jueves, 31 de diciembre de 2020

Feliz 2021

 




Para felicitar el Nuevo Año




 Las “llulletas”


Cuando el Papá Noel todavía no pasaba por Campo, y los Reyes Magos llegaban con una carga de regalos muy muy ligera, porque entonces no eran tiempos de grandes abundancias, había un día durante las fiestas navideñas en las que casi todos los niños del pueblo recibían algún obsequio: era el día de Año Nuevo. 

Efectivamente, ese día, antes de la misa se iba a casa de los padrinos de bautismo para felicitarles el nuevo año, y la madrina, para agradecer la visita, le regalaba a su ahijado o ahijada unas llulletas. Normalmente, éstas consistían en frutas, como castañas, naranjas, manzanas o mandarinas y, eventualmente, algunos dulces, como chocolate, turrón, peladillas o unos caramelos. Había algunos niños que recibían también alguna zarpadeta de orejones o higos secos de casa. Ni que decir tiene que los niños se lo comían todo el mismo día. Dependiendo de las casas y de las posibilidades de cada madrina, éstas ofrecían a sus ahijados los obsequios, más o menos abundantes y mejor o peor presentados. Había algunas que se limitaban a poner las llulletas en los bolsillos de los pantalones o en los del abrigo de las criaturas, pero no faltaban otras que las presentaban en un canastico o una cestica primorosamente preparados para la ocasión, con su pañito de ganchillo o bordado. Es curioso pensar que, al fin y al cabo, los niños de Campo disfrutábamos con lo mismo que lo hacían los del Norte de Europa: con naranjas y dulces. A los holandeses, belgas y alemanes, era San Nicolás quien les repartía (y reparte) las frutas y las golosinas, mientras que en Campo era la madrina quien las regalaba. Ambas fiestas eran muy diferentes, pero lo que ilusionaba a los niños era lo mismo... Y como los buenos momentos hay que procurar repetirlos, aquí queda el dicho:

 “Llulletas de cabo de año... ¡de hoy en un año!”



lunes, 28 de diciembre de 2020

Más nieve

 

¡Y VIENE MÁS NIEVE!













Mil gracias a Maribel, Carmen, Roberto, Miguel, Jaime, Alberto y Pilar, que nos dejan compartir sus fotos con todos nuestros seguidores. Un abrazo a todos.  


jueves, 24 de diciembre de 2020

Esta noche es Nochebuena


¡Y mañana NAVIDAD!










Gracias de todo corazón por las fotos a Pili Ballarín, Jaime Mur y Celia Miranda. ¡Gracias!



lunes, 21 de diciembre de 2020

Felicitación


Joaquín Canales Pallarés

¿No notas nada especial cuando miras este dibujo? Sí, seguro que te pasa como a mi, que cuando lo contemplo siento el calorcillo de la fogata en las mejillas y me sube muchos grados la temperatura del  cuerpo.
Además de envolverte a ti y a mi, esa atmósfera cálida y festiva aún se va más lejos, tan lejos como haga falta, para estar allí donde se encuentre alguien de Campo. No importa que haya restricciones de movilidad perimetrales en el municipio o en la comarca:  los recuerdos que a todos nos trae el humo de estos torcidos troncos quemándose, atraviesan barreras, controles y perímetros de seguridad. Y hasta oímos, junto al crepitar de las llamas, las voces de los que amamos. 
Sin limitaciones en el número de familiares y allegados, la luz de la hoguera nos ilumina por dentro, y en el reflejo de las llamas nos encontramos, otra vez, juntos, todos los de Campo, el PUEBLO ENTERO.
(Eso sí, Joaquín les ha puesto mascarillas a los personajes de su bonito dibujo, por si acaso...).





viernes, 18 de diciembre de 2020

Aquellas Navidades


De hace solo unos años…



Hoy vamos a recordar las Navidades de los años 60, al fin y al cabo también forman parte de la historia (con minúscula) reciente del pueblo. Y contaré cómo la vivíamos nosotros, en casa, que es lo que sé.
Para la cena de Nochebuena nos reuníamos toda la familia y también aquellos amigos que estaban solos y no tenían con quien estar. Como el comedor de mi casa era más bien pequeño y los comensales numerosos, no había sitio para el árbol de Navidad, así es que mi madre, mujer ingeniosa donde las haya habido, ideó una decoración muy especial, espectacular y funcional. 
La lámpara del comedor era de madera, con seis u ocho brazos, no me acuerdo. De cada brazo salían dos o tres cintas de espumillón de colores que iban dirigidas cada una de ellas a un plato, encima del cual, y atado por la susodicha cinta, había un regalo. Antes de la cena, todos a la vez abríamos nuestro regalo, con gritos y aspavientos mostrándonos lo más felices posibles, aunque, Dios lo sabe, aquellos regalos no  eran un gran qué, y es que el Papá Noel se abastecía en el pueblo, y no había mucho surtido donde elegir; una botella de anís El Mono para yayo Daniel, una baraja española para yayo Juan, una botellita de colonia por aquí, unos pañuelos por allá...
Después cenábamos lo que había preparado mi madre, nada especialmente navideño, porque a mi padre no le gustaba ni el cardo (que era lo típico) ni el pescado al horno, así es que tomábamos sopa, cordero con acompañamiento, etc. y los turrones, orejones, almendras y nueces de rigor, con el vinito dulce.
A las doce menos cuarto de la noche, los jóvenes de la familia nos abrigábamos bien y nos íbamos a la misa del Gallo. Y al salir de la misa, después de haber adorado al Niño y cantado el "Ro mi niño, ro", "Entre las tablas la nieve caía",  etc. pues nos acercábamos por casa para dar un beso a los padres y demás familiares y amigos que seguían en animada tertulia. Luego, íbamos a la plaza a calentarnos a la fogata, y a reírnos de cualquier cosa con los amigos. 
El día de Navidad volvíamos a ir a misa, porque era muy bonita y además así podíamos comulgar (con la cena de Nochebuena no habíamos respetado el ayuno necesario para poder comulgar en la misa del Gallo). Además, todo hay que decirlo, era buen momento para arreglarse lo mejor posible, ver a "todo el mundo" y disfrutar del ambiente festivo.
A continuación se iba a tomar el vermut con los amigos y después se hacía la comida con la familia. La sobremesa no era muy larga, porque creo que era a las 5 cuando comenzaba la sesión de cine, y había que llegar pronto para pillar buen sitio. De eso nos encargábamos la "juventud" de la casa, pues éramos los primeros en llegar, apoderarnos de las butacas que estaban libres, sentarnos y repartir prendas de abrigo a diestro y siniestro sobre los asientos, para que se supiera que estaban reservados y esperar allí, defendiendo la posesión, hasta que llegaran nuestros padres, tíos, etc. que se acomodaban mientras salíamos pitando a coger sitio para nosotros, en los bancos de madera que estaban delante de todo...  No era una operación fácil. ¿Cuál era el criterio que se tenía en consideración para saber si habíamos hecho bien nuestro encargo? desde luego, no era si las butacas estaban cerca o lejos de la pantalla o del altavoz del sonido, o en medio o al principio de la fila, sino que lo que se valoraba era la distancia que había entre el asiento y la estufa, pues solo había una para todo el local (pero que una! ¡parecía una locomotora!) y la felicidad de aquella tarde podía depender de si te llegaba su cálido aliento o no.

Terminada la película, y mientras los responsables del cine retiraban las butacas de madera y preparaban la pista de baile, nosotros íbamos a toda velocidad a casa a merendar, darnos un retoque y a volver al salón, donde empezaba la sesión de baile con orquesta, hasta la hora de cenar. Luego, se repetía la jugada: casa, cena, retoque y vuelta al baile, hasta las 2 ó las 3 de la mañana, pues nos marchábamos prácticamente todas las amigas juntas, lo más tarde posible.
¡Cómo se añora aquél buen ambiente y aquella animación, compartiendo todos aquellos buenos momentos en familia!   
En medio de tanto jolgorio y fiesta, la gente de Campo no olvidaba a los vecinos que no tenían muchos motivos de celebración y, con discreción y generosidad, se establecía un tráfico de platos con algunos canelones, un poco de gallina, tres o cuatro huevos, algún dulce hecho en casa, una botellita de vino rancio, etc. que eran recibidos con reconocimiento y cariño por los que lo necesitaban, con el mismo afecto que se les había ofrecido. Costumbres de pueblo. 


martes, 15 de diciembre de 2020

Atado y bien atado

 

TODO PREVISTO 


El abogado de los campesinos. Breugel el Joven


Vamos a transcribir un documento notarial de 1633. Nos parece curioso. Básicamente se trata de esto: una pareja contrae matrimonio y una de las clausulas de sus capitulaciones matrimoniales establece que si el matrimonio se deshace, el novio podrá recuperar en los plazos y modos fijados en dicho documento, lo que ha aportado en concepto de dote. Como la joven esposa fallece, su marido pide lo que le corresponde, la devolución de lo que ha aportado.

"Que yo, Juan de Cera, vecino del lugar de Navarri, así como Procurador legítimo que soy de Pedro de Cera, mi hijo, mediante poder constituido para el infraescrito de hacer y otorgar por Antonio Torrente de Campo, recibido y testificado en el lugar de Campo, en un día del mes de octubre del año próximo pasado, en dicho nombre, procurados por ciertos justos respetos a mi bien vistos, DIGO Y ME PLACE QUE:

Casa del Torrueco. Nocellas."Despoblados de Aragón"

Atendiendo y considerando que dicho mi principal contrajo matrimonio con Jerónima Bardaxín habitante en la casa de Torrueco,  como consta por capítulos matrimoniales, y haber ofrecido en socorro de su matrimonio pagar mil y seiscientos sueldos jaqueses, los cuales de separarse dicho matrimonio podríalos recobrarlos, de separado el matrimonio y como dicha Jerónima de Bardaxín murió, alegado el caso de la cobranza, POR TANTO

Digo en dicho nombre, que dichos mil y seis cientos sueldos sean tenidos y obligados pagármelos en las tandas siguientes: a saber ahora de presente once libras y media, las cuales he recibido en precio de un buey, el cual recibí en mi poder y posesión del para el día de San Miguel del año presente. Doce libras jaquesas, y en pago de estas doce libras de este año, le consigna desde luego la parte y porción de una estancia de ovejas y cabras que tiene con mº Larruy de Merli, y este ganado haya de ser estimado por dos amigos de cada parte y, después de ser apreciado dicho ganado, todo lo que montare más, lo haya de cobrar dicho Cera en primera paga para día de San Miguel del año de 1635. Otras doce libras jaquesas, en la cual dicha paga de dicho año la cantidad que dichas ovejas montaren más, dicho Cera lo haya de tomar en cuenta para el día de San Miguel del año 1636. Otras doce libras jaquesas para el día de San Miguel de dicho el año de treinta y siete. Otras doce libras jaquesas fin de pago de aquél día en un año continuo y siguiente y cumpliendo Juan Bardaxín los pactos, tandas y promesa que con la presente hace a dicho Juan de Cera, como a heredero que es de dicha Gerónima Bardaxín, prometo en dicho nombre de manteneros en dicha ...  y no faltando a dicha promesa.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Una historia de Navidad

 EL AMIGO QUE LE RESCATÓ

 DE LA NIEBLA Y EL MIEDO


Era el 23 de diciembre, de hace mucho tiempo. Mi madre, que se llamaba Victoria, siempre había celebrado su santo ese día. Era el inicio de las super fiestas en casa, pues además de Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo, el 28 de diciembre, día de los Inocentes, era el cumpleaños de yayo Juan y el 3 de enero el santo de los Danieles (había tres, mi abuelo, mi padre y mi hermano) y el 6 de enero la Epifanía y el santo de tía Dorita, Adoración. ¡Cada día una celebración!


El santo de mamá, el 23, lo celebrábamos con una comida especial, pero aquél día de aquél año mi padre tuvo que ir a Monzón por asuntos de trabajo y se decidió que retrasaríamos la fiesta a la hora de la cena. 

Toda la familia pasamos la jornada en plena efervescencia con los preparativos de última hora; mi madre con la comida, nosotros con el árbol, el belén, etc y cuando ya terminamos de hacer nuestras cosas, nos pusimos a esperar que llegara mi padre de su viaje. Normalmente volvía a las 4 o las 5 de la tarde, para que no se le hiciera muy de noche por la carretera, pero en aquella ocasión, aunque telefoneó a mediodía para decir que llegaría como siempre, resulta que se estaba retrasando... Era muy raro. Poco a poco nos fuimos poniendo nerviosos, porque los días anteriores había nevado y se decía que la carretera estaba helada.. A las 6 llamamos a Monzón y nos dijeron que había salido de allí hacia Campo después de comer. Entonces, ¿dónde se había metido? no era propio de él... ¿Se habría parado más de la cuenta con su amigo de Graus?

A las 7 más o menos, llamamos a ese amigo. Mi padre no pasaba nunca por delante de su tienda sin saludarlo, aunque fuera sin bajar del coche. Y el amigo nos dijo que por allí no había pasado, pero que no nos preocupáramos porque inmediatamente salía a buscarlo.



Fue esa decisión la que le salvó la vida. Junto con dos o tres personas más, su amigo emprendió viaje desde Graus hacia Monzón, para ver si lo encontraban averiado o con algún problema. Iban por la antigua carretera, con una niebla intensa, que no dejaba ver nada. No tuvieron que ir muy lejos, pues a pocos kilómetros de Graus les pareció ver un coche junto a un barranco. Fueron hacia allí andando como pudieron y el amigo enseguida reconoció el coche de mi padre. Con mucha dificultad pudieron rescatarlo. 

Ya eran más de las 12 cuando sonó el timbre de casa. Bajé a abrir la puerta y allí estaba mi padre acompañado por tres o cuatro personas, que lo sostenían. En aquella época no había móviles para comunicarse y como no quería que mamá lo viera en el estado en que se encontraba (para que no se impresionara) había decidido tocar el timbre, porque sabía que ella no bajaba a abrir. Iba todo ensangrentado y se había roto varios dientes. Lo llevamos a la habitación y entre varias personas lo limpiaron y atendieron. Papá lloraba, no podía hablar. Parece ser que ya habían querido llevarlo al médico antes de traerlo a Campo, pero él se había negado en redondo: quería llegar a casa cuanto antes. El médico titular de Campo se hizo cargo de él. Menos mal que entonces había personal sanitario en los pueblos.     

Pasó todas las Navidades sin comer nada, sólo podía beber caldo en un porrón, pero no faltó a una sola celebración. A veces le caían las lágrimas cuando nos miraba. Si alguien le preguntaba "¿Cómo estás Daniel?" el contestaba "Feliz". Y es que estábamos todos juntos. Gracias a su amigo.


  

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Los sastres


Coser y viajar


La llegada a Campo de mucha mano de obra, que venía para trabajar en los diversos proyectos que se llevaron a cabo en la zona a lo largo de varios años, como fue la construcción de la carretera, la central eléctrica, el canal de Avellana, etc. sirvió de reclamo para la instalación de comercios, bares, casas de comidas, alquiler de habitaciones, etc. así como de personas dedicadas a diversos oficios. 

Una de las personas que tuvo la iniciativa de instalarse en nuestro pueblo fue Joaquín Barrabés Castel, un sastre de Espés. Llegó en 1905, abrió la sastrería y consiguió hacerse con un buen número de clientes, no sólo de Campo, sino de toda la comarca.

Antonio Castel Ballarín, nuestro paisano y gran estudioso de historia local, nos ofrece más información sobre el fundador de la Sastrería Castel.

Parece ser que no se limitaba a confeccionar las prendas que le pedían, sino que después, a lomos de una caballería, las repartía por todos los pueblos y aldeas. Para hacernos una idea de la dificultad de esas entregas, pensemos que uno de los recorridos que hacía era, saliendo de Campo, pasar por Viú, y luego tomar una senda, que no un camino, que serpenteaba por las montañas hasta llegar a Bielsa, Laspuña o Lafortunada.

