Un día de agosto
sin vacaciones
Aunque comprendo que este tema no
afecta de manera particular a Campo, sí que creo que ilustra un
poco lo que es la atareada vida de un "ama de casa a la vieja usanza", de las que
no tienen edad de jubilación ni vacaciones. De todos modos, como esta voluntaria (no cobra) abnegada se encuentra todavía en todas partes (aunque en peligro de extinción), pues podemos decir que también atañe a una parte de la población de Campo.
Barcelona. Agosto 2015. Me levanto
a las 7.45 y ya hace calor. Tomo el café. Riego un poco las flores de la
terraza. Miro mi correo en el ordenador. Recojo la ropa del tendedor. Arreglo mínimamente
el salón. Me ducho. Me preparo para la jornada.
9 horas: voy al supermercado.
Compro para los próximos días; pido que me lleven la compra a casa. La traerán
de 1 a 2.
Después del super voy a ver si encuentro en alguna tienda del barrio chanclas
para mi nieto, nº 27, que me han encargado. Finalmente topo con una tienda donde
tienen solo dos pares distintos de ese número. Dudo, elijo, pago y me voy.
Voy al zapatero a que me haga
unos ahujeritos en una lona. Delante de mi hay una cliente muy pelma que cuenta
y cuenta sus monedas para pagarle al zapatero los 1,70 euros que le debe. No
alcanza lo que tiene, así es que le dice que ya volverá a buscar los cordones
que le había comprado. Mientras tanto yo, sudando, dejo mi bolsa con las
chanclas en una repisa que hay en el mostrador… El zapatero me consulta, hace
lo que le he pedido, no me quiere cobrar nada, le doy las gracias y me marcho.
Voy al “chino” a comprar
servilletas de papel, etc. Llego a casa.
Bebo zumo de naranja, dejo el bolso, hablo con mi marido (justo para decir “ya
estoy de vuelta”) que está en el ordenador; me cambio de ropa y busco la bolsa
con las chanclas. No la encuentro. Hago varias inspecciones oculares por todos
los cuartos de la casa. Nada. De repente ¡idea! Me acuerdo que las he dejado en
el zapatero, en aquella repisa del mostrador. Hace mucho calor, pero me cambio
y salgo corriendo y volando a buscarlas. Demasiado tarde, ya no están. El
zapatero me dice que no ha visto ninguna bolsa, alguien se las habrá llevado.
Regreso a casa. Me cambio y hago alguna cosilla para poner orden, mientras
espero al repartidor del super.
Preparo la comida, comemos, limpio la cocina y me tumbo en la cama. Me quedo
dormida hasta las 4.30.
Me despierto sobresaltada,
preparo café para mi marido y para mi. Me cambio y salgo otra vez al zapatero a
ver si alguien (el ladrón/a) ha devuelto las chanclas. No, nadie ha traído
nada. Vuelvo a la zapatería de calzado infantil donde he comprado por la
mañana. Delante de mi hay una pareja con un niño y una niña, probándose todos los zapatos de la tienda. Además
de ellos, esperado su turno, hay una mamá con dos niños que no paran de
pelearse. Al cabo de unos 10 minutos, le digo (grito) a la dependienta “¡me han
robado!” y eso causa cierto revuelo, todos me miran de repente. Cuento
brevemente mi caso, la empleada se enternece, me va a buscar el otro par de
chanclas que le quedan y me cuela delante de todos sus clientes. Pago y salgo.
Voy a otro super y a una tienda especial de comestibles, a ver si encuentro
cajitas de cereales individuales para mi nieto que vendrá pasado mañana, si
Dios quiere. Los dependientes a los que pregunto me miran raro, se ve que hace
años que ya no existen… “¿se sigue
fabricando eso?” me preguntan con cara de asco.
