AGUA
codiciada
Campo está asentado entre dos ríos, el Esera y el Rialgo, lo que es una situación óptima para beneficiarse del agua sin tener que sufrir los problemas que puede ocasionar estar muy cerca de sus cauces. Y, sin embargo, disponer del líquido elemento no ha sido siempre una tarea fácil.
Obras:
En el siglo XIX se hicieron unas obras importantes, con el fin de llevar el agua a los campos de cultivo alrededor del pueblo. El agua de riego llegó al Pllano de Campo en 1.850, cincuenta años antes que lo hiciera la destinada al consumo doméstico.
Se trajo desde el Rialgo, tomándola a la altura de la tejería de Pedrodoz mediante la construcción de un azud que, entonces, fue hecho con piedras y ramas, por lo que frecuentemente era arrastrado por las crecidas del Rialgo en días de tormenta. Actualmente es de cemento.
Hasta llegar a los huertos el agua tenía que pasar por tres acueductos de tamaño considerable y uno más pequeño, necesarios para salvar los desniveles del terreno. Uno de los acueductos se hundió el año 1.936 y en su lugar construyeron un sifón.
La acequia que conducía el agua era profunda y ancha e inicialmente llegaba a la esquina de casa Saludas. Allí se colocó una gran piedra redonda y plana para perpetuar la importancia de esta obra, grabando en ella una cruz y el año en que se había llevado a cabo, 1850. Desde la mencionada esquina salían tres bifurcaciones: una que bajaba por la calle del Ballo, otra hacia el Nogueret y la tercera hacia casa de Rubiella. Estas vías se fueron ramificando para poder abastecer todos los prados del Pllano.
La traída del agua al área del pueblo hizo que se abandonaran los cultivos del extrarradio. Las patatas que hasta entonces se habían cultivado en tierras de secano, aunque húmedas, como el Obago, Naspún y Coz, a partir de entonces se cultivaron en el Pllano, así también como las hortalizas. Para los cereales se reservaron las tierras de la periferia.
También se construyó un viaducto (la "canalera" decían en Campo), para llevar el agua de la acequia hasta el prado de Chandemú. Antonio Castel recuerda que estaba cubierto de hiedra y que albergaba muchos nidos de aves, sobre todo de cardelinas.
Organización:
Cada año en el mes de marzo se procedía a la operación de limpieza de los laterales de las acequias, que estaban llenas de hierbas, zarzas y sedimentos acumulados durante todo el año. Este trabajo se hacía «a vecinal», es decir, se exigía la prestación de servicio de una persona por familia, durante un tiempo que solía oscilar de uno a tres días. En las casas que sólo había una mujer o los hombres eran mayores de sesenta años no se les requería nada, por lo que colaboraban a voluntad, pagando en ocasiones el trabajo de un hombre. Se recurría habitualmente a esta medida de prestación vecinal para los trabajos de construcción o arreglo de bienes comunales.
Una vez limpio el cauce, inmediatamente después se enviaba el agua para regar, estando reglamentado su uso mediante estatutos. En ellos se fijaban las horas de riego para evitar litigios que, de todas formas, de vez en cuando se producían. El factor determinante para la concesión de más o menos horas de riego, era, evidentemente, la extensión de la superficie a regar. El tiempo de riego que se le "daba" a cada uno podía ser a cualquier hora del día o de la noche: se debía regar cuando tocaba, no importaba si eran las dos o las cuatro de la mañana.
Cuando acababa de regar el que tenía «turno», tenía que avisar al siguiente, a no ser que lo hiciera el "cequiero". El "cequiero" era el responsable de vigilar que todo se desarrollara sin problemas e iba recorriendo la acequia para que no se perdiera el agua por ningún escape (fortuito o deliberado), además de avisar a quién le correspondía regar.
La causa de los escapes deliberados se debía a que, de vez en cuando, alguien consideraba que le «urgía» el agua más que a nadie y que no podía esperar a que le llegara su turno, así es que trataba de desviar un poco de agua a sus campos (moviendo alguna "talladera"), lo que nunca pasaba desapercibido...
Cada año en el mes de marzo se procedía a la operación de limpieza de los laterales de las acequias, que estaban llenas de hierbas, zarzas y sedimentos acumulados durante todo el año. Este trabajo se hacía «a vecinal», es decir, se exigía la prestación de servicio de una persona por familia, durante un tiempo que solía oscilar de uno a tres días. En las casas que sólo había una mujer o los hombres eran mayores de sesenta años no se les requería nada, por lo que colaboraban a voluntad, pagando en ocasiones el trabajo de un hombre. Se recurría habitualmente a esta medida de prestación vecinal para los trabajos de construcción o arreglo de bienes comunales.
Una vez limpio el cauce, inmediatamente después se enviaba el agua para regar, estando reglamentado su uso mediante estatutos. En ellos se fijaban las horas de riego para evitar litigios que, de todas formas, de vez en cuando se producían. El factor determinante para la concesión de más o menos horas de riego, era, evidentemente, la extensión de la superficie a regar. El tiempo de riego que se le "daba" a cada uno podía ser a cualquier hora del día o de la noche: se debía regar cuando tocaba, no importaba si eran las dos o las cuatro de la mañana.
Cuando acababa de regar el que tenía «turno», tenía que avisar al siguiente, a no ser que lo hiciera el "cequiero". El "cequiero" era el responsable de vigilar que todo se desarrollara sin problemas e iba recorriendo la acequia para que no se perdiera el agua por ningún escape (fortuito o deliberado), además de avisar a quién le correspondía regar.
La causa de los escapes deliberados se debía a que, de vez en cuando, alguien consideraba que le «urgía» el agua más que a nadie y que no podía esperar a que le llegara su turno, así es que trataba de desviar un poco de agua a sus campos (moviendo alguna "talladera"), lo que nunca pasaba desapercibido...
Aunque se hubiera regado más o menos, al final casi todos acababan mirando el cielo, a ver si caía alguna gota que remediera la sed de los huertos...
(Información y fotos acueductos de Antonio Castel. Fotos de la cascada y huerto: Javier Fuster)
ESO ES LO QUE NECESITA ARAGÓN: MÁS AGUA!!!
ResponderEliminarMe vienen a la mente tantas historias que me contó mi madre sobre este sistema de riego.... Ella las llamaba "tajaderas" (no sé el motivo). La última vez que estuvo ella en Campo, mi cuñada intentó levantar una y, al ver que no se podía, mi madre le contó toda la historia. La verdad que es muy curioso este sistema de riego.
ResponderEliminarHola, Inma,tu madre decía muy bien lo de "tajaderas", que es lo mismo que "talladeras". Digamos, que el primer término es la versión "fina" de la palabra que se usaba en el habla de Campo, que es la segunda. Ya me hubiera gustado escuchar todo lo que sabía ella, Clara, sobre este tema. Un abrazo.
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