miércoles, 27 de julio de 2022

Calor y trabajo

 

Recordando la siega y cuando nos mandaban a los críos a "espigà" 

La verdad es que no me acuerdo. Bueno, si no lo recuerdo creo que es porque nunca lo he sabido, y ya no queda nadie vivo que me pueda ayudar a saberlo. No se de quien era aquél campo de trigo al que íbamos a espigar mis hermanos y yo cuando éramos pequeños, ni de quién fue antes aquella tierra, ni de quién ha sido después. Se que allí se iba a segar a final de junio o principios de julio, después de haber estado durante unos  días más pendientes que de costumbre del cielo y las nubes. Y  de repente, una mañana amanecía con la noticia que recorría todos los rincones de la casa y salía por las ventanas: ¡Hoy se siega!

¿Qué teníamos que hacer los churumbeles de la casa? ¿Cuál era nuestra misión? varias, pero, la más importante, vestirnos fresquitos, pero con manga larga, para que no nos fuéramos quejando que nos pinchaban las espigas.

Nuestra primera actuación era para llevarles el almuerzo a los segadores, que estaban en el tajo desde pronto por la mañana. Cortaban el trigo con las hoces y era un trabajo muy cansado. Nosotros ayudábamos a distribuir la comida entre todos y a pasar el botijo  o el porrón de unos a otros. Más bien el porrón, para ser sinceros, o la bota, porque el agua no era muy popular en aquellos tiempos. Resulta que a casi todo el mundo le cortaba la digestión, "le sentaba mal", se le "encharcaba" en el estómago, etc. así es que optaban por echarse un traguito de vino (tampoco es que hubiera mucho para elegir). A pesar del calor que hacía... Terminado el refrigerio, los trabajadores descansaban un poco y, después. volvían a su tarea. Nosotros, a casa.

La hoz

La segunda actuación era a la hora de la comida. Acudíamos al campo con las cestas de la comida, las garrafas de agua  y las botellas de vino fresco para rellenar los porrones. Buscábamos un sitio para sentarnos y poder comer tranquilos, al amparo de alguna sombra. Los hombres iban aparcando sus instrumentos y se acercaban al grupo de avituallamiento. Algunos, coquetos ellos, como llevaban en la cabeza el pañuelo que se habían colocado para protegerse del sol, con un nudo en cada punta, se lo retiraban con cuidado mientras se arreglaban el cabello con la mano. Lo mismo hacían los que llevaban sombrero de paja cuando se lo sacaban. Se charlaba amigablemente, sin que faltaran chanzas y risas y, después de bien comidos, los hombres buscaban un sitio donde tumbarse y poder descansar un rato, antes de ponerse otra vez a trabajar para rematar la faena. Mientras, bajaba  poco a poco el sol.

Las mujeres, respetando el descanso de los trabajadores, recogían en silencio los bártulos moviéndose con cuidado, y a los peques nos mandaban a espigar bien lejos, para que no les molestáramos en ese rato de tranquilidad. Ibamos con unos cestitos  y cada vez que encontrábamos una espiga (entre otras mil que no veíamos) gritábamos entusiasmados: ¡Otra! ¡Otra! Cuando ya teníamos el recipiente a rebosar, lo vertíamos en un saco, contentos porque sabíamos que esos granos de trigos serían un festín para las gallinas de mi madre.    


Los hombres iban cargando las gavillas de trigo en las caballerías y las iban llevando a la era. Como el trigal no era muy grande se acababa pronto, con una jornada era suficiente,  y, a medida que el campo iba quedando limpio,  las mujeres se abalanzaban con resolución a la caza y captura de las espigas que se resistían a marcharse. Al final, agotados por el trabajo, el calor y las emociones, volvíamos todos juntos a casa, "rendidos" y contentos. Había sido un día intenso, de calor y trabajo. Un día importante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario