domingo, 15 de junio de 2025

Novela por entregas-14. SIN TÍTULO

 (para no dar pistas...).


Capítulo 14. Final

DISOLUCIÓN. RESOLUCIÓN: CONCLUSIÓN


Llegados a ese punto, justo era reconocer que habíamos descubierto muchas cosas, algunas muy importantes, pero seguíamos sin tener los elementos suficientes, que nos permitieran hilvanar el caso en su totalidad de un modo coherente, y encontrar las explicaciones necesarias, para tantas dudas como aún teníamos.

Para la historia de los dos esqueletos, bueno, lo que quedaba de ellos, podíamos demostrar ya que Pedro Mur encontró los cadáveres en la cabaña; que les dio sepultura, o casi habría decir que los empaló, pues los puso entre las piedras de un muro; que pilló una bolsa con joyas que llevaban y que encontró el arma con el que fueron asesinados. También se podría demostrar que el arma encontrada la utilizó Julio Sánchez para darles muerte (había restos de sangre que permitirían la identificación gracias al ADN) y no faltarían testimonios que hablaran de la conducta sospechosa de este sujeto, vinculándolo con el caso. Pero ¿y la continuación de esta historia? ¿Qué es lo que unía esa parte del crimen de la pareja con la muerte de los dos franceses?

A pesar de las diferencias de todo tipo que había entre nosotros, nuestro pequeño grupo de investigadores se había convertido ya en cuatro verdaderos amigos. En la trascendente reunión que celebramos Joaquín, Javier, Pedro y yo misma, en plena sintonía de cordura, decidimos que el caso ya nos desbordaba, que estábamos física y anímicamente exhaustos y que se nos habían agotado las ideas. Reconocimos que hasta allí habíamos llegado, y que era mucho, pero que, a partir de ese momento, necesitábamos dejar el asunto en manos de personas profesionales y expertas. Nosotros no podíamos hacer nada más, y queríamos volver a nuestra vida normal.

Era evidente, que la nueva fase de investigación debía empezarse conociendo con exactitud, cuál fue la relación de Sánchez con Tony Lemonier. Probablemente, el joven pidió por internet alguna información relacionada con la genealogía de los Mur en la Cardelina, y el comisario, al verlo interesado en "su" tema, sospechó que como nieto de Pedro Mur que era, el muchacho lo que pretendía era conocer la historia familiar pensando en la cuestión económica. El cargo de policía, y el  saberlo conocedor de todas las vicisitudes de su familia, habrían sido determinantes para que Sánchez infundiera confianza en el joven, y quedaran para encontrarse, cuando Tony y Fátima visitasen la zona. 

A partir de ahora, en la nueva etapa que se abría, policías eficientes podrían rastrear las llamadas o los mensajes electrónicos que se intercambiaron, los franceses con el comisario. Y, pese a las precauciones que tomó Sánchez para que no los vieran juntos (como hacerles aparcar el coche en la ermita, abandonarlo allí con todo el equipaje...),  seguro que alguna manera se encontraría de demostrar que estuvieron en contacto. 

Los motivos que llevaron a Sánchez a transportar los esqueletos a mi casa, posteriormente, y acabar con la vida de la joven pareja, eran completamente desconocidos para nosotros. O, quizás fueron ellos, Tony y Fátima quienes, buscando el tesoro (también conocían la cláusula testamentaria que hablaba de la higuera) encontraron los esqueletos, y pretendieron llevar el asunto de una forma que a Sánchez  no le convenía. 

Bien pudo suceder, que los jóvenes quisieran avisar a la policía y como él no quería hacerlo, trató de impedírselo... Sobre la marcha, y viendo el cariz que tomaban las cosas, seguramente a Sánchez se le ocurriría deshacerse definitivamente de esa pareja de jóvenes tan entrometidos y, para eso, hacía falta encontrar un lugar discreto, lejos de las miradas de la gente. Mientras conducía, sin saber dónde ir exactamente, se topó con la señal de tráfico que indicaba una salda a la derecha, y el nombre de "Urbanización la Sierra".  Recordó que, siempre que visitaba esos parajes, se extrañaba de que hubiera familias que eligieran vivir tan alejadas de la ciudad, tan aisladas.

Como un autómata, puso el intermitente del coche para girar a la derecha, y se adentró con decisión en la cuadrícula de calles paralelas y verticales, mientras procuraba sostener una conversación amena con los jóvenes, para que no sospecharan nada. Instintivamente se dirigió al final de una de las calles, probablemente por pura inercia, porque era un camino que ya había tomado en otras ocasiones, cuando iba a visitar a un viejo conocido de La Cardelina, Pedro Mur. 

Allí, delante de la entrada del parking de una de las dos últimas casas que se veían cerradas y sin ninguna luz en el interior, paró el coche pensando que era la casa de Pedro, pero se equivocó, porque era mi casa. Ya era demasiado tarde para rectificar la maniobra, así es que les pidió a los pasajeros que esperaran un momento en el coche, mientras iba a abrir la puerta del garaje por dentro, ya que no encontraba la llave que llevaba en el coche (les dijo).

Julio Sánchez se dirigió a la puerta principal y allí, con su habilidad y los instrumentos adecuados que siempre llevaba encima, consiguió abrir la puerta, entrar y abrir la del garaje desde el interior. A continuación metió el coche, con los pasajeros dentro, y cerró la puerta. Para entonces, Tony y Fátima ya habían empezado a inquietarse. Estaban muy desconcertados con el comportamiento del inspector, pero lo que acabó de inquietarlos, fue la orden que les dio Sánchez, una vez dentro de la casa y ya sin consideración alguna, de que sacaran los huesos del maletero y los dejaran allí en el suelo. Fue al ver el trato que se daba a aquellos restos humanos, ridículamente envueltos en una toalla de baño tirada sobre el cemento, cuando sin mediar palabra, solamente con las miradas, los dos jóvenes decidieron buscar una escapatoria.

Al salir del garaje, hacia el interior de la vivienda, vieron a través de una puerta semiabierta un cuarto con una lavadora, una secadora, etc. y sin pensarlo dos veces, se precipitaron al interior con la intención de cerrar la puerta y poder pedir auxilio. Pero no tuvieron tiempo, Julio Sánchez irrumpió en la estancia provisto de una plancha antigua de hierro, que había encontrado en el garaje, y acabó con ellos.

El asesino cerró la puerta del cuarto de la lavadora, abrió la del parking, sacó el coche de allí dentro y volvió a cerrar la puerta del parking. A pocos metros de allí se cruzó con un vehículo, el mío, que se dirigía a aquella casa, la mía.

Por cierto... esa es una pregunta que jamás me hicieron en los interrogatorios: si aquella noche, al regresar a casa, había visto u oído algún coche circulando por la urbanización... 


EPÍLOGO


¡Que fácil es cometer errores! Afortunadamente. Y ahora veréis por qué lo digo.

Julio Sánchez era calculador, listo, frío… pero no tanto. Cuando se deshizo de los dos jóvenes en el cuarto de lavar de mi casa, evidentemente pensó en coger sus teléfonos móviles, pues en ellos estaban registrados algunos mensajes que le podían involucrar. Incluso habría fotos, pues había visto como Tony Lemonier tomaba instantáneas de la cabaña. También vio como Fátima les hacía fotos a los dos, desde lejos, pero, tan lejos, que el comisario no advirtió que Fátima no hizo las fotos con su móvil, sino con una pequeña cámara digital.

Pasaron un par de meses, ya era octubre, cuando vinieron a pasar unos días conmigo mi hija con su familia. Como hay que hacer muchas cosas para entretener a una criatura de siete años, un día extendimos en el garaje una mesa de ping-pong que guardaba desde hacía años, en la que habían jugado mis hijos cuando eran pequeños. Nos pusimos a pelotear un rato y las pelotas volaban en todos los sentidos, para arriba, para abajo y de un lado a otro, y cuanto más tontamente jugábamos más nos reíamos. En un momento determinado, una pelota se metió debajo de una estantería de metal que había allí, y no la podíamos recuperar. Entonces, mi nieto, de ideas rápidas, vio un palo largo de una escoba, lo pilló y se puso a hurgar debajo de la estantería a ver si salía de una vez la pelota. Después de dos o tres intentonas, ¡SORPRESA! la pelota salió junto a una bolsa de plástico vacía, algún folleto turístico y un pequeño estuche. Cuando lo examinamos, vimos que era una cámara digital NIKON Cool, muy pequeña de tamaño.

- ¿Qué es eso? -pregunté- si parece una máquina de fotografiar.

- Mira que ordenada es la yaya -se reían todos, tomándome el pelo.

Entonces, se me ocurrió mirar las fotos que había en la máquina, para saber de quién era el aparato y ¡oh, cielos! ¿qué veo? Allí estaban Tony Lemonier con Julio Sánchez examinando la cabaña, mirando las higueras, intentando mover las grandes piedras de la pared de contención, descubriendo una cavidad vacía tras una de las losas, etc. etc. un reportaje completo.

¿Qué había pasado? Probablemente, cuando Tony y Fátima llegaron al garaje de mi casa en el coche de Sánchez, con la macabra carga, al bajar del coche se le cayó a ella la cámara, y resbaló debajo de la estantería. Con los nervios del momento, la joven ni vio ni oyó que se le cayera nada y mucho menos que desapareciera allí debajo. O fueron ellos mismos, Tony o Fátima, los que tuvieron la intuición de salvar aquellas pruebas y, disimuladamente, le dieron una patada a la bolsa para meterla debajo de aquella gran estantería. Parecía increíble que después de tanto haber examinado el garaje, la policía no hubiera descubierto esos objetos. Pero, allí estaban. Quizás influyó, que la estantería metálica estaba en el lado opuesto al que se encontraron los esqueletos, y eso hizo que descuidaran la búsqueda por allí. 

El resto de la historia no hace falta contarla, se puede imaginar. Y la alegría de mis compañeros detectives, indescriptible. Ahora nos reunimos a veces para recordar nuestra aventura y nos hemos prometido que, cada año, el mismo día que hicimos el gran hallazgo, nos juntaremos para comer o cenar.

Por cierto, que ahora ya puedo poner título a esta narración, porque ya no os descubrirá nada que no sepáis. ¿Cuál os gusta más? Tomaros vuestro tiempo y

pensadlo, no tengo prisa. Podría ser:

1. La Nikon Kool

2. Error fatal (el de Sánchez)

3. Casi todo tiene una explicación.

viernes, 13 de junio de 2025

Novela por entregas- 13. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas...). 


