, a pesar de que los individuos que se iban sucediendo podían ser de muy diferente condición, tener otros apellidos y venir de diferentes lugares, todos sus integrantes sentían que formaban parte de esa entidad, y luchaban por conservar y mejorar su patrimonio familiar, y mantener el buen nombre  y la respetabilidad de la casa.
Tenemos un buen ejemplo con esta familia Rubiella, que a través de los siglos ha conseguido preservar el nombre de la casa mucho después de que el apellido que la fundara hubiera dejado de existir. También hemos podido constatar la transformación del apellido Revilla-Rubiella, sin causa aparente...


CASA RUBIELLA
A principios del siglo XVIII Martín Revilla Linés y María Blanc Rizuelo vivían en Campo. Se habían casado el 7 de mayo del año 1686 en Formigales y se habían mudado a nuestro pueblo. Antes de este matrimonio los dos había estado casados, él con Mariana Calvera y ella con Juan Domingo Buil Falceto, de Castellazo.
Una vez instalados en Campo, Martín Revilla compró muchas propiedades, la mayor parte de ellas era tierra de cultivo, pero también se interesó por algún inmueble. En todos los documentos se menciona que su oficio era el de tejedor.
Fueron los padres de Martín Revilla, o Rubiella, pues en varios documentos se le menciona de una u otra manera. En alguno de ellos, se le empieza llamando Revilla y se acaba dándole el apellido Rubiella, casi en la misma página. Es curioso porque en Sahún, hemos encontrado un caso muy similar. Hay un documento en el que se comienza así: "Yo, mosén Miguel Reviella, rector de Saún" y a la hora de firmar aparece claramente escrito "Yo, mosén Miguel Rubiella".
No nos detendremos aquí en la genealogía de esta familia, pero queremos llamar la atención sobre el hecho que hemos comentado anteriormente, la importancia de "la casa". Las personas llegan y se van, para la entidad de una casa determinada sigue con su historia, asimilando lo que llega, teniendo presente lo que ya está atrás en el tiempo.
Terminando con la secuencia anterior, diremos que Martín Revilla Blanc se casó con María Torrente y tuvieron como hijo a Joseph Rubiella, que fue el heredero. Este Joseph casó en primeras nupcias con María Ferraz Costa y al enviudar se casó con Teresa Raso Raso, renunciando entonces a su propiedad en Campo y mudándose con su segunda mujer a Senz, a heredar la casa de Joseph Serena, quedando nombrada heredera de casa Rubiella una hija del primer matrimonio, María Francisca Rubiella Ferraz. Ella era la mayor de 7 hermanos, cinco varones y dos chicas, y al ser la mayor de todos, y siendo sus hermanos adolescentes,  no hubo ningún inconveniente en nombrarla heredera. 
María Francisca Rubiella contrajo matrimonio con Joseph Canales Calbera, hicieron las capitulaciones matrimoniales en 1786. Una de las cláusulas del contrato era que si fallecía ella si  haber tenido hijos, "la casa" que había recibido en herencia tenía que volver a su padre, si viviere, o en su defecto, al que hubiera sido nombrado su heredero.
Pero María Francisca y Joseph Canales vivieron lo suficiente para traer al mundo cinco hijos. Y volvió a repetirse la historia. La mayor de ellos fue Josefa Canales Rubiella, que fue nombrada heredera, porque cuando la casa requirió cambio generacional, era la única que podía responder a lo que se necesitaba en aquél momento, salvar la casa, así es que llevó como dote a sus dos matrimonios "casa Rubiella" y su esposo debía asumir el cargo de mantenerla a flote.
Estos matrimonios fueron:
1º) con Francisco Ariño Lobellana, de Las Vilas, celebrado el 23 de abril de 1801 en Campo. Murió sin dejar descendencia.
2º) con Francisco Mur Ribera, de Espluga, se casaron el 23 de octubre de 1812. De este matrimonio nació una hija a la que llamaron María, y que fue la heredera de "casa Rubiella". Por tercera vez consecutiva, la casa pasaba a manos de una mujer, que la llevó en dote a su matrimonio con José Peiret Ballarín, celebrado el 23 de octubre de 1812. Desde entonces, el apellido Peiret es el que lleva la familia de casa Rubiella.
   

miércoles, 17 de junio de 2020

INSPIIIIIIIRA

RESPIIIIIIIRA



INSPIIIIIIIIIRA


                         RESPIIIIIIIIRA...


