sábado, 8 de agosto de 2020

¡Pap! ¡no hay orquesta!

Parece ser que, debido a la situación sanitaria que estamos viviendo, las Fiestas de Campo, como las de tantos lugares, se han anulado. Bueno, como se suele decir, lo importante  es que estemos bien, y ya habrá tiempo más para adelante para las celebraciones.



Pero con el pensamiento, podemos seguir todos: 

Bailando 

al mismo  ritmo


Del programa de la Fiesta de Campo del año 2008:


«Las fiestas mayores de los pueblos son una feliz conjunción de muchas cosas. Las que yo recuerdo, de Campo, eran una amalgama de comida, bebida y música.

Por lo que se refiere al buen comer, la cosa iba de más a menos, en el sentido de que se empezaba con el aperitivo y los canelones de la copiosa comida del primer día y se terminaba con la sopa del tercer día, que ya nadie se molestaba en probar, pues todos estábamos agotados y medio dormidos.

El tema de la bebida, por el contrario, iba de menos a más porque, aunque se empezara consumiendo con moderación, a fuerza de ir acumulando vermuts, vino, champán y melocotón con vino, al final muchos andaban francamente cargados, como se solía decir.

Con la música era diferente, no había altibajos, era lo más importante desde el primer momento de la fiesta hasta el final.

El pasacalles de la víspera de la fiesta abría los festejos. La orquesta contratada para esos días desparramaba a los cuatro vientos sus notas «marchosas» y los expertos oídos musicales de nuestros paisanos no necesitaban escucharlas mucho rato, para saber si aquél año la orquesta era buena o si los de la Comisión "se habían lucido" (dicho con sorna montañesa)…

Fueran buenas o peores, a las orquestas que venían para la fiesta se las requería para varias prestaciones. Igual tenían que actuar en la misa mayor como en el concierto de la sesión "vermut", o en los bailes de tarde y noche. Para cada momento había una composición musical apropiada, un vestuario de los músicos acorde a la situación e incluso una actitud que podía ir del grave, en la iglesia, al concentrado de la hora del vermut, cuando interpretaban "los Sitios de Zaragoza", hasta el desenfadado, cuando a la hora del baile se desataban con el "Twist de Saint-Tropez".

Al acabarse las fiestas se marchaba la orquesta, pero algo quedaba suspendido en el aire y bien guardado en la memoria de los vecinos (y vecinas) de Campo: era el repertorio de las canciones que habían ofrecido en las sesiones de baile.

En aquellos tiempos en los que prácticamente nadie del pueblo tenía la oportunidad de escuchar la radio, y la tele no había llegado todavía, la actuación de la orquesta en la fiesta era la única oportuni
dad de descubrir, por ejemplo, los éxitos del Festival de San Remo, que en la década de los 60 era el certamen que ponía de moda las canciones que se iban a bailar durante todo el verano.

Gracias a las repetidas interpretaciones que las orquestas ofrecían de aquellos temas, todo el pueblo se sabía de pé a pá la letra de "Marina" (Marina, Marina, Marina, contigo me quiero casar...), la de "Buonasera signorina, buonasera" o la de "Dime cúando tu vendrás" (dime cuándo, cuándo, cuándo...).

No sé cuáles serían las canciones que 
mis padres escucharon y bailaron en su juventud. Me imagino que debían recorrer la plaza al ritmo de pasodobles, tangos y hasta alguna ranchera, además del “Tiro liro”. Sí que recuerdo lo que nos contó yayo Juan: que en su época se bailaban mazurcas y jotas. A nuestros hijos, que viven pegados a la música y dependen de su lector de mp3, lo que puedan oir en la plaza no creo que les impacte lo más mínimo: ni les anima a bailar ni le prestan ninguna atención.

De todos modos, a pesar de que la música cambia de un año para otro, en Campo existe un ritmo que marcan todas las generaciones juntas, un baile en el que todos participan, y al que acompasan sus movimientos piernas jóvenes y viejas. Se sigue bailando todavía el último día de las fiestas, del mismo modo que lo hicieron nuestros padres y abuelos (aunque con una cadencia un poco distinta, según opiniones expertas). Nos referimos, por supuesto, a la chinchana.

La chinchana es la gran ocasión que se presenta una vez al año para poder compartir todos juntos un rato de alegría, de diversión y de ganas de hacer pervivir una tradición. Mal comparado, la chinchana es como nuestro himno, un himno que en vez de cantarse se baila. Es una manera de manifestar que estamos contentos y que queremos disfrutar y ser felices con los demás, todos juntos. Bien pensado ¡que lástima que se baile solo una vez al año!»

(Fotos M. J. Fuster, año 2018)

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