sábado, 8 de agosto de 2009

En las Fiestas de Campo

¿Me sacarán a bailar..?

¿Bailamos?

Al menos, la edad que tengo habrá servido para resolver un problema que se me presentaba en las Fiestas de Campo, y eso de que los años sirvan para solucionar algo ya es bien raro, porque más bien contribuyen a todo lo contrario... El problema que yo tenía durante las fiestas de mi juventud, cuando éramos todavía unas crías las que ahora somos sesentañeras, era que lo pasaba muy mal a la hora del baile en la plaza. Antes de que empezara la sesión de tarde o la de la noche, con una puntualidad digna de mejores causas, ya estábamos las “zagalas” sentadas en el bar de Prats o en el de Mascaray. Desde luego, solía ser solo una mesa para catorce o quince sillas porque, para la consumición que hacíamos, los camareros debían considerar que con una mesa ya teníamos bastante. Aunque no tomábamos mas que limonadas, naranjadas o algún helado, el ambiente era de lo más animado. Hablábamos todas a la vez, nos reíamos, mirábamos a derecha e izquierda, delante y detrás, y comentábamos las novedades del día. Después, la música empezaba a sonar y seguía la algarabía en nuestro sector, porque todavía no bailaba nadie y nos podíamos concentrar en nuestras cosas.
Pero la orquesta seguía sonando y al cabo de un tiempo comenzaban las primeras parejas de bailarines a marcar el ritmo sobre el pavimento. Casi siempre eran los “casados” los primeros que salían con decisión a la pista, marcándose un pasodoble, un vals o lo que fuera. En nuestro grupo empezábamos también a salir al ruedo, porque venían nuestros compañeros de pandilla (hermanos, primos, vecinos) a hacernos bailar un baile a cada una. La verdad es que siempre podíamos contar con Enrique, Daniel, Manolo, José María, Joaquín, etc. Pero, una vez que habían “cumplido” con nosotras se esfumaban buscando alguna “forastera”, porque para las Fiestas venían muchas chicas de fuera y no era cuestión de “perder el tiempo” con nosotras. Entonces, alrededor de la mesa la conversación empezaba a languidecer… Sin mucha discreción por nuestra parte, oteábamos el horizonte: ¿quién sería el valiente que se acercaría hasta nosotras para preguntar «¿bailamos?». Poco a poco alguno de esos intrépidos chicos llegaba y alguna compañera afortunada salía a bailar después de decirnos a las no elegidas «ya me guardaréis esto...» que solía ser una chaqueta de punto y un monedero, utensilios indispensables en todas nuestras salidas y que paseábamos siempre por todas partes. Así, poco a poco, desaparecía la compañera que estaba sentada a la izquierda, la que estaba a la derecha, la de enfrente y las sillas se iban viendo cada vez más llamativamente vacías, mientras las tres o cuatro que continúabamos alrededor de la mesa, nos íbamos replegando una al lado de la otra, juntándonos todo lo posible como para fundirnos en un grupo y hacernos invisibles, sin olvidarnos de ir ordenando amorosamente las chaquetas de las que bailaban, que permanecían amontonadas allí en la silla. De vez en cuando pasaba alguna persona mayor que, por decirnos algo amable, preguntaba: “Y vosotras ¿no bailáis? ¿Dónde están los mozos? ¿Que fan unas zagalas tan majas aquí sentadas? Yo creo que ahora esta “tortura” ya no debe existir, son otros tiempos y otras costumbres. Por otro lado, los años nos dan el privilegio de ser más libres, así es que si estuviera sentada en la plaza y sonara una música alegre estoy segura que no esperaría a que nadie se acercara a sacarme a bailar (¡!), al primer paisano que pasara le preguntaría “¿bailamos?” ¡Hay que aprovechar todos los momentos de alegría!
(Del programa de las Fiestas 2009. M. J. Fuster)

2 comentarios:

  1. ¡Que bailes mucho este año!

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  2. Hola, Marisa, disculpa si no te había dado las gracias por "tus buenos deseos", pero estoy de vacaciones y no tengo acceso al ordenador todos los días. Un abrazo y ¡gracias!

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