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La autora de estas bonitas fotos es  Maribel

¡GRACIAS!

sábado, 13 de junio de 2020

Somos noticia

Colegas amables


Desde hace varios años tengo la suerte de pertenecer a AFCOC, "Association Française de Colecctionneurs de Coquetiers", un grupo de personas que han conseguido llevar a buen término muchas iniciativas interesantes para dar a conocer todo lo que se refiere a nuestro pequeño objeto de colección. Además, publican un boletín con noticias de la asociación y  difunden información y conocimientos sobre el tema.
En este mes de junio han tenido la amabilidad de dedicar un espacio a "La Galería" de Campo, que os ofrecemos a continuación. Han incluido un breve comentario que nos pidieron sobre dónde está emplazada exactamente la colección y de qué se compone, y un artículo de Angel Huguet, publicado por el Diario del AltoAragón, que les hicimos llegar. Sin olvidar que, también, han colocado en portada una foto de nuestro paso por la emisora de Sant Esteve de Sesroviras. ¡Gracias por prestarnos tanta atención!    


"LA GALERÍA"
"Campo es un pequeño pueblo del norte de Aragón, provincia de Huesca. Se encuentra a dos horas y media de Tarbes (Francia) y cuenta con 316 habitantes. Es allí donde hemos instalado la primera exposición permanente de hueveras que hay en España. No se le puede llamar exactamente museo, porque no lo es, por eso la hemos denominado "La Galería" que, aunque pequeña, de unas mil piezas sobre las 14.000 con las que cuenta la colección, permite hacerse una idea del contenido de la misma.
Desde hace cuarenta y cinco años, coleccionamos hueveras de todo tipo, todas las características y todos los orígenes. Tenemos hueveras de diferentes materiales (metal, madera, porcelana, cerámica, plástico, impresora 3D, lapislázuli, mármol, alabastro, etc.) proceden de 68 países diferentes y son de los estilos más variados. Pensamos que visitar nuestra galería puede ser interesante, educativo y también divertido. Tenemos también material gráfico sobre el tema: libros, fotos y documentación. Honestamente, no osaríamos recomendar hacer muchos kilómetros, un largo viaje, para venir a descubrir nuestra colección, sin embargo, podemos sugeriros que, si no estáis muy lejos, visitéis Campo y la exposición. Seguramente no os decepcionarán.
Evidentemente la Galería no puede estar abierta todo el año, pero, si estáis interesados, podéis contactarme a mi correo mjfuster20@yahoo.es También podéis dirigiros al Ayuntamiento de Campo o al "Bar de Prats", en la Plaza, para informaros. 




miércoles, 10 de junio de 2020

Las otras criaturas

Que te encontrabas por el pueblo y alrededores


Recuerdo Campo hace unos sesenta y pico años, cuando había en el pueblo más animales que personas. Estaban allí para ayudar a la gente en muchos trabajos, para permitirnos subsistir, para compartir nuestro día a día. Eran nuestros compañeros fieles y sacrificados, y nunca mejor dicho lo de sacrificados...

Recuerdo que había muchos asnos, infatigables y sumisos, que iban todo el día al lado de su dueño,  allá donde éste les mandaba. Que "vamos al huerto" les decía el jefe, pues al huerto. Que si "hoy toca ir al monte" a buscar unas cargas de leña, pues al monte. Que si "hay que traer unos fajos de hierba a casa"... pues a por hierba.
Otra cosa era los machos, que tampoco es que se vieran pasear demasiado por el pueblo, solo te los encontrabas cuando iban en misión especial: a trabajar en los campos y hacer otras faenas pesadas. Cuando llegaba el buen tiempo, estaban muy solicitados, porque además de trabajar para los agricultores los necesitaban para el arrastre de la madera en el monte, etc.   

