jueves, 22 de mayo de 2025

Novela por entregas-6. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas...).


                                        Capítulo 6

Recogiendo información y preparando la ofensiva



 Después de su viaje a Toulouse, Víctor, vía Claudine, me transmitió el resultado de las pesquisas, que era este:

1.- Tony se había ido de vacaciones a España, porque quería visitar el pueblo donde había nacido su madre. Solo había estado allí una vez, cuando era pequeño, y no había hecho nada por volver, pero, en ese momento de su vida y tal vez por influencia de Fátima, su novia, se sentía interesado en conocer sus raíces familiares; saber cuál fue el modo de vida de su familia materna; dónde y cómo vivieron sus antepasados, y ver si se sentía parte integrante de aquel mundo, al que, al menos una parte de él, pertenecía.

2.- Tony se había ido con Fátima en coche, y tenían pensado alojarse en un hotel de Huesca. Según les contó a sus padres, pensaba encontrarse con un familiar con el que había establecido contacto por internet.

3.- Su familia no sabía nada más. Tony era muy buen chico pero reservado y, ya se sabe cómo es la gente joven, si por casualidad se ponía a contarles algo y ellos le hacían una pregunta más de la cuenta al respecto, se cerraba en banda otra vez,y no conseguían sacarle nada más. Así es que no hubo manera de saber, con qué familiar pensaba encontrarse en Huesca. Eso sí, cuando llegó allí enseguida les llamó por teléfono para decirles que habían tenido buen viaje y que todo iba bien.

Vale, pensé, si se relacionaba con alguien del pueblo ¿por qué nadie había dado ninguna información sobre él, después de publicarse su foto e identidad? Un poco raro era esto... Así pues, lo primero que había que hacer,  era averiguar con quién  había establecido contacto Tony y, para saber eso, había que volver al lugar de los hechos, mi casa. 

Vuelta al hogar.-

Pillé el autobús al día siguiente, tan pronto como pude y sin consultar con nadie. Aproveché el trayecto para enviar mensajes a la familia, avisando del cambio de residencia, para que no les diera por pensar que me habían raptado o alguna cosa semejante. Una vez en Huesca cogí un taxi en la estación, que me llevó a nuestra urbanización. El conductor del autobús, no paró de mirarme por el espejo retrovisor todo el tiempo, pero ni él me dijo nada ni yo tampoco. Entonces comprendí por qué me había ido…

Cuando llegué a casa sentí una sensación agradable, allí estaban mis cosas y sentía la presencia de un montón de recuerdos entrañables a cada instante ¿por qué tenía que renunciar a esto por culpa de unas mentes retorcidas? ¿Qué le había hecho yo a aquél asesino en serie para que hubiera elegido mi casa como base de operaciones?

Al poco de estar allí encendiendo luces y revisando todas las habitaciones, por si encontraba a algún intruso, vivo o muerto, llamaron a la puerta. Era Pedro:

- Pero ¿qué es esto? ¿Vienes sin avisar? Te hubiera podido ir a buscar a la estación -me dijo.

- Hola, Pedro, gracias, no hacía falta molestaros. ¿Cómo estáis? ¿Cómo van las cosas por aquí? -le pregunté-. Nosotros estamos bien, pero, la verdad, si me hubieras pedido consejo sobre si debías volver o no, pues te hubiera dicho que no.

- ¿Aún piensan mis vecinos que colecciono cadáveres? ¿No se quedaron tranquilos cuando se vio dónde y por qué existía aquella foto mía con una de las víctimas?

- Bueno, ya sabes que no hay peor sordo que el que no quiere escuchar, el que quiere pensar mal siempre tiene motivos.

- Pues peor para ellos. Disculpa, Pedro, ahora no me puedo entretener porque tengo que hacer un par de llamadas. Ya pasaré a saludar a Marisa, o que venga ella cuando quiera ¿de acuerdo?

- ¿Necesitas que te compremos algo? Tengo que ir al supermercado ahora.

- No, gracias, ya pediré por teléfono. Perdona si no te hago caso.

