(Tomateras del huerto del "Hotel Cotiella")
Hace unos años, apenas acabadas las fiestas de agosto se daba por terminado el verano y se empezaba a preparar la casa para los meses del invierno. Entonces, se recogían los frutos de los huertos y de los árboles para aprovisionar la despensa, aunque algunos de ellos necesitaban preparación previa para poder conservarse.
Por cierto, que el lugar donde su guardaban estas provisiones no siempre recibía el nombre de "despensa". La denominación que se le daba variaba bastante, dependiendo no sólo del tipo de estancia, sino, incluso de la costumbre y uso de cada casa. Se solía llamar "bodega" a un cuartet obscuro y más bien húmedo (solían estar en la planta baja o semisótano) que, además de servir para guardar algún tonel de vino, era el sitio donde se almacenaban las patatas, el aceite, el vinagre, etc. Se utilizaba el nombre de reposte o "granero" para denominar una estancia, casi siempre orientada al norte y bien aireada, que solía estar en la planta alta junto a las habitaciones y era allí donde se depositaban los frutos atados en racimos y colgados del techo (uvas, peras, manzanas), la insundia, las longanizas, el jabón, los botes de conserva, las nueces, las olivas, los ajos, en fin, todas las reservas de la casa.
Sea cual fuera el lugar y denominación utilizados como despensa, una de las provisiones que no podía faltar en ningún hogar era el tomate embotellado, ya que era imprescindible en todos los sofritos y en muchos guisos. Aprovechando el momento de mayor abundancia de ellos, a finales de agosto o en septiembre, se procedía a preparar la conserva, hirviéndolos (entonces se utilizaba un conservante llamado "tomatol", que actualmente está prohibido) y pasando después la pulpa obtenida a las botellas y botes de cristal esterilizados.
Se barajaron y probaron varias opciones para intentar solucionar el problema, desde las más inócuas, como hacerle poner a remojo la mano, la botella y el embudo en agua con sal o con vinagre, hasta otras "soluciones" más drásticas como la de pedirle a mi pobre madre que pegara un buen porrazo sobre cualquier cosa con la mano "embotellada", para ver si acabábamos de una vez con aquella situación que parecía sin salida (de dedo)...
Cómo añoro las meriendas que me daba mi abuelita!
ResponderEliminarHola a todos: acabo de ver que este blog ya tiene 20 seguidores. Considerando que no he conseguido convencer a nadie de la familia (mi marido se inscribió voluntariamente...)de que se registre, pues, la verdad, nunca me hubiera podido imaginar que fuérais tantos los que os animárais a apuntaros. Me parece un sueño. ¡Gracias por vuestra compañía!
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