jueves, 29 de mayo de 2025

Novela por entregas-9. SIN TÍTULO


Capítulo 9

 El probable quién y la incógnita del por qué


Pasé el día siguiente tranquilamente, contestando mensajes y preparándome tapas, aperitivos, cafés, etc. pues ya no hacía ninguna comida consistente a una hora regulada, sino que iba picoteando todo el día. Parecía que llevaba a cabo una particular “campaña de globalización” con el objetivo de ponerme redonda.

Cuando me trajo el periódico Marisa, que me lo compraba cuando iba a por el suyo, vi con alegría que Javier había insertado un pequeño llamamiento a las personas que hubieran visto al conductor y acompañante del coche francés, que estuvo más de 14 horas aparcado en el mismo lugar, prácticamente en un descampado. A ver si alguien respondía.

-Como no lo viera alguna persona con tierra por esa parte -explicó Marisa -o que estuviera faenando ese día… Es un sitio abandonado de la mano de Dios, no se acerca nadie por allí para nada, a no ser que vayas a trabajar la tierra o a la ermita.

- Oye -le dije- ¿dónde anda Pedro? Llevo un par de días sin verlo

- Lleva mucho jaleo con la comisión de festejos de la urbanización. Este año le ha tocado a él estar en la Junta y ya empiezan a preparar todo para la fiesta de agosto -me contó Marisa- ¿Quieres que le diga que pase esta tarde?

 -No, déjalo tranquilo, ya nos veremos -le contesté.

Llegó el Sr. Joaquín por la tarde, con el semblante contento. Nada más entrar en casa, me dijo:

 -Se va estrechando el círculo. He consultado censos, libros de la parroquia, etc. y ¿a que no sabe quién lleva el apellido Mur aquí en la urbanización? -tenía ganas de decirle que sí, pero no quise robarle ese momento de gloria al bueno de Joaquín.

 - ¡Su vecino! -me gritó el Sr. Joaquín, poniendo un énfasis concentrado en la “ci” de vecino, él que era todo contención e inexpresividad. 

-¿Qué me dice Vd.? -me atreví a preguntar con extrañeza, para darle la oportunidad de explicarse. 

-En este momento no podemos afirmar nada todavía -me dijo con secretismo. -Lo que tenemos que hacer, es centrarnos en esa persona, estudiarla, desmenuzar sus intenciones, y si es lo que buscamos, albricias, y si no, pues buscaremos otro posible candidato. 

Sonó el timbre de la puerta con insistencia y familiaridad. Precisamente era Pedro, que se quedó sorprendido al ver a Joaquín.

 -Hola, Pedro -le dije- Pasa, pasa, haznos compañía un ratito. 

- No, gracias, es que tengo prisa, pero como me ha dicho Marisa que preguntabas por mi…

 - Sólo era para saber cómo estabas -le contesté-. Pero pasa un poco, hombre, nos ayudarás en las pesquisas.

 - Tú que eres de por aquí y conoces a tanta gente -le dijo Joaquín lanzándole la pregunta trampa -¿no te sonará alguien de la urbanización que lleve el apellido Mur?

- ¿Estáis buscando a algún Mur? -preguntó mostrándose extrañado.

- Es que se ha descubierto que el segundo apellido del chico francés era Mur y que la familia de su madre era de La Cardelina -le quise aclarar.

- ¿Quién ha dicho eso? ¿Sánchez? -interrogó Pedro

- No, él no nos ha dicho nada -le dije.

- Ya preguntaré entre los vecinos, a ver si alguien sabe algo -dijo mientras se ponía de pie. -Ahora tengo que irme, que tengo prisa -Y cuando ya estaba cerca de la puerta, añadió como de pasada:

- Bueno, yo tengo el Mur entre mis apellidos, por si os sirve de algo.

Le dediqué una sonrisa y me mordí la lengua para no decirle lo que tenía a punto de soltarle, que era “pues igual sí que nos sirves, porque eres lo que estamos buscando”.

Mientras tanto, y lejos de allí, otras personas seguían intentando ayudarme.

Víctor, al que Claudine y yo ya llamábamos “nuestro nuevo amigo”, estaba completamente entregado a la causa de Tony Lemonier, y a la mía, aunque fuera indirectamente. La última noticia que nos dio este chico fue alucinante.

Había regresado Víctor por segunda vez a visitar a los padres de Toni, en Toulouse, que estaban deshechos, y charlando con ellos de toda la historia de la familia, anécdotas, etc. salió a colación el testamento, que su abuelo Pedro dejó hecho antes de morir. Parece ser que él seguía siendo el propietario de la casa y las tierras que sus padres le habían dejado en La Cardelina, y que especialmente su hermana mayor, Pilar, había disfrutado y usufructuado, además de trabajarlas, todo hay que decirlo. Si ya fue difícil aceptar el reparto de la tierra fijada en las disposiciones testamentarias, porque todos los familiares se sentían perjudicados, más complicada resultó aún la interpretación de una cláusula que nadie entendía. Y es que Pedro, el testador, decía:

“… y la cabana que hay entre las higueras, que quede en la familia, para mis tres hijas y los suyos si ellas faltaren, que todo ello, bien me pertenece y pagado está con creces”.

Pensaban los familiares, que a lo mejor no interpretaban bien el español y decidieron consultármelo a mi, por si encontraba algún sentido al misterioso mensaje, ya que creían que se les escapaba algo y, la verdad, no se atrevían a ponerlo en conocimiento de cualquiera.

En la reunión vespertina con Joaquín, le mostré el texto del testamento y, enseguida, coincidimos en pensar los dos lo mismo: en esa cláusula estaba la clave de lo que buscábamos, un móvil para los asesinatos. Desde luego, no era cuestión de divulgarla, si la gente imaginaba, como bien sugería el mensaje, que en la cabana podía haber algo de valor, probablemente en pocas horas se vería invadida por una legión de curiosos, por no decir busca tesoros.

Llegados a este punto, lo primero que se imponía era localizar la cabana. Y, ¿qué eran exactamente las cabanas? pues unas construcciones aisladas, que se hacían en los campos para guardar el material de trabajo y, en ocasiones, para pernoctar los trabajadores. La mayoría de ellas estaban bastante camufladas en el paisaje, y con su austera construcción se pretendía no llamar la atención y pasar lo más inadvertidas posible. Se encontraban especialmente en tierras de secano.

Para conseguir la información que necesitábamos, Joaquín opinaba que lo primero de todo era necesario localizar en el pueblo a la hermana de Pedro, Pilar. Si ya no vivía, intentaríamos contactar con sus descendientes. Se trataba de obtener datos, lo más discretamente posible, de dónde tenían la tierra, etc. Aunque, desde luego, la cabana ni mentarla.

Dicho y hecho, el eficiente detective, al día siguiente ya me trajo la información que necesitábamos, ¡ya sabíamos un poco más! En realidad, me contó Joaquín que ni siquiera tuvo que ir hasta La Cardelina, porque conocía a algunas personas que vivían en Huesca, y estaban bien informadas sobre el tema. Mejor no hacernos notar mucho, me dijo.

Entonces, sacó su libreta de notas y me leyó lo que le había contado un señor mayor, que hacía ya años que residía en la capital.

“La tierra que tenían los Mur no es que fuera un gran patrimonio, pero daba para vivir. Tenían los campos bastante lejos, hacia Siétamo, eran los últimos del término municipal de La Cardelina. Pedro se marchó después de la guerra a Francia, no porque se hubiera distinguido en ninguna acción especial que le hiciera temer represalias, pero  algo le debió pasar, porque se le veía muy amargado.

Un día dijo a la familia “me voy”, y aquella noche ya no durmió en casa. Se fue a casa de unos paisanos que vivían en Pau. Su padre, el pobre Eusebio, no se recuperó de esto, falleció al poco tiempo. Y es que Pedro era el único chico de la familia y su marcha fue una bomba para todos. Nadie se lo esperaba.

Se quedó en casa Pilar, que más tarde se casó con un agricultor, Paquito, pero ese hombre no estaba hecho para el campo, no supo sacarle partido a la tierra, ni a la suya ni a la de la familia de Lola. Ahora mucha la tienen medio abandonada. Nada, tuvieron solo zagalas y ha sido una pena, porque se han dejado perder todo, por no trabajar como hacía falta”.

