martes, 5 de junio de 2012

Coger fuerzas


Sopitas de leche ¿quién se las ha comido?

En los años de la posguerra, la alimentación que se podía permitir la mayor parte de nuestros paisanos no era ni abundante ni equilibrada. Y las deficiencias de la mala nutrición, se procuraban compensar con algunos remedios caseros, que trataban de aportar un poco de vigor a los organismos de los más jóvenes. Muchos padres tenían miedo de que sus hijos atraparan alguna enfermedad que ya se había sufrido en la familia, como la tuberculosis, la anemia, etc. y, en cuanto veían que los niños estaban inapetentes o presentaban algún síntoma de debilidad, intervenían rápidamente para tratar de remediar el problema.
Estas "medidas" de emergencia eran, fundamentalmente, la administración a mansalva de dosis de hígado de bacalao (parece ser que tenía un gusto malísimo) o de alguna de las múltiples quinas que se encontraban en el mercado (San Clemente, Santa Catalina, etc.), y éstas, por lo contrario, sabían muy bien, pues eran vino dulce.
En algunas ocasiones se recurría al Nestrovit, un chocolate con aportes vitamínicos que fabricó Nestlé a partir de los años 30 y que se anunciaba como un medicamento-reconstituyente. Era buenísimo (comparándolo con todo lo demás que se tomaba...) y el único problema que presentaba es que era un poco caro. Mi madre lo escondía "bajo siete llaves" porque, para mis hermanos y para mi era una tentación muy grande tenerlo al alcance de la mano ¡y no de la boca!
Aparte de eso, y como medida extraordinaria, cuando una criatura estaba verdaderamente lánguida se recurría a la famosa "novena de yemas", que se aplicaba siempre como último recurso, porque se hacían con huevos y los huevos eran caros. Tenían que tomarse las yemas nueve días seguidos, si no, no hacían efecto (vox populi). A los más pequeños se las preparaban batiendo la yema con azúcar, a la que se le añadía leche caliente. Las yemas había que batirlas un buen rato hasta obtener una bebida espumosa. Se tomaban siempre en ayunas. Eran bastante buenas, siempre que la persona que la había preparado se hubiera molestado en mezclarla bien, porque si la yema no estaba bien batida daba un poco de asco. También se podían preparar añadiendo café o incluso quina en lugar de leche, o con la leche.
El otro sector de la población, vulnerable a la mala nutrición, era el de las personas mayores, pero a ellos no se les daba Nestrovit, sino que se recurría a remedios más tradicionales y baratos. Mi abuelo, por ejemplo, se tomaba cada mañana en ayunas un "cacet" de vino caliente, acompañado de una tostada de pan ¡con ajo! Decía que el vino y el ajo eran los mejores medicamentos que había y que evitaban los catarros, reumas, mal de muelas y otros muchos problemas. A él no le fue mal la receta, porque vivió hasta los 90 años.

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