Cuando se marchó, me puse a hacer lo que estaba programando mentalmente mientras hablaba con él:

Primero, avisar a Sánchez de que ya estaba de regreso; se iba a pegar un susto (evito decir de muerte, por si acaso). Segundo, llamar al supermercado para que me trajeran un pedido, porque tenía hambre. Tercero, ponerme en contacto con la prensa local. Si se podía destruir a una persona con un artículo, también se debería poder salvarla.

Empecé con la lista de mis deberes, es decir, llamar al comisario:

- Hola, Sr. Sánchez, soy Teresa Fuster, le llamo para decirle que ya he regresado y estoy otra vez en casa -le dije.

- Sí, ya me había enterado -me contestó secamente.

- ¡Sí que está Vd. bien informado! -le dije.

- Todo lo que atañe a la seguridad pública, es una prioridad para este departamento.

¡Toma ya! pensé, yo también "ataño" a la seguridad pública y no me hace ni caso.

- Bueno, pues -le contesté sin entrar al trapo- si le puedo ser útil en algo, aquí estoy.

- Lo tendré en cuenta. Gracias por llamar -y me colgó de golpe, a lo bruto.

Me quedé pensando unos segundos, ¿de verdad sabía que había vuelto o se marcó un farol? En el primer caso ¿quién se lo había dicho, si no vi a nadie? La verdad es que podía haber sido cualquiera, porque en un lugar así una ventana cerrada tiene ojos, pero resultaba muy inquietante.

Pasé al punto 2. Hice por teléfono el pedido al supermercado y creo que exageré un poco, porque más que para atender las necesidades de una persona daba la impresión de que era para alimentar a una familia numerosa, pero es que no quería perder el tiempo cada día con compras.

Punto 3. Prensa local. Llamé por teléfono al periódico principal, E.D.A. del que no digo todo el nombre porque no es cuestión de hacer publicidad a nadie, no vaya a pensar algún listillo que me han subvencionado este libro.

Me identifiqué y pedí a mi interlocutor si podía ponerme en contacto con el responsable de los temas de sucesos o la persona que hubiera tratado mi caso, que, por supuesto, todavía era actualidad.

Rápidamente se puso al teléfono un señor, que dijo estar muy interesado en mi versión de los hechos, y quedamos que aquella misma tarde vendría a verme. Me pidió que no avisara a nadie más antes de hablar con él, y le dije que no había problema, le esperaría. A las 4 en punto de la tarde, ya estaba en casa.

El periodista se llamaba o, mejor dicho, se llama, Javier. Es un joven de unos cuarenta y pico años, alto y un poco desgarbado. No se sabe muy bien por qué, pero emana de su persona una sensación de fragilidad, de inseguridad. Quizás esta impresión es el resultado del mensaje que transmite su estructura ósea, que se percibe poco estable, inclinada, insegura, como si estuviera empezando a desmoronarse. La asimetría de los hombros, uno más alto que el otro; la ligera curvatura de su columna vertebral; unos brazos que no se acaban nunca, con las manos colgándole en los extremos, que la la impresión de que más que prestarle algún servicio le están estorbando, todas estas cosas y otras particularidades, le daban ese aire poco firme e indeciso. Y el que esa falta de determinación y dureza acompañara también su manera de ser y de pensar, era una esperanza para mí. Mejor dudar que creerse un superdotado en posesión de la verdad. De todos modos, después, al ir conociéndolo, descubrí que era una persona más fuerte y determinada de lo que había imaginado en aquellos instantes, para mi bien.

Le ofrecí un café y nos sentamos alrededor de la mesa del comedor. Me pidió si podía grabar la conversación, a lo que asentí, y él tomaba sus notas en una libreta.

Empecé la conversación:

- Javier -le dije, tuteándolo porque era tan joven como mis hijos y no me salía decirle de usted- sé que este caso que te voy a contar es bastante rocambolesco y difícil de entender, yo soy la primera que no comprendo qué es lo que ha podido pasar. Los hechos ya los conoces, pero de la manipulación que se ha hecho de ellos no sé si estás al tanto. Podemos poner como ejemplo de ello, el uso que se hizo de la famosa foto en la que una de las víctimas aparece conmigo.

