martes, 2 de enero de 2018

Noche de Reyes, cascabeles


y las campanillas del Rosario de la Aurora

Era el 5 de enero del año 1957. Yo tenía 9 años y el enorme defecto, o virtud, de creerme todo lo que me cuentan, lo mismo que me ocurre en la actualidad. Mis hermanos eran más pequeños que yo. Con Daniel me llevaba 14 meses y con Fernando tres años exactos. Con Rober, ya había ocho años de diferencia. Aunque eran más pequeños eran bastante más espabilados que yo, y aquél año de 1957 Daniel y Fernando ya sabían todo lo que hay que saber sobre los Reyes Magos. Me lo quisieron explicar a mi, pero me negué a plantearme semejante disyuntiva. 
Justamente, aquella noche de Reyes, que era sábado, me puse enferma. Con el frío que hacía en aquella casa (como en todas las de Campo, sin calefacción ninguna) mis padres decidieron que me fuera a dormir a su cama, así me vigilaban sin tener que levantarse todo el rato. Su habitación daba a la calle de la Iglesia.
Estaba medio dormida, cuando, ya amaneciendo, oí unas campanillas a lo lejos. Le dije a mi padre que oía cascabeles, y papá me dijo, casi textualmente:
- Son las campanillas que llevan los Reyes Magos, para avisar que ya están repartiendo los juguetes ¿las oyes? se van acercando.... Tienes que cerrar los ojos, como si estuvieras muy dormida, porque si se dan cuenta que hay niños despiertos, igual pasan de largo. Sí, ya se acercan, están en esta calle... duerme...
Y yo cerré los ojos tanto que me quedé dormida. Eso sí, a partir de aquél momento, estaba segura, segurísima, que los Reyes Magos eran reales, y lo hubiera podido gritar al mundo ¡son verdad! ¡existen! porque yo los había oído llegar a mi casa. Con lo que hice el rídículo un par de años más.  
Solo bastante tiempo después, supe que los sábados, como era aquél 5 de enero, cuando sale el Rosario de la Aurora de madrugada por las calles de Campo, se hacen sonar unas campanillas que, a veces, parecen cascabeles.

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