El horno
Antonio Castel estuvo hablando con José Pallaruelo Salinas (para todos los que le conocíamos, Pepe Jacinta) sobre el horno que tenía su familia en Campo y sobre la profesión de panadero. Entresacamos alguna información.
Pepe le explicó a Antonio que él siempre había visto el horno en su casa. La primera que trabajó en él fue su abuela Jacinta, que fue la que le dio el nombre y a partir de ella siempre se conoció como el "horno Jacinta". Después fue su hija Elvira, la madre de Pepe, quien siguió con ese trabajo y la que les enseñó el oficio a él y a su hermano Jesús.
El trabajo en el horno comenzaba por cerner la harina en el cernedor, que venía a ser como un aventador, aunque un poco más grande. Mediante una manivela se hacía girar un tambor en el interior, que separaba la harina fina del salvado, y entonces quedaba apta para amasarse. Se ponía en unas arcas grandes la flor de la harina, agua, sal y levadura, y con todo esto hacían la masa. Una vez hecha, la tapaban para que fermentara o "subiera", como normalmente se decía.
Se elaboraban tres o cuatro tipos de pan, el más corriente era uno grande, que pesaba nada menos que tres kilos cada pieza. Después se hacía otro de dos moños en los extremos. También hacían barras largas y hasta unos panecillos pequeños, llamados bollos.
Transformada la masa en pan, se procedía a enfornarlo es decir, a ponerlo en el horno para cocerlo. La señora Jacinta controlaba el horno y, cuando veía el color rosado de los panes, sabía que era la señal de que se acercaba el momento de sacarlos. El horno se alimentaba con leña, y su padre se encargaba de traer buixos de la Garona en un carro, también añadían romero y leña en general.
Además, del pan hacían tortas maceradas. Para eso cogían un poco de masa de la que habían empleado para hacer el pan, y le añadían aceite y azúcar. Se amasaba nuevamente, se ponía al horno y salía una torta muy buena. Y tampoco faltaban los pastillos, que hacían de muchas clases: de tomate con sardinas, de bacalao, acelgas, espinacas y nueces. Todos muy buenos.
El horno era un lugar de encuentro para todos los vecinos del pueblo. Allí se hablaba de todo: del hijo que terminaría pronto de cumplir el servicio militar, del abuelo que a pesar de los años estaba muy fuerte; de la joven que pronto sería madre por segunda vez... En fín, era un rincón de convivencia, de reunión, donde se disfrutaba de una buena temperatura y de un "aroma" delicioso.
(Fuente: Antonio Castel Ballarín. Foto: Horno de Jacinta, gentileza de A. Castel Ballarín)
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