Joaquín también habló con una señora un poco más joven que él, que era de La Cardelina aunque hacía años que vivía en Huesca. Y le comentó:

-Con Pedro nos conocíamos de toda la vida ¿no ves que allí en el pueblo estábamos siempre juntos? En la escuela los chicos iban con el maestro y nosotras con doña Esperanza, pero al salir de clase siempre estábamos juntos, sobre todo cuando ya empezamos a ser más grandes. Es que éramos muy pocos.

- Pedro era muy buen chico, estudioso, aunque travieso, muy "espabilao". Lástima de aquella guerra, que se llevó por delante lo mejor del pueblo y, lo que quedó… ya nunca fue como antaño. No se sabe qué le pasó a Pedro, con lo buen zagal que era... Se han dicho muchas cosas, pero no me creo ninguna.

- Cuando marchó a Francia se fue con los de Mora -continuó diciendo nuestra testimonio- que ya se habían establecido un poco antes y estaban bien situados. Dicen que esta familia se enteró de que Pedro alguna vez vendía joyas, ¿de dónde las habría sacado? Porque de su familia no, que no les faltaba para comer, pero tampoco les sobraba para oros y platas. El caso es que los Mora se lo sacaron de casa, porque no querían problemas. No le puedo decir más, sólo que no acabaron muy bien”.

Joaquín levantó la vista del papel y me miró por encima de sus gafas. En mi cabeza resonaban palabras sueltas, que me daba la impresión de que eran las mismas que él oía.

- Esto de las joyas es nuevo -le dije- ¿verdad, Joaquín? Y podría ser una buena pista.

- Sí, desde luego -me contestó- como la cabana.

-¿Qué podemos hacer ahora? Tendríamos que saber cómo consiguió esas joyas, si las guardaba en la cabaña… Si eran de alguien que le pidió que se las escondiera, o si él se las sacó a alguien…

-No es fácil saber lo que pasó aquellos días en esta zona, esto era una frontera. El terreno o la casa que un día eran de un bando, al día siguiente era del otro. Gente que estaban en un sitio, querían pasar al de enfrente, a veces porque pensaba que estaban mejor, otras porque se les había quedado la familia en la otra parte, o la casa.

-Joaquín, estamos a dos pasos del final de esta historia, no vamos a pararnos aquí, tenemos que seguir adelante, vamos en la buena dirección, estoy segura - le dije un poco teatral-. Si le parece bien, vamos a dividirnos el trabajo: Vd. buscará información en el archivo militar, en el histórico, allá donde pueda haber un papel que dé cuenta de lo que pasaba aquellos días en la Cardelina. Yo consultaré por internet hemerotecas, informes oficiales, lo que sea.

Y así, hablando hablando, se nos pasó un buen rato. No habíamos terminado todavía de hacer proyectos y propósitos, cuando sonó el teléfono. Era Javier, que llamaba para decir que tenía novedades. Le dije que Joaquín estaba en casa conmigo y que nosotros también teníamos muchas cosas que contarle. Suplicó:

- ¡No os mováis, por favor, que llego en 20 minutos!

Curiosamente, pensé, Javier, que era mucho más joven que yo, siempre me había tratado de tú, mientras que el comedido Joaquín, casi de mi edad, aún me hablaba de Vd. Cosas.

Bueno, cuando llegó nuestro periodista, le soltamos todo lo que habíamos “descubierto” atropelladamente. Y lo que nos imaginábamos, también.

Entonces, nos empezó a contar él sus noticias que, desde luego, se complementaban muy bien con las nuestras. Explicó que, a raíz de aquél artículo en el que acababa pidiendo colaboración ciudadana, para informar sobre el coche francés parado delante de la ermita, recibió una llamada telefónica en su casa. Un señor, que debía ser ya mayor a juzgar por el timbre de la voz y lo que gritaba al teléfono, se identificó como Miguel, “el Palomero”, y le dijo que podía explicarle algo que seguro que le podía interesar. Le dio la dirección de su casa y le dijo que podía ir a verlo cuando quisiera. Javier fue para allí volando, inmediatamente.

Miguel, desde luego, parece ser que era bastante mayor. Llevaba un chaleco negro, una boina en su cabeza y un bastón, sólo le faltaba una faja en la cintura. Vivía en las afueras de Huesca, en la carretera a Barbastro. Cerca de su casa, llamaba la atención una especie de rascacielos en miniatura, o, para ser más exactos, una caseta de cuatro pisos, estrechísima, que había construido él con sus propias manos. El último de aquellos pisos era un palomar. Al lado de la puerta de entrada a este pretencioso torreón, había puesto un banco de madera, muy confortable por cierto, y fue allí donde nos contó Javier, que pasaron todo el rato que duró la charla, bastante tiempo.

- Mira, chico - le dijo Miguel - ya sé de qué casa eres y conozco a tus padres, sobre todo a tu padre. Buena gente. Yo te voy a contar lo que vi ese día, para que lo sepas, pero no me metas en ningún follón, ya he pasado bastantes en mi vida, ahora solo quiero tranquilidad, entendido ¿verdad? Así es, nada de declaraciones en la comisaría ni emplear mi nombre para nada.

Javier le contestó que no se preocupara, que lo que le dijera quedaba entre los dos, y el hombre siguió con su historia:

-Aquél domingo, me llegué un momento por la mañana al taller de maquinaria agrícola que hay allí cerca del Hospital -explicó-. Por las mañanas siempre está por allí el dueño, hasta los festivos, y quería hablarle del problema que tengo ahora con el tractor. Bueno, sea como sea, cuando volvía a casa, en lugar de pasar por tanta autovía, rotondas y no sé cuántas tonterías más que van haciendo para marear al personal, yo voy siempre por los caminos vecinales, los que van de finca a finca o de casa a casa, vamos los de toda la vida. 

-Los días de cada día, aún te vas encontrando algún vehículo, pero los domingos no se ve ni un alma. Ese día, justamente, antes de llegar a San Roque, me adelantó a toda velocidad un coche que iba hacia allí, hacia la ermita. Y al llegar yo por allí, vi que había un coche rojo aparcado y que sacaban cosas del interior para subirlas al coche que acababa de llegar. No me preguntes marcas, porque no conozco ninguna, ni colores, porque no los veo. El rojo se me ha quedado porque es el único que distingo. El otro coche, era oscuro, no sé nada más”.

Se percibía que Miguel quería ser un testigo veraz, fiel a lo que había visto, y daba su testimonio lo mejor que podía.

-“Sobre cuantas personas había, tampoco es que te pueda decir nada -prosiguió Miguel -porque no las distinguí, ni se si eran hombres o mujeres, que ahora todos parecen lo mismo, aunque una cosa sí que te puedo asegurar, y es que el del coche obscuro llevaba el pelo bien cano, vamos, blanco como la nieve. Y es que lo pude ver bien, porque cuando yo estaba llegando se puso a levantar la puerta del maletero de su coche, y me llamó la atención aquél pelaje. Dudé si era hombre o mujer por, pero al agarrar las maletas, entonces me di cuenta de que él sí que era varón”.

Después de haber repasado varias veces todo lo que Miguel vio aquella mañana y, viendo que ya no podía aportar más sobre este tema, Javier cambió de tercio y le preguntó a su informante.

-Miguel, ¿y Vd. no se acordará de un zagal de la Cardelina que marchó después de la guerra a Francia?

- Hubo varios, ¿no me preguntarás  por Pedro Mur?

- Pues sí, justo por él ¿Cómo se le ocurre eso? ¿Vd. lo conoce? ¡Qué casualidad! - le dijo Miguel

-¡No lo he de conocer! -exclamó- tonteé muchos años con su hermana Pilar, pero al final no pudo ser. Era maja aquella chavala. Pedro era un desgraciado, buen chico donde los haya, pero la guerra le cambió mucho.

- Un día, te hablo ya de hace muchos años -continuó Miguel bajando el tono de voz- la guardia civil iba preguntando a la gente si sabían algo de Pedro, qué amigos tenía, que vida llevaba… parece que se sospechaba que se había quedado algo que no era suyo, no se sabe cómo. Hasta se habían corrido voces que guardaba algo de valor en la cabana. En más de una ocasión se la encontraron removida de arriba abajo.

- Si guardara un tesoro, ya lo habría venido a buscar -le dijo Javier riendo.

- A lo mejor no ha podido -contestó Miguel pensativo.

