(para no dar pistas...).
Capítulo 14. Final
DISOLUCIÓN. RESOLUCIÓN: CONCLUSIÓN
Llegados a ese punto, justo era reconocer que habíamos descubierto muchas cosas, algunas muy importantes, pero seguíamos sin tener los elementos suficientes, que nos permitieran hilvanar el caso en su totalidad de un modo coherente, y encontrar las explicaciones necesarias, para tantas dudas como aún teníamos.
Para la historia de los dos esqueletos, bueno, lo que quedaba de ellos, podíamos demostrar ya que Pedro Mur encontró los cadáveres en la cabaña; que les dio sepultura, o casi habría decir que los empaló, pues los puso entre las piedras de un muro; que pilló una bolsa con joyas que llevaban y que encontró el arma con el que fueron asesinados. También se podría demostrar que el arma encontrada la utilizó Julio Sánchez para darles muerte (había restos de sangre que permitirían la identificación gracias al ADN) y no faltarían testimonios que hablaran de la conducta sospechosa de este sujeto, vinculándolo con el caso. Pero ¿y la continuación de esta historia? ¿Qué es lo que unía esa parte del crimen de la pareja con la muerte de los dos franceses?
A pesar de las diferencias de todo tipo que había entre nosotros, nuestro pequeño grupo de investigadores se había convertido ya en cuatro verdaderos amigos. En la trascendente reunión que celebramos Joaquín, Javier, Pedro y yo misma, en plena sintonía de cordura, decidimos que el caso ya nos desbordaba, que estábamos física y anímicamente exhaustos y que se nos habían agotado las ideas. Reconocimos que hasta allí habíamos llegado, y que era mucho, pero que, a partir de ese momento, necesitábamos dejar el asunto en manos de personas profesionales y expertas. Nosotros no podíamos hacer nada más, y queríamos volver a nuestra vida normal.
Era evidente, que la nueva fase de investigación debía empezarse conociendo con exactitud, cuál fue la relación de Sánchez con Tony Lemonier. Probablemente, el joven pidió por internet alguna información relacionada con la genealogía de los Mur en la Cardelina, y el comisario, al verlo interesado en "su" tema, sospechó que como nieto de Pedro Mur que era, el muchacho lo que pretendía era conocer la historia familiar pensando en la cuestión económica. El cargo de policía, y el saberlo conocedor de todas las vicisitudes de su familia, habrían sido determinantes para que Sánchez infundiera confianza en el joven, y quedaran para encontrarse, cuando Tony y Fátima visitasen la zona.
A partir de ahora, en la nueva etapa que se abría, policías eficientes podrían rastrear las llamadas o los mensajes electrónicos que se intercambiaron, los franceses con el comisario. Y, pese a las precauciones que tomó Sánchez para que no los vieran juntos (como hacerles aparcar el coche en la ermita, abandonarlo allí con todo el equipaje...), seguro que alguna manera se encontraría de demostrar que estuvieron en contacto.
Los motivos que llevaron a Sánchez a transportar los esqueletos a mi casa, posteriormente, y acabar con la vida de la joven pareja, eran completamente desconocidos para nosotros. O, quizás fueron ellos, Tony y Fátima quienes, buscando el tesoro (también conocían la cláusula testamentaria que hablaba de la higuera) encontraron los esqueletos, y pretendieron llevar el asunto de una forma que a Sánchez no le convenía.
Bien pudo suceder, que los jóvenes quisieran avisar a la policía y como él no quería hacerlo, trató de impedírselo... Sobre la marcha, y viendo el cariz que tomaban las cosas, seguramente a Sánchez se le ocurriría deshacerse definitivamente de esa pareja de jóvenes tan entrometidos y, para eso, hacía falta encontrar un lugar discreto, lejos de las miradas de la gente. Mientras conducía, sin saber dónde ir exactamente, se topó con la señal de tráfico que indicaba una salda a la derecha, y el nombre de "Urbanización la Sierra". Recordó que, siempre que visitaba esos parajes, se extrañaba de que hubiera familias que eligieran vivir tan alejadas de la ciudad, tan aisladas.
Como un autómata, puso el intermitente del coche para girar a la derecha, y se adentró con decisión en la cuadrícula de calles paralelas y verticales, mientras procuraba sostener una conversación amena con los jóvenes, para que no sospecharan nada. Instintivamente se dirigió al final de una de las calles, probablemente por pura inercia, porque era un camino que ya había tomado en otras ocasiones, cuando iba a visitar a un viejo conocido de La Cardelina, Pedro Mur.
Allí, delante de la entrada del parking de una de las dos últimas casas que se veían cerradas y sin ninguna luz en el interior, paró el coche pensando que era la casa de Pedro, pero se equivocó, porque era mi casa. Ya era demasiado tarde para rectificar la maniobra, así es que les pidió a los pasajeros que esperaran un momento en el coche, mientras iba a abrir la puerta del garaje por dentro, ya que no encontraba la llave que llevaba en el coche (les dijo).
Julio Sánchez se dirigió a la puerta principal y allí, con su habilidad y los instrumentos adecuados que siempre llevaba encima, consiguió abrir la puerta, entrar y abrir la del garaje desde el interior. A continuación metió el coche, con los pasajeros dentro, y cerró la puerta. Para entonces, Tony y Fátima ya habían empezado a inquietarse. Estaban muy desconcertados con el comportamiento del inspector, pero lo que acabó de inquietarlos, fue la orden que les dio Sánchez, una vez dentro de la casa y ya sin consideración alguna, de que sacaran los huesos del maletero y los dejaran allí en el suelo. Fue al ver el trato que se daba a aquellos restos humanos, ridículamente envueltos en una toalla de baño tirada sobre el cemento, cuando sin mediar palabra, solamente con las miradas, los dos jóvenes decidieron buscar una escapatoria.
Al salir del garaje, hacia el interior de la vivienda, vieron a través de una puerta semiabierta un cuarto con una lavadora, una secadora, etc. y sin pensarlo dos veces, se precipitaron al interior con la intención de cerrar la puerta y poder pedir auxilio. Pero no tuvieron tiempo, Julio Sánchez irrumpió en la estancia provisto de una plancha antigua de hierro, que había encontrado en el garaje, y acabó con ellos.
El asesino cerró la puerta del cuarto de la lavadora, abrió la del parking, sacó el coche de allí dentro y volvió a cerrar la puerta del parking. A pocos metros de allí se cruzó con un vehículo, el mío, que se dirigía a aquella casa, la mía.
Por cierto... esa es una pregunta que jamás me hicieron en los interrogatorios: si aquella noche, al regresar a casa, había visto u oído algún coche circulando por la urbanización...
EPÍLOGO
¡Que fácil es cometer errores! Afortunadamente. Y ahora veréis por qué lo digo.
Julio Sánchez era calculador, listo, frío… pero no tanto. Cuando se deshizo de los dos jóvenes en el cuarto de lavar de mi casa, evidentemente pensó en coger sus teléfonos móviles, pues en ellos estaban registrados algunos mensajes que le podían involucrar. Incluso habría fotos, pues había visto como Tony Lemonier tomaba instantáneas de la cabaña. También vio como Fátima les hacía fotos a los dos, desde lejos, pero, tan lejos, que el comisario no advirtió que Fátima no hizo las fotos con su móvil, sino con una pequeña cámara digital.
Pasaron un par de meses, ya era octubre, cuando vinieron a pasar unos días conmigo mi hija con su familia. Como hay que hacer muchas cosas para entretener a una criatura de siete años, un día extendimos en el garaje una mesa de ping-pong que guardaba desde hacía años, en la que habían jugado mis hijos cuando eran pequeños. Nos pusimos a pelotear un rato y las pelotas volaban en todos los sentidos, para arriba, para abajo y de un lado a otro, y cuanto más tontamente jugábamos más nos reíamos. En un momento determinado, una pelota se metió debajo de una estantería de metal que había allí, y no la podíamos recuperar. Entonces, mi nieto, de ideas rápidas, vio un palo largo de una escoba, lo pilló y se puso a hurgar debajo de la estantería a ver si salía de una vez la pelota. Después de dos o tres intentonas, ¡SORPRESA! la pelota salió junto a una bolsa de plástico vacía, algún folleto turístico y un pequeño estuche. Cuando lo examinamos, vimos que era una cámara digital NIKON Cool, muy pequeña de tamaño.
- ¿Qué es eso? -pregunté- si parece una máquina de fotografiar.
- Mira que ordenada es la yaya -se reían todos, tomándome el pelo.
Entonces, se me ocurrió mirar las fotos que había en la máquina, para saber de quién era el aparato y ¡oh, cielos! ¿qué veo? Allí estaban Tony Lemonier con Julio Sánchez examinando la cabaña, mirando las higueras, intentando mover las grandes piedras de la pared de contención, descubriendo una cavidad vacía tras una de las losas, etc. etc. un reportaje completo.
¿Qué había pasado? Probablemente, cuando Tony y Fátima llegaron al garaje de mi casa en el coche de Sánchez, con la macabra carga, al bajar del coche se le cayó a ella la cámara, y resbaló debajo de la estantería. Con los nervios del momento, la joven ni vio ni oyó que se le cayera nada y mucho menos que desapareciera allí debajo. O fueron ellos mismos, Tony o Fátima, los que tuvieron la intuición de salvar aquellas pruebas y, disimuladamente, le dieron una patada a la bolsa para meterla debajo de aquella gran estantería. Parecía increíble que después de tanto haber examinado el garaje, la policía no hubiera descubierto esos objetos. Pero, allí estaban. Quizás influyó, que la estantería metálica estaba en el lado opuesto al que se encontraron los esqueletos, y eso hizo que descuidaran la búsqueda por allí.
El resto de la historia no hace falta contarla, se puede imaginar. Y la alegría de mis compañeros detectives, indescriptible. Ahora nos reunimos a veces para recordar nuestra aventura y nos hemos prometido que, cada año, el mismo día que hicimos el gran hallazgo, nos juntaremos para comer o cenar.
Por cierto, que ahora ya puedo poner título a esta narración, porque ya no os descubrirá nada que no sepáis. ¿Cuál os gusta más? Tomaros vuestro tiempo y
pensadlo, no tengo prisa. Podría ser:
1. La Nikon Kool
2. Error fatal (el de Sánchez)
3. Casi todo tiene una explicación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario