viernes, 24 de enero de 2025

domingo, 29 de diciembre de 2024

¡La fogata está que arde!

 

Ángel Huguet, como en tantas otras ocasiones, nos ha hecho llegar imágenes de la actualidad de Campo. Gracias a su colaboración podemos ver cómo lucía la fogata en la Nochebuena de este año, y alguna otra instantánea de la decoración navideña en el pueblo. ¡Gracias, Angel!

                             

                              


 


jueves, 19 de diciembre de 2024

Navidad, calefacción central

 





Joaquín Canales Pallarés cada año hace una felicitación de Navidad con el tema de la fogata de la Plaza Mayor de Campo, aunque este año ha cambiado y la ha dedicado a la ermita de San Antón. Todas son bonitas, porque dibuja muy bien, sabe captar el ambiente y le pone mucho cariño, pero en esta ocasión no me resisto a repetir  una de ellas, que me gusta especialmente, la del año 2020. Se puede apreciar que, los que se están calentando, a pesar de llevar mascarillas se mantienen a una distancia prudencial... por si acaso.  
Ojalá que el calorcillo que acaricia las mejillas, llegue también este año a todos los corazones.   

lunes, 9 de diciembre de 2024

La nieve ya está cerca

 

Ayer Campo lucía así: con la nieve alrededor. Estas fotos nos han llegado por el móvil, y no sabemos quién es el autor/a, pero le damos las gracias por permitirnos ver lo bonito que está el pueblo, que ya se sabe que la nieve es muy favorecedora.







lunes, 2 de diciembre de 2024

Un artículo del que no habíamos hablado


Y que queremos recordar


Cuando hicimos en Campo el recuento de las hueveras, para ver si lográbamos el récord Guinness, una persona nos ayudó desinteresadamente y en todo momento, el periodista y abogado Tomás Delclós. Ese "acontecimiento" tuvo lugar el 23 de julio, apenas veinte días antes de que falleciera mi marido, por lo que algunos asuntos quedaron en el aire, como éste, el de agradecerle a Tomás su dedicación e interés por nuestro proyecto. Queremos daros a conocer el artículo que nos dedicó en el País del 14 de octubre del 2023. 
Gracias, Tomás, con retraso, pero con todo nuestro reconocimiento.

            Tomás Delclós y Carmen Mascaray, contadores oficiales,  con  M. J. Fuster


EL PAÍS.- LA CRONICA DE TOMÁS DELCLÓS.

Colección de 15.485 hueveras para ganar el Guinness


La palabra "huevera" tiene distintas acepciones. La que conviene a esta crónica no es la que se refiere a los cartonajes o cestos de alambre que permiten transportar docenas y más, de huevos. Quien colecciona hueveras lo hace de los menudos recipiente en forma de copa pequeña donde se coloca el huevo pasado por agua. Más nomenclatura. Del latín pocilum (tacita) y ovi (huevo) nace pocilovista, coleccionista de hueveras. María José Fuster (Campo, Huesca) lo es. Y muy destacada. Tiene 15.485. Y sorpresa, nunca se ha servido un huevo pasado por agua "No me gustan, nunca los he probado". Eso sí, además de mimar estos enseres ha investigado sus aledaños. Conoce su historia. Tiene todas las piezas documentadas (año de adquisición, procedencia, material...) y dibujadas en más de 30 libretas. Hace tiempo, por iniciativa de los hijos, mantuvo dos blogs sobre la materia: Una huevera al día recibió en 2008 el premio al Mejor blog den la categoría de "Inclasificables" de 20 Minutos y mereció citas, con algo de perplejidad, en la BBC y La Republica. Es miembro de una asociación de coleccionistas francesa y ha participado en los mercadillos de los Egg Cup Collectors Club británicos.       

 

Fuster ficha los libros en cuya portada hay una huevera y guarda una copia de pinturas donde aparece este humilde utensilio Me enseña la portada de la edición alemana de
Haciendo historia, de Stephen Fry. Lleva una Sur la scêne intériur (Gallimard) de Marcel Cohen, luce otra y el propio Cohen lo justificaba: "me digo a mi mismo que no se puede conservar un objeto tan modesto y descolorido durante setenta años sin motivos serios". Es fácil de entender que una huevera resuma la intención de un libro que se titula Cocina sencilla para tiempos complicados, (Igone Marrodan, Alianza) o que Martha Stewart recurriera a ella para uno de sus recetarios. Menos lo es que The New Yorker insistiera más de una vez en lucirlas  como icono exclusivo de portada o que una imagen de huevera ilustre un libro de tecnología. Fuster me muestra  un álbum con obras de Klee, Le Corbusier... y la más irónica de todas, casi un chiste, de Magritte: una gallina contemplando su huevo servido en una huevera.



"La huevera es un artículo universal, insignificante, pero al que se le quiso añadir belleza. Se difundió desigualmente en España, por ejemplo, prácticamente no hay en Galicia y abundan en Cataluña (ouera) o Aragón (copeta). No es indispensable,  el huevo encaja en copitas de uso común, pero es un refinamiento del espíritu que ha llevado mucha inventiva a la mesa" comenta Fuster. Sobre su historia cita un mosaico de Pompeya anterior a la erupción del Vesubio (79 después de Cristo) y otro turco del siglo III. "Marco Polo pudo traer en el siglo XIII, de China, piezas de porcelana. No tengo noticias sobre la Edad Media. Los materiales eran rústicos, poco resistentes y, además, en las mesas no había platos individuales. Del siglo XVI hay ejemplares en Peralada, en el Victoria & Albert Museum de Londres o en el Louvre, entre otros. En este siglo llega a la corte francesa Catalina de Medici y con ella la elegancia en la mesa, con los platos de loza fina y las copas de cristal italiano, y el uso ¡del tenedor! Pero el hecho que fue determinante en la expansión de vajillas y complementos de la mesa fue la fabricación de la porcelana en Europa, en Meissen, a principios del siglo XVIII. Posteriormente en el XIX, una gran difusora del uso de la huevera fue la reina Victoria de Inglaterra  que, debido a su matrimonio con el príncipe alemán Alberto de Sajonia, tenía acceso a los numerosos fabricantes que surgieron en ese área. Y, como siempre ocurre, las modas que nacían en palacio eran copiadas por los aristócratas y poco a poco llegaban a todo tipo de clase social.
   

Durante un tiempo tuvo un blog, Hueveras, regalos y recuerdos, donde registraba las piezas que le regalaban. De todos modos, quién más alimentó la colección fue su marido, recientemente fallecido. Aprovechaba sus viajes de funcionario de un organismo internacional para adquirir ejemplares en países impensables. Fuster tiene autoeditado un libro que es como un atlas universal sobre la procedencia de sus hueveras (La vuelta al mundo en 800 hueveras). Los materiales son variadísimos. Las hay de mármol, papel maché, mimbre, opalina, plástico, silicona, resinas termoplásticas, porcelana, oro y plata, o una keniana de esteatita. También interminables son sus formas y las ocurrencias. Hay hueveras en las que el huevo es la cabeza de un lector de diario (Le Figaro, Financial Times). No faltan las sugerencias eróticas más o menos osadas. Otra lleva un reloj de arena para vigilar la cocción y puede encontrarse un ejemplar con la receta del "oeuf à la coque". Hay mensajes en catalán (L'avorriment  és la malaltia d´aquells que tenen l'ànima buida i la intel.ligència sense imaginació"); a favor y en contra del Brexit...

Este julio se inscribió para conseguir el récord Guinness del coleccionismo de hueveras. Con la ayuda excepcional, amigable, del pueblo de Campo expuso en un local de la población casi todas sus posesiones. Algo más de 1.000 ya están permanentemente instaladas en el Museo del Juego Tradicional de Campo. Una vez mandada la documentación, está a la espera del reconocimiento del Guinness World Records. Llegue o no, será el final de su dedicación a este lúdico empeño al que tantas horas y pasión ha dedicado. Para acreditar ante Guinness el número de piezas debió mandar una grabación audiovisual del recuento que dos supervisores contables hicieron La tarea fue fácil porque habían desplegado en las mesas unas plantillas cuadriculadas donde cabían cien hueveras en cada una. Había que comprobar que todas estuvieran llenas. En aquel espacio te dabas cuenta de la magnitud de la colección, y lo se porque, junto a la abogada Carmen Mascaray, fui uno de los supervisores que acreditaban la cifra ante Guinness. Es la segunda cosa más extraña que he sido en mi vida. La primera, en época de Franco, fue la de testigo de apostasía. Pero eso ya es otra historia. 

 

lunes, 25 de noviembre de 2024

Sin palabras

                                                             ¡Que bonitas!









Las fotos que nos ha prestado para el blog Josep Muñoz. ¡Gracias, Josep!
 

viernes, 8 de noviembre de 2024

El Campo que ya no existe...