- El caso es que un conocido mío que tiene las tierras al lado, les pidió si la podía emplear sólo unos meses, pagando lo que fuera, pero no quisieron dejársela de ninguna manera. Dijeron que Pedro, desde Francia, había dicho que ni se les ocurriera meter a nadie. Ellos sabrán.

lunes, 26 de mayo de 2025

Campo, hoy

 

Está así de bonito:



Foto de Pilar Castillo

domingo, 25 de mayo de 2025

Novela por entregas-8. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas)


Capítulo 8

Un árbol genealógico


Me preparé un tomate, acompañado de atún de lata, porque pensé que debía comer algo. Aún tomé de postre un yogur y, después de recoger la cocina, me marché a mi habitación. Tenía allí instalado el ordenador y, antes de ponerme a dormir, quise mirar el correo, a ver si había alguna novedad. Y ¡no me lo podía creer! lo que vi me sobrepasaba. Tenía un mensaje de Claudine que me decía:

“Chère Teresa, notre ami Victor viens de m’envoyer l’arbre généalogique de Tony. J’espère que cela vous sera utile dans vos recherches”

FAMILIA de los MUR

 LÍNEA MATERNA de ANTONIO LEMONIER MUR (1) (Tony, el muerto)

 La Cardelina (Huesca) 


EUSEBIO MUR y MARÍA ABADÍA

 ______________________________________________________________ 

Pilar                                Carmen                          PEDRO  (6) 

     x:                                    x:                                   x: Pau, 1940 

Francisco Martín                 ___________            JOAQUINA CARRERA (7)

___________                               _________________________________

Lola       Carmen                            Mariana (3)          Teresa           Brigitte

                           x: Antoine Lemonier (2) 

           _____________

                   Tony Lemonier Mur (1)



ANTONIO LEMONIER MUR  (Tony, el muerto), nacido el 9 de mayo de 1973, hijo de Antoine Lemonier (Línea francesa) y de MARIANA MUR CARRERA. Esta MARIANA MUR CARRERA (la madre de Tony) había nacido en Pau, el 4 de octubre 1941, era hija de PEDRO MUR ABADIA  y de JOAQUINA CARRERA.

PEDRO MUR ABADIA, el abuelo materno de Tony, nació en la Cardelina, hijo de Eusebio y de María, como se ha visto en el árbol. Poco después de que terminara la guerra, Pedro se marchó de España y se fue a vivir a Francia. Allí conoció a Joaquina Carrera, aragonesa también, y se casaron en el año 1940, quedándose a vivir en Pau. El padre de Pedro Mur, Eusebio, murió al poco de marcharse su hijo a Francia. Entonces quedaron en el pueblo dos hermanas de Pedro con su madre. La mayor de ellas, Pilar, se casó con Paquito, un agricultor de La Cardelina y se quedó a vivir allí, pero la pequeña, Carmen, contrajo matrimonio con un guardia civil, un tal Martín, y en cuanto pudieron se marcharon a vivir a Huesca. No tuvieron descendencia.

Pedro Mur y Joaquina Carrera  tuvieron tres hijas: Mariana (la madre de Tony), Teresa y Brigitte. Por los años 60, Joaquina Carrera quiso regresar al pueblo de su marido para hacerse cargo del patrimonio familiar que habían heredado allí, (no mucha cosa) por parte de su marido. Pero Pedro no quiso marcharse de Pau y su hija Mariana, la madre de Tony, tampoco. Así es que la familia se dividió, pues Joaquina volvió a España con sus dos hijas menores, mientras que la mayor, Mariana, se quedó en Pau con su padre y, posteriormente contrajo matrimonio con Antoine Lemonier.

Hay que señalar que la relación de Pedro Mur con la familia que quedó en el pueblo, se fue enfriando con el paso de los años. De hecho, éste había estado siempre un poco dolido con sus hermanas, especialmente con Pilar, que se había quedado con casi toda la hacienda familiar, y nunca le había hecho llegar ni una peseta de lo que daban sus tierras. Al fín y al cabo, pensaba Pedro, la hacienda aún era suya. Las hermanas, por su parte, estaban un poco recelosas del “francés”, sobre todo Pilar, que siempre decía que no sabía para quién trabajaban tanto ella como su marido, porque igual llegaba un día en que se quedaban sin nada, ya que no tenían los papeles arreglados. El mismo distanciamiento se produjo después con Mariana Carrera y las hijas pequeñas que regresaron a la Cardelina, debido a que, pasados unos años de estar en Pau solo con su hija Mariana, el entabló una nueva relación con otra mujer. Pedro, en su testamento, trató de poner las cosas en su sitio, para evitar mayores problemas en la familia y aclarar la situación.

Pero, bueno, lo que importa para nuestra historia es que, Tony, una de las víctimas, tenía familia en el entorno, allí al lado, en la Cardelina, así es que alguna de las personas del pueblo habría oído durante esos días hablar de él y, sin embargo, nadie se había pronunciado ni dicho nada, ni en público ni en privado (se hubiera sabido también). ¿A quién le interesaba quedar al margen de lo ocurrido y permanecer en el anonimato?

De repente, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Sin que yo pudiera controlar el pensamiento, algo dentro de mi encendía todas las alarmas: Pedro, Pedro, es un nombre común, pero actualmente, no tanto…

Pensé que si no le contaba estos pormenores genealógicos a alguien, no podría descansar aquella noche, así es que llamé a Joaquín y, atropelladamente, le di nombres y fechas. Entre que el tema de apellidos era un poco lioso y que él tenía el aparato de televisión a toda potencia, me dio la impresión de que no se enteraba de nada. Quedamos en que ya miraríamos los datos juntos al día siguiente. Me metí en la cama, abrí la página de los pasatiempos y me dormí.

sábado, 24 de mayo de 2025

Novela por entregas-7. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas)


Capítulo 7

UN NUEVO COLABORADOR EN LA INVESTIGACIÓN



Joaquín, el “detective” recomendado por Javier, me llamó por teléfono aquella tarde. Se notaba que era la voz de un señor mayor (aunque igual era más joven que yo) no muy largo de conversación. Probablemente se le daba mejor escuchar que hablar. Me preguntó qué es lo que me interesaba exactamente, y le dije que me gustaría saber en qué hotel se habían alojado el chico francés y su novia cuando estuvieron en Huesca. Se trataba de averiguar cuánto tiempo permanecieron en la ciudad, si pidieron alguna información especial, si se les vio relacionarse con alguien, en fin, que teníamos que procurar conseguir la mayor información posible sobre ese viaje. Hablamos con Joaquín de la conveniencia de que, una vez hechas estas pesquisas, pasara él por mi casa para darme cuenta de las novedades y fijar la siguiente estrategia. Como parecía que estábamos los dos un poco ansiosos por empezar el trabajo, decidimos fijar la entrevista para el día siguiente por la tarde.

Después de la charla telefónica con Joaquín, me sentía bastante contenta, pensando que iba por buen camino y que algo se estaba avanzando en la resolución de aquél lío. De todos modos, como en aquél momento no me apetecía hacer nada y ya me estaba entrando sueño, alrededor de las 7 llamé por teléfono a Pedro y Marisa  para decirles que me iba a acostar ya. Cogió el auricular ella y se lamentó de que todavía no me había visto desde que yo había regresado de Barcelona y que tenían pensado venir a hacerme un poco de compañía esa noche, pero les expliqué que estaba muy cansada y que ya nos veríamos al día siguiente. Pedro quiso ponerse al teléfono y me preguntó qué me había parecido Javier. Le dije que me había dado muy buena impresión y que parecía que quería ayudarme. Me recomendó que no me fiara demasiado y que no dudara en consultarle a él cualquier duda que tuviera sobre lo que se debía hacer, con quién hablar, etc. Se lo agradecí (de palabra) y les di las buenas noches.

Aquella noche, alguien tiró unas piedras a una de las ventanas del salón, y consiguieron romper un gran cristal. Al oír el ruido del impacto me desperté sobresaltada y tuve miedo, pero cerré mi habitación con llave, pensé “que sea lo que Dios quiera” y me volví a dormir enseguida. Cuando me desperté ya no me acordaba de nada y me extrañó ver la puerta de mi habitación cerrada. Al bajar al salón, pude ver el destrozo. Pensé que debía informar a Sánchez, aunque, semejante personaje, era capaz de pensar que me había entretenido en romper el cristal yo misma. Llamé:

-Sr. Sánchez, buenos días. Le llamo para comunicarle que  esta noche me han roto los cristales de una ventana del salón. 