 Capítulo 13

EL ARMA DEL CRIMEN 


Para no hacer esto más largo que El Quijote, intentaremos resumir un poco, aunque haya que omitir algunos pasos de la investigación.

Después de que un primo de Raúl confirmara la versión de Anita y asegurara que a la familia Palacios, como a ellos mismos, les habían llegado voces, ya desde el primer momento en que ocurrieron los hechos, de que había sido el tal Julio Sánchez quien había salido al encuentro de la pareja, les había robado y, sin lugar a dudas, había acabado con ellos, ya solo nos quedaba un cabo suelto que había que atar cuanto antes. Se trataba de contactar con la novia que tuvo Julito en La Cardelina, que seguramente nos podría aportar datos importantes. Y eso es lo que hicimos.

Lola, la que fue novia de Julio, era hija de Pilar (hermana de Pedro Mur) y Francisco. Se había quedado viuda hacía unos años y vivía con una de sus hijas en La Cardelina. Era una mujer amable que no parecía muy habladora y, a las preguntas que le hacíamos solía contestarnos con una sonrisa o frases como “ya se puede Vd. imaginar”, “Quien lo podía saber” o “Dios mío ¡qué tiempos!”,

Con estas respuestas y pocas más, nos hicimos una idea  de lo que fue su relación con Julio Sánchez, de las humillaciones que ella y su familia tuvieron que aguantar y las faltas de respeto y compasión que tuvieron que sufrir. Una y mil veces aquél don nadie les reprochó la actitud de su tío Pedro, el que vivía en Francia, quien, según él, había matado a una pareja joven que había encontrado en la cabaña que tenían en el campo, y les había robado todo lo que llevaban encima. No se cansaba de repetirles que si la Guardia Civil los dejaba tranquilos era gracias a él, que tenía amigos muy bien “colocados” y hacían la vista gorda sobre muchas cosas. 

A medida que hablábamos Lola se volvió más comunicativa, y nos contó que no fue feliz durante aquellos años de noviazgo con Julito, más bien le tenía miedo, pero cuando las cosas llegaron ya demasiado lejos, sacó fuerzas de donde no las tenía y cortó con él. Y no pacíficamente, porque ella, que nunca le había contradicho en nada, le dijo que si volvía a verlo por su casa lo mataría, eso juró por Dios, aunque mal está invocarlo para esto, nos dijo. Y es que después de no haber recibido mas que atenciones de parte de toda su familia, porque les daba lástima verlo solo, y de haberlo alimentado y hasta vestido como a un hijo, cuando ya empezaron a hablar de casarse, les soltó un día a sus padres que, antes de hacerlo, quería que el tío Pedro le nombrara heredero de todo a él, porque, según decía, era lo más seguro que se podía hacer, ya que Pedro era un fugitivo sin derecho a nada, que mejor haría en no volver nunca por España, si no quería poner en peligro su vida. Además, puntualizaba, los bienes que estuvieran a nombre de la familia directa, bien podían ser requisados.

Mucho nos aportó Lola con todo lo que nos contó, y,  al cabo de un buen rato de charla, Joaquín y yo salimos de su casa con la convicción, clara y cristalina, de que a Julio Sánchez se le vio demasiado el plumero en esta relación, primero culpando a Pedro Mur de las muertes de aquella pareja y, después, intentando quedarse como amo de todas sus propiedades. Y es que, su ambición era tan grande que no se conformaba con la parte que le tocara a su futura mujer, necesitaba hacerse dueño de todo.

En fin, la historia que íbamos descubriendo, cada vez iba cobrando más sentido, pero teníamos un gran problema: aunque la teoría la bordábamos, en la práctica no teníamos nada, estábamos en una nube, sin pruebas, sin testigos, solo manejábamos suposiciones. Teníamos que pasar al ataque.

Al día siguiente, con la autorización de Pilar, nos fuimos los cuatro justicieros (nunca se cómo denominarnos) a visitar la cabaña famosa.

Era una construcción muy curiosa. Aprovechaba un desnivel del terreno para aparecer completamente camuflada, pues en su parte superior, digamos donde tendría que estar el tejado, había abundante vegetación de matas y matorrales. Vista de frente, en el lado derecho, tenía una puerta rectangular no muy grande, y en medio de la fachada había una abertura circular pequeña, que hacía de ventanuco. Toda la construcción estaba metida dentro del terraplén y por los lados de la citada fachada había una pared bien construida, de las que se hacen para separar las propiedades, pero con un sillarejo propio de obras más importantes. Su función primordial era la de servir de contención. De todos modos, la pared no tendría más de cinco metros de largo.

Al entrar en aquel recinto, estábamos un poco sobrecogidos. La cabaña era de planta cuadrada, más o menos, y allí se distinguía un lugar donde hacer el fuego y una especie de banco ancho de piedra, que además de para sentarse debía servir de lecho. Después de examinarla minuciosamente con la mirada, y tocando con la mano alguna piedra que nos parecía que se iba a mover (para ver si estaba allí debajo el tesoro oculto), nos sentamos en aquellos pétreos asientos para reflexionar in situ, ¡no se nos podía escapar nada! Y la penumbra que reinaba en el lugar, solo rota por la luz del ventanuco y la que permitía entrar la puerta abierta, invitaban a la reflexión.

Al cabo de un rato de estar allí en silencio, Javier habló:

- Yo creo que tendríamos que intentar recrear la escena del crimen, ponernos en el lugar de aquellos jóvenes y del asesino que los trajo hasta aquí, quizás entre tanta fantasía surja la verdad.

- Buena idea, Javier -dije yo- y si queréis, empiezo ya con una hipótesis. Veamos, aquellos jóvenes vinieron hasta aquí con el que les traicionó, porque si no los traía él, no es un lugar fácil de encontrar, y menos si está obscuro. Entrarían aquí dentro, y se acomodarían en el banco para tumbarse y pasar la noche. Quizás aquí mismo donde estoy sentada, que parece más ancho… Se quedaron tranquilos, dentro de lo que cabe, dejaron sus bultos, quizás comieron algo… El asesino no se fue lejos, no iba a irse y volver. Cuando lo estimó conveniente, entró y los mató, sin mediar palabra. Buscó entre sus cosas, en medio de la obscuridad, lo que él quería, dinero y joyas y, cuando tuvo lo que pretendía, sin entretenerse mucho, porque era un cobarde, salió corriendo. No se tomó la molestia de esconder los cadáveres, porque aquellos días podía haberlos matado cualquiera ¡que importaba que los encontraran aquí dentro o en otro lugar!

- Sí, eso parece razonable -continuó Javier- aunque, pasado un tiempo, el ladrón y asesino quizás se enterase de que aquél botín que él había robado no era todo lo que los jóvenes llevaban, y volvió al lugar de los hechos a ver si los cuerpos todavía seguían allí, al fin y al cabo no había oído ningún comentario sobre ese asunto, parecía que nadie se había enterado. Pero, los cuerpos no estaban ¿quién los habría cogido?

- Los cogió y los escondió la misma persona que encontró el resto del botín -intervino Pedro- A esa persona sí que le interesaba deshacerse de los cadáveres, porque podían vincularlo con ellos, y como no quería tener nada que ver con el asunto, se vio en la necesidad de hacerlos desaparecer de aquél escenario… Pero ¿quién los encontró? ¿Quién….?

- Eso está claro, -interrumpió Javier- ¡Fue Pedro Mur! El vino aquí, por algún trabajo de la finca y se encontró el espectáculo. Miró los cuerpos para ver si los reconocía y, ¿qué ve? Una de las bolsas con joyas que el ladrón no encontró, presa de sus nervios y por la obscuridad que reinaba. Así es que Pedro agarra el botín y se dispone a marchar, cuando se da cuenta que tiene que enterrar los cadáveres, para que no puedan relacionarlo con el crimen. A los pocos días, no aguanta la presión, le entra el pánico, y se escapa a Francia, con las joyas, claro.

-Hasta aquí, todo tiene sentido, parece razonable -musitó Joaquín a media voz- pero, antes de seguir adelante y, ya que estamos aquí, tendríamos que concentrarnos en descubrir dónde enterró a los jóvenes. Necesitamos pruebas.

- ¿Cómo vamos a saber dónde estaban si los han encontrado en el garaje de Teresa? -gritó un poco desesperado Javier.

- Un hueco habrán dejado. Vamos a inspeccionar. Pongamos 15 minutos de máxima atención, cada uno por separado. La cabaña no es muy grande.

- Y ¿por qué tenían que estar aquí dentro? -se me ocurrió preguntar- igual los dejó fuera...

- Buena idea -afirmó Joaquín- aunque nos complica bastante la búsqueda. De todos modos, ¡venga! ¡Adelante! Empecemos por dentro y después continuaremos fuera. Algo encontraremos.

- Yo no creo que haga falta mirar por toda la finca  -me animé a decir- creo que Pedro Mur, en su testamento, delimitaba bien el área donde los dejó “entre las higueras y la cabana”.

Salimos los cuatro precipitadamente al exterior y nos lanzamos a buscar higueras, lo que fue tarea fácil y rápida, pues solo había dos: una a cada lado de la cabaña, como a tres o cuatro metros de distancia, pegadas las dos a la pared de piedras que separaba y contenía la finca vecina.

Después de haber mirado por dentro de la cabaña y tocoteando en el exterior toda la tierra que separaba las higueras de la construcción, se oyó un grito de Pedro:

- ¡Aquí! ¡Estaban aquí! Seguro que sí ¡estaban aquí!

Vimos estupefactos que una especie de plancha de piedra o yesca gigante, estaba apoyada en la pared de piedras. Puesta verticalmente y bien encajada, daba la sensación de ser una piedra enorme y pesadísima, pero una vez que se retiraba de su lugar era solamente una gran lámina de poco espesor. El hueco que quedaba en el interior de la pared, desde luego, permitía introducir dos cuerpos. Al estar prácticamente entre la higuera y el muro, no llamaba la atención ni despertaba ninguna sospecha.

Pedro estaba eufórico y pasaba la mano repetidamente de un lado a otro por aquella oquedad buscando no se sabe qué, cuando de repente volvió a lanzar otro grito:

- ¡Tengo algo! ¡Tengo algo!

