viernes, 2 de octubre de 2020

El abuelo se pone chulo

y quiere ir a la moda


Mi abuelo Daniel era muy presumido, y le gustaba lucir "palmito". Para algo se había casado con la hija del molinero, que había sucumbido a su buena planta. Al abuelo, trabajar trabajar no le llamaba mucho la atención, pero hablar y cultivar las relaciones sociales sí, era lo suyo.


Daniel se quedó viudo en 1947 y mis padres se fueron a vivir con él. En casa ejercía de máxima autoridad, no porque lo exigiera él, sino porque mi padre así lo establecía. De todos modo, para ser sinceros, alguna que otra vez hubo que pararle los pies.

Recuerdo que, en el otoño de 1960, cuando empezaron a llegar los primeros fríos, un día mi madre le dijo al abuelo:

- Ya ha empezado a refrescar, tendrá que coger el abrigo cuando vaya al bar de Mariano por las tardes.  

¿Qué abrigo?  

- Pues el suyo -dijo mi madre.

- Yo aquél abrigo del año pasado, y del otro y del otro, no me lo pongo más.

- Pues, ¿por qué no se lo ha de poner? ¿qué le pasa a ese abrigo, si es bien bueno?

- Yo no digo que sea malo -replicó mi abuelo- pero me sobra abrigo por todas partes, de largo y de ancho.

- Pues haberlo dicho, hombre, haber dicho antes que se lo subiéramos un poco, y no esperar a última hora...  - y mi madre se iba acelerando.

- ¡Que no se trata de subirlo un poco! - gritó mi abuelo- ¡Que me sienta mal porque tiene un corte antiguo! Eso no se arregla con un centímetro más o menos de largo. Y no me lo pienso poner más, ya lo sabéis, no tengo ganas de hacer reír a la gente.

Cuando mi abuelo se marchó, mi padre le dijo a mamá:

- Ni una palabra más sobre el abrigo. Que se lo ponga si quiere, y si no, que vaya sin abrigo.

Así pasaron unos cuantos días. Bastantes. A la hora de ir al bar por las tardes, mi abuelo,  se plantaba delante del espejo del armario del recibidor y empezaba ostentosamente a darle vueltas a su bufanda alrededor del cuello. Luego se la subía para arriba, para taparse la boca y salía a la calle como un pobre huerfanito, sin ninguna protección.

Un día que el frío se dejó sentir más, y el viento y la lluvia azotaban con fuerza tejados, puertas y ventanas, el abuelo salió como cada tarde al café, pero cogió el abrigo, que desde hacía ya casi un mes estaba en el armario del recibidor.  Nadie dijo nada, ni él, ni mi madre, ni mi padre... Pero el abuelo ya no se miraba en el espejo antes de salir casa.  

  



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