Publicado en LA CRÓNICA de Huesca, el 9 de Septiembre de 1891
Del Correo Catalán: "CAPTURA IMPORTANTE"
Bajo este título, El Noticiero de anoche refiere lo siguiente, sobre el hecho ocurrido el día 23 del pasado Agosto, en que penetraron cinco hombres armados con trabucos y enmascarados en la iglesia del pueblo de Abella (Huesca), en ocasión en que se celebraba la misa y se hallaba el templo lleno de fieles, intimándoles los ladrones a que se echaran al suelo, amenazando con pena de la vida al que así no lo hiciera.
Uno de los bandidos cerró la puerta, quedándose vigilando en la parte exterior, mientras otros dos se ocupaban en atar fuertemente a los hombres, que serían 15 ó 16. Dirigiéronse después al altar mayor, y pronunciando horribles blasfemias arrojaron al suelo al sacerdote, que cayó junto con el cáliz, la patena y las Fornas sagradas. Le despojaron de la casulla y, revestido todavía con los hábitos de celebrar, le obligaron a salir a la calle a empellones y puntapiés.
Uno de aquellos malvados quedóse custodiando a los de la iglesia, otro rondando las calles para evitar ser sorprendidos y los tres restantes con el sacerdote, a quien llevaron a su casa.
Al penetrar en ella intentó fugarse el eclesiástico, pero fue detenido por el bandolero que vigilaba las calles del pueblo, siendo conducido de nuevo a su casa, donde los bandidos le maltrataron bárbaramente, exigiéndole 15.000 duros.
Manifestó la víctima que no tenía aquella cantidad, y los malhechores, entre golpes y amenazas, le obligaron a que les entregase unos 500 duros en monedas de oro y un saquito de cuero lleno de monedas de plata.
No saciada la codicia de aquellos malvados, y en vista de que el buen sacerdote no les daba más, pretestando que nada le quedaba, uno de ellos volvió a la iglesia y, dirigiéndose directamente a la propietaria de la casa donde habitaba el cura, la obligó a seguirle.
Llegaron a la casa en el momento en que uno de los forajidos se disponía a degollar al sacerdote, lo que impidió la pobre mujer deteniéndole el brazo y ofreciendo darles cuanto tuviera.
No saciada la codicia de aquellos malvados, y en vista de que el buen sacerdote no les daba más, pretestando que nada le quedaba, uno de ellos volvió a la iglesia y, dirigiéndose directamente a la propietaria de la casa donde habitaba el cura, la obligó a seguirle.
Llegaron a la casa en el momento en que uno de los forajidos se disponía a degollar al sacerdote, lo que impidió la pobre mujer deteniéndole el brazo y ofreciendo darles cuanto tuviera.
Ante esta promesa se detuvieron los bandidos y la dueña de la casa, haciendo tiempo y sacando de diversos armarios monedas de oro, les entregó hasta unos 200 duros, manifestando que no le quedaba nada más.
Los bandidos reanudaron las amenazas y se disponían de nuevo a matar al cura y a la propietaria, en vista de lo cual, ésta les entregó las llaves de todos los cofres y armarios de la casa.
Mientras aquellos estaban verificando el registro, oyéronse grandes voces y un disparo, al tiempo que los que vigilaban la calle y la iglesia daban la voz de alarma a sus compañeros.
Dichas voces eran dadas por los vecinos del inmediato pueblo de Espés que, enterados de lo que ocurría por una niña de corta edad que había logrado escapar al tiempo de entrar en la iglesia los forajidos, acudían en socorro de sus convecinos.
Los bandidos huyeron, internándose en un bosque próximo, mientras los vecinos de Espés, creyendo que habrían cometido algún crimen, inspeccionaban las casas, descuidando la persecución de los forajidos.
(continuará)
Los bandidos reanudaron las amenazas y se disponían de nuevo a matar al cura y a la propietaria, en vista de lo cual, ésta les entregó las llaves de todos los cofres y armarios de la casa.
Mientras aquellos estaban verificando el registro, oyéronse grandes voces y un disparo, al tiempo que los que vigilaban la calle y la iglesia daban la voz de alarma a sus compañeros.
Dichas voces eran dadas por los vecinos del inmediato pueblo de Espés que, enterados de lo que ocurría por una niña de corta edad que había logrado escapar al tiempo de entrar en la iglesia los forajidos, acudían en socorro de sus convecinos.
Los bandidos huyeron, internándose en un bosque próximo, mientras los vecinos de Espés, creyendo que habrían cometido algún crimen, inspeccionaban las casas, descuidando la persecución de los forajidos.
(continuará)
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