Capítulo 4
AL DÍA SIGUIENTE...
Cuando mi madre salió a la terraza a cuidar sus plantas, intuía que en cualquier momento aparecería por allí aquél hombre raro. No es que fuera antipático, no, pero no transmitía buenas vibraciones. Podría decirse que ni era jovial, ni afable, ni abierto, parecía que estaba siempre contenido, observando...
Y ya casi se había olvidado de él, cuando le vió aparecer a su lado, al otro lado de la valla, con la garrafita en la mano.
- Hola buenos días. Vd. siempre con las flores, así de bonitas las tiene -dijo adulador. - Ayer le conté a su marido -prosiguió- que les puedo dejar la garrafita a Vdes. porque, la verdad, es que voy a la fuente más que nada por hacer ejercicio. ¡Y porque la señora de la Fonda me ha insistido mucho! -dijo casi sonriendo.
- Hombre -contestó rápidamente mi madre- eso me parece mucha cara por nuestra parte ¡hacerle trabajar en vacaciones! No se moleste, que mi marido se acerca con el coche hasta el puente y desde allí a la fuente son dos pasos. Gracias de todos modos.
- Como quiera -respondió el hombre-. Por cierto, que ya me tendría que presentar, ¿verdad? Es Vd la persona del pueblo con la que más he hablado... Me llamo Alonso Duarte, vengo de San Sebastián.
- ¿ Y de un sitio tan bonito viene a veranear a un pueblo como este? - le interrogó mi madre.
- Bonito, también es bonito este pueblo, y se está muy bien, muy tranquilo... (parecía que el interpelado estaba buscando más "piropos" para el pueblo, pero no le venían a la cabeza.).
- Eso sí, -respondió mi madre- tranquilos estamos muy tranquilos. Bueno, pues me alegro de conocerle. Hasta luego, voy a ver si adelanto un poco el trabajo por casa...
Y puso rumbo al interior del hogar, antes de que él se hubiera puesto en marcha.
Cuando vino mi padre a comer, mamá le estaba esperando para hablarle del "turista", con su gran frase preparada:
- Ese hombre, no es trigo limpio.
Mi padre sonrió y le dijo:
- ¿Y cómo ha llegado a esa conclusión la más "espabiladeta" del pueblo? ¿Decía el desconocido que llevaba agua en la garrafeta y resulta que apestaba a vino rancio? ¿Le has sorprendido apuntando en una libreta los nombres y apellidos de los propietarios de las casas de Campo?
- Tú rie, rie -aseveró mi madre- que ya veremos cómo acaba todo esto...
A pesar de que solían ser frecuentes estas diferencias de opinión, mi padre no solía ignorar las advertencias de mamá y tenía una fe ciega en su intuición, que había demostrado a lo largo de la vida. Y es que, pocos días después de su nacimiento, su madre falleció y, ella sola, tuvo que aprender a hacerse fuerte y encontrar su sitio en la familia y en aquella sociedad que le había tocado vivir. Como siempre decía ella, "veía venir a la gente" y sabía plantarle cara a quien fuera.
- Lo primero que voy a hacer- dijo mamá muy decidida- es llamar por teléfono a la Sra. Dolores, de la Fonda. Le preguntaré si sabe algo de ese hombre, habrá tenido que presentar el carnet de identidad, digo yo...
- No la lies, no la lies -interrumpió mi padre- No pongas en un aprieto a la Sra. Dolores, déjala tranquila. Ya procuraré encontrarme discretamente con el Teniente Martínez, y me dirá si sabe algo. - Y mi padre dio por zanjada la conversación.
Justo aquella tarde, ya empezaba a atardecer, cuando la pareja de la Guardia Civil que prestaba servicio haciendo ronda por las inmediaciones del pueblo, pasó por delante de casa y echaron una mirada al personal que ocupaba casi todo el espacio de la terraza. Estaban mis padres, nosotros, sus cuatro hijos, una tía, hermana de mamá, una amiga suya... ¡ya no me acuerdo de cuánta gente estábamos!
Los guardias se cuadraron para saludar y decir buenas noches, y mi padre, con un reflejo rápido, se acercó a ellos y les dijo afablemente:
- Ya le dirán al Teniente Martínez que tenemos una partida de ajedrez pendiente.
Y los guardias, se volvieron a cuadrar. mientras uno de ellos respondía:
- Así lo haremos, señor. -Añadieron un buenas noches y se sumergieron en el silencio, dejando el bullicio en nuestro lado de la valla.
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