miércoles, 13 de noviembre de 2019

Prometer sin especificar...

y si cuela, cuela


"UNA PROMESA SANTORAL: RELATO 

Marcelino Bertolín
En las inmediaciones del pueblo de Visalibons y en lo alto de un montículo desde donde se aprecia una fascinante panorámica de aquellos valles, se halla emplazada una popular ermita dedicada a san Saturnino. A esta ermita acuden en peregrinación las gentes de una inmensa área del territorio para dar gracias por favores recibidos.
El protagonista del hecho que vamos a relatar en este número de "La crónica de Ribagorza" es Marcelino Bertolín y en su historia concurren algunas circunstancias dignas de mención. Nació allá por el año 1880 en la conocida población de Campo, de joven ingresa en el seminario con vocación sacerdotal, pero finalmente abandona sus estudios para contraer matrimonio con una joven heredera de una casa de labranza de Torre La Ribera.
Visalibons
Ya desde el principio no se adapta a las faenas del campo, pero es muy aficionado a la lectura y a estudiar legislación, en especial derecho civil y penal. En algunos casos es requerido como hombre bueno en actos de conciliación, a los cuales siempre asiste de manera generosa y gratuita y, generalmente, obtiene solución favorable debido a su acertada intervención.
También fue famoso por su pericia en la pesca, ya que en un instante era capaz de convertir una pluma de gallo en un eficaz cebo para capturar truchas, suculento manjar muy apreciado en la zona por su calidad debido a la pureza de las aguas del río. 
En un momento de su vida se le presenta un problema y no duda en solicitar la mediación milagrosa de san Saturnino, con la promesa de ir descalzo hasta la ermita . Superada la difícil situación, un buen día se desprende de su calzado y montado a lomos de una burreta que utilizaba como vehículo de transporte personal, se traslada al santuario y dice "Vengo a darte las gracias, pero que quede claro, yo prometí ir descalzo, pero no especifiqué si a pie o a caballo". El santo, como no puede ser de otra manera, dio la callada por respuesta.
Al relatar algunas aspectos de la vida de este popular personaje, no se tiene otro objeto que refrescar la memoria de los que le hemos conocido y si puede servir este recuerdo para las generaciones que le han sucedido.
Firmado por: Jesús Lanao".

Este relato, publicado en "Crónicas de la Ribagorza" nos lo ha hecho llegar Juan Manuel Aventín, detalle que le agradecemos mucho. La foto de Marcelino Bertolín venía acompañando el escrito.
Ese suceso, nos muestra un poco cómo se vivía la religión en nuestro país hace unos cien años, y nos trae a la memoria otro caso que solía contar mi abuelo Daniel, sobre un personaje muy popular en Campo por sus chascarrillos (no recuerdo el nombre...). Era así:
Puente Navarri
"El abuelo de casa ... un día se cayó al río, allí por el molino viejo. El hombre gritaba y gritaba, pero nadie le oía y, como nadie le vio caerse, estaba solo en aquellas aguas, que le arrastraban con fuerza río abajo.
Braceando e intentando no golpearse contra las piedras, se dio cuenta de que ya estaba pasando el puente de Navarri y entonces, lo único que se le ocurrió, fue invocar la protección celestial. Al ver que estaba bajando por la orilla derecha del río, pensó en la Virgen que veneraban en Navarri y decía el pobre hombre:
Morillo de Liena
- ¡Virgen de Navarri! ¡AYÚDAME! Te prometo que a partir de ahora no faltaré a ninguna romería.¡Iré con toda la familia!
Y la fuerza del agua y el curso del río le llevaron a la orilla izquierda del Esera. Cuando el hombre se dio cuenta, cambió el discurso:
- ¡Virgen de Piedad! ¡auxilio! ¡AYUDAME! siempre he sido devoto tuyo y en casa no ha habido otra virgen más venerada que tú. Te regalaré una lámpara para la ermita, o lo que más convenga, ¡ayúdame!
Y así fue cambiando las invocaciones el viejo, a una virgen o a otra  según se encontrara en la orilla izquierda o en la orilla derecha, hasta que pasado ya el término de Murillo, el mismo río lo depositó sobre la "yera" y, una vez que se vio a salvo, dijo:
- Estoy vivo de milagro, esto ha sido voluntad de Dios, así que nada os debo y no esperéis nada de mi, Virgen de Navarri ni Virgen de Murillo, que no habéis hecho nada por ayudarme".

En fin, parece una fe muy "utilitaria", pero lo cierto es que mientras el hombre estaba enfrascado en sus negociaciones celestiales, al menos no estaba solo, ni desesperado.

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