martes, 8 de abril de 2025

Novela por entregas. 5

 

Capítulo 5

El día después


Transcurrió la mañana tranquila, eso sí, todo el mundo de la casa estaba pendiente del desconocido, aunque nadie lo quería reconocer... Mi madre lo vio al bajar a la fuente, y le saludó, y al cabo de unas dos horas, fue mi padre el que, mientras estaba sentado en la terraza leyendo el periódico, le vio llegar. Se levantó del asiento y le dijo jovialmente:

- Hola, buenos días. Hoy si que me voy a atrever a pedirle un vasito de agua. Tenía que haber ido ayer a buscarla, pero estuve de viaje y se me pasó. Ahora ya la encontraba a faltar... Mire, ¡ya tengo el vaso preparado! 

-Pues me alegro de poder serle útil. Coja toda la que quiera. Hay que reconocer que es lo que más quita la sed. ¡Yo me estoy acostumbrando demasiado a esta agua -dijo muy locuaz el veraneante)- cuando me vaya ¡me la tendrán que mandar por Correo!

Y como lo que los dos buscaban en el otro era básicamente información, desplegaron lo mejor que supieron sus cualidades para las relaciones sociales y se lanzaron a la conquista del contertulio.

- No recuerdo si Vd. me dijo de dónde era... - mentira gorda que deslizó mi padre sin el menor rubor, porque recordaba perfectamente que no lo sabía.

- Pues, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, me he visto obligado a residir en muchas partes, pero ahora me  he asentado en San Sebastián- respondió el turista.

- No ha elegido mal, no -añadió papá.- Un sitio bonito y rico.

- ¿Sabe? - continuó el desconocido- perdí a un hijo y también a mi mujer., después de la Guerra. Me quedé sin ganas de trabajar ni de luchar por nada. Al final, abrí un establecimiento de ferretería, porque ya había tenido uno y no me fue mal. También me dedico a la venta de maquinaria agrícola, pero me lleva el negocio un sobrino, persona de confianza y yo cada vez aparezco menos por allí.

- Pues hace Vd. muy bien, que no nos tenemos que complicar demasiado la vida -sentenció mi padre- Más vale vivir lo más tranquilos posible que los años pasan demasiado rápidos...

- Vd. sí que tiene aquí un buen negocio montado. Esto no se hace en dos días. ¿Su padre se dedicaba ya a la madera? -preguntó el Sr. Duarte.

- Bueno, en realidad fue mi abuelo materno el que empezó con esto. Era el molinero y con otro socio instalaron una turbina en el molino, al lado del río. Con la poca fuerza que producían, movían, además, una sierra.Varias familias del pueblo colaboraron en el proyecto con la compra de acciones, consiguiendo abastecer al pueblo de electricidad. Llegaba solo a las casas particulares, pero no era para alumbrado público. Tenían derecho todos los hogares a dos bombillas. Una la solían poner en la cocina y la otra en un lugar común que pudiera llegar a dos o tres estancias. Era poco cosa, ¡pero Campo tuvo electricidad antes que Huesca capital! 

El 16 de diciembre de 1917 un incendio muy violento acabó con el molino harinero y la central eléctrica de Campo. Fue duro tener que empezar de cero, pero el abuelo, con visión de futuro, instaló la nueva serrería cerca de la carretera, para facilitar el transporte de la madera del monte a la sierra y de la sierra a los lugares donde la solicitaban, ya cortada. Después vino lo que vino, la Guerra, y ahora estamos empezando a trabajar otra vez. En realidad empezó a ponerlo en marcha todo esto mi hermano mayor, pero contrajo una enfermedad y falleció al poco tiempo... Ya sabe, cosas de los tiempos que nos han tocado vivir.

El interlocutor de mi padre se puso en pie y se lo quedó mirando fijamente, como queriendo verlo por dentro, buscándole el alma y los pensamientos. De repente, dijo:

- Lo siento, no quiero entretenerle más, que yo estoy de vacaciones, pero Vd debe tener trabajo. Gracias por su tiempo y por lo que me ha contado, muy interesante. Le dejo la garrafa, mañana la recogeré. Gracias.

