martes, 2 de octubre de 2018

En otoño



Tiempo atrás


Antiguamente, cuando llegaba este tiempo, la gente del campo procuraba ir preparándose para la larga temporada invernal, almacenando en sus casas alimentos, forraje, leña... Recuerdo que en casa recogíamos y poníamos a buen recaudo las nueces del nogal del Molino Viejo, tan grandes y tan buenas. Y las más pequeñas y redondeadas de los Cibadals... También las peras y manzanas que colgábamos con cuerdas del techo del rebós, así como algunos racimos de uva que nos daba yayo Juanlas patatas, cebollas y una ristra de ajos; los orejones que habíamos secado al sol... y gran cantidad de botellas y botellas de tomate que preparaba mi madre para hacer sofritos, además de confituras de varios sabores...
Hoy vamos a recordar la recogida de bellotas, que nos cuenta Antonio Castel Ballarín en uno de sus libros:

"La recogida de las bellotas se realizaba en otoño, a primeros de octubre: comunicaban en el pueblo, mediante pregón, que se podía ir a buscar bellotas al "Caixigá".
Al día siguiente, pronto por la mañana, se formaba un cordón de gente del pueblo, había casas que iban todos reparados con cestos y sacos. Cruzaban la palanca, entonces de tablas de madera y unos por el camino del río, por "mal pas", por ser muy estrecho y estar junto al agua del río, se dirigían hacia la zona denominada "las Pradinas". Otros subían por el tozal de las "Parcions" y entraban por esta zona al Caixigá.
El trabajo consistía en ir recogiendo bellota a bellota del suelo con la mano e irlas depositando en una cesta que, cuando se llenaba, se procedía a vaciar en un saco, así todo el día. El trabajo no era duro, pero si resultaba pesado A la hora de comer cesaba la recogida, entonces, de lo que se había traído de casa se procedía a la comida, en corros, para después de realizada ésta, volver a empezar la recogida.
Normalmente, se llevaba ya algún burro, pero si no, dejaban los sacos amontonados y durante los días siguientes se bajaban al pueblo con algún animal de carga.
La bellota era un buen complemento para la alimentación del cerdo, unos meses antes de la matanza se procedía con esta alimentación a su engorde. La matanza se hacía en el mes de diciembre o primeros de enero.
El ambiente entre los cajigos resultaba agradable, puesto que se oía hablar a los vecinos de tarea, silbar y hasta en ocasiones, cantar. No faltaba la distracción de alguna ardilla que asustada por el murmullo saltaba de rama en rama y de árbol en árbol.
Una vez que, más o menos, se habían agotado las bellotas, se podía pastorear al ganado, que rebuscaba y acababa con alguna que se había quedado oculta entre zarzas o bajo alguna hierba.
El trabajo en el monte de Avellaneda era más pesado, primero porque había que ir andando hasta allí, que hay buen trayecto desde el pueblo, y en segundo lugar por lo escarpado y pendiente que era el monte.
Las encinas de este monte eran dulces y mejores que las otras bellotas, por lo que resultaban un buen complemento para la alimentación y engorde del cerdo.
También aquí había que dejar los sacos en el monte y un día a la semana subir a buscarlos con el burro.
Había que salir de casa casi de noche, para estar en el monte a primeras horas del día; y salir de  regreso del monte a últimas horas del día, por lo que siempre se llegaba a casa de noche".

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