Nos lanzamos todos alrededor de su mano, a ver qué era lo que había descubierto, y nos emocionó constatar que era una medalla de la Virgen del Pilar, probablemente aquella que la madre de María Jesús les dio para que les protegiera, y que cosió en los dobladillos de la falda, antes de que se marchara de casa.

Llegados a este punto, y como ya anochecía, decidimos irnos todos juntos un momento a mi casa. Teníamos que poner orden a los acontecimientos y trazar el plan de ataque final. Nada más aparcar el coche de Pedro, en el que viajábamos los cuatro, delante de casa, salió de la suya Marisa, la mujer de Pedro, con una señora que me parecía conocida. Venían hacia nosotros. Mientras repasaba mentalmente donde había visto yo aquella cara, oíamos decir a Javier:

- ¡Ostras! ¡Es la hija de Pilar!

Efectivamente, era ella. Después de las frases convencionales en estos casos, pasamos al salón de casa y nos quedamos con el corazón encogido, esperando lo que nos tenía que decir nuestra visitante.

- Deben estar extrañados de verme aquí ¿verdad? El caso es que cuando estuvieron ayer a ver a mi madre, después de que Vdes. se marcharan, me dijo que quizás les ayudaría en su investigación ver una cosa que le dio su hermano Pedro, antes de irse a Francia. Le contó que era algo que había encontrado en la cabaña, junto con otras cosas que no podía decirle, y le pedía que guardara aquello muy escondido, para que nadie pudiera encontrarlo, porque era una prueba tan importante, que a lo mejor dependía de ella un día su vida. -Entonces, la mujer empezó la maniobra de coger su bolso, abrirlo y buscar dentro, mientras todos estábamos con el alma en vilo.

-La verdad es que -continuó en el mismo tono- mamá guardó bien el secreto porque a pesar de que pasaron temporadas un poco peleados con su hermano, nunca mencionó nada de esto a nadie, ni a mi padre. Anoche lo busqué en la cuadra, donde ella me explicó que lo guardaba, y ¡aquí tienen lo que Pedro encontró en la cabaña! No he querido tocarlo, no fuera a “destruir alguna prueba” añadió casi en broma, vista la expectación que despertaban sus palabras.

Dentro de una bolsa de plástico, había unos pedazos de papel de periódico envolviendo una gran navaja manchada. El periódico era de junio del 38. Aquello era un sueño, bueno, más de lo que podíamos haber soñado. Nos pusimos de pie y casi todos llorábamos, hasta la hija de Lola se emocionó. Aquél cuchillo de cazador tenía toda la apariencia de ser el arma del crimen, y se podía demostrar.

Sin importarnos que estuviera ella allí delante, lanzamos al aire nuevas hipótesis.

- Seguramente -dijo Joaquín- cuando el asesino se puso a buscar el botín sobre los cuerpos de sus víctimas y entre sus bultos, perdió el cuchillo, y en aquél momento no se dio cuenta. Más tarde, reflexionó sobre ello y comprendió la gravedad de la situación. Volvió varias veces al lugar del crimen, pero no supo encontrar ni los cadáveres ni el arma homicida, por eso necesitaba estar cerca del lugar de los hechos, para controlar todo lo que pasaba: nadie más que él debía saber lo que pasó, en eso le iba la vida.

 

sábado, 7 de junio de 2025

Novela por entregas-12. SIN TITULO

(Para no dar pistas)

 

Capítulo 12

Anita y su información determinante


A partir de este momento, los cuatros sabuesos nos lanzamos a la investigación como quien se lanza de un avión sin paracaídas, a cuerpo gentil, por no decir a tumba abierta… No esbozamos un programa de actuación, ni nos molestamos en establecer un orden de prioridades, nada de nada. Parecíamos unos posesos, con el único propósito de gritar al mundo ¡lo hemos descubierto! ¡Lo sabemos todo! ¡Eureka! Y no era verdad que ya lo supiéramos todo, lo único que (más que saber intuíamos), era que la verdad estaba ya muy cerca, a la vuelta de la esquina.

Algunos de los pasos que nos acercaron a ella, fueron los siguientes:

Supimos que los Palacio se marcharon de Huesca al poco tiempo de ocurrir la desgracia de su hija. Se fueron a Madrid, ciudad en la que todavía reside su hijo. Y aún mantienen en propiedad la casa en la que vivieron en la capital oscense.

Mucha gente los recuerda todavía y cada uno tiene su versión de los hechos. No entraremos en detalles, solo nos interesa para nuestra historia decir que era una familia acomodada, y que el padre de familia era un rico negociante, con intereses en varios sectores. Eso sí, todas las personas consultadas, nos aconsejaron que acudiéramos para tener información a Anita, una señora que había trabajado con ellos muchos años, hasta que se casó. Ella mejor que nadie, sabía y podría decirnos lo que pasó en aquella familia. 

Decidimos buscar los contactos necesarios para que Anita nos recibiera y, también analizamos con atención, quién de nosotros cuatro tenía más posibilidad de inspirarle confianza y lograr que hablara. Llegamos a la conclusión de que iríamos Joaquín y yo. El por su edad y su conocimiento de aquella sociedad en la que se desarrollaron los hechos, lo que podría ayudar a Anita a recordar situaciones y nombres. Yo, por ser la “víctima” que necesitaba la verdad para salvarse y podría inspirarle lástima. Llegado el día de la esperada entrevista, me vino a buscar a casa Joaquín más pulido de costumbre (¡que ya es!) y por un segundo tuve la sensación de que me invitaba a cenar a la luz de las velas o algo así, pero en un ejercicio de profesionalidad detectivesca, los dos nos pusimos a preparar el encuentro con Anita y estudiar las preguntas clave que debíamos hacerle a la entrevistada, etc. que, desde luego, no nos sirvieron para nada porque fueron otras. 

Anita vivía en una casita de un pueblo pequeño, en los alrededores de Huesca. Aunque Joaquín y yo parecía que pasábamos desapercibidos entre los vecinos que nos encontrábamos en las inmediaciones de su casa, porque no nos miraban directamente, después supimos que habíamos despertado bastante curiosidad con el encuentro y que, por supuesto, todos sabían quiénes éramos y por qué estábamos allí.

Después de tocar el timbre, oímos que nos abrían la puerta desde dentro, y también un ¡adelante!, así es que atravesamos una coloreada persiana hecha de cuentas de madera y nos encontramos directamente en la cocina del domicilio de Anita. Allí estaba ella, menuda y bien arregladita, junto a un sacerdote alto y delgado y, desde luego, mayor que ella, que ya es decir. Nos presentamos y le dimos las gracias por recibirnos. Ella, sonriente, dijo que estaría allí Don Francisco para ayudarla, porque ella a veces se armaba un poco de lío con las fechas y las cosas en general…

Empecé el desbloqueo yo. Les conté quién era, porqué estaba allí, qué me había pasado, cuánto necesitaba saber la verdad y, como habitualmente soy muy llorona, pues lloré. Creo que eso sirvió para ablandarlos y predisponerlos hacia nosotros, aunque Dios sabe que no lo hice a posta.

Anita nos contó que su madre ya había trabajado en casa de los señores Palacio toda la vida, y ella estuvo en aquella casa desde que nació, pues allí se la llevaba su madre para amamantarla mientras trabajaba, con mucho cuidado de que su niña no molestara a nadie y fuera una presencia discreta. Allí, Anita comía lo que comían los hijos de la casa, Mª Jesús y Andresito; jugaba con ellos a lo que ellos jugaban; conocía a las mismas personas que ellos conocían y estaba enterada de las mismas noticias que el resto de la familia. No sería de bien nacida, nos dijo Anita, decir una sola palabra en contra de aquellas personas que le dieron todo lo que necesitó, tanto en la infancia como en la juventud. La trataron como a una hija. Hasta la dote que llevó cuando se casó, se la dieron ellos, no hay más que decir.

Pero cuando uno se va haciendo mayor, continuó Anita, pasas de la diversión de los juegos a los problemas de la vida sin darte cuenta. Y en este momento, hizo una pausa para mirarme fijamente a los ojos, y supe que aquella mirada no se quedaba allí afuera, sino que se me metía por dentro y me miraba el alma. Y hasta allí llegó Anita preguntándose e interrogándome en silencio, si podía abrirme su corazón y contar lo que nunca había contado a nadie. Y parece ser que la respuesta fue que sí, porque entonces, miró a Don Francisco, puso sus manos encima de la mesa, cerró los ojos y empezó su historia.

“La señorita María Jesús, que así me hacía llamarla mamá cuando no estábamos solas, a medida que fue creciendo se convirtió en una chica muy guapa. Como íbamos juntas prácticamente a todas partes, menos las salidas que hacía con sus amigas, pues nadie mejor que yo sabe el interés que despertaba entre los jóvenes y menos jóvenes. A las mujeres también les caía muy bien, porque era amable y simpática y tenía una palabra para todo el mundo, no era nada tímida ni tampoco pretenciosa.

Comprábamos casi todos los comestibles para la casa, en una tienda de ultramarinos que había en la misma calle, “Hnos. Nadal”, según rezaba el rótulo azul marino con letras amarillas que aparecían escritas en la lona que estaba encima de la puerta de la entrada y en el escaparate, y que ocupaba todo el espacio de la fachada. Como el toldo era grande pero la tienda era pequeña, solo trabajaban en ella los dos hermanos, pero nunca estaban ni sus mujeres ni sus hijos, aunque eventualmente, cuando traían género nuevo, se veía a alguno de ellos por allí echándoles una mano para ordenar la mercancía. El mayor de aquellos chavales era Raúl, un chico alto y guapo, que a pesar de que era muy dicharachero, en cuanto veía acercarse por la tienda a María Jesús, se quedaba pasmado.

Bueno, no hace falta que les cuente cómo van estas cosas. El caso es que al final, Raúl y María Jesús se hablaron, se escribieron y se pusieron a pensar en compartir un futuro. La madre de ella algo se barruntaba, y procuraba convencer por las buenas a su hija de que aquella relación no le convenía, pero iba aguantando la situación pensando que ya se les pasaría, sin embargo, cuando aquello llegó a oídos del padre, entonces sí que se armó la marimorena. Se puso como un energúmeno y lanzaba reproches para todos, para su mujer, por haberle ocultado lo que estaba pasando, para mi madre y para mí por lo mismo; para los Hermanos Nadal por existir y, desde luego, para “la tonta” de su hija y para Raúl, en el que concentró todo su odio. La verdad es que para aquél roto no se vislumbraba ningún arreglo, y nadie sabía cómo podían terminar las cosas. Y como las desgracias nunca vienen solas, en medio de este jaleo empezó la guerra del 36.