- ¡Vaya! Había que esperarse algo así, porque la gente está nerviosa ¿A qué hora ha sido eso?

- Pues no podría asegurarlo, pero creo que era alrededor de las 3 -le dije.

- Bueno, no puede decirse que sea Vd. muy diligente a la hora de llamar a la policía, porque en mi reloj son ahora las 12 del mediodía -recalcó con su insufrible voz -ya han pasado algunas horas...

- Sí, se me ha hecho un poco tarde, es que me he despertado hace poco rato -me justifiqué.

- Puede decirse que es una persona afortunada, tiene Vd. un sueño profundo… -comentó con sorna.

- Sí, gracias a Dios no me puedo quejar. Oiga, Sr. Sánchez, quería saber si tengo que pasar por la comisaría para denunciar la rotura del cristal o puede pasar otra persona en mi nombre, con una autorización mía. Es que no me gusta mucho salir de casa estos días -le expliqué.

-Ya comprendo, no me extraña que tema algún incidente, porque, como es lógico, la opinión pública, como le he dicho, está muy exaltada. No se entiende cómo a estas alturas, pasados ya dos meses de los hechos, todavía no hay nadie en la cárcel. -Y esta frase sonaba a amenaza. 

-¡Pero eso no será culpa mía! -le dije- que yo sepa no es responsabilidad mía encontrar al asesino o asesinos. 

Sánchez dudó un segundo, se ve que no sabía por dónde llevar la conversación, para meterme un poco de miedo:

- Si se siente acosada llámeme, hay personas que quieren tomarse la justicia por su mano y…

Le interrumpí:

- Mire, Sr. Sánchez, que si se supiera claramente dónde está la Justicia, no importaría que la gente se pusiera a tomarla por la mano, pero eso es muy difícil de saber, y muchas veces las personas llegan a conclusiones equivocadas, porque son manipuladas.

Sánchez no entró al trapo, me cortó por lo sano y dio por terminada la conversación, no sin soltar la puntilla final:

- Bueno, pues para la denuncia no hay problema, pasará ahora un agente por su casa. Y, felicidades, porque parece ser que ha encontrado un digno defensor de su causa.

- ¿Defensor de mi causa? No creo que tenga ni defensor ni causa -le contesté.

- Ya sabe, me refiero a su amigo Javier Lozano, que ha tomado posición por Vd. en su artículo de esta mañana.

- Perdone ¿en qué periódico se ha publicado ese artículo? -dije haciéndome la sueca.

- En el E.D.A

- Muchísimas gracias -le dije mientras colgaba el auricular con fuerza, antes de que (me imagino) hiciera lo mismo él con el suyo, como solía hacer habitualmente. Ya estaba harta de oír su voz soltando dardos.

Necesitaba el periódico urgentemente, para ver por dónde iban las cosas, así es que llamé a Marisa y Pedro, que quizás estaban un poco molestos conmigo, por no haber querido verlos el día anterior.

Cogió el teléfono Marisa y estuvimos comentando lo del cristal del salón: quién habría sido, quién me lo podría reparar, etc. Después le pregunté si tenía el periódico y me dijo que sí, que me lo alcanzaba enseguida. Salimos a la calle, charlamos un rato más y me metí en casa con el periódico. Fui corriendo a buscar el artículo de Javier y ya, sólo el título, me pareció muy adecuado. Lo titulaba “Verdades a medias” y ponía las dos fotos, una con Claudine, Tony y yo, los tres juntos, y la otra, con la famosa foto cortada por la mitad, solo con las imágenes del joven y la mía, tal y como se publicó.

Javier se interrogaba en su escrito por qué se había hecho ese recorte en la foto, quién estaba interesado en manipular la verdad. También se planteaba dónde estaba la presunción de inocencia; por qué era más fácil creer en la culpabilidad que en la inocencia de una persona, etc. Me gustó mucho. Con la argumentación que ofrecía el escrito, se invitaba al lector a reflexionar por sí mismo y a no dejarse llevar por declaraciones de nadie, ni titulares de prensa sensacionalistas.

Después de comer, pasó un policía para ver los desperfectos sufridos en el salón, y me dijo que ya podía hacerlo reparar. Pedro me envió a un carpintero conocido suyo, que trabajó duro, para que aquella misma noche tuviera otro cristal en la ventana. Y Joaquín, mi detective particular, me anunció su visita alrededor de las 7. Un día a tope.

Llegada esa hora, apareció Joaquín por casa. Debía tener unos 60 años, así es que era más joven que yo, pero muy apocado. De vitalidad y ánimo parecía que tenía por lo menos 75. Se le veía afable, discreto, educado. Era bajito y llevaba gafas.

- Hola, Joaquín -le dije- me alegro de conocerle. Me han hablado muy bien de Vd. y yo confío que su ayuda me permitirá resolver el caso. Dígame, ¿cómo le ha ido el primer día? ¿Ha empezado con buen pie la investigación?

- Pues, creo que sí. Ahora le cuento. Y nos sentamos en el saloncito. Antes de hacerlo, le pregunté si quería un café, una cerveza o cualquier otra cosa y me dijo muy bajito:

- ¿No tendrá Vd. algún moscatel u otro vinito dulce?

Y así fue como, alrededor de un vasito de vino y sin prisas por llegar a ninguna parte, me puso al día de lo que había descubierto.

Me contó que Tony y Fátima se habían alojado en el Hotel El Sol. Llegaron un viernes por la tarde de un fin de semana muy tranquilo, así es que el personal del hotel se fijó bien en ellos. Eran una pareja discreta, hablaban en voz baja, no se hacían demasiadas carantoñas, parecían casados. Ella era una chica guapita, que vestía normal y él iba con bermudas todo el tiempo. Como ahora la gente no usa el teléfono de la habitación, no se registró ninguna llamada, ni tampoco pidieron información sobre ninguna dirección. La gente joven, con sus teléfonos lo saben todo, lo controlan todo. Lo único destacable es que tenían reserva hasta el lunes, pero pidieron la cuenta y se marcharon el domingo.

- Ha sido una suerte que haya localizado el hotel donde se alojaron, Joaquín, hubiera sido estupendo encontrar el equipaje abandonado, pero bueno, ya sabemos algo más.

- Hay otra cosa importante que he podido averiguar -añadió- La mañana del domingo dejaron el coche en el que viajaban, un Renault de color rojo, en la ermita de San Roque y allí estuvo hasta que lo encontró la policía, cuando ya era casi de noche. ¿Qué harían por aquellos parajes tantas horas?

- Eso quiere decir que el inspector Sánchez ya hace días que tiene ese equipaje. Pero la clave, Joaquín, es saber qué hacía el coche allí aparcado, eso es lo que tenemos que averiguar. Si lo descubrimos, sabremos quién era su contacto, la persona con la que se vieron... -le dije entusiasmada.

- No será fácil que alguien los haya visto, porque aquella zona está muy desierta y nunca se ve a nadie por allí, pero lo podemos intentar -asintió mi interlocutor.

- ¿Sabe que nos iría muy bien? -le dije, me imagino que con expresión de loca, porque estaba exaltada -tendríamos que pedirle a Javier que publicara en el periódico un aviso de búsqueda, pidiendo que si cualquier persona vio bajar o subir a alguien de ese coche, un Renault rojo matrícula tal y tal, pues que nos lo diga lo más pronto posible.

- No sé cómo lo verá él- dijo mi colaborador mientras se le veía reflexionando- quizás para el periódico sería involucrarse mucho en el caso. Probablemente a la policía no le gustará que se tomen esas iniciativas.

- Es Vd. más juicioso que yo, Joaquín -le confesé.

-Si le parece bien, consultaremos esta noche con la almohada y, según lo que la prudente consejera nos haga saber, pues hablaremos con Javier y le pediremos lo del anuncio o no haremos nada. ¿De acuerdo?

Así quedamos y, mi detective especial, se despidió hasta el día siguiente.


jueves, 22 de mayo de 2025

Novela por entregas-6. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas...).


                                        Capítulo 6

Recogiendo información y preparando la ofensiva



 Después de su viaje a Toulouse, Víctor, vía Claudine, me transmitió el resultado de las pesquisas, que era este:

1.- Tony se había ido de vacaciones a España, porque quería visitar el pueblo donde había nacido su madre. Solo había estado allí una vez, cuando era pequeño, y no había hecho nada por volver, pero, en ese momento de su vida y tal vez por influencia de Fátima, su novia, se sentía interesado en conocer sus raíces familiares; saber cuál fue el modo de vida de su familia materna; dónde y cómo vivieron sus antepasados, y ver si se sentía parte integrante de aquel mundo, al que, al menos una parte de él, pertenecía.