Salvo en nuestra memoria




Personas amables, "que haberlas haylas", se interesan por este blog y me preguntan que por qué lo tengo tan inactivo últimamente. La verdad es que estoy un poco (bastante) vaga y, además, al no estar en el "centro de operaciones" me cuesta enterarme de la actualidad del pueblo, y tengo que andar molestando a todos los amigos y conocidos pidiéndoles fotos, etc.  No se, también puede ser simplemente que no reconozco mi pueblo porque me he hecho mayor y ni siquiera sé a que mundo pertenezco o quiero pertenecer, al Campo en el que viví, al que imaginé o al que existe en la actualidad. A veces me pasa que cuando recorro el pueblo no veo lo que tengo delante de las narices, por decirlo llanamente, sino que voy por la calle levantando los ojos hacia las ventanas y balcones de las casas, buscando la mirada de personas que ya no existen.

Ahora os invito a acompañarme por   "mi" pueblo, allá a mediados de la década de los 50.

Calle de la Iglesia,. Al fondo la cárcel

Como era la única chica de la casa (la zagalona), con 8 o 9 años mi madre me mandaba por la mañana a hacer algún recado. Vivíamos en casa el Molinero, en la calle de la Iglesia, que mal comparada, era la Oxford Street del pueblo, por lo comercial.

Antes de salir por la puerta de la calle, oteaba inquieta el horizonte para evitar encontrarme con el Sr. Miguel de Elías. El problema que tenía con él era que le gustaba mucho "competir" con los niños (gastarles bromas) y desde que a mi madre se le había ocurrido hacerme llevar pantalones (las mujeres en Campo no los llevaban todavía) el Sr. Miguel en cuanto me veía empezaba a decir: "Mira a Joseret del Molinero! Ahora ya tienen otro zagal en isha casa ¿que non tenivan prous? ".

Superado el obstáculo, me encontraba con el super parking de machos y burros atados en las argollas de la parte de atrás de Casa Aventín. Sus dueños venían a Campo desde los pueblos y aldeas de los alrededores: Los que "aparcaban" allí estaban comprando en casa Mazana. Yo avanzaba tímidamente entre hombres y caballerías buscando la ventana de casa Santorromán, a la izquierda, donde estaba segura que encontraría el saludo cariñoso de la Sra. Consuelo o de Josefina, que siempre estaban en la cocina.

                                                                       Procesión calle la Iglesia

Continuando con mi camino pasaba por el Cantón y, casi al final de la calle, estaba casa Josefina Mercedes, de ultramarinos, donde iba a comprar alguna cosa, porque según mi madre había que ir a todas las tiendas. Allí reinaba el orden y la dueña me gustaba porque tenía una cara muy bonita. Desde allí empezaba la vuelta a casa, entrando en casa Juané, la carnicería que estaba casi al lado, donde atendía a los clientes, de una manera muy profesional, la señora María, que llevaba siempre unos delantales que le gustaban mucho a mi madre. Allí tenía que comprar cada día un brazuelo (brazuelet) de cordero y poca cosa más, para hacer el caldo para seis personas... Continuaba hasta casa Baltasar, donde Pilar me trataba siempre con mucho cariño, porque era muy amiga de mamá. Después, subía la calle hasta estar otra vez en casa Mazana, donde entraba a comprar el último encargo. Allí, la señora Teresita, cuando estaba sola, me daba algún caramelo. Era muy amable.

Dinero creo recordar que no llevaba, porque solo se necesitaba para pocos establecimientos, pues en casi todos ellos apuntaban en una libreta lo que te llevabas y, al cabo del tiempo, pasaban cuentas. Pobres comerciantes de Campo, no les debía ser fácil cobrar todo lo que despachaban. Con casa Jacinta, la panadería, lo que estaba establecido con mi familia era un sistema de trueque, ellos apuntaban el pan que nos llevábamos y en la sierra anotaban la leña que ellos cogían para el horno.

Terminada la salida, cuando llegaba a casa tenía que rendir cuentas de todo a mi madre, que siempre solía encontrar algún fallo (señal que lo hacía...). Aunque el problema gordo, muy gordo, era que yo siempre confundía los garbanzos con los fideos, porque los dos eran de color amarillo y, en vez de llevarme al psicólogo u otro especialista, mis padres me hacían volver a cambiarlos cada vez que me equivocaba, para que lo aprendiera, y yo pasaba mucha vergüenza, sobre todo porque en la tienda se reían ... 

Ya se sabe: no hay felicidad completa, ni con los recuerdos.