martes, 22 de abril de 2025

ROMERÍA

 y el lunes de Pascua, en Campo se va de romería a 

SAN BLASCUTO.



domingo, 20 de abril de 2025

¡Aleluya!

 Un año más, en Campo




Fotos de Mari Carmen Longán


sábado, 19 de abril de 2025

Y ANTES DE LA PROCESIÓN...

 

LA PREPARACIÓN








Una seguidora del blog nos han hecho llegar estas fotos y algunas otras, y cuando le hemos preguntado quién es el autor/a nos ha confesado que no lo sabe, pues hay de Manolo Garanto, de Miguel Sesé y de Maribel Sesé... Confiamos en que, sea quien sea el autor, nos autorice a publicarlas, porque nos parecen  muy bonitas. ¡Gracias!   

La Procesión de Viernes Santo

 

Viernes, 18 de abril, 2025, a las 8 de la tarde. 
















Fotografías gentileza de Angel Huguet y Pilar Castillo






Novela por entregas. 8. Fín

  CAPÍTULO 8

FINAL DE UNA HISTORIA Y PRINCIPIO DE OTRA



Llegó el día siguiente. Alonso y mi padre ya se tuteaban porque eran casi de la misma edad, habían hecho el ejercicio de meterse uno en la piel del otro y se reconocían como personas cercanas. Se les veía contentos y animados cuando montaron en el Volkswagen negro de mi padre, para hacer la anunciada excusión. Mi madre les dio una bolsa con dos bocadillos para el viaje y una botella de agua. A pesar de este detalle del bocadillo, que era ya una tradición, la verdad es que no estaba muy contenta con esa repentina amistad entre los "chicos", y es que estaba un  poco celosa de que fueran ellos los protagonistas de la aventura, mientras ella tenía que mantenerse al margen, en la retaguardia.

Emprendieron el viaje y, una vez pasado Castejón de Sos, el coll de Fadas, curvas y más curvas, el túnel de Viella, etc. llegaron, por fin, al pie del monte donde estaba trabajando la cuadrilla de picadores. El encargado salió a recibirles  y le dijo a mi padre que pasada una hora, o más bien hora y media, se reunirían allí todos los trabajadores para "echar un bocao", así, mientras tanto, podrían comentar las dificultades que estaban encontrando con el transporte de la madera y alguna otra incidencia que se había presentado.


Mi padre le preguntó a Alonso si le venía bien esperar por allí mientras él atendía algunos asuntos de trabajo, y Alonso, que estaba disfrutando del paisaje, le dijo que se tomara todo el tiempo que quisiera y que por él no se preocupara, que era un privilegio estar allí.

Pasado el tiempo convenido, se fueron juntando en el llano todos los hombres que estaban trabajando. Un par de ellos parecían los responsables de la "cocina" y encendieron un buen fuego, sobre un lugar preparado, en el que instalaron una gran parrilla. Enseguida cortaron tomates, cebolla, aceitunas e hicieron una ensalada. Sacaron de una fiambrera huevos duros pelados, cortaron pan, pusieron la carne a asar y llenaron de vino un par de porrones, y enseguida se creo un ambiente festivo, a pesar del cansancio que aquellos hombres llevaban acumulado, pues se habían levantado muy pronto por la mañana.

- ¿Estamos todos? - preguntó el responsable del grupo. 

- ¡¡Sí!! - contestaron a coro unas cuantas voces.

- ¡Pues a comer! -gritó un espontáneo.

- Bueno, espera... Falta Iñaki -dijo alguien.

Al oír ese nombre, Alonso cambió de cara y sin saber por qué, se puso de pie, alerta. Mi padre le dijo:

- Tranquilo, Alonso, ahora llegará.

Y, al cabo de unos minutos que al pobre Alonso se le hicieron interminables, allí apareció un chico joven, alto, con un aire tímido y unos ojos muy abiertos, como interrogando y buscando respuestas. Mientras miraba fijamente a Alonso, que es el que las tenía, intentaba adivinar en su actitud alguna predisposición al perdón o a la condena. Oyó una voz que le interrogaba:

- ¿No vas a saludar a tu padre? 

El chico esperó inmóvil alguna señal, que le llegó finalmente, cuando su padre le extendió los brazos. Y se fundieron en un abrazo, que concentraba todos aquellos otros que habían dejado de darse en los últimos años.  