2.- Tony se había ido con Fátima en coche, y tenían pensado alojarse en un hotel de Huesca. Según les contó a sus padres, pensaba encontrarse con un familiar con el que había establecido contacto por internet.

3.- Su familia no sabía nada más. Tony era muy buen chico pero reservado y, ya se sabe cómo es la gente joven, si por casualidad se ponía a contarles algo y ellos le hacían una pregunta más de la cuenta al respecto, se cerraba en banda otra vez,y no conseguían sacarle nada más. Así es que no hubo manera de saber, con qué familiar pensaba encontrarse en Huesca. Eso sí, cuando llegó allí enseguida les llamó por teléfono para decirles que habían tenido buen viaje y que todo iba bien.

Vale, pensé, si se relacionaba con alguien del pueblo ¿por qué nadie había dado ninguna información sobre él, después de publicarse su foto e identidad? Un poco raro era esto... Así pues, lo primero que había que hacer,  era averiguar con quién  había establecido contacto Tony y, para saber eso, había que volver al lugar de los hechos, mi casa. 

Vuelta al hogar.-

Pillé el autobús al día siguiente, tan pronto como pude y sin consultar con nadie. Aproveché el trayecto para enviar mensajes a la familia, avisando del cambio de residencia, para que no les diera por pensar que me habían raptado o alguna cosa semejante. Una vez en Huesca cogí un taxi en la estación, que me llevó a nuestra urbanización. El conductor del autobús, no paró de mirarme por el espejo retrovisor todo el tiempo, pero ni él me dijo nada ni yo tampoco. Entonces comprendí por qué me había ido…

Cuando llegué a casa sentí una sensación agradable, allí estaban mis cosas y sentía la presencia de un montón de recuerdos entrañables a cada instante ¿por qué tenía que renunciar a esto por culpa de unas mentes retorcidas? ¿Qué le había hecho yo a aquél asesino en serie para que hubiera elegido mi casa como base de operaciones?

Al poco de estar allí encendiendo luces y revisando todas las habitaciones, por si encontraba a algún intruso, vivo o muerto, llamaron a la puerta. Era Pedro:

- Pero ¿qué es esto? ¿Vienes sin avisar? Te hubiera podido ir a buscar a la estación -me dijo.

- Hola, Pedro, gracias, no hacía falta molestaros. ¿Cómo estáis? ¿Cómo van las cosas por aquí? -le pregunté-. Nosotros estamos bien, pero, la verdad, si me hubieras pedido consejo sobre si debías volver o no, pues te hubiera dicho que no.

- ¿Aún piensan mis vecinos que colecciono cadáveres? ¿No se quedaron tranquilos cuando se vio dónde y por qué existía aquella foto mía con una de las víctimas?

- Bueno, ya sabes que no hay peor sordo que el que no quiere escuchar, el que quiere pensar mal siempre tiene motivos.

- Pues peor para ellos. Disculpa, Pedro, ahora no me puedo entretener porque tengo que hacer un par de llamadas. Ya pasaré a saludar a Marisa, o que venga ella cuando quiera ¿de acuerdo?

- ¿Necesitas que te compremos algo? Tengo que ir al supermercado ahora.

- No, gracias, ya pediré por teléfono. Perdona si no te hago caso.

Cuando se marchó, me puse a hacer lo que estaba programando mentalmente mientras hablaba con él:

Primero, avisar a Sánchez de que ya estaba de regreso; se iba a pegar un susto (evito decir de muerte, por si acaso). Segundo, llamar al supermercado para que me trajeran un pedido, porque tenía hambre. Tercero, ponerme en contacto con la prensa local. Si se podía destruir a una persona con un artículo, también se debería poder salvarla.

Empecé con la lista de mis deberes, es decir, llamar al comisario:

- Hola, Sr. Sánchez, soy Teresa Fuster, le llamo para decirle que ya he regresado y estoy otra vez en casa -le dije.

- Sí, ya me había enterado -me contestó secamente.

- ¡Sí que está Vd. bien informado! -le dije.

- Todo lo que atañe a la seguridad pública, es una prioridad para este departamento.

¡Toma ya! pensé, yo también "ataño" a la seguridad pública y no me hace ni caso.

- Bueno, pues -le contesté sin entrar al trapo- si le puedo ser útil en algo, aquí estoy.

- Lo tendré en cuenta. Gracias por llamar -y me colgó de golpe, a lo bruto.

Me quedé pensando unos segundos, ¿de verdad sabía que había vuelto o se marcó un farol? En el primer caso ¿quién se lo había dicho, si no vi a nadie? La verdad es que podía haber sido cualquiera, porque en un lugar así una ventana cerrada tiene ojos, pero resultaba muy inquietante.

Pasé al punto 2. Hice por teléfono el pedido al supermercado y creo que exageré un poco, porque más que para atender las necesidades de una persona daba la impresión de que era para alimentar a una familia numerosa, pero es que no quería perder el tiempo cada día con compras.

Punto 3. Prensa local. Llamé por teléfono al periódico principal, E.D.A. del que no digo todo el nombre porque no es cuestión de hacer publicidad a nadie, no vaya a pensar algún listillo que me han subvencionado este libro.

Me identifiqué y pedí a mi interlocutor si podía ponerme en contacto con el responsable de los temas de sucesos o la persona que hubiera tratado mi caso, que, por supuesto, todavía era actualidad.

Rápidamente se puso al teléfono un señor, que dijo estar muy interesado en mi versión de los hechos, y quedamos que aquella misma tarde vendría a verme. Me pidió que no avisara a nadie más antes de hablar con él, y le dije que no había problema, le esperaría. A las 4 en punto de la tarde, ya estaba en casa.

El periodista se llamaba o, mejor dicho, se llama, Javier. Es un joven de unos cuarenta y pico años, alto y un poco desgarbado. No se sabe muy bien por qué, pero emana de su persona una sensación de fragilidad, de inseguridad. Quizás esta impresión es el resultado del mensaje que transmite su estructura ósea, que se percibe poco estable, inclinada, insegura, como si estuviera empezando a desmoronarse. La asimetría de los hombros, uno más alto que el otro; la ligera curvatura de su columna vertebral; unos brazos que no se acaban nunca, con las manos colgándole en los extremos, que la la impresión de que más que prestarle algún servicio le están estorbando, todas estas cosas y otras particularidades, le daban ese aire poco firme e indeciso. Y el que esa falta de determinación y dureza acompañara también su manera de ser y de pensar, era una esperanza para mí. Mejor dudar que creerse un superdotado en posesión de la verdad. De todos modos, después, al ir conociéndolo, descubrí que era una persona más fuerte y determinada de lo que había imaginado en aquellos instantes, para mi bien.

Le ofrecí un café y nos sentamos alrededor de la mesa del comedor. Me pidió si podía grabar la conversación, a lo que asentí, y él tomaba sus notas en una libreta.

Empecé la conversación:

- Javier -le dije, tuteándolo porque era tan joven como mis hijos y no me salía decirle de usted- sé que este caso que te voy a contar es bastante rocambolesco y difícil de entender, yo soy la primera que no comprendo qué es lo que ha podido pasar. Los hechos ya los conoces, pero de la manipulación que se ha hecho de ellos no sé si estás al tanto. Podemos poner como ejemplo de ello, el uso que se hizo de la famosa foto en la que una de las víctimas aparece conmigo.

Después de que saliera prácticamente en toda la prensa nacional, yo envié la imagen original a todos los medios, en la que se nos veía a los dos, a una de las víctimas y a mí, con una amiga, pero prácticamente nadie la ha publicado. Así pues, el lector, o la persona que la vio por televisión, se ha quedado solo con la primera imagen, la que insinuaba que había una buena relación entre uno de los muertos y yo, y que yo lo había querido ocultar. 

- Javier -proseguí- yo no sé lo que está haciendo la policía, a mí no me cuentan nada, pero para mí es muy importante solucionar este asunto pronto. Mi vida ha cambiado de la noche a la mañana totalmente. La gente me mira con recelo, se especula con lo que no se sabe, remueven en la vida de mis padres, de mis hermanos, no es justo, yo no he hecho nada malo.

- A la gente le extraña que no hayas contratado un abogado -dijo él.

