miércoles, 2 de abril de 2025

Novela por entregas. 1

 


Un escenario real para una historia inventada

                  

                         

Foto 1

Un día la dibujaré, para que quede bien claro cómo era la serrería y la casa donde pasábamos los veranos cuando éramos  pequeños, pero, por ahora, valga decir que nuestro domicilio era una construcción de planta cuadrada, que alcanzaba una altura respetable, porque la parte de abajo había sido construida con el fin de ser un garaje para camiones. Posteriormente, se había levantado otro piso en la parte de arriba. En la planta de abajo, destinada a las actividades diurnas, había una especie de sala de estar, un comedor grande, el despacho de papá, un baño pequeño, una despensa, una cocina y un cuarto para lavar y planchar. Arriba había cinco dormitorios, dos cuartos de aseo y un ropero.

Las tres habitaciones que daban a la fachada principal, tenían cada una de ellas un balcón, de base semicircular, desde los que se podía contemplar el Turbón. Pero no teníamos costumbre de asomarnos a esos balcones. Dos de las habitaciones tenían, además, una ventana. La mía era una de ellas y daba a la montaña de la Coma. Cuando por la noche me tumbaba en la cama, podía contemplar el cielo y ver muchas estrellas fugaces que desaparecían en la nada. Y también se divisaban algunas constelaciones, y  el tráfico de satélites y aviones que se movían por la noche sobre las crestas de las montañas, dirección Este-Oeste.  Yo, a veces, hablaba con todos aquellos artefactos que se movían por el espacio. Tonterías, lo sé, era solo por hacerme la simpática, porque estaba segura de que allí había alguien, que me tenían “fichada” y que querían contactar conmigo, aunque al final no se decidían...  Yo les decía cosas como:

- ¡Eh! ¿Dónde vais sin mi? ¿Qué no os dais cuenta que estoy aquí muy sola? Yo también quiero descubrir nuevos paisajes, conocer gente nueva… ¡Hola! ¡Hola! ¿Estáis ahí?

Pero nunca me contestaron nada.

Por lo que respecta a la ubicación de la casa, estaba situada al lado de la carretera nacional, casi encima del asfalto, y apenas a dos kilómetros del pueblo de Campo, que apenas se adivinaba desde allí, porque para llegar a él, había que tomar un desvío que salía hacia la derecha, un poco más para arriba. A ambos lados de la casa familiar y en la parte de atrás, se encontraban varios edificios industriales que se habían ido levantando, poco a poco, para atender las necesidades del negocio en cada momento.  



Aquél día, el día que empieza esta historia, cuando ya hacía un buen rato que habíamos comido, una voz potente irrumpió desde la puerta de la calle y se expandió desde el pasillo hacia todas las partes del interior de la casa:

- ¿Hay alguien aquí? - interrogaba el desconocido. Y, como no obtenía respuesta, volvía a insistir:

- Hola, buenas, ¿hay alguien en la casa?

  Mi madre, que después de comer se sentaba en la salita delante de una pequeña mesa camilla y se quedaba un rato con los ojos cerrados (según ella no dormía), salió sobresaltada a la entrada principal. Al verla, aquél hombre le preguntó:

- Perdone señora, ¿sirven aquí comidas?

Y mi madre le contestó:

- Justo para la familia - mi madre siempre era muy precisa con las palabras.

- Perdone continuó el hombre- es que vengo desde Graus y no he visto en todo el trayecto un sitio donde poder echar un bocado, ¿no habrá por el pueblo algún lugar para poder comer algo?

- Pues sí, tiene la fonda, aunque no sé si estará abierta a estas horas... La encontrará fácilmente, porque está en la plaza del pueblo.

- Muchas gracias - respondió el viajero - Muy amable.

Y, entonces, pasó algo que sobrecogió a mi madre. La mirada de aquél hombre, que seguía quieto con sus pies sobre el felpudo de la entrada, se fue a toda velocidad al fondo de la entrada, dónde había una escalera empinada, y sus ojos fueron subiendo uno a uno cada peldaño, como con miedo, como si temiera una detonación en cada avance visual. Un rellano alargado señalaba el final del primer tramo de escalera y desde abajo ya no se veía nada más.

Y allí en el rellano de la escalera, se le había quedado perdida la mirada al desconocido, mientras él estaba como petrificado. Tras permanecer unos segundos inmóvil, se dio media vuelta y, sin decir, nada, se fue a toda velocidad.

                                                                                                                        (Continuará)

Foto 1.-  Mi padre y mi hermano Daniel. Obsérvese el grueso tronco del árbol, un platanero, que se encontraba al lado de la carretera y  a escasos metros de la casa. Justo delante del platanero, un macetero con su geranio, trataba de ganar unos  centímetros más a los de Obras Públicas en favor de la casa. Detrás de esta estrategia se ve la mano de mi madre.

OOO

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