Cuando a veces pienso en todo aquello, no encuentro explicación a muchas de las cosas que pasaron. Y es que tal y como vivimos ahora, no hay respuestas a muchas preguntas, por ejemplo ¿qué necesidad tenían de hacer lo que hicieron?, ¿Cómo se les ocurrió hacerlo? Pero es que no se pueden comparar las situaciones, entonces todo era inseguridad y miedo, y se iban tomando decisiones que te cambiaban la vida, según lo vivido el día anterior o las últimas noticias de la radio.

El caso es que los hermanos Nadal y su familia, de la noche a la mañana dejaron la tienda y regresaron al pueblo de donde eran originarios, en la misma provincia, pero que en aquellos momentos estaba bajo el mando republicano. Nadie consideró los rumores que apuntaban, a que les habían rescindido el contrato de alquiler de la tienda o que se encontraron con problemas para seguir teniendo el establecimiento abierto... Todo el mundo “bien” al que pertenecía María Jesús, tenía claro que lo de los Nadal fue una elección política porque, nada más hacer el cambio de residencia, todos los chicos de la familia, que hubieran tenido que quedarse a defender la capital ante el asedio de las “hordas marxistas”, resulta que estaban luchando precisamente con ellas.

Para hacer la historia más corta, que me parece que ya me alargo mucho, les diré que María Jesús y Raúl, pese a los kilómetros que pusieron por medio y la situación complicada que se vivía, tuvieron ocasión de verse alguna vez. Aquellos encuentros peligrosos y dramáticos fueron la causa de otro acontecimiento que cambiaría aún más sus vidas, pues ella quedó embarazada. Entonces, fue cuando pensaron que era el momento de tomar una decisión importante que llevaban meditando hacía unos meses: marcharse juntos a alguna parte. ¿Dónde? Igual daba, cualquier sitio podía ser mejor que en el que estaban, aunque también cabía la posibilidad de que fuera peor, pero no había elección. Finalmente, optaron por Francia, donde Raúl tenía familia y confiaban en encontrar ayuda los primeros tiempos.

Se pusieron manos a la obra para prepararlo todo, la salida de casa, a quién se lo dirían, cómo irían, qué llevarían.

María Jesús se confió a su madre, que con todo el dolor del mundo aceptó la decisión de su hija y prometió guardar silencio. Pero, como un secreto que no se comparte crece y crece dentro del pecho y, como una mala hierba absorbe el oxígeno de los pulmones y los estrangula hasta no dejar respirar, al final aquella pobre mujer necesito trasplantarlo a otro lugar, que fue mi madre. Además, la necesitaba, porque no hacía nada sin ella. Desde luego, yo ya lo sabía todo desde el primer momento.

Y aquellas pobres mujeres se pusieron a prepararlo todo. En un par de bolsas de tela, que debía de llevar camufladas bajo su falda repartieron las joyas de la madre de María Jesús, y también las de su abuela materna, y las que le dio la abuela paterna. Y cada una de aquellas piezas guardaba un recuerdo, una historia:

- En este lacito de oro -le decía su madre- le cuelgas a tu hijo, al nietecito mío que no conoceré, la medalla de María Auxiliadora. Y esta medalla de la Virgen del Pilar, póntela tú, para que ella os proteja. Fue un regalo de mi hermano cuando tú naciste. Y esta sortija de la flor con diamantes, guárdala bien, que vale mucho y te puede sacar de apuros. Era de mi suegra, se la compró su marido cuando celebraron los diez años de matrimonio, poco antes de que el pobre hombre se muriera de repente…”.

Hasta llevaban objetos de valor camuflados en los dobladillos de las faldas, en falsos bolsillos...

Llegó el día de marchar, que Mª Jesús y Raúl mantuvieron en secreto, para que la inquietud y la pena de los seres queridos no les traicionara. Bueno, más que día, tendríamos que hablar de noche, porque después de cenar y retirarse a su habitación, María Jesús cogió lo que tenía preparado y salió de casa sin que nadie se enterara.Yo sí que estuve con ella hasta el final -dijo Anita- Aún no puedo pensar en el abrazo que nos dimos sin ponerme a llorar…”.

Y, efectivamente, recordándolo Anita derramó abundantes lágrimas, que se secó con un pañuelito de tela bordado con su inicial. Una vez recobrada la calma, continuó:

- Les he contado todo lo que yo sé. De lo que pasó después, no puedo decirles nada. Oficialmente nunca se supo nada… El padre de Raúl, consiguió un día acercarse a la señora y contarle lo que él sabía. Parece ser, le comentó, que alguien había traicionado a los pobres chicos, pues sabiendo que iban con cosas de valor decidió robarles, aunque para eso tuviera que matarlos. No había que calentarse la sangre pensando si era uno de los de este bando o del contrario, si era rojo o era azul, lo único cierto es que fue un mal nacido, que no merecía respirar sin sufrimiento mientras viviera”.

Joaquín y yo nos miramos. La declaración de Anita encajaba como anillo al dedo con nuestra historia, pero ¿cuál era el nexo?

- Anita -le pregunté cogiéndole las manos- ¿nunca se sospechó de nadie? ¿No se comentó en la familia quién pudo haberlo hecho?

- Pues sí, ¿para qué voy a seguir negándolo a estas alturas?  - contestó decidida. - Fue una sospecha que se le metió en la cabeza a la Sra. Palacio y a mi madre, que se compenetraban tanto que parecía que en vez de dos cerebros tenían sólo uno. Y, la verdad, es que algo de razón no les faltaba.

El caso es que venía mucho por casa la viuda de un maestro, que se había quedado sola con su hijo en Huesca y no tenían ni familia ni a nadie. Era una mujer muy prudente y voluntariosa, siempre dispuesta a ayudar en lo que fuera, y se tenían mucho cariño con mi ama. Por un motivo o por otro también aparecía por allí a menudo Julito, su hijo. Era un chaval educado y parecía responsable, pero era muy reservado y uno no sabía muy bien de que pie cojeaba… Siempre miraba todo con atención, te escuchaba de una manera que parecía que pasabas un examen y sonreía en raras ocasiones. Más que inspirar confianza, inquietaba.

- Cuando estalló la guerra -continuó Anita- no se sabía muy bien si estaba con los unos o con los otros, y esta posibilidad de moverse entre dos aguas y la confianza que le daba a María Jesús el verlo por casa, hizo que se fiara de él cuando Raúl se marchó de Huesca. Les hacía de mensajero. Es por eso que estaba al corriente de todos los planes, él sabía cuándo se iban a escapar, dónde querían ir y con qué pensaban subsistir. Como conocía bien la zona que tenían que atravesar, hasta les sugirió el camino que debían tomar y dónde descansar. El resto vino solo, no se necesita ser muy listo para saber lo que pasó… Para semejante demonio no debió suponer ningún problema sorprenderlos cuando más indefensos estuvieran, acabar con ellos y hacerse con el botín.

- La madre de María Jesús y la mía no estuvieron nunca de acuerdo en darle tanta confianza a Julito -siguió recordando la anciana- bien lo sabe Dios, pero los jóvenes son más confiados y les cuesta entender lo que puede llevar a hacer el dinero. El caso es que, cuando pasó lo que pasó, las dos mujeres no tuvieron ninguna duda de que aquella desgracia fue cosa del chico. Ni tenían pruebas para acusarle de nada, pero cuando lo oían nombrar se les revolvía la sangre. Verlo, ya no le volvieron a ver el pelo por aquella casa, un resto de decencia le debía quedar para no aparecer por allí. La madre sí que iba a visitarlos, pero nunca lo nombraba ¡quién sabe lo que tuvo que sufrir aquella buena mujer! De todos modos, ella también murió al poco tiempo. y fue entonces cuando su hijo se puso de policía ¡así podría estar bien enterado de todo! Y se echó de novia, una chica de un pueblo de por aquí cerca. Ella sí que debió verle el plumero, porque después de algunos años de relaciones, lo dejó plantado de la noche a la mañana”. 

La entrevista con Anita duró bastante más que este relato. Tenía una memoria prodigiosa y parecía un testimonio veraz. Cuando le confesamos que también nosotros creíamos que el inspector Julio Sánchez tenía algo que ver con lo que había pasado en mi caso, nos recomendó que nos moviéramos con cautela, porque era mal enemigo. También nos aconsejó que fuéramos a hablar con los hermanos de Raúl. No sabía si continuaban en el pueblo pero, aunque no quedara ninguno allí, alguien habría que nos podría contar la verdad, al menos, su versión de los hechos.

Y, con un abrazo muy grande entre las dos, terminó aquél encuentro.



miércoles, 4 de junio de 2025

Novela por entregas- 11. SIN TÍTULO

 (Para no dar pistas)


Capítulo 11

JULIO: MI CUMPLE



Pasan los días y las cosas tan rápidamente, que no da tiempo ni siquiera a relatarlas. Por eso, prefiero no entretenerme explicando minucias de mi vida cotidiana (aunque a veces me parezcan interesantes…) y plantarme, ya, en el día de la “primera reunión del grupo de trabajo”, convocada para este primer sábado de julio.

Sin entrar en pormenores de lo que bebimos o comimos mientras charlábamos, y de otros comentarios intrascendentes que intercambiamos, diré que cada uno de nosotros pasó a rendir cuenta de la tarea encomendada. ¡Me olvidaba! Hay algo que quiero señalar: antes de adentrarnos en nuestra historia, les comenté a Joaquín y a Javier que ya sabía que estaba en deuda con ellos, y que teníamos que hablar claramente y sin pudor, de la cantidad que les debía pagar por sus servicios. Los dos respondieron que para ellos aquello no era un trabajo, sino una distracción, y que no solo querían ayudarme a mí, que también, sino que pensaban sinceramente que, de ese modo, harían un buen servicio a la comunidad, identificando a las personas sin escrúpulos que convivían con ellos.