Cómo se llegó a este desenlace, fue consecuencia de un encaje de circunstancias, en las que como suele pasar frecuentemente, las personas, más que por voluntad propia, parece que actuamos como  muñecos teledirigidos, movidos por hilos invisibles.

El hecho fue que mi padre, aquél verano del 52, había comprado una partida de madera allí en el Valle. Como se hacía habitualmente, había contactado con unos profesionales que se encargaban de la tala y saca de la madera adjudicada. En esta ocasión, los trabajadores eran vascos y se instalaron en una chabola que ellos mismos construyeron en el monte. Con este grupo estaba Iñaki, que pensó que allí no le vendría a buscar nadie. Pero esa confianza le hizo obviar algo que acabó delatándole: su nombre, que era muy común en su tierra no lo era tanto lejos de allí. Cuando mi padre tuvo el primer contacto con el encargado de los picadores y le dio el nombre de los que formaban la plantilla, tuvo un sobresalto al ver el nombre de Iñaki, pero después pensó que no sería él, porque no reconoció el apellido, ya que había utilizado el de su madre.

Pero tras los acontecimientos de los últimos días, mi padre decidió hacer sus averiguaciones y habló con el encargado que le había contratado, que le informó de la edad del chico, dónde lo había conocido, que sabía de él...  

Al llegar esa mañana al monte, después de dejar a Alonso disfrutando del paisaje, fue a localizar al tal Iñaki. Efectivamente, lo vio a lo lejos y enseguida reconoció en él al joven al que le había dado trabajo en el serrería de Campo, hacía algunos años. Tuvieron una larga conversación y el chico le confesó que nunca había salido de España y que había pensado muchas veces en volver a casa, pero que sabía que había hecho mucho daño a la familia y tenía miedo de cómo reaccionaría su padre. A lo que el mío le respondió:

- Pues ¿cómo crees que va a reaccionar tu padre cuándo vea delante suyo al hijo que daba por perdido? ¡Pues dándole un abrazo! 

Y así fue. Un abrazo empapado de lágrimas. 

Para que fuera un final feliz, solo faltaba  la madre. ¡Pobre mujer! Ella ya no estaba. Cuántas veces lloró por las palabras que le dijo a su hijo, sabiendo el daño que le había ocasionado.  Pero pagó caro por ello, porque murió sin  volver a verlo, sin poder decirle que era él lo que más quería en el mundo. Su marido sí que lo sabía y, por eso, no lo dudo y salió a buscárselo para llevárselo, para que lo tuviera a su lado, pero también él lo perdió. ¡Cuánta tristeza! Pero, por otro lado, que fuerte es el ser humano, que sabe encontrar fuerzas para sobrevivir y olvidarse de las malas experiencias, aunque sea solo a ratos, y encontrar ilusiones nuevas, para ir viviendo.

FÍN


 

                 

martes, 15 de abril de 2025

Novela por entregas. 7

 

CAPÍTULO  7

Aclaraciones


Mi padre no habló de la conversación mantenida con el teniente Martínez con nadie, ni con mi madre, y al día siguiente, aunque estaba un poco nublado y corría un vientecillo fresco, se sentó en el sillón de la terraza para esperar al de la garrafita. A la hora acostumbrada, apareció por la carretera el susodicho, andando a buen ritmo.

- Buenos días, Daniel -saludó a mi padre familiarmente el Sr. Duarte- veo que es Vd. una persona de costumbres, aunque el tiempo no acompaña mucho para sentarse al aire libre, Vd. aquí está...

- Bueno -contestó mi padre- en caso de emergencia en dos pasos estoy a buen recaudo... Vd. lo tiene peor, que si le pilla el chaparrón por el camino, no va a encontrar dónde cobijarse ¿Le parece bien que nos tomemos un café mientras el tiempo decide qué quiere hacer esta mañana?

- Pues por mi, estupendo -respondió Alonso- se lo agradezco, porque, no se crea, muy convencido no estaba... -y mientras cruzaba la puerta de la valla no podía evitar echar una mirada escudriñadora al interior de la casa.

- Entremos -dijo mi padre- que estaremos más tranquilos.

- ¡Lola! -llamó a la chica desde el pasillo- ¡Cuando puedas tráenos un cafe!

Alonso entró en el despacho y se quedó sorprendido. En realidad, pensó, más que despacho debería llamarse biblioteca. Nada más entrar, en la pared sur de la estancia, había una estantería toda dedicada a los volúmenes del Espasa. Justo delante, había una pequeña mesa redonda con un tablero de ajedrez, donde cada noche mi padre resolvía la partida que se proponía en "La Vanguardia". Enfrente, en la pared norte, había una gran ventana y delante de ella la mesa de despacho,  con las sillas correspondientes. En la pared izquierda había una puerta que daba al exterior y la pared derecha estaba totalmente ocupada por una estantería de madera repleta de libros. Allí se encontraban todos los tomos de la Comedia Humana de Balzac, los clásicos rusos, ingleses, etc.

Mi padre, al observar el asombro de Alonso le dijo:

- Yo vivo en Campo, pero me gusta conocer otros mundos.

Mientra tanto, Lola había hecho sitio en la mesita pequeña de la estancia, donde estaba el tablero de ajedrez, y había dispuesto allí las tazas de café. Cuando ella se retiró, mi padre cerró la puerta de la estancia y, después de ofrecerle sitio a su invitado, se sentó él también.

Pasados unos minutos de silencio, en los que se notaba que mi padre sabía que le correspondía a él empezar la conversación, pero no estaba seguro por dónde, le dijo:

- Alonso, creo que ya nos conocíamos anteriormente. Podría quedarme con la sospecha y no decirle nada, pero creo que sería más constructivo para los dos hablar y sincerarnos. Si prefiere Vd. que me calle ahora mismo, yo respetaré su voluntad y aquí ponemos punto final.

- Pues le agradezco mucho su confianza. Llevo días no sabiendo cómo abordar el tema que me ha traído hasta aquí.... es demasiado importante para mi, me ha marcado la vida -le respondió Alonso.

- Pues vamos a empezar por el principio, si le parece... -le dijo mi padre. Lo primero que quiero decirle es que sé que Vd. estuvo en Campo anteriormente, y que le digo esto porque yo le vi.

Alonso se quedó como si hubiera recibido un impacto en la cabeza, le daba la sensación de que iba a caerse, aunque estaba sentado, y tenía la impresión de que, aunque quisiera hablar, no podría articular palabra alguna. Cuando pudo reaccionar, dijo:

- Y, ¿dónde me vio?

- Pues le vi desde aquí, desde mi casa, y Vd. estaba en la serrería que hay justamente detrás. Venga, Alonso -le  dijo mi padre-voy a enseñarle una cosa. Sígame. - Y después de salir  del despacho y dirigirse a las escaleras, subieron por ellas hasta el rellano, donde había una pequeña ventana. Mi padre le dijo:

- Mire, ¿qué ve allí fuera? ¿No le recuerda nada?

Alonso estaba impresionado, emocionado. Apenas tuvo fuerzas para decir:

- Así que esta es la famosa ventaneta... - dijo como para sí mismo- Me han hablado de ella. ¿No he de recordar el escenario que se ve abajo? Nunca lo olvidaré. Alguien me hizo llegar la información de que Iñaki, mi hijo, al que suponíamos viviendo en Francia, estaba trabajando aquí. No me lo pensé dos veces, hablé con dos amigos y les pedí que vinieran conmigo, para convencerle que volviera a casa. Aquella noche no encontramos a nadie en el pueblo,  ni vimos ningún coche, ni oímos nada, parecía que estábamos solos en el mundo, los dos amigos que me acompañaban y yo. Nos acercamos sigilosamente hasta aquí, hasta la serrería y justamente allí estaba trabajando mi hijo junto a otros dos hombres. Poco rato estuvimos, no llegaría a diez minutos.. Y Vd. ¿qué vió desde aquí? o ¿qué le pareció ver?   

.- Vamos al despacho, Alonso -respondió mi padre- Nos tomaremos un whisky y, si tiene ganas, me cuenta qué pasó realmente y yo le diré lo que vi.

- Antes -le señaló el visitante-  me tiene que decir si fue Vd. el que me denunció. Ya sabe que en esta vida de todo se entera uno, y a mi me llegó el rumor de que la Guardia Civil supo todo lo que había pasado porque se lo contaron los dueños de la casa. Unos dueños que me denunciaron, sí, pero que también acogieron y le dieron trabajo a mi hijo cuando lo necesitó.

- Pues así es -aseveró mi padre- Pero ahora le contaré cómo vi su visita a la sierra y Vd. me dirá si hice o no hice lo justo.

Y bajaron la escalera, se sentaron en el despacho y hablaron y hablaron Lo más difícil para Alonso fue explicar qué había hecho tan grave Iñaki para que su madre hubiera tenido que expulsarlo de casa.

- Si se cuenta ahora, dijo, parece una chiquillada, pero en aquél momento parecía el fin del mundo. Fue mi mujer, Teresa, la que resultó más involucrada. Todo vino porque cuando estalló la Guerra, con mi hijo poco más que adolescente, a mi mujer se le ocurrió marcharse con Iñaki al caserío de su padre, donde le pareció que estarían más seguros y no les faltaría de nada. Cuando ellos se instalaron allí,  vivía con su padre un hermano de Teresa, que debía tener veintitantos años. Pasó que este chico se casó con una muchachita de allí y que como Iñaki, que venía muy grandote y parecía mayor, no tenía mucho que hacer, pues empezó a tontear con su tía. Cuando se enteró el hermano de Teresa, llegaron a las manos y amenazó de muerte a nuestro hijo y viéndose Teresa incapaz de poner paz entre aquellos jóvenes decidió volver a casa. A Iñaki no le gustó esta solución y un día sin decir nada a nadie, se marchó. Por un amigo suyo supimos que se había ido a Francia. A su madre eso le costó la vida, murió de sufrimiento, por no saber nada de él. Yo tampoco supe nada más, nada. Hasta hace poco, que recibí un anónimo...

Y con lo que decía uno y añadía el otro, Alonso y mi padre fueron reconstruyendo los hechos en los que los dos estaban involucrados.

Finalmente, y después de intercambiarse información de todo tipo, sobre la familia, la situación política, la vida que les había tocado vivir, la que hubieran querido vivir, etc. mi padre le dijo a Alonso:


- Mañana tengo que ir al Valle de Arán, tengo una cuadrilla de picadores trabajando en el monte, ¿quieres venir conmigo?

- ¿A qué hora salimos? - respondió Alonso.

Y con esta frase, tomaban un camino, que todavía no sabían donde les conduciría.

Aquella noche mi padre puso al corriente a mamá de todo lo que había hablado con Alonso, porque, al final, siempre le contaba todo.


sábado, 12 de abril de 2025

Novela por entregas, 6

 

Capítulo 6

Resultado 1-0


Cuando se marchó el Sr. Duarte, mi padre se sintió un poco en la cuerda floja, no se reconocía a si mismo contándole su historia familiar a un desconocido, cuando de lo que se trataba era precisamente de que el desconocido se abriera un poco a él. ¿Qué había averiguado del hombre de la garrafita?  Pues nada. Ni de dónde era, ni dónde había vivido, nada de nada. Menos mal que en aquel momento sonó el teléfono del despacho y salió mi madre del interior de la casa con un mensaje para papá: el Teniente Martínez le anunciaba que por la tarde pasaría por casa un rato, por si quería echar una partidita de ajedrez.

Mi padre esperó con impaciencia la visita anunciada y, cuando llegó la hora y saludó a su compañero de juego, una vez dispuestas las fichas sobre el tablero, papá pasó directamente al tema que verdaderamente le interesaba.

- Antonio -le dijo- antes de empezar a jugar me gustaría hablarle de un asunto. La verdad es que no se trata de ningún hecho concreto, más bien creo yo que son como sospechas o manías que nos han entrado a mi mujer y a mi, y que nos tienen inquietos. No le pido que me diga nada que  no deba decirme, faltaría más, simplemente quisiera comentarle algo sobre un señor que está alojado en Campo ya hace tres o cuatro días y que nos parece que tiene un comportamiento extraño. Tenemos la sensación de que tiene mucho interés en conocernos, que nos ronda demasiado... Dicho así suena más raro todavía, pero...

- Vd. se refiere al Sr. Alonso Duarte, ¿verdad? -le interrumpió el teniente.

-  ¡Sí! -exclamó mi padre. -No me asuste ¿Qué es lo que está pasando?

- No estoy violando ningún secreto si le cuento lo que le voy a contar, pero le pido que, de momento, no lo comente con nadie, no hagamos una montaña de un grano de arena.

- Ya sabe que tiene mi palabra - añadió mi padre.