De repente, ¿qué veo? En la última tienda que he entrado (buscando los cereales), un señor muy alto está metiendo botellas de cerveza en su mochila. Me mira y ve que le miro. Peligro, ¿qué hago? disimulo. Después, va al mostrador frigorífico y pilla algo sin identificar (por mi) y se lo pone también en la mochila. Sabe que le miro, aunque no me mire, y yo se que sabe que le miro, pero no me intimida ¡eso no se puede permitir! Voy al cajero para avisarle de que le están robando. Nada más empezar a hablar con él, el señor alto se acerca a nosotros ¡horror! ¿qué me dirá? Hay que actuar con cautela. Le pido al cajero si puede acompañarme un momento al mostrador de los cereales (que he visto que están detrás de una estantería y lejos del señor alto). El dependiente me sigue y le digo lo del hurto. Se ríe y dice que no me preocupe, que el señor alto es el encargado. Regresa a su puesto, y cuando llego yo a la caja lo encuentro allí contándoselo todo al susodicho señor alto, que hipócritamente me da las gracias por haber avisado al responsable. ¡Ojalá todo el mundo se comportara como Vd! me soltó halagador… Dirán lo que quieran, pero aunque fuera el encargado, aquello tenía todas las pintas de ser un robo.
De repente, ¿qué veo? En la última tienda que he entrado (buscando los cereales), un señor muy alto está metiendo botellas de cerveza en su mochila. Me mira y ve que le miro. Peligro, ¿qué hago? disimulo. Después, va al mostrador frigorífico y pilla algo sin identificar (por mi) y se lo pone también en la mochila. Sabe que le miro, aunque no me mire, y yo se que sabe que le miro, pero no me intimida ¡eso no se puede permitir! Voy al cajero para avisarle de que le están robando. Nada más empezar a hablar con él, el señor alto se acerca a nosotros ¡horror! ¿qué me dirá? Hay que actuar con cautela. Le pido al cajero si puede acompañarme un momento al mostrador de los cereales (que he visto que están detrás de una estantería y lejos del señor alto). El dependiente me sigue y le digo lo del hurto. Se ríe y dice que no me preocupe, que el señor alto es el encargado. Regresa a su puesto, y cuando llego yo a la caja lo encuentro allí contándoselo todo al susodicho señor alto, que hipócritamente me da las gracias por haber avisado al responsable. ¡Ojalá todo el mundo se comportara como Vd! me soltó halagador… Dirán lo que quieran, pero aunque fuera el encargado, aquello tenía todas las pintas de ser un robo.
Regreso a casa, no sin pasar por
la tienda de congelados para comprar alcachofas, que son más buenas que las del
super.
Al llegar a la portería, decido
ir al cuarto trastero, que está en el piso -1, para buscar la sillita del coche
que necesitará mi nieto. La cojo. Aprovecho para coger también una bolsa grande
que necesito y voy al ascensor. Me meto yo y mis cosas (congelados, sillita,
bolsas…) pero, ¡oh, no! La bolsa grande se queda enganchada en la puerta y no la puedo abrir. Intento sacarla estirándola, pero es
imposible. El ascensor ni sube, ni baja, está inmovilizado. Llamo con el
botón de alarma para ver si me oye el portero (que no he visto al llegar) pero
nadie responde. No quedan vecinos en la casa, casi todos están de vacaciones.
Respiro, lo más tranquilamente posible y procuro pensar lo más razonablemente
posible, sin dramatizar, cosas frívolas tipo "¡si al menos hubiera pillado el otro ascensor que tiene
espejo!" Oigo ruidos y me pongo a gritar, primero con volumen de voz normal ¡ascensor! ¡aquí, ayuda! después, a todo pulmón ¡ASCENSOR! POR FAVOR, ¡NO PUEDO SALIR! El
esperado portero viene y me salva. Llego a casa sudando, voy a contarle todo lo
que me ha pasado a mi marido pero, antes de empezar a hablarle, sentado delante
de su ordenador, con los ojos fijos en la pantalla, me dice “¡Ah! te estaba
esperando para que me bajaras un poco más el aire acondicionado…”.
Lo suyo sí que son VACACIONES.
Afortunadamente los hombre de ahora ya NO somos así.
ResponderEliminarUn saludo!
Para. Un día como éste, mejor quedarse en la cama, no.
ResponderEliminarPara. Un día como éste, mejor quedarse en la cama, no.
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