EL AMIGO QUE LE RESCATÓ
DE LA NIEBLA Y EL MIEDO
Era el 23 de diciembre, de hace mucho tiempo. Mi madre, que se llamaba Victoria, siempre había celebrado su santo ese día. Era el inicio de las super fiestas en casa, pues además de Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Año Nuevo, el 28 de diciembre, día de los Inocentes, era el cumpleaños de yayo Juan y el 3 de enero el santo de los Danieles (había tres, mi abuelo, mi padre y mi hermano) y el 6 de enero la Epifanía y el santo de tía Dorita, Adoración. ¡Cada día una celebración!
Toda la familia pasamos la jornada en plena efervescencia con los preparativos de última hora; mi madre con la comida, nosotros con el árbol, el belén, etc y cuando ya terminamos de hacer nuestras cosas, nos pusimos a esperar que llegara mi padre de su viaje. Normalmente volvía a las 4 o las 5 de la tarde, para que no se le hiciera muy de noche por la carretera, pero en aquella ocasión, aunque telefoneó a mediodía para decir que llegaría como siempre, resulta que se estaba retrasando... Era muy raro. Poco a poco nos fuimos poniendo nerviosos, porque los días anteriores había nevado y se decía que la carretera estaba helada.. A las 6 llamamos a Monzón y nos dijeron que había salido de allí hacia Campo después de comer. Entonces, ¿dónde se había metido? no era propio de él... ¿Se habría parado más de la cuenta con su amigo de Graus?
A las 7 más o menos, llamamos a ese amigo. Mi padre no pasaba nunca por delante de su tienda sin saludarlo, aunque fuera sin bajar del coche. Y el amigo nos dijo que por allí no había pasado, pero que no nos preocupáramos porque inmediatamente salía a buscarlo.
Ya eran más de las 12 cuando sonó el timbre de casa. Bajé a abrir la puerta y allí estaba mi padre acompañado por tres o cuatro personas, que lo sostenían. En aquella época no había móviles para comunicarse y como no quería que mamá lo viera en el estado en que se encontraba (para que no se impresionara) había decidido tocar el timbre, porque sabía que ella no bajaba a abrir. Iba todo ensangrentado y se había roto varios dientes. Lo llevamos a la habitación y entre varias personas lo limpiaron y atendieron. Papá lloraba, no podía hablar. Parece ser que ya habían querido llevarlo al médico antes de traerlo a Campo, pero él se había negado en redondo: quería llegar a casa cuanto antes. El médico titular de Campo se hizo cargo de él. Menos mal que entonces había personal sanitario en los pueblos.
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