Y se marchó a toda prisa.






domingo, 6 de abril de 2025

Novela por entregas. 4

 

Capítulo 4

AL DÍA SIGUIENTE...


Cuando mi madre salió a la terraza a cuidar sus plantas, intuía que en cualquier momento aparecería por allí aquél hombre raro. No es que fuera antipático, no,  pero no transmitía buenas vibraciones. Podría decirse que ni era jovial, ni afable, ni abierto, parecía que estaba siempre contenido, observando...

Y ya casi se había olvidado de él, cuando le vió aparecer a su lado, al otro lado de la valla, con la garrafita en la mano. 

- Hola buenos días. Vd. siempre con las flores, así de bonitas las tiene -dijo adulador. - Ayer le conté a su marido -prosiguió- que les puedo dejar la garrafita a Vdes. porque, la verdad, es que voy a la fuente más que nada por hacer ejercicio. ¡Y porque la señora de la Fonda me ha insistido mucho! -dijo casi sonriendo.

- Hombre -contestó rápidamente mi madre- eso me parece mucha cara por nuestra parte ¡hacerle trabajar en vacaciones! No se moleste, que mi marido se acerca con el coche hasta el puente y desde allí a la fuente son dos pasos. Gracias de todos modos.

- Como quiera -respondió el hombre-. Por cierto, que ya me tendría que presentar, ¿verdad? Es Vd la persona del pueblo con la que más he hablado... Me llamo Alonso Duarte, vengo de San Sebastián.

- ¿ Y de un sitio tan bonito viene a veranear a un pueblo como este? - le interrogó mi madre.

- Bonito, también es bonito este pueblo, y se está muy bien, muy tranquilo... (parecía que el interpelado estaba buscando más "piropos" para el pueblo, pero no le venían a la cabeza.). 

- Eso sí, -respondió mi madre- tranquilos estamos muy tranquilos. Bueno, pues me alegro de conocerle. Hasta luego, voy a ver si adelanto un poco el trabajo por casa... 

 Y puso rumbo al interior del hogar, antes de que él se hubiera puesto en marcha.

Cuando vino mi padre a comer, mamá le estaba esperando para hablarle del "turista", con su gran frase preparada:

- Ese hombre, no es trigo limpio.

Mi padre sonrió y le dijo:

- ¿Y cómo ha llegado a esa conclusión la más "espabiladeta" del pueblo? ¿Decía el desconocido que llevaba agua en la garrafeta y resulta que apestaba a vino rancio? ¿Le has sorprendido apuntando en una libreta los nombres y apellidos de los propietarios de las casas de Campo?

- Tú rie, rie -aseveró mi madre- que ya veremos cómo acaba todo esto... 

A pesar de que solían ser frecuentes estas diferencias de opinión, mi padre no solía ignorar las advertencias de mamá y tenía una fe ciega en su intuición, que había demostrado a lo largo de la vida. Y es que, pocos días después de su nacimiento, su madre falleció y, ella sola, tuvo que aprender a hacerse fuerte y  encontrar su sitio en la familia y en aquella sociedad que le había tocado vivir. Como siempre decía ella,  "veía venir a la gente" y sabía plantarle cara a quien fuera.

- Lo primero que voy a hacer- dijo mamá muy decidida- es llamar por teléfono a la Sra. Dolores, de la Fonda. Le preguntaré si sabe algo de ese hombre, habrá tenido que presentar el carnet de identidad, digo yo...

- No la lies, no la lies -interrumpió mi padre- No pongas en un aprieto a la Sra. Dolores, déjala tranquila. Ya procuraré encontrarme discretamente con el Teniente Martínez, y me dirá si sabe algo. - Y mi padre dio por zanjada la conversación.

Justo aquella tarde, ya empezaba a atardecer, cuando la pareja de la Guardia Civil que prestaba servicio haciendo ronda por las inmediaciones del pueblo, pasó por delante de casa y echaron una mirada al personal que ocupaba casi todo el espacio de la terraza. Estaban mis padres, nosotros, sus cuatro hijos, una tía, hermana de mamá, una amiga suya... ¡ya no me acuerdo de cuánta gente estábamos!