- Cuando me llevaron los de la Fonda el carnet de identidad  del nuevo huésped al Cuartel, -añadió el Teniente- hice mis averiguaciones, pues el nombre me sonaba mucho. Y con razón pues el tal Alonso ha pasado dos años en la cárcel. Si eso le sorprende -continuó diciendo  el Teniente, al ver la cara que se le había puesto a mi padre- todavía se asombrará más cuando le diga el motivo.

Mi padre le interrogaba con sus ojos grises.

- Bueno -continuó el Teniente- pues parece ser, que el tal Alonso fue el protagonista de aquél incidente que tuvo lugar aquí en esta serrería. No se si entonces ya estaba Vd. trabajando aquí o si estaba su hermano. ¿Recuerda lo que pasó? Una noche llegaron unos hombres armados y apuntaron a dos de los trabajadores del turno de noche, obligándoles a tumbarse en el suelo, mientras se llevaban a un tercero. No hubo ningún tipo de daño físico. Montaron en el coche que habían traído, llevándose al joven trabajador y se sabe que al llegar a Santaliestra ya los paró un destacamento de la Guardia Civil y los cogieron presos. Después de horas de interrogatorio, ya en Graus, se dedujo que el jefe de los hombres armados era el padre del joven secuestrado, al que inmediatamente soltaron. Al cabo de un par de días, liberaron a los otros dos asaltantes y al único que continuaba preso, que era el padre, se lo llevaron a Zaragoza. Las circunstancias de este caso no las conozco, lo que si recuerdo es que me contaron que el hijo, en cuanto se vio libre se escapó a Francia y ya no se supo más de él. Por otra parte, en el pueblo nadie vio nada, ni se enteró de nada aquella noche. 

Mi padre agarró una ficha de ajedrez con su mano, sin intención de empezar la partida, simplemente por hacer algo, por concentrarse en alguna cosa, pero tuvo que soltarla y dejarla al lado del tablero, porque no podía controlar el temblor que le sacudía todo el cuerpo. Entonces le dijo al Teniente:

- Yo le puedo contar más detalles de esta historia. Si pudiera, me gustaría que quedara entre nosotros. Y llevando sus pensamientos a otro escenario y otro tiempo, le contó:

- De aquél día que vinieron a llevarse al chico que trabajaba aquí, no me olvidaré nunca. Viví aquél incidente en primera persona. - Hizo una pausa y continuó:

- Yo había ido por unos asuntos de trabajo a Barbastro. Cuando volví a casa, un poco más pronto de lo previsto, estaba lloviendo y la familia estaba en el pueblo. Decidí dejar el coche dentro del garaje y mientras bajé a abrir la puerta, me pareció ver una tenue luz en la carpintería. No me extrañó, porque pensé que sería la pareja de la Guardia Civil que salía a hacer la ronda y que, cuando hacía mal tiempo, se guarnecía allí. Y es que en un rincón de la nave los obreros habían instalado un fogón y los días de frío o a las horas de la comida, se acercaban para calentarse un poco  o para calentar las fiambreras que traían de sus casas, sobre todo los que venían de algún pueblo cercano. También tenían mucho éxito los anchos bancos que habían dispuesto alrededor del fogón, en los que, si no había mucha concurrencia, se podían tumbar un rato. 

Una vez ya con el coche en el garaje, estaba abriendo la puerta de la entrada de casa y justo cuando iba a dar la luz, vi como se apagaba la luz de la carpintería, mientras que un coche, que debía estar a cuatrocientos o quinientos metros de distancia, se acercaba lentamente y a obscuras. 

Me metí rápidamente en casa -continuó narrando mi padre- sin dar la luz, y me acerqué como pude a una ventana de la fachada, desde donde pensaba ver pasar el automóvil carretera abajo. Pero me equivoqué. Para sorpresa mía el coche, nada más pasar la casa, giró a la derecha y se fue acercando muy poco a poco a la serrería que estaba justo detrás, adosada a ella.

Como desde aquella ventana de la salita ya no podía ver nada de lo que estaba pasando, busqué en el bolsillo del pantalón una pequeña linterna que siempre llevo conmigo, pues, desgraciadamente, los cortes de electricidad eran y aún son frecuentes. Fui rápidamente a las escaleras y subí hasta el primer y único rellano, donde había una pequeña ventana desde la que se podía ver lo que pasaba en la serrería. Esta ventanuca había sido construída originalmente en la pared medianera, y al adosar el edificio de la sierra, había quedado prácticamente camuflada entre las vigas de madera que sujetaban el techo de la nave industrial.