Javier también dijo, que pensaba forrarse con los artículos que escribiría sobre el tema, y ya se veía en platós de televisión y estudios radiofónicos, contando su versión de los hechos, porque sería el gran experto. Todos nos reímos y, cuando le contesté que Joaquín también sería un buen tertuliano, éste dijo que él ya pasaba de todo eso, que dejaba el protagonismo a los jóvenes. Bueno, dicho esto, pasaré a dar cuenta del trabajo que hemos hecho, y de lo que se ha conseguido:

1.- Javier contactó con un maestro jubilado, Don Ángel, que había trabajado en la misma escuela que el padre del inspector Sánchez, a finales de los 60, aunque no le llegó a conocer personalmente. Cuando le dieron esa plaza, hacía poco tiempo que había fallecido el padre de Julito, una persona muy respetada. Don Angel recordaba a la viuda, la madre de Julito, muy discreta ella, que estaba siempre muy pendiente de su único hijo. La verdad es que nunca se supo de dónde venía exactamente esta familia. Ellos decían que de Zaragoza, pero nadie se lo creía. Ella era muy bien recibida en algunas casas buenas de la capital, no sólo para actos sociales, sino como persona de confianza. Gracias a eso, su hijo Julito se codeó con los jóvenes de la clase alta, aunque no puede decirse que formara parte de ese círculo. De todos modos, lo que extrañó a todos es que se echara como novia a una chica de La Cardelina, prácticamente sin educación ninguna y de extracción social más bien baja. Como él estaba estudiando, parecía que podía aspirar a otra cosa, además siempre había sido un poco chuleta y no le pegaba nada aquella relación, esto sin desmerecer a la chica, que conste, pues parece ser que era muy agraciada y respetada. Algún informante le había comentado que les unía una relación de parentesco.  

2.- Pedro, nuestro nuevo colaborador, se había hecho el encontradizo con algunos amigos de juventud, con los que salía cuando iba a La Cardelina o cuando ellos se desplazaban a Huesca. Tenía la suficiente confianza con ellos para, después de los saludos habituales, soltarles:

- Oye, ¿tú sabes qué les pasó a Julito y Lola, para que rompieran la relación después de tantos años de noviazgo? 

Las respuestas que recibió fueron todas, en el fondo, bastante parecidas:

Muchos aseguraban que aquella relación estaba amañada, y al final no se entendieron en la cuestión económica; probablemente él iba muy equivocado, porque pensaba que Lola aportaría una buena dote, pero de eso nada, que todo el mundo sabía que la familia de ella no era de muchas posibilidades. 

No faltó quien resaltara, que la chica valía más que él, aunque a él le parecía lo contrario, y ella no quiso cargar con un señorito de pacotilla. ¡De buena se libró la pobre chica! ¡Ya hizo bien en dejarlo! porque él ha sido un chulo toda la vida.

(Resumiendo, Julio siempre ha tenido fama de ser retorcido y pretencioso. Continuemos).

3.- Joaquín tuvo que navegar por los archivos sin saber muy bien lo que buscaba. No tenía datos suficientes como para establecer algún vínculo entre los numerosos expedientes de responsabilidad civil, denuncias a la policía, intervenciones de la Guardia Civil, etc que pasaron por sus manos, con el caso que les ocupaba. Sólo hubo un asunto que llamó su atención y, a medida que pasaba el tiempo, iba cobrando más fuerza en su cabeza. Probablemente el motivo por el que se interesó en ello, es porque se hablaba de un robo de joyas. Se trataba de lo siguiente:

En el año 1938, a finales de marzo, con carácter de confidencialidad se daba cuenta de que el señor Palacio, concejal del Ayuntamiento y rico empresario, había denunciado la desaparición de su hija, de 20 años de edad, así como numerosas joyas que la familia tenía escondidas a buen recaudo, y de las que sólo tenían conocimiento los miembros de la casa, por lo que se presumía que fue obligada a cogerlas para entregarlas a los malhechores. La preocupación de la familia era muy grande, y se rogaba a la policía que hiciera todas las averiguaciones posibles con suma discreción.

4.- Yo también expliqué todo lo que había buscado y lo poco que había encontrado. Evidentemente, no importaba cual fuera la tragedia, si la familia era pudiente y con influencias, podía silenciar perfectamente a la prensa local, y aunque se hubieran acuchillado los unos a los otros en una casa, aquello no era noticia. Sin embargo, partiendo de esa evidencia, había que aprender a interpretar entre líneas, incluso entre palabras.

Resulta que, también del 38, a finales de abril, había leído algo en “La Nueva España” que me llamó la atención y que podía ligarse a lo que nos acababa de contar Joaquín. Decía que reinaba una gran consternación en la ciudad porque, aprovechando los tiempos revueltos de la guerra, un desalmado, no contento con robar vidas y bienes de la Iglesia, había arrancado del seno de una familia ejemplar, aquello que era su tesoro más preciado, a su bellísima y discreta hija. ¡Otra vez se insinuaba un rapto!

Y a mitad de junio, un párrafo solamente, bajo el título de “Se pierden las esperanzas”, volvía a la carga e informaba de que se rumoreaba insistentemente que, la joven raptada de su hogar el mes anterior, había sido asesinada, aunque seguía sin hallarse el cadáver.

- Así las cosas -les dije a mis colegas -creo que tenemos algunos datos nuevos, pero no sé en qué medida pueden estar relacionados los unos con los otros, ni con lo que buscamos. Sin embargo, con un poco de imaginación y, siguiendo nuestra intuición, podemos elaborar una hipótesis y ver dónde nos lleva. El recorrido que tenemos que hacer, está claro, tiene el punto de partida en los esqueletos del garaje, y el final es lo que debemos descubrir, o al revés, partiendo de unos hechos que no conocemos, tenemos que terminar en el garaje de casa. Todo es posible, pero hay que probarlo. Personalmente, eso de que raptaron a una chica me hace pensar mucho ¿y si no fue así, que se llevaron a la chica a la fuerza? ¿Y si había alguna razón sentimental detrás de todo esto? ¿O lo único importante fue el robo de las joyas? ¿De verdad tiene sentido que sacaran de su casa a la joven porque estaban interesados sólo en las joyas?

- Para no lanzarnos a la especulación pura y dura -continué- creo que no nos costaría mucho conseguir más información sobre este asunto. Lo primero que tendríamos que hacer, es conocer a la familia Palacio, me refiero, saber quiénes eran, etc. Evaluar de qué cantidad de joyas estamos hablando. Saber si la chica pudo escaparse voluntariamente o no... Para averiguar estas cosas, podemos buscar en hemerotecas y archivos, y tratar de encontrar a alguna persona viva que haya tenido relación con ellos.

- ¡Me gusta la idea! -dijo Javier- lo más que podemos perder es una semana de nuestro tiempo, y si para la próxima reunión no hemos encontrado nada sólido, cambiamos de tercio.

Quedamos así, con cita para el 16 de julio, la Virgen del Carmen. Por cierto, que el día 12 fue mi cumpleaños, 69 primaveras, y recibí muchas llamadas. ¡Qué bien hace el cariño de la gente! Esta fecha también me sirvió de excusa para hacer un poco de análisis de introspección, lo típico ¿Quién soy yo? ¿Qué he hecho con mi vida? ¿De verdad tengo esta edad? ¿He contado bien? Y es que yo me siento como una chavala de 25 años... eso sí, cuando me olvido del Parkinson, la hipertensión, unos cuantos kilos de más y otras cosas.


domingo, 1 de junio de 2025

Novela por entregas-10. SIN TÍTULO

(para no dar pistas)



 Capítulo 10

 DE SOSPECHOSO A COLABORADOR


Ha pasado más de un mes desde que empezó esta historia, y mi vida ha cambiado significativamente. Las cosas que me interesaban han tenido que pasar a segundo lugar, mejor dicho, han sido relegadas tan lejos que ni las veo; los amigos no me reconocen ni saben qué pensar de mí; mis hijos, que viven tan lejos, están un poco al margen de las vicisitudes de mi vida cotidiana, porque no puedo abrumarles contándoles cada cosa que me pasa, ni en la vida real ni por la imaginación, así es que deliberadamente les dejo un poco de lado y no viven todo esto con la misma intensidad que yo, afortunadamente.

Llegados a este punto, creo que necesito aclararme las ideas y hacer un análisis en profundidad de la situación, y para eso he convocado esta tarde a mis dos devotos colaboradores, Javier y Joaquín, pues necesito su ayuda. Les tengo toda la confianza del mundo y creo que se toman este asunto con mucho interés. A ver si entre los tres conseguimos encontrar la luz.

A las 6 en punto llegaron mis dos socios en el coche de Javier. Después de los saludos habituales y de comentar el calor que empezaba a apretar ya, pasamos a centrarnos en nuestro caso, por no decir “mi” caso… Para ello, pensamos que teníamos que intentar concretar bien todos los puntos y hacer dos listas: en una enumeraríamos lo que hemos conseguido: información y datos que no conocíamos hace un mes y de los que ahora disponemos. En la otra lista, escribiríamos los nuevos objetivos, aquellas investigaciones pendientes que a lo mejor nos ayudarían a desbloquear el misterio, y a los que nos deberíamos dedicar de inmediato. Esto es lo que conseguimos: 

Lista 1: Datos:

1.- Conocemos ya la identidad de dos de las víctimas, Tony y Fátima.

2.- Sabemos que una de ellas, Tony, tenía familia en La Cardelina, los Mur, y que se había puesto en contacto al menos con uno de estos familiares

3.- Las dos víctimas tenían una profesión respetable, una vida estable y no eran malhechores ni pertenecían o mostraban simpatía por ninguna secta u organización delictiva.

4.- Dado que algunos informantes han hablado de joyas, relacionadas con una cabaña propiedad de la familia Mur de La Cardelina, pensamos que podría encerrarse en este punto, el móvil que había desencadenado esta tragedia. 

5.-  Según nos comunicó Javier, los esqueletos del garaje eran de un hombre y una mujer. El se había enterado por fuentes oficiosas, a mi nadie me lo había comunicado.

Lista 2: Objetivos: 

1.- Descubrir la identidad de la persona de La Cardelina relacionada con las víctimas francesas. 

2.- Averiguar quién podría tener conocimiento de lo ocurrido en la cabaña de los Mur hace algunos años y que, como hemos apuntado anteriormente, podría ser el origen de este caso. 

