Capítulo 5
El día después
Transcurrió la mañana tranquila, eso sí, todo el mundo de la casa estaba pendiente del desconocido, aunque nadie lo quería reconocer... Mi madre lo vio al bajar a la fuente, y le saludó, y al cabo de unas dos horas, fue mi padre el que, mientras estaba sentado en la terraza leyendo el periódico, le vio llegar. Se levantó del asiento y le dijo jovialmente:
- Hola, buenos días. Hoy si que me voy a atrever a pedirle un vasito de agua. Tenía que haber ido ayer a buscarla, pero estuve de viaje y se me pasó. Ahora ya la encontraba a faltar... Mire, ¡ya tengo el vaso preparado!
-Pues me alegro de poder serle útil. Coja toda la que quiera. Hay que reconocer que es lo que más quita la sed. ¡Yo me estoy acostumbrando demasiado a esta agua -dijo muy locuaz el veraneante)- cuando me vaya ¡me la tendrán que mandar por Correo!
Y como lo que los dos buscaban en el otro era básicamente información, desplegaron lo mejor que supieron sus cualidades para las relaciones sociales y se lanzaron a la conquista del contertulio.
- No recuerdo si Vd. me dijo de dónde era... - mentira gorda que deslizó mi padre sin el menor rubor, porque recordaba perfectamente que no lo sabía.
- Pues, en estos tiempos que nos ha tocado vivir, me he visto obligado a residir en muchas partes, pero ahora me he asentado en San Sebastián- respondió el turista.
- No ha elegido mal, no -añadió papá.- Un sitio bonito y rico.
- ¿Sabe? - continuó el desconocido- perdí a un hijo y también a mi mujer., después de la Guerra. Me quedé sin ganas de trabajar ni de luchar por nada. Al final, abrí un establecimiento de ferretería, porque ya había tenido uno y no me fue mal. También me dedico a la venta de maquinaria agrícola, pero me lleva el negocio un sobrino, persona de confianza y yo cada vez aparezco menos por allí.
- Pues hace Vd. muy bien, que no nos tenemos que complicar demasiado la vida -sentenció mi padre- Más vale vivir lo más tranquilos posible que los años pasan demasiado rápidos...
- Vd. sí que tiene aquí un buen negocio montado. Esto no se hace en dos días. ¿Su padre se dedicaba ya a la madera? -preguntó el Sr. Duarte.
- Bueno, en realidad fue mi abuelo materno el que empezó con esto. Era el molinero y con otro socio instalaron una turbina en el molino, al lado del río. Con la poca fuerza que producían, movían, además, una sierra.Varias familias del pueblo colaboraron en el proyecto con la compra de acciones, consiguiendo abastecer al pueblo de electricidad. Llegaba solo a las casas particulares, pero no era para alumbrado público. Tenían derecho todos los hogares a dos bombillas. Una la solían poner en la cocina y la otra en un lugar común que pudiera llegar a dos o tres estancias. Era poco cosa, ¡pero Campo tuvo electricidad antes que Huesca capital!
El 16 de diciembre de 1917 un incendio muy violento acabó con el molino harinero y la central eléctrica de Campo. Fue duro tener que empezar de cero, pero el abuelo, con visión de futuro, instaló la nueva serrería cerca de la carretera, para facilitar el transporte de la madera del monte a la sierra y de la sierra a los lugares donde la solicitaban, ya cortada. Después vino lo que vino, la Guerra, y ahora estamos empezando a trabajar otra vez. En realidad empezó a ponerlo en marcha todo esto mi hermano mayor, pero contrajo una enfermedad y falleció al poco tiempo... Ya sabe, cosas de los tiempos que nos han tocado vivir.
El interlocutor de mi padre se puso en pie y se lo quedó mirando fijamente, como queriendo verlo por dentro, buscándole el alma y los pensamientos. De repente, dijo:
- Lo siento, no quiero entretenerle más, que yo estoy de vacaciones, pero Vd debe tener trabajo. Gracias por su tiempo y por lo que me ha contado, muy interesante. Le dejo la garrafa, mañana la recogeré. Gracias.
Y se marchó a toda prisa.