Las vacas, llamativas e invadentes, con sus moles orondas, los "muuus" y sus cencerros, salían cada mañana de los establos para pasar el día al aire libre. Dejaban por todas las calles un reguero de excrementos que las sufridas vecinas, maldiciéndolas por lo bajo, se apresuraban a limpiar, mientras ellas, las vacas, desafiantes y con sus contorneos parecían decirles "¡ahí queda eso!".
Aparte de que eran una buena fuente de ingresos para sus propietarios, las vacas, sin pretenderlo, nos daban la excusa perfecta a las chicas jóvenes para poder salir de casa un rato, pues todos los días íbamos a "buscar la leche" que vendían directamente los dueños de las vacas en sus casas. Salir con la lechera de casa alrededor de las 6 de la tarde, para ir a buscar la leche que no estaría lista hasta las 7.30 más o menos (es un decir, porque no me acuerdo exactamente) era uno de los principales alicientes de aquellos días de nuestra juventud... 
El diálogo "a grito pelao", que acompañaba a la escena que se desarrollaba cada tarde en casa, era el siguiente:
- ¡Mamá! ¡que salgo!
- ¿DONDE VAS A ESTA HORA?
- ¡A buscar la leche!
- Pero ¡si son las 6!  
- ¡Hasta luego! Lo que iba acompañado de un portazo. Así, con un poco de suerte, mamá no se daba cuenta que me había puesto mis mejores galas para ir, teóricamente, a la casa de al lado, a 40 pasos...

Los corderos se desplazaban con rapidez y bullicio por el centro urbano del pueblo. Iban con un pastor que los sacaba a pasear y, cuando te los encontrabas, desde luego, tenías que parar para que pasaran ellos. Parecían niños alborozados saliendo al patio de recreo. Creo que el tener que ir diciendo todo el rato !beeee! !beeee! ¡beeeeeeeeee! les ponía nerviosos... Muchas veces también había ovejas y chotos en el grupo. A su paso por las calles, éstas también quedaban decoradas con profusión. 


Con los cerdos no te solías topar a no ser que fueras a visitarlos. Sabías que estaban allí, cerca, porque no era raro ver encima de las enormes cocinas de leña una gran olla con "la comida del tocino", que se cocía mientras se hacía el cocido para la familia, pero el animal estaba tranquilo en su pocilga y no salía para nada ni intervenía en nada, hasta el día del mondongo. 


Gallinas y conejos había en todas las casas, pero, evidentemente, no salían a pasear, salvo las gallinas que, de tanto en tanto, se escapaban del corral y salían al mundo por su cuenta, para regocijo de niños y mayores que se lanzaban a su captura al grito de  "¡cogedlas! ¡cogedlas! ¡que se han escapao!" También las podíamos ver en las eras, donde las dejaban sueltas tomando el sol y picoteando algún grano que hubiera quedado entre las piedras.
No podemos olvidarnos de otros animales muy comunes en el pueblo, los perros. Había perros pastores, perros cazadores, perros callejeros, perros "no" de compañía, pero sí, que hacían compañía.
En casi todas las casas había un gato, que desempeñaba una gran labor de defensa del patrimonio, pues tenía que proteger despensas, graneros, corrales. Vivían su vida, sin estar en el interior de las casas.
También había bandas incontroladas de gatos que de vez en cuando se veían pasar  como una exhalación dando aullidos detrás de una víctima,  con un desenlace que era mejor no mirar.
Y no podemos terminar este recorrido sin hablar de otros animales muy populares en el pueblo, la trucha y su primo el barbo. Aunque vivían, y viven, en el río, estaban muy presentes en los platos que degustaban los vecinos y en las conversaciones de la gente del pueblo. Sobre todo en las charlas de los varones, casi todos pescadores desde niños.

Había palomos y palomas, y mi abuelo, sin ir más lejos, les hizo un rascacielos de tres pisos donde llegó a contar con bastantes parejas de estas aves.
Se veían gorriones, esparverets, golondrinas, cuervos, codornices (la verdad vi más encebolladas que volando), saltamontes, luciérnagas, ferfés (grillos), arañas, hormigas, caracoles, ratones, lombrices y otros que no puedo ni escribir porque me dan miedo (c-l-bras). Y, de oídas, sabíamos que compartíamos espacio con jabalís, rabosas (zorras), los lobos... pero a todos estos no los veíamos.
Ahora me doy cuenta de que añoro hasta a los animales.

miércoles, 3 de junio de 2020

Volver la vista atrás



Cuando se podía estar muy juntos



Fotos de Fernando Abad, Rosalía Morancho y M. J. Fuster