viernes, 11 de septiembre de 2020

Dos amigos

   

muy diplomáticos 


Mi abuelo Juan Brunet y su buen amigo y vecino, el Sr. Francisco Mur, de casa Galindro, estaban todo el día juntos. Con los demás eran bastante comedidos, pero entre ellos eran muy dicharacheros y se pasaban horas hablando, en el patués de Campo, desde luego,  enriquecido con todo tipo de expresiones y adornos retóricos acostumbrados.  

Ya en los últimos años de su vida, un día visitó el párroco de Campo a mi tía Dorita, como había hecho ya con la hija del Sr. Francisco, y le comentó que iba a venir el obispo de Barbastro en visita pastoral a nuestro pueblo y había manifestado su interés por saludar al abuelo y a Francisco, pues eran los más viejos del lugar. Quería saber si a ellas les parecía oportuno. Ellas dijeron que sí y los "seleccionados" también dieron su conformidad:

- Que venga, aquí mos encontrará -sentenció mi abuelo.

Y se fijó día y hora para la entrevista. La reunión sería en casa de mi tía.

Llegado el día "D", los pusieron lo más elegantes posible y se procedió a aleccionarlos un poco, porque, la verdad, aunque eran muy buenas personas y respetuosos con la religión, resulta que tenían la lengua un poco desatada, y, como era costumbre en aquella época y lugar, soltaban sin darse cuenta muchas maldiciones y palabras malsonantes. No me parece bien repetirlas, pero digamos que casi todas empezaban por "mecagüen". 

Un momento antes de que llegara el obispo, mi tía colocó algo de comida "para picar" sobre la mesa, y mi abuelo puso una jarrita de vino de un "tonelet" especial que tenía, y a mi hermano Rober se le ocurrió poner debajo de la mesa camilla, una registradora para ver si podíamos enterarnos, "a posteriori" de lo que habían hablado los tres tertulianos.

Ni que decir tiene que cuando terminó la entrevista y el obispo, muy contento y satisfecho se despidió,  nos precipitamos a escuchar el casette para ver si aquella pareja habían pasado la prueba,  y lo que oímos nos hizo saltar las lágrimas, de risa.

La conversación había sido amena y distendida,  eso sí, pero los muy tunantes habían sido muy falsos: se habían dedicado a nombrar, entre suspiros, a toda la Corte Celestial (a saber las caras que pondrían...). Nunca habíamos oído tanta jaculatoria, pues cada dos palabras soltaban un "¡Bendito sea Dios!", "¡Alabada sea la Virgen!", "Dios no quiera...", "Que la Virgen del Pilar nos ayude...", "La Virgen de la Carrodilla nos guíe..". etc etc, pero de taco ¡ni uno!

Y es que como bien dijo el abuelo, sabiendo lo que la gente quiere oír, no cuesta nada tenerlos contentos, ¿para qué les vas a dar mal rato llevándoles la contraria? Ni ellos cambiarán de idea, ni a ti te van a convencer de nada.

Diplomacia en estado puro. Y ganas de vivir tranquilo. 

                                                          Juan Brunet y Joaquín Mur

      

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