¿Bailamos?
Pero la orquesta seguía sonando y al cabo de un tiempo comenzaban las primeras parejas de bailarines a marcar el ritmo sobre el pavimento. Casi siempre eran los “casados” los primeros que salían con decisión a la pista, marcándose un pasodoble, un vals o lo que fuera. En nuestro grupo empezábamos también a salir al ruedo, porque venían nuestros compañeros de pandilla (hermanos, primos, vecinos) a hacernos bailar un baile a cada una. La verdad es que siempre podíamos contar con Enrique, Daniel, Manolo, José María, Joaquín, etc. Pero, una vez que habían “cumplido” con nosotras se esfumaban buscando alguna “forastera”, porque para las Fiestas venían muchas chicas de fuera y no era cuestión de “perder el tiempo” con nosotras. Entonces, alrededor de la mesa la conversación empezaba a languidecer… Sin mucha discreción por nuestra parte, oteábamos el horizonte: ¿quién sería el valiente que se acercaría hasta nosotras para preguntar «¿bailamos?».
Poco a poco alguno de esos intrépidos chicos llegaba y alguna compañera afortunada salía a bailar después de decirnos a las no elegidas «ya me guardaréis esto...» que solía ser una chaqueta de punto y un monedero, utensilios indispensables en todas nuestras salidas y que paseábamos siempre por todas partes.
Así, poco a poco, desaparecía la compañera que estaba sentada a la izquierda, la que estaba a la derecha, la de enfrente y las sillas se iban viendo cada vez más llamativamente vacías, mientras las tres o cuatro que continúabamos alrededor de la mesa, nos íbamos replegando una al lado de la otra, juntándonos todo lo posible como para fundirnos en un grupo y hacernos invisibles, sin olvidarnos de ir ordenando amorosamente las chaquetas de las que bailaban, que permanecían amontonadas allí en la silla. De vez en cuando pasaba alguna persona mayor que, por decirnos algo amable, preguntaba: “Y vosotras ¿no bailáis? ¿Dónde están los mozos? ¿Que fan unas zagalas tan majas aquí sentadas?
Yo creo que ahora esta “tortura” ya no debe existir, son otros tiempos y otras costumbres. Por otro lado, los años nos dan el privilegio de ser más libres, así es que si estuviera sentada en la plaza y sonara una música alegre estoy segura que no esperaría a que nadie se acercara a sacarme a bailar (¡!), al primer paisano que pasara le preguntaría “¿bailamos?” ¡Hay que aprovechar todos los momentos de alegría!
¡Que bailes mucho este año!
ResponderEliminarHola, Marisa, disculpa si no te había dado las gracias por "tus buenos deseos", pero estoy de vacaciones y no tengo acceso al ordenador todos los días. Un abrazo y ¡gracias!
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