Caldo para los recién casados
Un plato de no muy buen gusto para muchos
Era una antigua costumbre en muchos
pueblos de Aragón y también en el resto de España: llevarles a los novios la noche de su boda, o posteriormente, cuando regresaban de viaje de novios, una taza de caldo,
pretexto para que los jóvenes del lugar se divirtieran un rato a costa suya. En
algunas localidades en vez de llevarles caldo les servían una taza de
chocolate. Y, aunque la recién estrenada pareja se hubiera pasado muy bien sin
tanta solicitud, no había cerrojos ni llaves que pudiera evitarles esa temida
visita nocturna.
En Campo, el “llevar el caldo” a los recién casados ha sido una costumbre muy arraigada que ha llegado prácticamente hasta nuestros días. Aunque su “escenificación” sufrió alguna transformación con el paso del tiempo, la naturaleza y espíritu de la fiesta parece ser que no experimentó ningún cambio desde su origen.
¿En qué consistía ese rito del
caldo? Ocurría que después de celebrarse la boda en el pueblo, y como los
recién casados no solían marcharse de viaje de novios, los amigos hacían
preparar un caldo, muchas veces con las gallinas que robaban en casa de la
propia novia. Entrada la noche y cuando menos lo esperaban los desposados, se
presentaban en su habitación los solícitos amigos para ofrecerles, en medio de
bromas de más o menos gusto (más bien malo), una tacita de caldo para reponerse.
El que los recién casados marcharan de viaje de novios o se fueran los primeros
días a dormir a casa de algún amigo o conocido, no conseguía para nada hacer
olvidar a sus paisanos la cita pendiente.
Esta broma pesada se toleraba con
admirable resignación por todos los jóvenes del lugar. De hecho, normalmente el
caldo se llevaba cuando se casaba un chico del pueblo, que se suponía que ya
sabía de qué iba el asunto ya que él mismo habría asistido y contribuido a
muchas otras ceremonias de ese tipo. Es decir, una especie de justicia de hoy
me toca aguantarme a mí, porque ayer te tocó a ti.
Vemos a través del texto que el
Obispo de Lérida suscribió en el siglo XVIII, en una visita a Morillo de Liena,
hasta qué punto la Iglesia se preocupaba por el cariz que iban tomando las
bromas que se hacían al llevar el caldo. No sé si en Murillo se hizo caso a
esta disposición, ni si en Campo se hizo alguna llamada de atención de este
estilo, lo cierto es que, como hemos dicho, se practicó hasta hace bien poco.
Este es el texto en cuestión:
Murillo de Liena. Visita de
Monseñor Gregorio Galindo, Obispo de Lérida.
“Por quanto con mucho dolor
nuestro avemos entendido que en este lugar muchos jóvenes y otras personas de
poco juicio y temor de Dios Nuestro Señor, con grave perjuicio de sus almas y
escándalo de los fieles acostumbran llevar a la cama la colación o caldo de gallina
a los desposados o recién casados, la primera noche.
Deseando quitar tan abominable
costumbre y evitar los muchos pecados que de ella se siguen, ya por las
palabras torpes que dizen, ya por las acciones deshonestas y provocativas que
practican,
Mandamos a todas y qualesquiere
personas de qualquier estado y condición que sean bajo la pena de excomunión
mayor “lata sententiae ipso facto incurrenda”, que en adelante no lleven a
las recién casados a la cama la dicha colazión o caldo en dicha primera noche
ni en otras, ni vayan, y si alguno hiciese lo contrario mandamos al Rector lo
ponga en tablillas y nos de aviso.
El seis de octubre del año 1751”.
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