Estaba allí intentando encontrar el ángulo de visión adecuado, cuando oí la voz de Lola, la chica que teníamos en casa, que me decía desde lo alto de la escalera:

- ¡Sr. Daniel! ¡Sr. Daniel! ¿Está Vd. ahí?

- Sí -le respondí- No enciendas a luz. Tienes que hacer una cosa, Lola. Ves a la carpintería, donde está la pareja de la Guardia Civil, y  diles que unos hombres han llegado con un coche y están atacando a los que estaban trabajando en la sierra. 

Hice una pequeña pausa para mirar lo que estaba pasando allí abajo y después, mientras le iluminaba un poco la escalera a la chica, continué diciéndole:

- Diles que estaban trabajando tres serradores y que han venido a atacarles tres personas. Van armados. Sal por la puerta principal, que no te vean. Sobre todo, no hagas ruido y quédate allí en la carpintería lo más escondida posible, hasta que esto se acabe.

- No se preocupe. Voy. - Contestó ella.

- Una vez que ya salió, me puse a mirar la escena que se estaba desarrollando delante de mi - continuó explicando mi padre. - De los tres hombre intrusos, dos estaban encañonando a dos de los trabajadores, que estaban tumbados en el suelo. El tercer agresor, también llevaba un arma en la mano, pero gesticulaba tanto que no se podía decir dónde apuntaba exactamente. Hablaba con el más joven de los trabajadores y, aunque no se entendía lo que le estaba diciendo, sí que parecía evidente que le estaba amenazando. El chico no contestaba nada y procuraba esquivarle la mirada. Al cabo de unos minutos, hubo un cambio en la escena. Los tres atacantes se fueron replegando hacia el automóvil que habían traído, mientras parecía evidente que les decía a los dos hombres que continuaban tumbados sobre el suelo, que no se movieran. El hombre que hablaba con el más joven le hizo subir al coche, al asiento de atrás, mientras él se instalaba en el asiento del conductor. Los otros dos hombres, se colocaron uno a cada lado del joven.

- Una vez que el coche arrancó, dando unos acelerones, se puso en marcha a toda velocidad,  ya con las luces largas y desaparecieron carretera abajo- mi padre continuaba su relato-. Los hombres que estaban tumbados en el suelo vinieron corriendo a casa. También apareció en aquél momento Lola. Les dimos una copa de coñac para  que se repusieran del susto y nos contaron su versión de los hechos. Parece ser, nos dijeron, que el "jefe" del grupo era el padre del chico y quería que el joven volviera a su casa. Su madre  estaba muy enferma y lo quería ver.

Mientras estaban narrando su versión de lo acontecido, se presentó allí la pareja de la Guardia Civil, que trataron de transmitir calma y nos dijeron que no nos preocupáramos más de esa gente, porque les estaban esperando en Santaliestra y seguro que no volverían por Campo.

Llegado a este punto, mi padre necesitó reponer fuerzas y hubo un silencio prolongado. Después continuó.

- Lo que hoy le puedo asegurar, es que el padre que se llevó  a la fuerza a su hijo, era el tal Alonso. Me ha costado darme cuenta, pues ha engordado un poco y ha envejecido bastante, seguramente más por las penas que por el tiempo. Además, tampoco es que lo viera tanto rato... El no me ha podido reconocer porque nunca me había visto, pero ¿qué le habrá hecho volver hasta aquí? ¿Qué busca? ¿Habrá tenido alguna información de que le denunció alguien de esta casa y ha venido para vengarse?

El teniente tampoco contestó enseguida, antes de hablar le dio unas cuantas vueltas por la cabeza a lo que quería decir, y, finalmente, dijo:

- Creo que lo más conveniente es que yo me mantenga al margen de este caso. El ya ha cumplido con la Justicia lo que debía y si quiere indagar algo, está en su derecho. Yo le recomendaría que hablara con él, que se sinceraran, creo que es una persona razonable y podrán entenderse. Si se presenta cualquier problema, Vd. me llama ¿de acuerdo? Y la partida ya la haremos otro día, que no le veo muy concentrado en álfiles y caballos...