miércoles, 16 de enero de 2019

El día del mondongo


Recuerdos en blanco y negro

Pasadas las Navidades, en esta época del año, prácticamente todas las familias de Campo procedían a la matanza del cerdo. Para no herir sensibilidades, nos saltaremos todo lo relacionado con la matanza propiamente dicha, y pasaremos a recordar todo el provecho que se le sacaba a este acontecimiento, porque, hay que decir que todo ello no se hacía por el placer de ver sufrir a un animal, sino porque era un medio de subsistencia para las familias.
La primera ventaja que presentaba la crianza del cerdo era que no costaba mucho, pues con poca cosa se alimentaba, ya que se aprovechaban los despojos de la comida del hogar y se le hervían remolachas, coles, patatas. Un mes antes de su sacrificio se les daba alimentación especial, para engordarlos: bellotas, maíz...
El día "D" toda la casa estaba en ebullición. Más que nunca, había una separación bien específica entre el trabajo de los hombres y el de las mujeres. Los hombres eran los encargados de la limpieza y despiece del animal, una vez hecho lo otro... Para combatir el frío y el cansancio se iban tomando traguitos de anís o vino. A la hora de comer, se reunían todos los varones que habían participado en la faena, además de los anfitriones y sus  parientes. La comida era abundante, con una larguísima sobremesa. Después del postre, café y tertulia, los expertos terminaban el trabajo.
Las mujeres trabajaban todo el día, primero para atender a los hombres y, al mismo tiempo, preparando todos los utensilios necesarios en la cocina. Allí se instalaba la máquina para triturar la carne, con la que se harían longanizas, chorizos, salchichones. Se preparaban los calderos para cocer las tortetas y las morcillas, se  tenían a mano las especias, cordeles, trapos, etc. Las cocinas estaban repletas de mujeres con delantales que trabajaban, comían, contaban chistes y se reían. El trabajo duraría también el día siguiente. 
Los niños disfrutaban del jolgorio, por la mañana con las "aldiagas" traídas del monte, después con los juegos que se repetían año tras año, utilizando algunas partes del cerdo: la vejiga, las tabas, etc. También eran víctimas de bromas tradicionales, como la que le hacían al más pequeño de todos, cuando le mandaban a casa de alguien para que pidiera prestado el molde de hacer tortetas... (¡que no existía!). La gente seguía la broma, y solían dar respuestas variopintas a la petición del niño, tipo "L'estoy fen servi ahora, ya tol llevaré després" o "¿tan chiquinín tel fan lleva? tu solo no podrás, que venga un mocet mes gran, que ixe molde pesa  mucho".
Lo más gratificante para los críos era el momento en el que tenían que llevar, en un platito tapado con un paño, alguna ofrenda a parientes, vecinos y necesitados... aquellos platos nunca volvían de vacío, pues a cambio de alguna torteta, unas rodajas de lomo o lo que se les había llevado, venían con alguna fruta, unos orejones, nueces o hasta caramelos.     
El mondongo era un trabajo duro, pero también una fiesta, porque aportaba mucha tranquilidad a la economía familiar.
Fotografías cedidas amablemente por Antonio Ballarín Castel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario