Capítulo 6
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Cuando se marchó el Sr. Duarte, mi padre se sintió un poco en la cuerda floja, no se reconocía a si mismo contándole su historia familiar a un desconocido, cuando de lo que se trataba era precisamente de que el desconocido se abriera un poco a él. ¿Qué había averiguado del hombre de la garrafita? Pues nada. Ni de dónde era, ni dónde había vivido, nada de nada. Menos mal que en aquel momento sonó el teléfono del despacho y salió mi madre del interior de la casa con un mensaje para papá: el Teniente Martínez le anunciaba que por la tarde pasaría por casa un rato, por si quería echar una partidita de ajedrez.
Mi padre esperó con impaciencia la visita anunciada y, cuando llegó la hora y saludó a su compañero de juego, una vez dispuestas las fichas sobre el tablero, papá pasó directamente al tema que verdaderamente le interesaba.
- Antonio -le dijo- antes de empezar a jugar me gustaría hablarle de un asunto. La verdad es que no se trata de ningún hecho concreto, más bien creo yo que son como sospechas o manías que nos han entrado a mi mujer y a mi, y que nos tienen inquietos. No le pido que me diga nada que no deba decirme, faltaría más, simplemente quisiera comentarle algo sobre un señor que está alojado en Campo ya hace tres o cuatro días y que nos parece que tiene un comportamiento extraño. Tenemos la sensación de que tiene mucho interés en conocernos, que nos ronda demasiado... Dicho así suena más raro todavía, pero...
- Vd. se refiere al Sr. Alonso Duarte, ¿verdad? -le interrumpió el teniente.
- ¡Sí! -exclamó mi padre. -No me asuste ¿Qué es lo que está pasando?
- No estoy violando ningún secreto si le cuento lo que le voy a contar, pero le pido que, de momento, no lo comente con nadie, no hagamos una montaña de un grano de arena.
- Ya sabe que tiene mi palabra - añadió mi padre.
- Cuando me llevaron los de la Fonda el carnet de identidad del nuevo huésped al Cuartel, -añadió el Teniente- hice mis averiguaciones, pues el nombre me sonaba mucho. Y con razón pues el tal Alonso ha pasado dos años en la cárcel. Si eso le sorprende -continuó diciendo el Teniente, al ver la cara que se le había puesto a mi padre- todavía se asombrará más cuando le diga el motivo.
Mi padre le interrogaba con sus ojos grises.
- Bueno -continuó el Teniente- pues parece ser, que el tal Alonso fue el protagonista de aquél incidente que tuvo lugar aquí en esta serrería. No se si entonces ya estaba Vd. trabajando aquí o si estaba su hermano. ¿Recuerda lo que pasó? Una noche llegaron unos hombres armados y apuntaron a dos de los trabajadores del turno de noche, obligándoles a tumbarse en el suelo, mientras se llevaban a un tercero. No hubo ningún tipo de daño físico. Montaron en el coche que habían traído, llevándose al joven trabajador y se sabe que al llegar a Santaliestra ya los paró un destacamento de la Guardia Civil y los cogieron presos. Después de horas de interrogatorio, ya en Graus, se dedujo que el jefe de los hombres armados era el padre del joven secuestrado, al que inmediatamente soltaron. Al cabo de un par de días, liberaron a los otros dos asaltantes y al único que continuaba preso, que era el padre, se lo llevaron a Zaragoza. Las circunstancias de este caso no las conozco, lo que si recuerdo es que me contaron que el hijo, en cuanto se vio libre se escapó a Francia y ya no se supo más de él. Por otra parte, en el pueblo nadie vio nada, ni se enteró de nada aquella noche.
Mi padre agarró una ficha de ajedrez con su mano, sin intención de empezar la partida, simplemente por hacer algo, por concentrarse en alguna cosa, pero tuvo que soltarla y dejarla al lado del tablero, porque no podía controlar el temblor que le sacudía todo el cuerpo. Entonces le dijo al Teniente:
- Yo le puedo contar más detalles de esta historia. Si pudiera, me gustaría que quedara entre nosotros. Y llevando sus pensamientos a otro escenario y otro tiempo, le contó:
- De aquél día que vinieron a llevarse al chico que trabajaba aquí, no me olvidaré nunca. Viví aquél incidente en primera persona. - Hizo una pausa y continuó:
- Yo había ido por unos asuntos de trabajo a Barbastro. Cuando volví a casa, un poco más pronto de lo previsto, estaba lloviendo y la familia estaba en el pueblo. Decidí dejar el coche dentro del garaje y mientras bajé a abrir la puerta, me pareció ver una tenue luz en la carpintería. No me extrañó, porque pensé que sería la pareja de la Guardia Civil que salía a hacer la ronda y que, cuando hacía mal tiempo, se guarnecía allí. Y es que en un rincón de la nave los obreros habían instalado un fogón y los días de frío o a las horas de la comida, se acercaban para calentarse un poco o para calentar las fiambreras que traían de sus casas, sobre todo los que venían de algún pueblo cercano. También tenían mucho éxito los anchos bancos que habían dispuesto alrededor del fogón, en los que, si no había mucha concurrencia, se podían tumbar un rato. Yo estaba abriendo la puerta de la entrada de casa y justo cuando iba a dar la luz, vi como se apagaba la luz de la carpintería, mientras que un coche, que debía estar a cuatrocientos o quinientos metros de distancia, se acercaba lentamente y a obscuras.