Los guardias se cuadraron para saludar y decir buenas noches, y mi padre, con un reflejo rápido, se acercó a ellos y les dijo afablemente:

- Ya le dirán al Teniente Martínez que tenemos una partida de ajedrez pendiente.

Y los guardias, se volvieron a cuadrar. mientras uno de ellos respondía:

- Así lo haremos, señor. -Añadieron un buenas noches y se sumergieron en el silencio, dejando el bullicio en nuestro lado de la valla.    










sábado, 5 de abril de 2025

Novela por entregas. 3

 Capítulo 3

EL SEÑOR DE LA GARRAFITA


La fuente la Coma

- Buenos días, señora -saludó el desconocido esbozando una sonrisa un poco forzada. - ¿Se acuerda de mi? - continuó, queriendo parecer simpático. - Ayer a mediodía la molesté a la hora de la siesta, pues pensé que esto era un restaurante... Le pido disculpas. El caso es que fui a comer donde Vd. me recomendó, y decidí quedarme aquí dos o tres días, para descansar. La verdad es que me dio pereza continuar hasta Benasque, en la fonda se come bien y la gente del pueblo es muy amable.

- Pues me alegro de que se encuentre  bien por aquí -contestó mi madre un poco cortante, tanto que ella misma pensó que había sido poco amable y se animó a añadir algo más:

 - ¿Qué, a la fuente? - le preguntó señalando la garrafa que llevaba su interlocutor.

- Pues sí, como me han hablado tanto de lo buena que es el agua y me han prestado la garrafita, pues así mato dos pájaros de un tiro, camino un poco y bebo agua, que las dos cosas dicen que son buenas para la salud... 


Pero antes de que hubiera terminado de hablar, mi madre ya estaba dándole la espalda mientras le decía:

- Pues ¡ánimo! ¡No se canse mucho! - Y se metió dentro de la casa sin volver la cabeza.

Y es que mamá era una mujer de intuiciones y algo levantaba las alarmas en su persona cada vez que veía a aquél tipo.  No es que fuera mal educado, pero había un no sé qué en su manera de mirar  y de hablar que sonaba falso, que la intranquilizaba. Lo primero que pensó en aquél momento, fue en que mi padre todavía no se había encontrado con el visitante pegajoso... Le gustaría que lo viera para saber su opinión. Y la ocasión no se hizo esperar mucho.

No habían pasado ni dos horas desde que mi madre tuvo la conversación con el turista del año, que así lo bautizó ella, cuando el aludido ya regresaba de la fuente y volvía a pasar por delante de casa, cargado con el líquido elemento. Miraba y miraba alrededor, probablemente para ver si veía a mi madre y poder engancharse otra vez en una de esas charlas insulsas, pero no la veía por ninguna parte. Si que se topó con la figura de mi padre, que estaba sentado en la terraza leyendo "La Vanguardia". No estaba muy seguro de si era una buena idea abordarlo ya o si era mejor esperar otro momento, pero, finalmente, el veraneante decidió no dejar pasar la ocasión.

Antes de pararse delante de él, al otro lado de la valla, le miró de soslayo varias veces, impresionado por el aspecto elegante que mi padre tenía. ¿Seguro que este caballero es el marido de la mujer que conozco? se preguntaba. Según las referencias que había conseguido no había ninguna duda, pero no pegaban mucho como pareja, se dijo.

Como se estaba alargado un poco más de la cuenta la decisión de intervenir o no intervenir, el hombre decidió pasar ya al "ataque".    

- Disculpe que le moleste -le dijo a mi padre, que apenas alzó los ojos hacia él- esta mañana he tenido el gusto de hablar con su señora y no he pensado en decirle que, si quieren, puedo dejarles la garrafita de agua para Vdes. La verdad es que yo estoy hospedado en la Fonda y tampoco bebo tanto, lo que de verdad me gusta es andar y disfrutar del paisaje. Mañana pienso volver.

