miércoles, 10 de junio de 2020

Las otras criaturas

Que te encontrabas por el pueblo y alrededores


Recuerdo Campo hace unos sesenta y pico años, cuando había en el pueblo más animales que personas. Estaban allí para ayudar a la gente en muchos trabajos, para permitirnos subsistir, para compartir nuestro día a día. Eran nuestros compañeros fieles y sacrificados, y nunca mejor dicho lo de sacrificados...

Recuerdo que había muchos asnos, infatigables y sumisos, que iban todo el día al lado de su dueño,  allá donde éste les mandaba. Que "vamos al huerto" les decía el jefe, pues al huerto. Que si "hoy toca ir al monte" a buscar unas cargas de leña, pues al monte. Que si "hay que traer unos fajos de hierba a casa"... pues a por hierba.
Otra cosa era los machos, que tampoco es que se vieran pasear demasiado por el pueblo, solo te los encontrabas cuando iban en misión especial: a trabajar en los campos y hacer otras faenas pesadas. Cuando llegaba el buen tiempo, estaban muy solicitados, porque además de trabajar para los agricultores los necesitaban para el arrastre de la madera en el monte, etc.   

Las vacas, llamativas e invadentes, con sus moles orondas, los "muuus" y sus cencerros, salían cada mañana de los establos para pasar el día al aire libre. Dejaban por todas las calles un reguero de excrementos que las sufridas vecinas, maldiciéndolas por lo bajo, se apresuraban a limpiar, mientras ellas, las vacas, desafiantes y con sus contorneos parecían decirles "¡ahí queda eso!".
Aparte de que eran una buena fuente de ingresos para sus propietarios, las vacas, sin pretenderlo, nos daban la excusa perfecta a las chicas jóvenes para poder salir de casa un rato, pues todos los días íbamos a "buscar la leche" que vendían directamente los dueños de las vacas en sus casas. Salir con la lechera de casa alrededor de las 6 de la tarde, para ir a buscar la leche que no estaría lista hasta las 7.30 más o menos (es un decir, porque no me acuerdo exactamente) era uno de los principales alicientes de aquellos días de nuestra juventud... 
El diálogo "a grito pelao", que acompañaba a la escena que se desarrollaba cada tarde en casa, era el siguiente:
- ¡Mamá! ¡que salgo!
- ¿DONDE VAS A ESTA HORA?
- ¡A buscar la leche!
- Pero ¡si son las 6!  
- ¡Hasta luego! Lo que iba acompañado de un portazo. Así, con un poco de suerte, mamá no se daba cuenta que me había puesto mis mejores galas para ir, teóricamente, a la casa de al lado, a 40 pasos...

Los corderos se desplazaban con rapidez y bullicio por el centro urbano del pueblo. Iban con un pastor que los sacaba a pasear y, cuando te los encontrabas, desde luego, tenías que parar para que pasaran ellos. Parecían niños alborozados saliendo al patio de recreo. Creo que el tener que ir diciendo todo el rato !beeee! !beeee! ¡beeeeeeeeee! les ponía nerviosos... Muchas veces también había ovejas y chotos en el grupo. A su paso por las calles, éstas también quedaban decoradas con profusión. 


Con los cerdos no te solías topar a no ser que fueras a visitarlos. Sabías que estaban allí, cerca, porque no era raro ver encima de las enormes cocinas de leña una gran olla con "la comida del tocino", que se cocía mientras se hacía el cocido para la familia, pero el animal estaba tranquilo en su pocilga y no salía para nada ni intervenía en nada, hasta el día del mondongo. 


Gallinas y conejos había en todas las casas, pero, evidentemente, no salían a pasear, salvo las gallinas que, de tanto en tanto, se escapaban del corral y salían al mundo por su cuenta, para regocijo de niños y mayores que se lanzaban a su captura al grito de  "¡cogedlas! ¡cogedlas! ¡que se han escapao!" También las podíamos ver en las eras, donde las dejaban sueltas tomando el sol y picoteando algún grano que hubiera quedado entre las piedras.
No podemos olvidarnos de otros animales muy comunes en el pueblo, los perros. Había perros pastores, perros cazadores, perros callejeros, perros "no" de compañía, pero sí, que hacían compañía.
En casi todas las casas había un gato, que desempeñaba una gran labor de defensa del patrimonio, pues tenía que proteger despensas, graneros, corrales. Vivían su vida, sin estar en el interior de las casas.
También había bandas incontroladas de gatos que de vez en cuando se veían pasar  como una exhalación dando aullidos detrás de una víctima,  con un desenlace que era mejor no mirar.
Y no podemos terminar este recorrido sin hablar de otros animales muy populares en el pueblo, la trucha y su primo el barbo. Aunque vivían, y viven, en el río, estaban muy presentes en los platos que degustaban los vecinos y en las conversaciones de la gente del pueblo. Sobre todo en las charlas de los varones, casi todos pescadores desde niños.

Había palomos y palomas, y mi abuelo, sin ir más lejos, les hizo un rascacielos de tres pisos donde llegó a contar con bastantes parejas de estas aves.
Se veían gorriones, esparverets, golondrinas, cuervos, codornices (la verdad vi más encebolladas que volando), saltamontes, luciérnagas, ferfés (grillos), arañas, hormigas, caracoles, ratones, lombrices y otros que no puedo ni escribir porque me dan miedo (c-l-bras). Y, de oídas, sabíamos que compartíamos espacio con jabalís, rabosas (zorras), los lobos... pero a todos estos no los veíamos.
Ahora me doy cuenta de que añoro hasta a los animales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario