sábado, 14 de febrero de 2015

En Carnaval


Azulete y crespillos...
  

En Campo, las fiestas de carnaval no forman parte de ninguna tradición ancestral, como ocurre en otros pueblos de los Pirineos. Y, aunque hay algunas costumbres que se mantienen, lo cierto es que la manera de divertirse, como es lógico, se ha ido acomodando a las diferentes épocas y situaciones.   
Queremos recordar aquí los carnavales de los años, 40, 50, 60 y 70 del siglo pasado.  El domingo anterior al miércoles de ceniza se celebraba un gran baile que era el punto de partida de las fiestas, que duraban hasta ese miércoles, en el que empezaba la Cuaresma. Con el fin  de pasarlo bien,  se hacían  bromas entre amigos y vecinos. El que las hacía procuraba no  «pasarse» y  el que las recibía intentaba  encajarlas lo más estoicamente posible. Son reglas no escritas para la buena convivencia en un pueblo y el que no las respeta, como se decía antes «se daba a conocer…» y no era bien considerado por sus convecinos.
Algunas de las bromas  que  se hacían eran, por ejemplo, esconder utensilios de trabajo (la azada, una escoba, un carretillo), fingir que en Correos había llegado un paquete para alguien, cuando en realidad era una caja llena de piedras, hacer la cama de  «petaca» a los vecinos o echarles sal entre las sábanas. Aún recuerdo lo bien que lo pasábamos cuando veíamos a algún vecino ir y venir buscando algo... entonces era el momento de preguntar ¿qué pasa, Pedro, has perdido algo? y la respuesta solía ser algo así como "Nada, nada, porque ahora mismo me váis a traer vosotros lo que me habéis escondido...". 
Para hacer la cama de petaca, primero se tenía que deshacer, para volver a hacerla poniendo la sábana de arriba («encimera»)  doblada, de modo que cuando uno se iba a meter dentro de la cama no podía entrar. Todo esto teniendo mucho cuidado de que «la víctima» no se percatara de nada hasta el momento de ir a dormir…  Tan malo era no poder entrar en la cama por culpa de la «petaca»  como tener que salir aprisa y corriendo antes de que te picara todo el cuerpo por culpa de la sal. En cualquier caso, lo importante era no quejarse de nada a la mañana siguiente, para no darle el gustazo al que  había gastado la broma de saber que su faena había  sido un éxito. 
El domingo los chicos hacían un muñeco con paja y ropa vieja y lo colgaban en la Plaza o en el Ayuntamiento, bien visible y el martes de carnaval, después de haberlo paseado por el pueblo, lo quemaban. 
El lunes y  el martes de carnaval algunos jóvenes y  adultos se animaban a disfrazarse con las ropas que encontraban por las casas. Ana Puertas recuerda que en casa Castanera tenían unas faldas muy bonitas y siempre había alguien que se las ponía. El caso es que, más o menos bien vestidos, se pinturrejeaban  la cara y se ponían sombreros o pañuelos en la cabeza para disimular quién eran y así se iban a visitar a vecinos y amigos, para divertirse un rato. Muchos de ellos llevaban una cesta y en las casas a las que iban les daban uno o dos huevos, un trozo de longaniza, morcilla u algún otro producto del cerdo, pues la matanza había tenido lugar hacía poco tiempo. El martes, los disfrazados se hacían una cena con los regalos recibidos y uno de los platos más populares eran las tortillas con longaniza. 
De todos modos, si tenemos que hablar de costumbres enraizadas en Campo para la celebración de estas fiestas de carnaval, hay que reconocer que había dos protagonistas: el azulete y los crespillos. 
El azulete: el  martes de carnaval  los hombres «mascaraban» a las mujeres y las mujeres a los hombres. Es un poco difícil de entender la lógica del «juego» pero era así. Y ¿en qué consistía eso de «mascarar» ? Pues  se trataba de untarse las manos con azulete y ponerlas en la cara de la persona que se pusiera «a tiro».  La víctima seleccionada podía no resistirse o resistirse a que la tiznaran. En el primer caso era cuando le ponían el azulete sólo la cara y, en el segundo, era  cuando además de la cara, le mascaraban la ropa y cualquier obstáculo que se interpusiera.
Antaño se tiznaban las manos con cenizas de los troncos quemados en la lumbre o con el hollín de las chimeneas, pero después se empezó a usar el azulete. El azulete es un pigmento de polvo de añil  que se utilizaba para blanquear la ropa y que se encontraba  en todas las casas. Se presentaba en forma de pastillas redondas, aunque también  se comercializó en polvo. 

Los vecinos del pueblo pasaban el día con la estrategia de atacar para no ser atacados y todo discurría con buen humor En lugar de molestarse con  la persona que le «mascaraba», se la solía invitar a unos  crespillos y a un vasito de vino dulce, para celebrar  juntos ese momento de diversión.
Los crespillos: en casi todas las casas de Campo hacían crespillos para Carnaval y ésta sí que es una costumbre que continúa vigente. Los crespillos son unos dulces como buñuelos, que están hechos de huevo, leche, harina y azúcar, y se aromatizan con anís. Se frien en la sartén con aceite bien caliente utilizando un molde redondo. Después se espolvorean con azúcar. Algunas amas de casa los hacen más esponjosos, otras más reducidos, más grandes, más dulces, en fin, hay variaciones de unos a otros, pero todos suelen estar muy buenos. En cualquier casa del pueblo que se visite te ofrecen para probar los crespillos que han hecho, una forma de manifestar su hospitalidad y las ganas de vivir la fiesta.
Actualmente, cada año se hace una cena con baile de disfraces que atrae a mucho público, tanto de Campo como de los alrededores. Se suele trasladar a un sábado para facilitar la asistencia de los que viven lejos.

(Las fotos son gentileza del Hotel Cotiella, Pepita Prats y Rosita)



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