Después de que saliera prácticamente en toda la prensa nacional, yo envié la imagen original a todos los medios, en la que se nos veía a los dos, a una de las víctimas y a mí, con una amiga, pero prácticamente nadie la ha publicado. Así pues, el lector, o la persona que la vio por televisión, se ha quedado solo con la primera imagen, la que insinuaba que había una buena relación entre uno de los muertos y yo, y que yo lo había querido ocultar. 

- Javier -proseguí- yo no sé lo que está haciendo la policía, a mí no me cuentan nada, pero para mí es muy importante solucionar este asunto pronto. Mi vida ha cambiado de la noche a la mañana totalmente. La gente me mira con recelo, se especula con lo que no se sabe, remueven en la vida de mis padres, de mis hermanos, no es justo, yo no he hecho nada malo.

- A la gente le extraña que no hayas contratado un abogado -dijo él.

- Pero ¿para qué? Yo no estoy acusada de nada, nadie me tiene que defender ante nadie. Sin embargo -admití- me gustaría mucho contar con alguien de plena confianza que pudiera trabajar conmigo para hacer la investigación que yo personalmente no puedo hacer, porque soy demasiado visible. ¿No conocerás a alguien que pueda ayudarme?

- ¿A qué te refieres exactamente? -me preguntó. El también me tuteaba, le debía recordar a su madre.

- Mira, unos amigos me están ayudando desde Bélgica y Francia. Uno de ellos ha ido a hablar con los padres de Tony, una de las víctimas. Ellos le comentaron que su hijo les llamó por teléfono cuando llegaron a Huesca, para decirles que todo iba bien y que se alojaban en un hotel. No tiene que ser difícil, sabiendo los días que estuvieron aquí, recabar información del hotel en el que estuvieron. Seguramente la policía ya lo habrá hecho, pues probablemente dejarían su equipaje abandonado, pero dada la falta de comunicación que existe entre Sánchez y yo, no he podido saber nada de todo eso.

- No te preocupes, conozco la persona adecuada, es de aquí, de toda la vida, y conoce a todo el mundo y a los padres de todo el mundo... €l te ayudará. Se llama Joaquín y estoy seguro que se tomará con interés tu asunto, ya verás cómo te llamará esta misma tarde o por la noche, lo más tardar. Ya quedaréis entre vosotros.

- Teresa -me dijo meditando sus palabras- me interesa este caso, porque creo que dices la verdad. Voy a hacer todo lo posible para que puedas demostrar que no tienes nada que ver con lo que ha pasado en tu casa. Sólo quiero pedirte una cosa, y es que confíes en mí y me dejes apropiarme un poco de tu historia. Lo que me has contado, si lo escuchan cinco personas harán cinco versiones distintas, y yo creo que eso no es bueno. Es mejor elegir la más conveniente y trabajar para hacerla consistente y convincente.

- Hecho, no voy a llamar a ningún periodista más. Eso, sí, Javier, creo que tenemos que tener mucho cuidado y no confiar en nadie. No es fácil en un entorno como el nuestro mantener un secreto, pero es que tenemos el enemigo en casa y, para vencerle, nadie debe saber nada de lo que hacemos.

Antes de acabar la frase, el timbre de la puerta sonó. Allí estaba Pedro que, como era habitual, ya se había plantado en el recibidor.

- ¿Cómo van las cosas? ¿Todo bien? Hombre, pero si tienes visita (dijo estirando el cuello hacia el salón).

-¿Qué tal, don Javier? -le preguntó mientras seguía su avance hacia la sala, pues parece ser que se conocían desde hace tiempo- ¿Informándote en el lugar de los hechos? ¿Lo publicarás mañana?

- Hola, Pedro, sí, aquí estamos hablando con Teresa -contestó Javier con voz firme- Si no te importa, me gustaría continuar la entrevista, porque tengo que marcharme enseguida.

Y, ante semejante corte, Pedro no tuvo más remedio que elevar anclas, mientras con un tono de voz un poco burlón decía:

- Vale, vale, me voy, que no quiero molestar, ya compraré el periódico.

Javier y yo nos miramos con complicidad. ¿Ni a Pedro? ¡Ni a Pedro! No había que descubrir nuestro juego a nadie. Habíamos superado el primer asalto, pero teníamos que seguir atentos, para que nuestro asunto fuera top secret, al menos mientras durara la investigación.

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