y el Campo del que se enamoró
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Nos gusta saber que muchas personas llevan a Campo en su corazón aunque no hayan nacido allí, o a pesar de haber vivido entre nosotros muy poco tiempo. Queremos ofreceros una carta que hemos encontrado en la sección "Tribuna Altoaragonesa" de un joven maestro que pasó un tiempo en nuestro pueblo. Va dirigida "A Campo" y está datada el 25 de Agosto de 1996. Como es una fecha todavía reciente, y no sabemos si el autor aceptaría que hiciéramos público su nombre, pondremos sólo las iniciales. Si un día nos lee y nos da su acuerdo, con mucho gusto lo publicaremos. La carta dice así:
"A Campo. Pasé por ti como una estrella fugaz, y mi corazón no me dejó que te borrase de mi mente. Llegué a ti en un autobús del Alto Aragón que luego se alejaba camino de Benasque, levantando una nube de polvo que no molestaba a nadie.
Tú me diste lo mejor de ti. Yo, confieso, era un joven cándido e impetuoso, y no sé si por eso mismo me entregaste tu secreto.
"A Campo. Pasé por ti como una estrella fugaz, y mi corazón no me dejó que te borrase de mi mente. Llegué a ti en un autobús del Alto Aragón que luego se alejaba camino de Benasque, levantando una nube de polvo que no molestaba a nadie.
Tú me diste lo mejor de ti. Yo, confieso, era un joven cándido e impetuoso, y no sé si por eso mismo me entregaste tu secreto.
Lo encontré en tus noche estrelladas como nunca antes había soñado. Mi calendario celeste no estaba ya en los mapas astronómicos, estaba titilando en el cielo de Campo. Escribí mis primeras cartas de amor a la orilla de tu río Esera, junto a los restos de un puente destruido. Me inundé en el olor del espliego mientras una nube de pájaros negros inciaba un vuelo sin espantos. Me paré con respeto en la puerta de tu pequeño cementerio y me fundí con ellos en una oración y en la lejanía brillaba el sol de la tarde en la soberbia mole del Turbón.
Intimé con tus gentes y ellas, sin saberlo, me enseñaron una tierra de honor y libertad que tanto me recordaba la mía. Aprendí que exitía Seira con su gran central y su cura de Elorrio, sentí como culebreaba el cielo en el Congosto del Ventamillo, quedé paralizado ante la majestad de la muralla pirenáica que se alzaba indomable desde el fondo de los siglos, subí con vosotros a la Foradada, no sé si bebí o bailé sólo sé que me empapé en la sublimidad del Alto Aragón y canté a la Virgen de Guayente "y por eso los aragoneses te llamamos Madre", y yo también te llamé Madre.
Tú no lo sabes, Campo ¿o si? yo vivía en una nube.
El domingo era un domingo casi exótico. Veía a las jóvenes que estaban escondidas el resto de la semana. En la iglesia estaban todas. También estaba Marianito, el hijo de Mariano el taxista, que luego se fue a Torrelodones.
El domingo era un domingo casi exótico. Veía a las jóvenes que estaban escondidas el resto de la semana. En la iglesia estaban todas. También estaba Marianito, el hijo de Mariano el taxista, que luego se fue a Torrelodones.
Don Constancio se enfrascaba en una furibunda homilía. A veces me parecía que rezaba furioso para que no construyesen el pantano que amenazaba la existencia de Campo. Ya bastaba con la presa del Gradiello, donde los obreros andaluces cantaban una "media granaína" con el pico en las manos y el corazón partido.
La mañana se llenaba con los aires de unas gaitas de una compañía de soldados que no sé de dónde venía. Tenía un alfarez noruego muy rubio y un teniente que siempre parecía bebido y que me retaba al ajedrez, y siempre me ganaba. Entre la tropa había un soldado que era un estupendo tallista, que me hizo un marco de nogal de Campo y en el puse mi retrato de amor. Todavía lo conservo. Pueden llevarse mi casa, pero no mi marco de Campo con su retrato. Si lo hacen se llevarían mi alma. Y no seré.
Por la tarde iba al cine que los hermanos Canales habían habilitado en un pabellón de la serrería. Otras veces, cada uno montado en su inocencia, acudía a un bar regentado por una señora de ojos azules que tenía cuatro hijas. Las dos pequeñas eran gemelas y luchábamos con los triángulos y los límites de España bajo un techo de membrillos. Una de las hermanas mayores se llamaba Elvira, tenía nombre de romance.
Encima del bar había un pequeño salón con su escenario en el que se encaramaba una orquesta. Las chicas tenían cada una su bailador que las trataba como si fueran pétalos de rosa y siempre les ayudaban a despojarse del abrigo o ponérlo, con la delicadeza con que se trata a un jarrón de porcelana.
En Campo tenían buen humor. Me parece que fue Ballarín, un chico formal y circunspecto de esos que les gustan a las mujeres, el que me mandó que buscase el molde para hacer tortetas... Y se reían, pero yo me río más porque lo tengo en la imaginación y es muy bonito, y solamente lo pueden ver los que van por la vida borrachos de lírica y perdonan.
En Campo tenían buen humor. Me parece que fue Ballarín, un chico formal y circunspecto de esos que les gustan a las mujeres, el que me mandó que buscase el molde para hacer tortetas... Y se reían, pero yo me río más porque lo tengo en la imaginación y es muy bonito, y solamente lo pueden ver los que van por la vida borrachos de lírica y perdonan.
Campo, han pasado muchos años, siento que estas líneas te las debo. Llegan tus fiestas bajo el sol de agosto y te digo susurrando timorato como un novio viejo ¿Me permites ser tu bailador ¿Sabes por qué? Porque te quiero.
J. A. O. Ex maestro de Campo. San Sebastián
(Fuente: Hemeroteca "Diario del Altoaragón", "Diario de Huesca". Fotos: "Paisaje acuático", "El Turbón", "Cotiella", gentileza de José Luis Pallaruelo Raso. Gaita aragonesa, "Arafolk", Alberto Turón Lanuza).
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