Otra forma de viajar, digo, de vivir
Cuando éramos pequeños, mis hermanos y yo estábamos internos en Zaragoza y hacíamos el viaje de Campo a la capital maña una vez al trimestre. Como el trayecto duraba varias horas, estaban programadas varias paradas, siempre las mismas.
Para empezar, y aunque la jornada se presentaba larga, no se pensaba en madrugar demasiado, las cosas se tomaban con calma. Procurando no armar demasiado jaleo, subíamos al Volkswagen negro, que no tenía prácticamente maletero, toda la familia (cinco o seis personas, dependiendo si venía mi hermano pequeño o no) además de las maletas, bultos en general, etc.
Para empezar, y aunque la jornada se presentaba larga, no se pensaba en madrugar demasiado, las cosas se tomaban con calma. Procurando no armar demasiado jaleo, subíamos al Volkswagen negro, que no tenía prácticamente maletero, toda la familia (cinco o seis personas, dependiendo si venía mi hermano pequeño o no) además de las maletas, bultos en general, etc.


Allí había otro mesón o restaurante popular, que siempre estaba muy concurrido y que, según mi padre, hacía las mejores alubias del entorno. El alguna vez llegó a pedir judías de primero y también como segundo plato, porque decía que mi madre no las sabía hacer tan buenas y tenía que aprovechar.

Al llegar a Zaragoza, se procedía al reparto de criaturas: mis hermanos a su colegio y yo al mío. Mis padres se alojaban siempre en el Hotel Europa, que estaba en la calle Alfonso. Cuando nos acompañaba mi hermano Rober, el pequeño, yo me quedaba a dormir en el hotel para que mis padres pudieran salir por la noche al cine o al teatro.
Para mi ese hotel era el no va más del refinamiento y estaba impresionada con aquella gente elegante, que nos saludaba con una sonrisa sin conocernos. Claro que reconozco que mi opinión no es que sea muy digna de tenerse en cuenta, porque nunca había estado en otro hotel.
Recuerdo que un día estábamos comiendo allí en el restaurante y mi hermano pequeño, que debía tener unos 6 ó 7 años, se quedó absorto mirando a los comensales de la mesa de al lado. De repente, le dijo a mi padre "Papá, ese hombre va mascarao" que es la palabra que usamos en Campo para decir pintado o tiznado, y es que nunca había visto a una persona de color al natural. Como el chico se dio cuenta que hablábamos de él nos sonrió y llamó a mi hermano para que fuera a su mesa, pero él no estaba por la labor y prefirió concentrarse en su plato. Entonces, nuestro vecino se levantó, vino a nuestra mesa y le dio a Rober una moneda de un dolar muy nueva, explicándole que tenía un hijo de su edad. Nos contó que él y sus amigos estaban trabajando en la base americana.
El Hotel Europa ya no está en la calle Alfonso, todo ha cambiado, aunque no aquellas imágenes que se quedaron en mi cabeza.
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