- Pero ¿para qué? Yo no estoy acusada de nada, nadie me tiene que defender ante nadie. Sin embargo -admití- me gustaría mucho contar con alguien de plena confianza que pudiera trabajar conmigo para hacer la investigación que yo personalmente no puedo hacer, porque soy demasiado visible. ¿No conocerás a alguien que pueda ayudarme?

- ¿A qué te refieres exactamente? -me preguntó. El también me tuteaba, le debía recordar a su madre.

- Mira, unos amigos me están ayudando desde Bélgica y Francia. Uno de ellos ha ido a hablar con los padres de Tony, una de las víctimas. Ellos le comentaron que su hijo les llamó por teléfono cuando llegaron a Huesca, para decirles que todo iba bien y que se alojaban en un hotel. No tiene que ser difícil, sabiendo los días que estuvieron aquí, recabar información del hotel en el que estuvieron. Seguramente la policía ya lo habrá hecho, pues probablemente dejarían su equipaje abandonado, pero dada la falta de comunicación que existe entre Sánchez y yo, no he podido saber nada de todo eso.

- No te preocupes, conozco la persona adecuada, es de aquí, de toda la vida, y conoce a todo el mundo y a los padres de todo el mundo... €l te ayudará. Se llama Joaquín y estoy seguro que se tomará con interés tu asunto, ya verás cómo te llamará esta misma tarde o por la noche, lo más tardar. Ya quedaréis entre vosotros.

- Teresa -me dijo meditando sus palabras- me interesa este caso, porque creo que dices la verdad. Voy a hacer todo lo posible para que puedas demostrar que no tienes nada que ver con lo que ha pasado en tu casa. Sólo quiero pedirte una cosa, y es que confíes en mí y me dejes apropiarme un poco de tu historia. Lo que me has contado, si lo escuchan cinco personas harán cinco versiones distintas, y yo creo que eso no es bueno. Es mejor elegir la más conveniente y trabajar para hacerla consistente y convincente.

- Hecho, no voy a llamar a ningún periodista más. Eso, sí, Javier, creo que tenemos que tener mucho cuidado y no confiar en nadie. No es fácil en un entorno como el nuestro mantener un secreto, pero es que tenemos el enemigo en casa y, para vencerle, nadie debe saber nada de lo que hacemos.

Antes de acabar la frase, el timbre de la puerta sonó. Allí estaba Pedro que, como era habitual, ya se había plantado en el recibidor.

- ¿Cómo van las cosas? ¿Todo bien? Hombre, pero si tienes visita (dijo estirando el cuello hacia el salón).

-¿Qué tal, don Javier? -le preguntó mientras seguía su avance hacia la sala, pues parece ser que se conocían desde hace tiempo- ¿Informándote en el lugar de los hechos? ¿Lo publicarás mañana?

- Hola, Pedro, sí, aquí estamos hablando con Teresa -contestó Javier con voz firme- Si no te importa, me gustaría continuar la entrevista, porque tengo que marcharme enseguida.

Y, ante semejante corte, Pedro no tuvo más remedio que elevar anclas, mientras con un tono de voz un poco burlón decía:

- Vale, vale, me voy, que no quiero molestar, ya compraré el periódico.

Javier y yo nos miramos con complicidad. ¿Ni a Pedro? ¡Ni a Pedro! No había que descubrir nuestro juego a nadie. Habíamos superado el primer asalto, pero teníamos que seguir atentos, para que nuestro asunto fuera top secret, al menos mientras durara la investigación.

martes, 20 de mayo de 2025

Novela por entregas-5. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas).


Capítulo 5

BARCELONA


Llegué a Barcelona con el autobús que hace regularmente el trayecto Huesca-Barcelona y, puedo decir, que ahora comprendo cómo se sienten los famosos cuando todo el mundo les mira, es una situación muy incómoda. Me sentía observada continuamente. El chófer, al pedirme el billete, me miró con un recelo poco disimulado, igual pensaba que iba a sacar un kalashnikov para empezar a cargarme a los pasajeros. La señora que tenía que sentarse a mi lado, le dijo en voz alta al conductor que se cambiaba de sitio para tener más espacio y “respirar mejor”, alusión a mi persona (por la mirada de asco que me echó) y que el hombre cogió al vuelo pero que yo sigo sin entender, porque no se relacionar para nada sus pulmones con mi presencia.

Bueno, refugiándome en los crucigramas, dameros, sopas de letras, etc. conseguí llegar a Barcelona ignorándolos a todos. Hasta eché una cabezadita en mi asiento.

Nada más llegar al piso, me tumbé en la cama porque estaba muy cansada, pero como no me sentía tranquila, me puse a mirar los periódicos que me habían traído Pedro y Marisa a casa por la mañana, y que publicaban la famosa foto.

Leyendo las barbaridades que decían, aún no sé cómo los pasajeros del autobús no me lincharon. Según publicaban, habían sabido por fuentes bien informadas (Sánchez) mis vinculaciones con el terrorismo (chico cadáver de la cocina y de la foto conmigo, más Fátima, su novia), aunque había quien tenía la teoría (Sánchez) de que yo era nada más y nada menos que una asesina en serie.

Hasta aquí hemos llegado, pensé. Hay que reaccionar ¡ya! Reflexionemos… y clavé mi mirada escrutadora en la foto del escándalo.

¿Quién es este joven? ¿Dónde estaba hecha la foto? ¿Por qué demonios no ofrecen la foto entera? Inmediatamente llamé a Sánchez. Me costó perder bastante tiempo con una y otra espera, pero finalmente pude hablar con él.

- Hola, Sr. Sánchez, tal y como Vd. me aconsejó (¡mentira!) me he marchado de casa unos días. Estoy en Barcelona, a ver si descanso un poco. Lo que le agradecería mucho es que me enviara, hoy mismo, por correo electrónico, la foto original que se ha publicado en los periódicos, es decir, que se vea todo lo que hay en esa foto.

- No sé por qué tiene Vd. tanto interés en esa foto -me dijo con toda la desfachatez del mundo- porque básicamente lo que se ha publicado es todo lo que se ve en ella.

- Sr. Sánchez, es muy importante para mi verla entera, completa, a lo mejor observo algún pequeño detalle que me ayude a ubicarla, en el tiempo y en el espacio.

- Si eso le ha de solucionar sus problemas... -me dijo de mala gana- ya ordenaré que se la envíen.

- Sr. Sánchez, la necesito hoy, ahora, cuanto antes. Prométame, por favor, que me la va a mandar hoy -insistí.

- Haré lo posible -me respondió él.

- Muchísimas gracias, confío en Vd. -¡mentira gorda1 dije para mi.

Eran las 4 de la tarde, pensé que de momento no podía hacer nada más y, ahora sí, me entró la somnolencia y me quedé dormida.

Cuando me desperté ya eran las 8 de la tarde pasadas y me di cuenta que no había comido en todo el día. También constaté que no tenía nada comestible que pudiera llevarme a la boca (no me apetecía hacerme pasta, ni arroz, etc.) y lo último que quería era volver a salir al mundo y aguantar miradas impertinentes, así es que pedí algo para cenar. Para que el repartidor no me reconociera, que no me extrañaría nada, pedí comida china, a ver si había suerte y la repartía un chino/a, pues no creo que él, o ella, se interesaran por lo que pasaba en Huesca.

Mientras esperaba la cena, abrí el ordenador para ver si había noticias de mis hijos y, para sorpresa mía, porque me había olvidado de este asunto completamente, vi un mensaje de Sánchez, enviándome la famosa foto completa. Hasta escribiendo destilaba veneno. Decía el texto: “Adjunto la foto solicitada, espero que facilite la identificación de su amigo”.

Abrí como una loca rápidamente el anexo y allí estaba la solución de un dilema y el principio de otro.

La foto mostraba tres rostros sonrientes. A la izquierda, se podía ver a mi amiga Claudine. A la derecha estaba yo. Y en el centro, pasando su brazo alrededor nuestro, en actitud alegre y de camaradería, se encontraba el joven asesinado.

La clave estaba detrás nuestro, donde podía verse una mesa de stand de feria, llena de libros y papeles y, colgadas por los murales, láminas con árboles genealógicos. Yo también tenía en casa fotos de aquél día, aunque en ellas no aparecía el chico en cuestión.

