Agua pasada,
no mueve molino.
El oficio de molinero se transmitía casi siempre de padres a hijos, por eso se encuentran dentro de esta profesión verdaderas sagas familiares. También ocurría, como con otras profesiones, que se realizaban muchos matrimonios entre gente del oficio (la hija de un molinero con el molinero de otro lugar, etc.).
no mueve molino.
El oficio de molinero se transmitía casi siempre de padres a hijos, por eso se encuentran dentro de esta profesión verdaderas sagas familiares. También ocurría, como con otras profesiones, que se realizaban muchos matrimonios entre gente del oficio (la hija de un molinero con el molinero de otro lugar, etc.).
El molinero no era prácticamente nunca
el propietario del molino, que, hasta el siglo XIX, solía pertenecer al señor
temporal o al cabildo.
Los molineros eran gente de oficio que
explotaban los molinos en base a un contrato de arrendamiento, en el que se
estipulaban sus obligaciones y la cantidad que se le permitía cobrar por su
trabajo, siempre en especie. El pago por moler recibía el nombre de
“multuración”. El molinero cogía la parte que le correspondía antes de la
molienda y en presencia del labrador que le traía el grano a moler. No
obstante, el hecho de que cobrara ipso facto y que pasara el cereal del
campesino al molinero tan rápida y, digamos, directamente, dejaba un
sentimiento de frustración en los clientes, que se solían mostrar recelosos
sobre la honradez del molinero, del que suponían que usaba estratagemas para
quedarse con una parte de la molienda que no le correspondía.
Suspicacias aparte, el trabajo que
llevaba a cabo el molinero era bastante duro, pues generalmente no podía
permitirse tener personal a su servicio (a veces contaba con un criado o se
ayudaba de un aprendiz) y tenía que atender él sólo la molienda. Además, debía
mantener en buenas condiciones el molino, limpiar la acequia que conducía el
agua, etc. También solía tener un poco de tierra alrededor del molino, en la
que tenía algunos animales que criaba para su consumo. Hay que señalar, de
todos modos, que sólo tenía derecho a tener algunas gallinas y poco más y, si quería
tener otros animales, tenía que pedir un permiso especial al arrendador.
No obstante, a pesar de todo lo que
tenía que trabajar, el oficio de molinero confería cierto status social
en el mundo rural, como ocurría con otros trabajos artesanos. Vale la pena
subrayar el hecho de que la mayoría de los molineros eran casi siempre personas
alfabetizadas, por lo que tenían una preparación muchas veces superior a sus
paisanos. Otro factor que obraba en su favor era que, por las circunstancias de
su trabajo, los molineros estaban en relación con todos sus convecinos, fuera
la que fuera su condición social, lo que les permitía tener una información de
primera mano sobre todo lo que acontecía en el pueblo y alrededores. Conocían a
todo el mundo y no faltaban ocasiones en las que se les solicitara para mediar
en asuntos de familia o problemas de vecindad. Como consecuencia de ello,
estaban enterados de las transacciones de todo tipo que se estaban llevando a
cabo y las que se iban a hacer.
El molino de Campo perteneció al monasterio de
San Viturián, cuyo abad era el señor temporal del pueblo, por lo tanto, su dueño. En
todos los documentos en que se nombran los pueblos propiedad del monasterio,
nunca se deja de mencionar el molino de Campo.
Entre la escasa información que hemos encontrado sobre los molineros de nuestro pueblo, aparece en un documento la siguiente referencia: “Josef
Canales, arrendador que fue del molino harinero cuyo arriendo finó en fin de 12
de enero de 1788, debe 90 libras jaquesas, impracticables poder satisfacerlas por
los perjuicios que le ha ocasionado una avenida del río Esera en el mes de
octubre y por la reedificación de dicho molino...”.
Ya en el siglo XIX, resulta curioso ver
con que celeridad se aplicaron en Campo los decretos de Mendizábal sobre la
desamortización de bienes religiosos, promulgados los meses de julio y octubre
de 1835, pues ya el 23 de diciembre de ese mismo año se efectuó en nuestro pueblo la compra del
molino que había poseído el monasterio. Lo adquirió el Ayuntamiento constituido por José Guerri, como alcalde,
Antonio Sierra, Ramón Pons, regidores y Joaquín Costa, Síndico.