Me metí rápidamente en casa -continuó narrando mi padre- sin dar la luz, y me acerqué como pude a una ventana de la fachada, desde donde pensaba ver pasar el automóvil carretera abajo. Pero me equivoqué. Para sorpresa mía el coche, nada más pasar la casa, giró a la derecha y se fue acercando muy poco a poco a la serrería que estaba justo detrás, adosada a ella.
Como desde aquella ventana de la salita ya no podía ver nada de lo que estaba pasando, busqué en el bolsillo del pantalón una pequeña linterna que siempre llevo conmigo, pues, desgraciadamente, los cortes de electricidad eran y aún son frecuentes. Fui rápidamente a las escaleras y subí hasta el primer y único rellano, donde había una pequeña ventana desde la que se podía ver lo que pasaba en la serrería. Esta ventanuca había sido construída originalmente en la pared medianera, y al adosar el edificio de la sierra, había quedado prácticamente camuflada entre las vigas de madera que sujetaban el techo de la nave industrial.
Estaba allí intentando encontrar el ángulo de visión adecuado, cuando oí la voz de Lola, la chica que teníamos en casa, que me decía desde lo alto de la escalera:
- ¡Sr. Daniel! ¡Sr. Daniel! ¿Está Vd. ahí?
- Sí -le respondí- No enciendas a luz. Tienes que hacer una cosa, Lola. Ves a la carpintería, donde está la pareja de la Guardia Civil, y diles que unos hombres han llegado con un coche y están atacando a los que estaban trabajando en la sierra.
Hice una pequeña pausa para mirar lo que estaba pasando allí abajo y después, mientras le iluminaba un poco la escalera a la chica, continué diciéndole:
- Diles que estaban trabajando tres serradores y que han venido a atacarles tres personas. Van armados. Sal por la puerta principal, que no te verán. Sobre todo, no hagas ruido y quédate allí en la carpintería lo más escondida posible, hasta que esto se acabe.
- No se preocupe. Voy. - Contestó ella.
- Una vez que ya salió, me puse a mirar la escena que se estaba desarrollando delante de mi (continuó explicando mi padre). - De los tres hombre intrusos, dos estaban encañonando a dos de los trabajadores, que estaban tumbados en el suelo. El tercer agresor, también llevaba un arma en la mano, pero gesticulaba tanto que no se podía decir dónde apuntaba exactamente. Hablaba con el más joven de los trabajadores y, aunque no se entendía lo que le estaba diciendo, sí que parecía evidente que le estaba amenazando. El chico no contestaba nada y procuraba esquivarle la mirada. Al cabo de unos minutos, hubo un cambio en la escena. Los tres atacantes se fueron replegando hacia el automóvil que habían traído, mientras parecía evidente que les decía a los dos hombres que continuaban tumbados sobre el suelo, que no se movieran. El hombre que hablaba con el más joven le hizo subir al coche, al asiento de atrás, mientras él se instalaba en el asiento del conductor. Los otros dos hombres, se colocaron uno a cada lado del joven.
- Una vez que el coche arrancó, dando unos acelerones, se puso en marcha a toda velocidad, ya con las luces largas y desaparecieron carretera abajo- mi padre continuaba su relato-. Los hombres que estaban tumbados en el suelo vinieron corriendo a casa. También apareció en aquél momento Lola. Les dimos una copa de coñac para que se repusieran del susto y nos contaron su versión de los hechos. Parece ser, nos dijeron, que el "jefe" del grupo era el padre del chico y quería que el joven volviera a su casa. Su madre estaba muy enferma y lo quería ver.
Mientras estaban narrando su versión de lo acontecido, se presentó allí la pareja de la Guardia Civil, que trataron de transmitir calma y nos dijeron que no nos preocupáramos más de esa gente, porque les estaban esperando en Santaliestra y seguro que no volverían por Campo.
Llegado a este punto, mi padre necesitó reponer fuerzas y hubo un silencio prolongado. Después continuó.
- Lo que hoy le puedo asegurar, es que el padre que se llevó a la fuerza a su hijo, era el tal Alonso. Me ha costado darme cuenta, pues ha engordado un poco y ha envejecido bastante, seguramente más por las penas que por el tiempo. Además, tampoco es que lo viera tanto rato... El no me ha podido reconocer porque nunca me había visto, pero ¿qué le habrá hecho volver hasta aquí? ¿Qué busca? ¿Habrá tenido alguna información de que le denunció alguien de esta casa y ha venido para vengarse?
El teniente tampoco contestó enseguida, antes de hablar le dio unas cuantas vueltas por la cabeza a lo que quería decir, y, finalmente, dijo:
- Creo que lo más conveniente es que yo me mantenga al margen de este caso. El ya ha cumplido con la Justicia lo que debía y si quiere indagar algo, está en su derecho. Yo le recomendaría que hablara con él, que se sinceraran, creo que es una persona razonable y podrán entenderse. Si se presenta cualquier problema, Vd. me llama ¿de acuerdo? Y la partida ya la haremos otro día, que no le veo muy concentrado en álfiles y caballos...
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