Aquellas imágenes fueron tomadas en un Encuentro de Genealogía en el que participaba el Círculo de Genealogía al que yo pertenecía. Fue un domingo, y Claudine y yo tuvimos el turno de mañana. No recuerdo exactamente el nombre de la localidad donde se celebró, pero estaba cerca de Bruselas. Recuerdo que cuando preparamos nuestro stand, entre los libros y trabajos de nuestros socios, coloqué un libro que yo había escrito sobre historia local, que concernía a algunos pueblecitos de los Pirineos. Y recuerdo, que varias personas de las que nos visitaron se interesaron por el trabajo, porque tenían antepasados españoles. No me acordaba de nada más, pero mi corazón latía a mil por hora porque tenía la corazonada que allí estaba la clave. Pensé que tenía que contactar con Claudine inmediatamente.

A pesar de la hora que era, demasiado tarde para llamar a un belga, decidí hacerlo, pero no obtuve respuesta. Bastante desesperada, seguí llamando hasta las once de la noche, pero no conseguí nada, así es que decidí aparcar el tema para el día siguiente. De momento, y entre llamada y llamada, el chino, la cena, etc. le escribí un mensaje a Sánchez para decirle donde estaba tomada la foto. No tuve respuesta, comprendí que no era buena hora.

Localizar a Claudine no fue fácil, pero gracias a algunas buenas amigas que teníamos en común, al final lo conseguí. Se había cambiado de piso, aunque seguía en su barrio, prácticamente en la misma manzana. Una vez que pude ponerme en contacto con ella, le pregunté si se acordaba de cómo nos fue aquél día del Encuentro de Genealogía y ella sí, se acordaba de todo, visitantes,  anécdotas, etc. Casi me arrepentí de haberle dado semejante oportunidad de hablar, porque la aprovechó. Después de rememorar mil aventuras e incidentes que nos ocurrieron aquellas pocas horas, en las que estuvimos como responsables en el mostrador de nuestro Círculo, espontáneamente sacó a colación a aquél “jeune garçon” que se quedó tan emocionado al descubrir en mi libro el árbol genealógico de su familia. Le pregunté si recordaba cuál era su apellido y, aunque me dijo que sí, en aquél momento no le venía a la cabeza... Ya me estaba poniendo muy nerviosa cuando, de repente, me dijo:

-Se llamaba Antoine Lemonière. Oui.. -y continuó, lanzada en francés, diciendo más o menos esto: 

- Je me rappelle très bien, car j’ai des amis avec ce nom de famille. Il a cherché le nom de famille de sa mère dans ton travail. Ses grands-parents maternels sont venus en France après la guerre. Ils venaient d’une petite ville pas loin de la vôtre, tu te souviens de cette histoire? Il était ravis quand il a trouvé toute sa branche familiale dans ton livre. Il a pris des photos de nous trois ensemble. Je les garde encore.

¡Sí! Ya me acordaba de todo, bueno ¿de todo? Era un joven muy simpático, educado, se había empezado a interesar por la genealogía hacía poco ¿Qué apellido tenía su madre? ¿De qué pueblo eran sus abuelos?

Claudine ya me había dado toda la información que tenía, ahora era yo la que tenía que espabilar y encender alguna luz en la memoria. Y de repente me vino más que una luz un rayo superluminoso: era Mur, su apellido era Mur, estaba segura. Del pueblo no había manera de recordar nada, no tenía ni idea cuál era, pero seguramente la solución podía dármela aquél libro.

Lo localicé enseguida entre los trabajos que me guardaba y fui corriendo a ver el apartado de los Mur, donde había más información que en la CIA. Varias ramas familiares, tal vez descendientes de un solo tronco, tenían casa solariega en Plan, Serveto, Sin, Foradada, Barbaruens, Chía, Campo… Repasaba una y otra vez los nombres de las personas, de los lugares, y no conseguía relacionarlos con el Tony Lemonière, pero estaba segura que cuando menos lo esperara, descubriría la conexión.

Los días siguientes fueron de una actividad frenética, sin salir de casa. Muy resumido, diré que consulté listas de naturalización de aragoneses en Francia, censos de los pueblos de la provincia, datos varios que tenía sobre ese apellido, matrimonios en los archivos departamentales franceses… Mi buena amiga Claudine, hacía la investigación de calle en Bruselas: con la foto del difunto, preguntaba a funcionarios españoles, a franceses, a otras asociaciones de genealogía que asistieron a aquél Encuentro… Visitó el Consulado y no sé cuántas otras cosas hizo, que me explicó con detalle, pero que yo no “absorbí” del todo, porque estaba desbordada. Al cabo de nueve días, creo, recibí una llamada suya:

- Teresa, surprise! Je l´ai trouvé!

- No puede ser ¿Estás segura? ¿Qué has encontrado exactamente? -le dije, con el corazón en un puño y sin poder concretar ninguna pregunta de tantas que quería hacerle.

- Tu sais, j’aime arriver à la fin de mes recherches et bien vérifier tous les donnés, et je peux te dire maintenant, que je connais TOUT sur le jeune garçon de la photo.

- Claudine, ¿estás en tu casa? Te llamo yo y me lo explicas todo, pero todo todo ¿de acuerdo? -no quería que gastara dinero con la conferencia, pues ella controla mucho sus gastos.

Así es que la llamé y me lo explicó. Ella, gracias a nuestro Círculo de Genealogía se había puesto en contacto con un funcionario francés de la U. E., llamado Víctor, que reconoció a Tony, el chico encontrado en mi casa (ya sabemos en qué condiciones). Le contó que el mencionado Tony, vivía en París y había venido a pasar aquél fin de semana con él a Bruselas, y juntos fueron al encuentro de genealogía donde le conocí. Le dio a Claudine el número de teléfono de los padres de Tony.

Pero Víctor, muy impresionado por la noticia de la muerte de su joven amigo, de la que se enteró por Claudine, aún hizo más. Llamó a la familia de Tony para darles el pésame y les pidió si podría pasar a visitarlos un día. La verdad es que la colaboración de este chico resultó decisiva. Había lamentado mucho la pérdida de Tony, y le indignaban las informaciones publicadas en la prensa sobre su pertenencia a un grupo terrorista, o la hipótesis de que pertenecía a una banda de malhechores, etc. Por otro lado, las tentativas de la policía de involucrarme en el caso, tal como le había explicado Claudine, le parecía que carecían de la más mínima credibilidad, así es que decidió viajar a Toulouse, donde vivían los padres de Tony, para tratar de comprender lo qué había sucedido. Y así lo hizo el siguiente fin de semana. 


sábado, 17 de mayo de 2025

Novela por entregas-4. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas)

 

Capítulo 4º

Dos de las víctimas ya tienen nombre y rostro


A las 10 en punto de la mañana ya me estaban llamando a la puerta, eran Pedro y Marisa con el periódico local. En portada se podía leer: “Hallazgo de cuatro cadáveres en una casa de la Urbanización “La Sierra”, y el articulista explicaba que en aquella casa residía una mujer sola, de 68 años, que había vivido muchos años en el extranjero y que no era muy conocida en la zona. Para ilustrar el tema, se veía una foto del momento en el que la Policía me venía a buscar a casa para llevarme a la comisaría. Menos mal que no pusieron como pie de foto “presunta asesina” o algo parecido, aunque la verdad, parecía que me llevaban detenida y eso no estaba nada bien...

Al entrar en casa Pedro y Marisa, además de personas varias, conocidas y sin conocer, que estaban por allí fuera merodeando y comentado las noticias aparecidas en la prensa, invadieron mi salón como si fuera una caseta de feria. Me leían párrafos enteros de noticias dedicadas a mi persona, como si me tuviera que hacer gracia las tonterías que decían sobre mí. Otros me lanzaban miradas recelosas, como si pensaran que podía atacarles en cualquier momento. En medio de este jaleo, empezó a sonar el teléfono fijo ¡aún no había cargado el móvil! Daniel me llamaba desde Brasil.

- Perdona, hijo mío, no he podido llamarte antes -le dije.

- No te preocupes ¿estás bien? - me dijo él.

- Yo sí, pero se ha organizado un circo por aquí, que no veas.- le expliqué-  ¡Que cosas raras me pasan! ¿ verdad? Hasta que no descubran lo que ha ocurrido, me da la impresión de que me van a agobiar mucho… Tú, tranquilo, no te preocupes de nada. Hoy vendrá Olga y ya te lo explicaremos todo mejor. Ahora te tengo que dejar, porque ha entrado mucha gente en casa y me temo que van a empezar a llevarse cualquier cosa del salón como recuerdo. ¡Horror! -se me escapó esta exclamación- una señora ha venido a decirme que le gustaría mucho visitar el cuarto de la lavadora, que si podía acompañarla… Te quiero mucho, cariño, pero ahora tengo que colgar para frenar a estos locos. Besos para todos, ¡cuelgo ya!