Mi padre se sintió obligado a mostrarse amable con aquél desconocido tan generoso y, sin levantarse del sillón, le preguntó:

- El agua, ¿es de la Fuente de la Coma?

- Sí, de allí mismo. Parece mentira que salga tan fresca y parece ser que tiene muchas propiedades... 

- Me alegro de que le haga tan buena propaganda. Ya le diré a mi mujer que ha preguntado por ella, no se por dónde parará ahora - añadió mi padre, como rematando la conversación.

- De acuerdo, ya hablaré con ella en otro momento. Aún estaré unos días por aquí. Hasta otro rato. - Se despidió el misterioso interlocutor.

- Adiós y ¡gracias! -dijo mi padre, volviendo a la lectura del periódico, no sin haberle pasado por la cabeza, como un relámpago, la impresión de que ya conocía a ese hombre.


viernes, 4 de abril de 2025

Novela por entregas. 2

Capítulo 2


 Mi madre, cuando vio que el visitante se había marchado, se quedó extrañada y nos preguntó:

- Pero ¿qué le pasaba a este hombre? ¿Se ha acordado de repente que no ha comido?

 Y como eso de que pararan a preguntarnos si "servíamos comidas" se repetía con mucha frecuencia, pues ya no pensamos más en el asunto.

Y es que los viajeros que pasaban por delante de casa, después de recorrer kilómetros sin ver “civilización”, cuando se encontraban delante de una terraza con un montón de geranios que surgían de unas macetas de topos blancos sobre fondos rojos (que mi madre nos hacía pintar cada año), además de apreciar un buen número de sillones y sillas alrededor de una mesa, pues parece ser que asociaban esa imagen colorista y familiar con un buen plato humeante de judías estofadas o de costillas a la brasa. La imaginación a veces se dispara de la forma más extravagante.

Aquella tarde, como todas las tardes de verano, cuando ya se pasaba un poco el calor, alrededor de las seis más o menos, me fui al pueblo a pasar un rato con mis amigas. No es que hiciéramos nada especial, éramos unas crías, simplemente íbamos de un sitio al otro; comentábamos las últimas novedades ocurridas en el pueblo, que aunque era pequeño los acontecimientos no faltaban y mirábamos y nos dejábamos ver. Empezamos dando una vuelta por la plaza, con el fin de echar un vistazo al público que ocupaba las sillas y sillones alrededor de todos los veladores que estaban en la terraza del bar. Evidentemente, a esas horas de la tarde no había ni una mujer sentada allí, no era habitual, a no ser que fuera alguien de fuera.   


En las mesas ocupadas por los hombres mayores, se veía que estaban echando sus partidas de guiñote, muy silenciosos y concentrados, mientras que la gente más joven formaba grupos muy ruidosos en los que se reía a carcajadas, se hablaba en voz alta y se examinaba de reojo, pero con atención, al personal
   que, como nosotras, paseábamos plaza arriba, plaza abajo.

De repente, vi que el señor que había parado en mi casa a mediodía, para preguntar lo de la comida, salía de la fonda, que estaba enfrente del bar, y se detenía a ojear el panorama. Con una calma estudiada, sacó un cigarro del paquete que llevaba en el bolsillo de la camisa, lo encendió y después de dar un par de bocanadas, se acercó a una de las mesas de guiñote. Cogió una silla que estaba libre y tras musitar un casi inaudible “permiso” se sentó en segunda fila, haciendo una pequeña inclinación de cabeza a modo de saludo a los que allí estaban. Nadie le hizo caso. Él se puso a observar a los jugadores, como si le importara algo lo que allí pasaba.

Cuando regresé a casa, me pareció que la noticia que más le impactaría a mi madre que le contara, sería la de que había vuelto a ver al hombre que había parado a mediodía en casa, pensando que era un restaurante…   Y así fue, porque dijo:

- ¡Que raro!  ¡Esto no es trigo limpio! A mediodía no sabía ni dónde estaba Campo y ahora resulta que se queda a dormir! ¿Seguro que no se ha marchado después de comer?

- ¡Qué no, mamá! Que ahora a las ocho lo último que he hecho es mirar a ver si estaba en el bar y allí estaba, hablando con otros hombres!    

- Bueno, pues nada, que le ha gustado el pueblo. Ha sido un amor a primera vista - dijo mi madre sonriendo. Pero no pudo evitar recordar el escalofrío que había sentido, cuando sorprendió a aquel desconocido subiendo con la mirada por la escalera de casa.

A la mañana siguiente, estaba mi madre en la terraza delante de casa jugando con las flores. Cortaba una ramita por aquí, un esqueje por allá y las iba cambiando de sitio, según las veía más o menos en forma. Enfrascada en sus asuntos, no advirtió la presencia del hombre misterioso que, garrafita en mano, se había plantado a un metro escaso de donde ella estaba, pero del otro lado de la valla, obviamente.


 LA VALLA

He de hacer un paréntesis en la narración para hablar de la valla, que separaba dos mundos, el de dentro, el estático y familiar, que era el nuestro, y el de todos los demás, los que se desplazaban. En ese mundo de afuera veíamos pasar como personajes, algunos camiones, coches, hombres en bicicleta, mujeres empujando remolques para ir al huerto, el autocar de línea que llevaba el correo, personas que se iban a bañar al puente, un hombre con su burro, las que iban a la fuente…

Al principio no había valla que separara la carretera de la casa y mi madre tenía miedo que un día hubiera un accidente, porque cada vez pasaban más vehículos y nosotros, los críos, íbamos corriendo de un lado a otro sin mirar nada. Mi padre compartía la inquietud, pero no encontraba el momento de hacerla. En la carpintería siempre había mucho trabajo.

Un día mi madre se puso muy enferma, no se exactamente qué le pasaba. Y se estuvo todo el día en la cama. Y el día siguiente, igual.  Y al otro día también… El cuarto día la cosa se presentaba mal, mamá tampoco quería levantarse y lloraba cuando nos miraba. De repente se empezaron a oír muchas voces, y golpes y ruidos como si dieran martillazos o tiraran cosas desde lo alto, y mamá decía “¿Se puede saber qué es este jaleo?” Ni en la cama se puede estar tranquila”.

Al final de la tarde, mi padre le dijo a mamá,

- Ven, Victoria, ¡asómate al balcón!

Mi madre se quejaba y le decía:

-¿Tú te crees que tengo ganas de salir al balcón?

- Yo te ayudo, ven.

Y cuando consiguió acercarla allí y le hizo mirar por el balcón, ella no daba crédito a sus ojos: allí delante tenía ¡al fin! la valla que separaba la terraza de casa, de la carretera. Los carpinteros se pusieron a aplaudir y le decían:

- ¿Te gusta, Victoria? Ha quedado maja ¿verdad?

Bueno, ni que decir tiene que todos llorábamos, y que pasó muy poco tiempo antes de que mi madre nos pusiera a todos a pintar la valla. Ya lo tenía pensado hacía tiempo, tenía que ser de dos colores,  blanca  y verde...

Pero, volvamos a aquel día en el que hablaba con el veraneante, que estaba al otro lado de la valla.



miércoles, 2 de abril de 2025

Novela por entregas. 1

 


EL MISTERIO DE LA CASA DE LA SIERRA

(Un escenario real para una historia inventada)

                  

                         

Foto 1

Un día la dibujaré, para que quede bien claro cómo era la serrería y la casa donde pasábamos los veranos cuando éramos  pequeños, pero, por ahora, valga decir que nuestro domicilio era una construcción de planta cuadrada, que alcanzaba una altura respetable, porque la parte de abajo había sido construida con el fin de ser un garaje para camiones. Posteriormente, se había levantado otro piso en la parte de arriba. En la planta de abajo, destinada a las actividades diurnas, había una especie de sala de estar, un comedor grande, el despacho de papá, un baño pequeño, una despensa, una cocina y un cuarto para lavar y planchar. Arriba había cinco dormitorios, dos cuartos de aseo y un ropero.

Las tres habitaciones que daban a la fachada principal, tenían cada una de ellas un balcón, de base semicircular, desde los que se podía contemplar el Turbón. Pero no teníamos costumbre de asomarnos a esos balcones. Dos de las habitaciones tenían, además, una ventana. La mía era una de ellas y daba a la montaña de la Coma. Cuando por la noche me tumbaba en la cama, podía contemplar el cielo y ver muchas estrellas fugaces que desaparecían en la nada. Y también se divisaban algunas constelaciones, y  el tráfico de satélites y aviones que se movían por la noche sobre las crestas de las montañas, dirección Este-Oeste.  Yo, a veces, hablaba con todos aquellos artefactos que se movían por el espacio. Tonterías, lo sé, era solo por hacerme la simpática, porque estaba segura de que allí había alguien, que me tenían “fichada” y que querían contactar conmigo, aunque al final no se decidían...  Yo les decía cosas como:

- ¡Eh! ¿Dónde vais sin mi? ¿Qué no os dais cuenta que estoy aquí muy sola? Yo también quiero descubrir nuevos paisajes, conocer gente nueva… ¡Hola! ¡Hola! ¿Estáis ahí?

Pero nunca me contestaron nada.

Por lo que respecta a la ubicación de la casa, estaba situada al lado de la carretera nacional, casi encima del asfalto, y apenas a dos kilómetros del pueblo de Campo, que apenas se adivinaba desde allí, porque para llegar a él, había que tomar un desvío que salía hacia la derecha, un poco más para arriba. A ambos lados de la casa familiar y en la parte de atrás, se encontraban varios edificios industriales que se habían ido levantando, poco a poco, para atender las necesidades del negocio en cada momento.  



Aquél día, el día que empieza esta historia, cuando ya hacía un buen rato que habíamos comido, una voz potente irrumpió desde la puerta de la calle y se expandió desde el pasillo hacia todas las partes del interior de la casa:

- ¿Hay alguien aquí? - interrogaba el desconocido. Y, como no obtenía respuesta, volvía a insistir:

- Hola, buenas, ¿hay alguien en la casa?

  Mi madre, que después de comer se sentaba en la salita delante de una pequeña mesa camilla y se quedaba un rato con los ojos cerrados (según ella no dormía), salió sobresaltada a la entrada principal. Al verla, aquél hombre le preguntó:

- Perdone señora, ¿sirven aquí comidas?

Y mi madre le contestó:

- Justo para la familia - mi madre siempre era muy precisa con las palabras.

- Perdone continuó el hombre- es que vengo desde Graus y no he visto en todo el trayecto un sitio donde poder echar un bocado, ¿no habrá por el pueblo algún lugar para poder comer algo?

- Pues sí, tiene la fonda, aunque no sé si estará abierta a estas horas... La encontrará fácilmente, porque está en la plaza del pueblo.

- Muchas gracias - respondió el viajero - Muy amable.

Y, entonces, pasó algo que sobrecogió a mi madre. La mirada de aquél hombre, que seguía quieto con sus pies sobre el felpudo de la entrada, se fue a toda velocidad al fondo de la entrada, dónde había una escalera empinada, y sus ojos fueron subiendo uno a uno cada peldaño, como con miedo, como si temiera una detonación en cada avance visual. Un rellano alargado señalaba el final del primer tramo de escalera y desde abajo ya no se veía nada más.

Y allí en el rellano de la escalera, se le había quedado perdida la mirada al desconocido, mientras él estaba como petrificado. Tras permanecer unos segundos inmóvil, se dio media vuelta y, sin decir, nada, se fue a toda velocidad.

                                                                                                                        (Continuará)

Foto 1.-  Mi padre y mi hermano Daniel. Obsérvese el grueso tronco del árbol, un platanero, que se encontraba al lado de la carretera y  a escasos metros de la casa. Justo delante del platanero, un macetero con su geranio, trataba de ganar unos  centímetros más a los de Obras Públicas en favor de la casa. Detrás de esta estrategia se ve la mano de mi madre.

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