Llegado a este punto, y como si redactar estas conclusiones hubiera sido un esfuerzo de titanes para nuestra limitada capacidad de razonar, nos quedamos los tres tertulianos en silencio, con la mirada perdida, hasta que, espontáneamente, la concentramos en una mesita donde había puesto yo algo de picoteo para comer y acompañar unas cervezas. No hizo falta ofrecer nada porque, con naturalidad y ganas, nos servimos lo que nos apeteció. Estos minutos que dedicamos a reponer fuerzas, cada uno los aprovechamos para repasar mentalmente lo que habíamos tratado y esbozar un plan de ataque que nos permitiera movernos en la buena dirección. El primero que habló fue Joaquín:

- Este jamón es muy bueno, y la tortilla de patata también está muy buena… 

- Me alegro que le guste, Joaquín. Coja más, que no ha de quedar nada -le animé.

 -Gracias -respondió educadamente Joaquín- Lo que me ha enseñado la experiencia, es que hay que dudar siempre de lo evidente. Y para mi, lo evidente en este caso es que su vecino Pedro tiene todos los números para ser el hombre que andamos buscando. Tiene familia en La Cardelina; lleva el apellido Mur, aunque no sabemos por parte de quién; sabía los días en los que Vd. estaba de viaje, por lo que podía disponer de la casa...

- Y, además, ¡hasta tiene mis llaves! -interrumpí yo.

- No le costaba nada romper un cristal si quería intimidarla, etc. etc. -continuó Joaquín.  

-Otra cosa -intervino Javier- lo que sí es verdad, porque no pudo disimularlo nada, es que a Pedro no le hizo la menor gracia que nosotros interviniéramos en este proceso de buscar información, hubiera preferido estar él a la cabeza de la investigación, quizás para manipularla mejor.

- ¿Y qué debemos hacer?- pregunté -¿desecharlo como sospechoso porque lo parece o intentar saber más de él, porque tiene todos los números para ser el malo de la película?

- No sé qué pensarás tú, Javier -contestó Joaquín- pero lo que yo creo, es que sería conveniente ir "apretando" a Pedro todo lo posible, para enterarnos de qué es lo que sabe, porque, al fin y al cabo, aunque sea inocente, algo debe saber que no nos ha dicho... No nos ha dado ni una pequeña pista. Aparte de eso, tendríamos que centrarnos en otra posibilidad, en alguien que, intuyo, está agazapado cerca de nosotros viendo cómo jugamos nuestras cartas y que todavía no se ha hecho visible. Y que, desde luego, tiene algún tipo de relación con La Cardelina.

- Yo voy a decir una tontería -intervino Javier -porque no tengo ningún indicio que me permita aventurar esta teoría, pero la persona que ha tenido un comportamiento más extraño en esta historia, desde el primer momento, ha sido el comisario Sánchez. No se ha comportado de una manera racional.

-¡Que alegría me da oírte decir eso, Javier! -solté toda eufórica -es que ese hombre no está llevando este asunto de una manera normal, para nada. Parece evidente que no le está dedicando toda la atención que merece, bueno, ni se molesta en sacarme información (ya que soy su principal sospechosa), ni a mí ni a nadie… Aunque solo sea por la repercusión que ha tenido este asunto por todas partes, a estas alturas tendría que haber presentado algún avance, y estoy segura de que sabemos más nosotros que él.

- Eso es lo que nos parece -dijo sonriendo Javier -a lo peor no es así y nos gana él por mucho… Igual sabe más de lo que dice. Aunque claro está, que según la teoría de Joaquín, el que nos dé tan mala espina dice mucho a favor de su inocencia…

- Bueno, concretando -intervine enérgica- no sé qué pensaréis vosotros, pero yo cogería el toro por los cuernos. Empecemos por lo primero. Por mí, ahora mismo llamaría a Pedro, en plan inocente, y le pediría que viniera porque lo necesitamos para una consulta. Una vez aquí, procuramos exprimirle todo lo que sabe a ver si se nos abre nuevas vías de investigación. Desde luego, tenemos que trabajar con finura, para que piense que está en nuestro grupo, no en el de los sospechosos… no vayamos a ofenderle.

- Me parece perfecto, a ver si adelantamos algo -dijo Joaquín.

- Venga, adelante.

Marqué el número de Pedro y tuve la suerte de que descolgara él mismo el aparato. Le pedí si podía venir un momento, y a los cinco minutos estaba en casa. Cuando llegó, le dije:

- Gracias por venir, Pedro, te necesitamos. Estamos atascados y a lo mejor tú puedes ayudarnos.

El sonrió complaciente. Y, a partir de ese momento, yo no daba crédito ni a mis ojos ni a mis oídos, porque Javier y Joaquín se pusieron a interpretar el gran papel de su vida, como si antes lo hubieran ensayado horas y horas.

Después de rogarle que no hablara con nadie, ni con su mujer, de lo que allí íbamos a tratar, empezó la gran representación. El dúo de detectives aficionados, formado por Joaquín y Javier, se dirigía a Pedro como si él fuera su superior jerárquico, al que le iban sometiendo con humildad cuestiones dudosas. Por ejemplo.

- Tú ¿qué opinas Pedro? Dicen que el tal Tony Lemonier tenía familia en La Cardelina, pero no puede ser verdad ¿cierto? Porque si así fuera se sabría, y a nosotros no nos consta que haya nadie de La Cardelina viviendo en Francia…

A lo que Pedro, queriendo enmendar tanta ignorancia, pasaba a dar detalles de todos los cardelinos y cardelinas que se habían marchado a vivir allí después de la guerra.

También había habido comunicantes que les habían contado, dijeron Joaquín y Javier, que durante muchos años se sospechaba que había un tesoro escondido en una cabaña, que tenía una familia de La Cardelina en su tierra de labor, pero eso era difícil de creer ¿no? ¿Quién podía ser tan insensato de dejar un tesoro allí abandonado? A lo que Pedro respondía muy serio que cuando hablaban de tesoro, se referían a unas joyas que habrían llegado a la cabaña de los Mur en aquellos días de la guerra y asedio de Huesca, y que podía ser que alguien las hubiera tenido que esconder allí por una u otra razón pero, suponiendo que hubieran estado, era difícil que todavía quedara algo, porque mucha gente había intentado encontrarlas, y alguno lo habría conseguido.

Y así, poco a poco Pedro iba entrando al trapo, pues aunque era de inteligencia rápida, estaba en inferioridad numérica frente a sus insistentes interlocutores, y mordía el anzuelo cada vez que se lo tiraban.

A pesar de la “maniobra” que estábamos llevando a cabo contra el pobre Pedro, poco a poco la atmósfera se distendía y cada vez hablábamos más alto y más animados, mientras yo iba sacando de la cocina a la mesita del salón, todo lo comestible que encontraba en la nevera o en los armarios de la despensa. Que si longaniza de Campo, que si queso, salchichón, olivas, patatas fritas, cacahuetes…

Pedro parecía el rey de la fiesta, estaba muy dicharachero y jovial y acabó confesándonos que le tenía un poco de miedo a Sánchez. “¡Anda!” dijimos nosotros tres casi a la vez “¡pues si parecía que erais muy amigos..!”

- Que va -nos contó -lo que pasa es que nos conocemos desde muy jóvenes. El tuvo relaciones con una chica de La Cardelina y después de cinco años de salir, lo dejaron. No se supo lo que pasó. Como éramos de la misma edad y yo tenía familia allí, pues pasamos muchos ratos juntos: no nos perdíamos ninguna fiesta, de las que se celebraban en todos los pueblos de los alrededores ¡qué tiempos! Al cabo de dos o tres años ella se casó, pero él continuó soltero, hasta hace poco tiempo, que contrajo matrimonio con una viuda bien establecida.

Nos quedamos todos callados, en el aire se percibía el chisporroteo de bombillas imaginarias que se encendían y se apagaban.

Cada uno de nosotros tenía la sensación de que estaba a punto de descubrir algo.

- ¡Ah! Sí… -dijo Joaquín -porque tú dijiste que eras familia de los Mur ¿verdad? - le preguntó a Pedro.

- Así es, pero no me hagas decir de dónde me viene el parentesco porque no lo sé. Lo llevaba mi madre, pero no tenía mucha relación con los Mur de la Cardelina, creo que venían de otra parte. La que sí que era de los Mur era la novia de Julito, que era sobrina de Pedro Mur el que vive en Toulouse.

Los tres “investigadores” teníamos nuestras antenas en máxima alerta, bebíamos las palabras de Pedro.

- ¿A qué Julito te refieres? -le preguntó Joaquín.

- ¿A quién va a ser? ¡A Julio Sánchez, el comisario del que estamos hablando!

- Pero, oye Pedro, este Julio Sánchez ¿de dónde es exactamente? -le preguntó Javier.

- Pues la verdad es que no lo sé -contestó el interpelado, que parecía estar repasando mentalmente un listado de años y apellidos -no sé de dónde venía su familia. Se establecieron en Huesca poco antes de la guerra, porque su padre era maestro. Ya sabéis cómo son los hijos de los maestros, estudiosos y un poco marginados por el resto de la clase, que no se fían completamente de ellos. Se quedó huérfano de padre muy joven y se crió solo con su madre. Cuando ella falleció, él empezó a salir con Pilar. Como no tenía familia por aquí, se relacionó mucho con la familia de ella. A raíz de comenzar el noviazgo, fue precisamente cuando empezó a decir lo de que quería ser policía, seguramente porque Pilar tenía un tío guardia civil y eso algo influiría. A lo mejor se lo aconsejaría...

- Pero, algún amigo suyo o de sus padres Julito sí que tendría ¿no? -preguntó Joaquín, que ya estaba preparando mentalmente un listado de próximo entrevistados.

- Si quieres que te diga la verdad, amigos amigos no le he conocido nunca ninguno. No le he visto discutir con nadie, pero tampoco disfrutar de esa camaradería y complicidad que se da entre la gente de la misma edad. Más bien parecía, ahora que lo pienso, que siempre estaba observándonos, como si los problemas y las alegrías nuestras no fueran con él. Vamos, que ha cultivado cierto distanciamiento con sus paisanos.

- ¡Yo que pensaba que solo era conmigo! -les dije, lo que les hizo sonreir a todos - bueno, más que cierta distancia ha puesto entre nosotros una verdadera lejanía.

- No sé si es prudente lo que voy a decir, pero confío en la discreción y buena voluntad de todos vosotros -dijo en tono solemne Javier, olvidándose ya de que Pedro, allí presente, era el sospechoso oficial- para mi, el tal Julito ha pasado a ser nuestro sospechoso nº 1. Sólo es una intuición, pero me da muy mala espina.

- ¡Bravo, Javier! -exclamó Joaquín- yo lo estaba pensando pero no me atrevía a decirlo.

- Yo sólo quiero añadir -dijo Pedro- que no me extrañaría nada que así fuera, porque si había algún secreto en la familia de los Mur, él tuvo que saberlo, y el cargo que tiene ahora le permite tener mucha información. Ahora lo veo claro - dijo Pedro pensativo -él es muy capaz de haberlo planeado todo, porque es un tipo calculador y listo. Aunque, a lo mejor se le han ido fuera de control algunas cosas, porque me extraña mucho que hubiera planificado matar a nadie, no creo que se quisiera ensuciar tanto las manos. Bueno, chicos, tengo que irme ya. Gracias por vuestra confianza y en lo que pueda seros útil, ya sabéis que podéis contar conmigo.

- Bien, estoy emocionada, esto es ya una conspiración en toda regla -dije, orgullosa de mis amistades -hay que desenmascarar al asesino. Ahora, como creo que soy la mayor del grupo, tengo que recalcaros bien que tenemos que ser muy prudentes, y muy pacientes también. Quizás, de uno en uno no, pero los cuatro juntos somos más listos que Julito, y tenemos la verdad y la justicia de nuestra parte, es cuestión de no hacer ningún movimiento en falso y ponernos manos a la obra, para que podamos llegar al final y desvelar el misterio. Hay que estar preparados, porque él se juega mucho y se defenderá, de buenas o malas maneras.

Se oyeron voces de ¡hecho! ¡adelante! ¡bravo! etc. que era una manera de manifestar la euforia que reinaba en la sala. Fui a buscar una botella de cava y brindamos por nuestro objetivo.

- ¿Tenemos aún media hora para trazarnos el plan de trabajo o tenéis prisa por marchar? - pregunté inspirada por mi sentido práctico habitual.

Pedro dijo que tenía una cita, a la que estaba llegando tarde, pero que quería quedarse un poco más. Le dijimos que iríamos lo más rápidos posible y con entusiasmo empezamos a preparar nuestra hoja de ruta.

En primer lugar, pensamos que Pedro podría ir averiguando discretamente por qué el inspector Sánchez y su novia rompieron el noviazgo. Sería interesante saber en qué medida Julio Sánchez estaba en conocimiento de las historias familiares, etc.

Javier podría investigar sin llamar la atención, sobre los padres del inspector, pues la escuela en la que trabajó el padre, estaba cerca de su casa, incluso conocía a maestros que habían estado enseñando allí durante muchos años.

Joaquín tenía una misión más delicada, porque era más visible, por decirlo de alguna manera. Debería acudir a archivos militares que no están todavía digitalizados o a otras fuentes, para procurar recabar datos sobre la situación político-social de aquél período de la guerra en Huesca. Evidentemente, no se debía dar ninguna explicación sobre el motivo de sus pesquisas, así es que debía inventarse otros, aunque, debido a su proverbial discreción, seguro que a nadie extrañaría que no diera muchas explicaciones sobre lo que estaba buscando.

A mí, que estaba más limitada de movimientos, pues estaba en el ojo y en la boca de todos, me quedaba la tarea de consultar la hemeroteca digital, para descubrir si ya fuera a nivel provincial o nacional se nombraba algún caso ocurrido por La Cardelina que pudiera tener que ver con lo que buscábamos.

Fijamos la próxima reunión para el sábado siguiente, que sería ya el primero de julio. Como era lunes, se nos presentaban 5 días delante de nosotros llenos de expectativas y de ilusión. Éramos un gran equipo trabajando por una buena causa. Por cierto, no he hablado nunca con Javier y Joaquín sobre qué es lo que tenía que pagarles por el tiempo que me dedicaban y los gastos que les generaba la investigación: gasolina, aparcamientos, comidas… Esto sí que ha sido un fallo. Será el primer tema que tendremos que abordar cuando nos volvamos a encontrar.


jueves, 29 de mayo de 2025

Novela por entregas-9. SIN TÍTULO


Capítulo 9

 El probable quién y la incógnita del por qué


Pasé el día siguiente tranquilamente, contestando mensajes y preparándome tapas, aperitivos, cafés, etc. pues ya no hacía ninguna comida consistente a una hora regulada, sino que iba picoteando todo el día. Parecía que llevaba a cabo una particular “campaña de globalización” con el objetivo de ponerme redonda.

Cuando me trajo el periódico Marisa, que me lo compraba cuando iba a por el suyo, vi con alegría que Javier había insertado un pequeño llamamiento a las personas que hubieran visto al conductor y acompañante del coche francés, que estuvo más de 14 horas aparcado en el mismo lugar, prácticamente en un descampado. A ver si alguien respondía.

-Como no lo viera alguna persona con tierra por esa parte -explicó Marisa -o que estuviera faenando ese día… Es un sitio abandonado de la mano de Dios, no se acerca nadie por allí para nada, a no ser que vayas a trabajar la tierra o a la ermita.

- Oye -le dije- ¿dónde anda Pedro? Llevo un par de días sin verlo

- Lleva mucho jaleo con la comisión de festejos de la urbanización. Este año le ha tocado a él estar en la Junta y ya empiezan a preparar todo para la fiesta de agosto -me contó Marisa- ¿Quieres que le diga que pase esta tarde?

 -No, déjalo tranquilo, ya nos veremos -le contesté.

Llegó el Sr. Joaquín por la tarde, con el semblante contento. Nada más entrar en casa, me dijo:

 -Se va estrechando el círculo. He consultado censos, libros de la parroquia, etc. y ¿a que no sabe quién lleva el apellido Mur aquí en la urbanización? -tenía ganas de decirle que sí, pero no quise robarle ese momento de gloria al bueno de Joaquín.

 - ¡Su vecino! -me gritó el Sr. Joaquín, poniendo un énfasis concentrado en la “ci” de vecino, él que era todo contención e inexpresividad. 

-¿Qué me dice Vd.? -me atreví a preguntar con extrañeza, para darle la oportunidad de explicarse. 

-En este momento no podemos afirmar nada todavía -me dijo con secretismo. -Lo que tenemos que hacer, es centrarnos en esa persona, estudiarla, desmenuzar sus intenciones, y si es lo que buscamos, albricias, y si no, pues buscaremos otro posible candidato. 

Sonó el timbre de la puerta con insistencia y familiaridad. Precisamente era Pedro, que se quedó sorprendido al ver a Joaquín.

 -Hola, Pedro -le dije- Pasa, pasa, haznos compañía un ratito. 

- No, gracias, es que tengo prisa, pero como me ha dicho Marisa que preguntabas por mi…

 - Sólo era para saber cómo estabas -le contesté-. Pero pasa un poco, hombre, nos ayudarás en las pesquisas.

 - Tú que eres de por aquí y conoces a tanta gente -le dijo Joaquín lanzándole la pregunta trampa -¿no te sonará alguien de la urbanización que lleve el apellido Mur?

- ¿Estáis buscando a algún Mur? -preguntó mostrándose extrañado.

- Es que se ha descubierto que el segundo apellido del chico francés era Mur y que la familia de su madre era de La Cardelina -le quise aclarar.

- ¿Quién ha dicho eso? ¿Sánchez? -interrogó Pedro

- No, él no nos ha dicho nada -le dije.

- Ya preguntaré entre los vecinos, a ver si alguien sabe algo -dijo mientras se ponía de pie. -Ahora tengo que irme, que tengo prisa -Y cuando ya estaba cerca de la puerta, añadió como de pasada:

- Bueno, yo tengo el Mur entre mis apellidos, por si os sirve de algo.

Le dediqué una sonrisa y me mordí la lengua para no decirle lo que tenía a punto de soltarle, que era “pues igual sí que nos sirves, porque eres lo que estamos buscando”.

Mientras tanto, y lejos de allí, otras personas seguían intentando ayudarme.

Víctor, al que Claudine y yo ya llamábamos “nuestro nuevo amigo”, estaba completamente entregado a la causa de Tony Lemonier, y a la mía, aunque fuera indirectamente. La última noticia que nos dio este chico fue alucinante.

Había regresado Víctor por segunda vez a visitar a los padres de Toni, en Toulouse, que estaban deshechos, y charlando con ellos de toda la historia de la familia, anécdotas, etc. salió a colación el testamento, que su abuelo Pedro dejó hecho antes de morir. Parece ser que él seguía siendo el propietario de la casa y las tierras que sus padres le habían dejado en La Cardelina, y que especialmente su hermana mayor, Pilar, había disfrutado y usufructuado, además de trabajarlas, todo hay que decirlo. Si ya fue difícil aceptar el reparto de la tierra fijada en las disposiciones testamentarias, porque todos los familiares se sentían perjudicados, más complicada resultó aún la interpretación de una cláusula que nadie entendía. Y es que Pedro, el testador, decía:

“… y la cabana que hay entre las higueras, que quede en la familia, para mis tres hijas y los suyos si ellas faltaren, que todo ello, bien me pertenece y pagado está con creces”.

Pensaban los familiares, que a lo mejor no interpretaban bien el español y decidieron consultármelo a mi, por si encontraba algún sentido al misterioso mensaje, ya que creían que se les escapaba algo y, la verdad, no se atrevían a ponerlo en conocimiento de cualquiera.

En la reunión vespertina con Joaquín, le mostré el texto del testamento y, enseguida, coincidimos en pensar los dos lo mismo: en esa cláusula estaba la clave de lo que buscábamos, un móvil para los asesinatos. Desde luego, no era cuestión de divulgarla, si la gente imaginaba, como bien sugería el mensaje, que en la cabana podía haber algo de valor, probablemente en pocas horas se vería invadida por una legión de curiosos, por no decir busca tesoros.

Llegados a este punto, lo primero que se imponía era localizar la cabana. Y, ¿qué eran exactamente las cabanas? pues unas construcciones aisladas, que se hacían en los campos para guardar el material de trabajo y, en ocasiones, para pernoctar los trabajadores. La mayoría de ellas estaban bastante camufladas en el paisaje, y con su austera construcción se pretendía no llamar la atención y pasar lo más inadvertidas posible. Se encontraban especialmente en tierras de secano.

Para conseguir la información que necesitábamos, Joaquín opinaba que lo primero de todo era necesario localizar en el pueblo a la hermana de Pedro, Pilar. Si ya no vivía, intentaríamos contactar con sus descendientes. Se trataba de obtener datos, lo más discretamente posible, de dónde tenían la tierra, etc. Aunque, desde luego, la cabana ni mentarla.

Dicho y hecho, el eficiente detective, al día siguiente ya me trajo la información que necesitábamos, ¡ya sabíamos un poco más! En realidad, me contó Joaquín que ni siquiera tuvo que ir hasta La Cardelina, porque conocía a algunas personas que vivían en Huesca, y estaban bien informadas sobre el tema. Mejor no hacernos notar mucho, me dijo.

Entonces, sacó su libreta de notas y me leyó lo que le había contado un señor mayor, que hacía ya años que residía en la capital.

“La tierra que tenían los Mur no es que fuera un gran patrimonio, pero daba para vivir. Tenían los campos bastante lejos, hacia Siétamo, eran los últimos del término municipal de La Cardelina. Pedro se marchó después de la guerra a Francia, no porque se hubiera distinguido en ninguna acción especial que le hiciera temer represalias, pero  algo le debió pasar, porque se le veía muy amargado.

Un día dijo a la familia “me voy”, y aquella noche ya no durmió en casa. Se fue a casa de unos paisanos que vivían en Pau. Su padre, el pobre Eusebio, no se recuperó de esto, falleció al poco tiempo. Y es que Pedro era el único chico de la familia y su marcha fue una bomba para todos. Nadie se lo esperaba.

Se quedó en casa Pilar, que más tarde se casó con un agricultor, Paquito, pero ese hombre no estaba hecho para el campo, no supo sacarle partido a la tierra, ni a la suya ni a la de la familia de Lola. Ahora mucha la tienen medio abandonada. Nada, tuvieron solo zagalas y ha sido una pena, porque se han dejado perder todo, por no trabajar como hacía falta”.

Joaquín también habló con una señora un poco más joven que él, que era de La Cardelina aunque hacía años que vivía en Huesca. Y le comentó:

-Con Pedro nos conocíamos de toda la vida ¿no ves que allí en el pueblo estábamos siempre juntos? En la escuela los chicos iban con el maestro y nosotras con doña Esperanza, pero al salir de clase siempre estábamos juntos, sobre todo cuando ya empezamos a ser más grandes. Es que éramos muy pocos.

- Pedro era muy buen chico, estudioso, aunque travieso, muy "espabilao". Lástima de aquella guerra, que se llevó por delante lo mejor del pueblo y, lo que quedó… ya nunca fue como antaño. No se sabe qué le pasó a Pedro, con lo buen zagal que era... Se han dicho muchas cosas, pero no me creo ninguna.

- Cuando marchó a Francia se fue con los de Mora -continuó diciendo nuestra testimonio- que ya se habían establecido un poco antes y estaban bien situados. Dicen que esta familia se enteró de que Pedro alguna vez vendía joyas, ¿de dónde las habría sacado? Porque de su familia no, que no les faltaba para comer, pero tampoco les sobraba para oros y platas. El caso es que los Mora se lo sacaron de casa, porque no querían problemas. No le puedo decir más, sólo que no acabaron muy bien”.

Joaquín levantó la vista del papel y me miró por encima de sus gafas. En mi cabeza resonaban palabras sueltas, que me daba la impresión de que eran las mismas que él oía.

- Esto de las joyas es nuevo -le dije- ¿verdad, Joaquín? Y podría ser una buena pista.

- Sí, desde luego -me contestó- como la cabana.

-¿Qué podemos hacer ahora? Tendríamos que saber cómo consiguió esas joyas, si las guardaba en la cabaña… Si eran de alguien que le pidió que se las escondiera, o si él se las sacó a alguien…

-No es fácil saber lo que pasó aquellos días en esta zona, esto era una frontera. El terreno o la casa que un día eran de un bando, al día siguiente era del otro. Gente que estaban en un sitio, querían pasar al de enfrente, a veces porque pensaba que estaban mejor, otras porque se les había quedado la familia en la otra parte, o la casa.

-Joaquín, estamos a dos pasos del final de esta historia, no vamos a pararnos aquí, tenemos que seguir adelante, vamos en la buena dirección, estoy segura - le dije un poco teatral-. Si le parece bien, vamos a dividirnos el trabajo: Vd. buscará información en el archivo militar, en el histórico, allá donde pueda haber un papel que dé cuenta de lo que pasaba aquellos días en la Cardelina. Yo consultaré por internet hemerotecas, informes oficiales, lo que sea.

Y así, hablando hablando, se nos pasó un buen rato. No habíamos terminado todavía de hacer proyectos y propósitos, cuando sonó el teléfono. Era Javier, que llamaba para decir que tenía novedades. Le dije que Joaquín estaba en casa conmigo y que nosotros también teníamos muchas cosas que contarle. Suplicó:

- ¡No os mováis, por favor, que llego en 20 minutos!

Curiosamente, pensé, Javier, que era mucho más joven que yo, siempre me había tratado de tú, mientras que el comedido Joaquín, casi de mi edad, aún me hablaba de Vd. Cosas.

Bueno, cuando llegó nuestro periodista, le soltamos todo lo que habíamos “descubierto” atropelladamente. Y lo que nos imaginábamos, también.

Entonces, nos empezó a contar él sus noticias que, desde luego, se complementaban muy bien con las nuestras. Explicó que, a raíz de aquél artículo en el que acababa pidiendo colaboración ciudadana, para informar sobre el coche francés parado delante de la ermita, recibió una llamada telefónica en su casa. Un señor, que debía ser ya mayor a juzgar por el timbre de la voz y lo que gritaba al teléfono, se identificó como Miguel, “el Palomero”, y le dijo que podía explicarle algo que seguro que le podía interesar. Le dio la dirección de su casa y le dijo que podía ir a verlo cuando quisiera. Javier fue para allí volando, inmediatamente.

Miguel, desde luego, parece ser que era bastante mayor. Llevaba un chaleco negro, una boina en su cabeza y un bastón, sólo le faltaba una faja en la cintura. Vivía en las afueras de Huesca, en la carretera a Barbastro. Cerca de su casa, llamaba la atención una especie de rascacielos en miniatura, o, para ser más exactos, una caseta de cuatro pisos, estrechísima, que había construido él con sus propias manos. El último de aquellos pisos era un palomar. Al lado de la puerta de entrada a este pretencioso torreón, había puesto un banco de madera, muy confortable por cierto, y fue allí donde nos contó Javier, que pasaron todo el rato que duró la charla, bastante tiempo.

- Mira, chico - le dijo Miguel - ya sé de qué casa eres y conozco a tus padres, sobre todo a tu padre. Buena gente. Yo te voy a contar lo que vi ese día, para que lo sepas, pero no me metas en ningún follón, ya he pasado bastantes en mi vida, ahora solo quiero tranquilidad, entendido ¿verdad? Así es, nada de declaraciones en la comisaría ni emplear mi nombre para nada.

Javier le contestó que no se preocupara, que lo que le dijera quedaba entre los dos, y el hombre siguió con su historia:

-Aquél domingo, me llegué un momento por la mañana al taller de maquinaria agrícola que hay allí cerca del Hospital -explicó-. Por las mañanas siempre está por allí el dueño, hasta los festivos, y quería hablarle del problema que tengo ahora con el tractor. Bueno, sea como sea, cuando volvía a casa, en lugar de pasar por tanta autovía, rotondas y no sé cuántas tonterías más que van haciendo para marear al personal, yo voy siempre por los caminos vecinales, los que van de finca a finca o de casa a casa, vamos los de toda la vida. 

-Los días de cada día, aún te vas encontrando algún vehículo, pero los domingos no se ve ni un alma. Ese día, justamente, antes de llegar a San Roque, me adelantó a toda velocidad un coche que iba hacia allí, hacia la ermita. Y al llegar yo por allí, vi que había un coche rojo aparcado y que sacaban cosas del interior para subirlas al coche que acababa de llegar. No me preguntes marcas, porque no conozco ninguna, ni colores, porque no los veo. El rojo se me ha quedado porque es el único que distingo. El otro coche, era oscuro, no sé nada más”.

Se percibía que Miguel quería ser un testigo veraz, fiel a lo que había visto, y daba su testimonio lo mejor que podía.

-“Sobre cuantas personas había, tampoco es que te pueda decir nada -prosiguió Miguel -porque no las distinguí, ni se si eran hombres o mujeres, que ahora todos parecen lo mismo, aunque una cosa sí que te puedo asegurar, y es que el del coche obscuro llevaba el pelo bien cano, vamos, blanco como la nieve. Y es que lo pude ver bien, porque cuando yo estaba llegando se puso a levantar la puerta del maletero de su coche, y me llamó la atención aquél pelaje. Dudé si era hombre o mujer por, pero al agarrar las maletas, entonces me di cuenta de que él sí que era varón”.

Después de haber repasado varias veces todo lo que Miguel vio aquella mañana y, viendo que ya no podía aportar más sobre este tema, Javier cambió de tercio y le preguntó a su informante.

-Miguel, ¿y Vd. no se acordará de un zagal de la Cardelina que marchó después de la guerra a Francia?

- Hubo varios, ¿no me preguntarás  por Pedro Mur?

- Pues sí, justo por él ¿Cómo se le ocurre eso? ¿Vd. lo conoce? ¡Qué casualidad! - le dijo Miguel

-¡No lo he de conocer! -exclamó- tonteé muchos años con su hermana Pilar, pero al final no pudo ser. Era maja aquella chavala. Pedro era un desgraciado, buen chico donde los haya, pero la guerra le cambió mucho.

- Un día, te hablo ya de hace muchos años -continuó Miguel bajando el tono de voz- la guardia civil iba preguntando a la gente si sabían algo de Pedro, qué amigos tenía, que vida llevaba… parece que se sospechaba que se había quedado algo que no era suyo, no se sabe cómo. Hasta se habían corrido voces que guardaba algo de valor en la cabana. En más de una ocasión se la encontraron removida de arriba abajo.

- Si guardara un tesoro, ya lo habría venido a buscar -le dijo Javier riendo.

- A lo mejor no ha podido -contestó Miguel pensativo.

- El caso es que un conocido mío que tiene las tierras al lado, les pidió si la podía emplear sólo unos meses, pagando lo que fuera, pero no quisieron dejársela de ninguna manera. Dijeron que Pedro, desde Francia, había dicho que ni se les ocurriera meter a nadie. Ellos sabrán.