No tardó ni medio minuto en volver a sonar el teléfono. Era el comisario, para decirme que tenía que comunicarme unas novedades y que iba a venir a visitarme.

Como pude desalojé a la gente de casa, Pedro y Marisa incluidos, puse a cargar el teléfono y me senté a desayunar. Al topar mis ojos con el periódico que me habían traído mis vecinos, en el que aparecía mi casa en la portada, me dio un vuelco el corazón y me di cuenta ¡al fin! de lo que me venía encima.

El comisario Sánchez no se hizo esperar y nada más llegar me preguntó, pregunta retórica donde las haya, que cómo estaba.

- ¿Cómo quiere que esté? Muy enfadada, porque yo, una pobre víctima de unos desconocidos, a los que les ha dado por matarse en mi casa, me he convertido en carne de cañón para la prensa de toda la provincia.

- Si se refiere al interés que ha despertado su caso en los medios de comunicación y al público en general -dijo el "poli" satisfecho- puedo asegurarle que no se limita solo a esta provincia, sino a toda España.

- ¡Madre mía! ¡no me diga eso! -exclamé-   ¿Y a Vd. le parece bien? ¿dónde está el derecho a la intimidad, la presunción de inocencia? porque esta es otra, falta un pelín para que me llaman “la asesina de Huesca” y no sé cómo se podrá limpiar mi imagen, cuando todo esto acabe.

- Si Vd. es inocente, no se preocupe que todo se aclarará -sentenció Sánchez.

Me exasperaba este hombre ¿a qué estaba jugando? ¿Cómo se atrevía a decir “si Vd. es inocente”?

- Mire -le dije- me siento completamente desprotegida. Si su misión es precisamente la de cuidar a los miembros de la sociedad y darles seguridad, creo que yo también formo parte de esa sociedad, así es que también tienen la obligación de defender mis derechos y ayudarme, porque yo no tengo la culpa si he sido víctima de unos intrusos, que han convertido mi casa en un osario.

- Sí, lo sé, es un caso complicado… -me interrumpió- bueno, yo quería verla porque ya hemos identificado a la pareja que se encontraba en el cuarto de la lavadora. Se trata de Toni Lemonière y Fàtima G. Blanche, de París. Esto abre un poco más la investigación, dada la nacionalidad de la joven, y no habría que desechar un caso de terrorismo.

- ¿Alguien ha venido a inmolarse en el cuarto de la lavadora de mi casa? -pregunté.

- Inmolarse no, recuerde que es evidente que a ellos alguien les rompió el cráneo de un golpe, pero permítame que no le cuente nada más, pues no puedo divulgar la información que tenemos. Una cosa es importante. Le he traído fotos de estas personas, y tendría que examinarlas bien, para ver si las reconoce, porque quizás han coincidido con Vd. en alguna parte.

El comisario sacó dos carnets de conducir de los jóvenes asesinados y, mientras me los daba no me quitaba los ojos de encima para ver cuál era mi reacción, igual esperaba que dijera algo así como “¡Oh, sí, son ellos!”.

El caso es que a mí no me decían nada aquellas dos caras. Soy una fisonomista muy mala, pero bueno, creo que si conociera a uno u otro hubiera podido recordarlos.

Cuando se cansó de mirarme, mientras yo contemplaba absorta y triste aquellos rostros de dos jóvenes que habían visto sus vidas truncadas (en mi casa) el comisario Sánchez se levantó y, despidiéndose rápidamente, se marchó.

Pasaron unos días muy difíciles de llevar, menos mal que estaba mi hija para poner un poco de orden en todo aquello. Teníamos que tener el teléfono descolgado porque día y noche sonaba. Eran amigos, o familia, vecinos, periodistas o gente en general, unos me ofrecían ayuda, otros me acusaba de todo. Yo dormía mucho, era mi manera de sobrevivir a todo aquél delirio. Pensaban que era por efecto de algún sedante, pero lo cierto es que no tomaba nada en especial, simplemente tenía mucho sueño y me sentía muy cansada.

Al cabo de una semana Olga se fue y justo al día siguiente me vinieron a buscar unos policías para llevarme a la comisaria, pues según me dijeron, tenía que hacer una identificación.

Cuando llegué allí, Sánchez estaba radiante, parecía que habían pasado los Reyes Magos por su despacho. Me dijo “siéntese, por favor, siéntese” señalando una silla y me miró con aire triunfal, disfrutando del momento que me preparaba.

- Así, pues, Vd. dijo que no conocía de nada a los jóvenes asesinados en su casa ¿verdad? -me interrogó.

- Así es -asentí.

- ¿Y qué podría responderme Vd. si le dijera que me ha mentido?

- No he mentido -rebatí.

- Vaya, vaya, muy segura está. Le voy a enseñar una fotografía que quizás le haga cambiar de opinión.

Entonces, abrió una carpeta que tenía sobre su mesa de trabajo y extrajo de ella una foto que me pasó para que examinara… Casi me da el patatús definitivo. Se notaba que era una ampliación de una foto de grupo, pero el caso es que se veía la cara sonriente del joven muerto, que me pasaba la mano, a mi, por detrás del hombro, y la expresión de mi cara no podía ser más sonriente y feliz.


- Es el muerto ¿verdad? -me interrogó Sánchez

- Pues sí que lo parece -dije yo.

- Y está con Vd. y da la impresión de que se lo están pasando bien ¿eh? Porque no se hará fotos así con desconocidos ¿verdad? -continuó diciendo.

- ¿Podría ver la foto completa? -me atreví a preguntar.

- Lo verdaderamente importante lo tiene aquí -contestó Sánchez dando un golpe seco encima de la foto.

- Es que si supiera dónde está hecha -dije yo-, podría deducir de qué conozco al chico.

- Pues no se preocupe, que la va a tener entera y fragmentada, porque creo que ha habido alguna filtración y me han avisado de que ya la tiene la prensa… Una pena, sí, porque no va a ser fácil explicar que hubiera tanta camaradería entre Vd. y uno de los asesinados en su casa, cuando Vd. negaba rotundamente que los conociera… Esto ya no se puede parar, así es que ya sabe lo que le espera, la opinión pública va a ponerse en contra suya

¿Cómo se puede ser tan malo? pensaba yo mirando la cara de felicidad de Sánchez. ¿Qué mal le he hecho yo a este hombre para que busque mi ruina de esta manera?

- Es por eso -continuó el tipejo- que yo le recomendaría que se ausentara de aquí unos días. El caso ha levantado mucha expectación y puede que sufra represalias y molestias.

- Perdone -le contesté- ¿represalias dice Vd.? ¿no iría mejor cualquier otro calificativo? ¿quién puede querer vengarse de algo malo que he hecho, si no lo he hecho? Soy inocente, así es que procuraré aguantar hasta que se les pase.

Al regresar a casa, me quedé paralizada. Se ve que la foto en la que se me veía alegre con el muerto, cuando estaba vivo, se había divulgado ya y la gente hacía sus razonamientos “Si fuera inocente, no tendría necesidad de mentir”, se decían ¿por qué querrá ocultarlo? Me quedé helada al ver y leer la cantidad de pancartas y pintadas que adornaban la pared de mi casa, la puerta del garaje, el muro del jardín, etc. dando cuenta de la imaginación popular: “Esto es una urbanización, no un campo de exterminio”, “Fuera de nuestras casas, lejos de nuestros niños”, “Teresa, bien que colecciones hueveras, ¡pero no muertos!”, en clara alusión a mi famosa colección.

Con todo este ambiente, comprendí que la vida allí en la urbanización iba a ser difícil, y decidí marcharme. Sólo me fastidiaba hacerlo porque eso suponía seguir el consejo que me había dado Sánchez, lo que disparaba mis alertas y me sugería que no debía ser bueno para mi.

Pero no tenía serenidad para pararme a estudiar los pros y los contras, y me hice la maleta para irme unos días a Barcelona, allí teníamos todavía el piso donde habíamos vivido unos años, y que utilizábamos toda la familia como estación de paso o residencia eventual, cuando había que ir a médicos, etc. Creía que pasaría inadvertida.

Nada más lejos de la realidad.