Más adelante, en 1837, con un nuevo
Ayuntamiento Constitucional, compuesto por Miguel Altemir, en función de
alcalde, Joaquín Peiret, como regidor segundo, y Ramón Zazurca como síndico, se
procedió a la enajenación del molino. Para ello, se procedió primero
a la tasación del molino y su acequia, tarea que fué encomendada a los
labradores Lorenzo Ballarín y Francisco Mur. Para pronunciarse sobre el
maderaje, se requirió el parecer de Joaquín Mur, carpintero. Joaquín Auset,
como molinero, hizo también su dictamen, así como Joaquín y José Pallaruelo,
que eran herreros. Y es aquí donde aparece por primera vez Joaquín Auset, de cuya familia hablaremos en un próximo comentario.
Pascual Madoz, en su “Diccionario
Geográfico Estadístico Histórico de 1845-50”, menciona el molino de Campo y una
serrería “de cortar madera”, aneja al molino. También se instaló una turbina que produjo energía eléctrica para satisfacer las necesidades básicas de luz en el pueblo.
En el listado de las fincas rústicas y
urbanas de todos los pueblos del Partido Judicial de Boltaña del año 1860, se
señalaba que en Campo, que contaba entonces con 718 habitantes, estaba el
molino harinero de Pedro Aventín.
A principios del siglo XX la Compañía
de Fluído Eléctrico de Barcelona adquirió el molino, pero lo cerró.
Posteriormente se quemó y construyeron otro nuevo más moderno, que estaba
ubicado en otro lugar cerca de la carretera, que se conocía como el “molino
nuevo”. El nuevo molino funcionaba ya con fuerza eléctrica. Estaba administrado
por el Ayuntamiento que lo ofrecía en alquiler mediante subasta. También se
construyó una serrería. En el censo electoral del año 1910 encontramos a
Maximiliano Montoliu, de 36 años, de profesión molinero y que habitaba en el
molino. Se trata ya del molino nuevo. (Curiosamente, en el censo electoral de
1900 de Serraduy, hemos encontrado a otra persona con este apellido, Justo
Montoliu Puntarrón, de 45 años, que también era molinero).
Desde 1926 a 1936 el molino lo tuvo
alquilado Daniel Fuster Canales. Del 1 de enero de 1936 al 18 de julio del
mismo año, lo tenía en arriendo Joaquín de Mur. Durante la guerra, hubo un periodo
en el que fue colectivizado. Después de la guerra lo llevó Sebastián Longán y,
posteriormente, el señor Simón, de Murillo.
Sobre el funcionamiento del molino: el molino trituraba mediante el roce equilibrado de sus dos piedras, llamadas "muelas". Para avivar la rugosidad de la superficie de dichas muelas, el molinero tenía que "picarlas", lo que llevaba a cabo con dos clases de herramientas: el moliente y los peches. El primero es el que hacía las rayas de la piedra, disponiendo de una hoja de 12 centímetros de ancho, de acero especial. Para afilarlo no podía meterse en la fragua, había que hacerlo con afiladora de piedra y agua, a mano. La piqueta pesaba unos dos kilos y dejaba la piedra toda igualada; si la muela estaba recién picada, la harina salía demasiado fina, como si estuviera requemada, en este caso había que subir la muela, acción que recibía el nombre de "aliviar". La acción contraria, bajarla, se llamaba "aterrar". La piedra de arriba tenía movilidad, la de abajo estaba fija.
Entre las piedras usadas en el molino viejo y las del nuevo, había una gran diferencia. En el molino viejo eran de piedra natural, graníticas, muy resistentes. En el nuevo edificio se usaban piedras hechas de un conglomerado artificial muy duro y llevaban un arco para protegerlas.
(Fotos gentileza de Antonio Castel: nº 1, Molino Viejo. Nº 2 y nº 3: ruedas del Molino Viejo. Nº 5, ruedas del Molino Nuevo. Foto nº 4, "Campo de trigo" de Vincent Van Gogh. La información sobre el funcionamiento del molino está tomada del libro "Campo" de Antonio Castel).
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