Antonio Ballarín Galindo fue el yerno del Sr. Joaquín Castel. A los 15 años ya entró a trabajar de aprendiz, como muchos chicos del pueblo. Habitualmente había uno o dos jóvenes aprendiendo el oficio, pero alguno se tenía que quedar sin poder hacerlo, pues el Sr. Joaquín no podía tener a tantos aprendices como lo pretendían. También acudían al taller chicas, que venían a aprender el oficio de pantaloneras. Recordemos que los aprendices el primer año no cobraban nada. En el segundo, tenían derecho a la comida. Y en el tercero, ya percibían algo de paga.

Antonio Ballarín no solo atendió la demanda local, confeccionando pantalones, trajes y chaquetas, para niños y adultos, sino que también atendía los pedidos de la Benemérita. El trabajo que hizo para la Guardia Civil lo recuerda con especial orgullo porque confeccionaba los uniformes de gala, que califica de verdaderas joyas. Para ello contaba con la colaboración de unas bordadoras de Zaragoza.

Como dato informativo, Antonio ofrece algunos de los precios de la época. Por ejemplo, en 1929, un traje de estambre costaba 90 pesetas. Un pantalón de niño pequeño, 7 pesetas. Un pantalón de pana, 17 ó 18 pesetas, si era de persona mayor. Un traje de lana para la primera comunión, 28 pesetas. 

Otros sastres: El Sr. Manuel Mascaray Salinas, a principios del siglo XX, instaló un taller de sastre en la planta baja de casa Mascaray, donde después se ubicó el bar. Pasado un tiempo lo dejó, para dedicarse a la fabricación de gaseosas, hielo, gestionar el bar, el salón de baile...

Fue allí donde antes de la guerra empezó a conocer el oficio José Ballarín Mur, al que le pilló el  conflicto armado cuando apenas tenía 14 años. Y después, cuando acabó, tuvo que hacer la mili. Gracias a lo que  había aprendido, pudo seguir trabajando como sastre mientras estuvo haciendo el servicio militar.

Una vez terminadas sus obligaciones con la Patria, se fue a trabajar a Tarrasa y Barcelona, donde estuvo unos años y, finalmente decidió volver a Campo. Era en 1947 cuando abrió su propio establecimiento, donde trabajaba con su esposa Asunción Ballarín Mur. Cerró la tienda en 1983, cuando se jubiló. A lo largo de los años, varias personas, especialmente chicas que aprendían de pantaloneras, trabajaron en su sastrería. Tenía el local en la calle de la Iglesia, en la conocida casa Güel.  

También José Ballarín servía sus pedidos a domicilio, pero él atendía a la clientela con bicicleta. Con ella llegaba hasta Mediano, donde se estaba construyendo el pantano y había mucha demanda. Allí atendía a sus clientes en un conocido bar: un domingo tomaba las medidas, al  siguiente se hacían las pruebas y el domingo después ya entregaba las prendas confeccionadas. ¡Trabajaba rápido! 

Y para terminar, queremos mencionar también a Enrique Subías, que también aprendió el oficio con el señor Joaquín Barrabés Castell. Después, trabajó y siguió aprendiendo en Barcelona, con unos familiares de su madre. De vuelto a Campo, donde instaló su sastrería, se casó con Asunción, una joven de Torrelaribera, que había aprendido a coser con su madre modista, que se había sacado el título de Corte y que resultó ser una gran ayuda en el taller de su marido. Por allí pasaron muchos aprendices, chicos y chicas (como Pepe Morancho, que se instaló después en Barbastro, etc.).  

El oficio de sastre permitió a muchos jóvenes de Campo ganarse bien la vida en las ciudades a las que emigraron, aparte de los que optaron por quedarse en el pueblo. 

lunes, 7 de diciembre de 2020

¡Nieve!

¡Ha nevado esta noche en Campo!        












¡Gracias a Roberto Laencuentra, Pili Ballarín, Pilar Castillón, Celia Miranda y Jaime Mur,  por dejarnos publicar vuestras fotos! Gracias a todos vosotros podemos ver, los que estamos lejos de allí, lo bonito que estaba Campo esta mañana.