(PARA NO DAR PISTAS)...
Capítulo 3º
EN BOCA DE TODOS
Cuando ya llegaba delante de casa, acompañada por el agente Lucas, me di cuenta de que no tenía nada en la nevera para poder prepararme la comida, así es que le pedí que me dejara delante del supermercado de la urbanización. El agente, muy amable, se ofreció a esperar que terminara mis compras, pero le dije que prefería quedarme sola para ir a mi ritmo. La verdad es que ya había tenido bastante ración de policía. Después de titubear un poco, el agente accedió a dejarme, a Dios gracias.
Compré pan, yogures, pechugas de pollo, fruta y alguna tontería más y, al volver a casa, me encontré con mi vecina Mercedes:
- Teresa ¿qué ha pasado en tu casa? ¡Qué jaleo toda la mañana! Nos hemos llevado un susto tremendo, porque hemos oído que habían encontrado varios muertos allí. ¿Estás bien?
-Sí, tranquila, todo va bien, lo que pasa es que al llegar de Barcelona he tenido la mala pata de encontrar nada menos que cuatro muertos en casa, ¡una barbaridad! Y no puedes imaginarte el tinglado que se ha armado.
- Ya lo he oído, ya, pero es que cuatro muertos ¡son muchos! ¡Dios mío! Pero ¿cómo es posible?
- Pues ni idea. Llegué anoche y, nada más bajar del coche, me encontré dos en el garaje, y esta mañana otros dos en el cuarto de la lavadora.
- Pero ¿de dónde han salido? ¿Por qué no nos avisaste, mujer? ¿Y qué hacían allí en tu casa?
- Cuando los encontré nada, estaban allí. Y, ya te digo, que yo no sé nada de nada, pero, desde luego, la Policía menos. Solo hacen preguntar y preguntar, porque es que no tienen ni la menor idea de qué va este asunto.
- ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Dónde vas a vivir?
- ¿Dónde quieres que viva? En mi casa. He estado unos días fuera y ya tenía ganas de volver, que como en casa no se está en ninguna parte.
- Pero si te han entrado ya cuatro desconocidos, igual te pueden entrar más ¿no tienes miedo?
- Bueno, no sé si han entrado o los han metido, además, si viniera alguien mientras estoy yo sola, sí que me daría un susto, pero si aprovechan cuando estoy fuera… Bueno, la verdad, no creo yo que sigan apareciendo muertos y, lo más importante, es que no me apetece ir a ninguna otra parte. Estos últimos tiempos me siento muy cansada, solo tengo ganas de descansar, dormir, cuidar el jardín, dormir más...
De repente, Mercedes volvió a la realidad y dejó el tema de “sucesos” para otro momento.
- Lo siento, Teresa, te dejo porque tengo que ir a la peluquería, que me están esperando. Ya hablaremos otro rato. Y si necesitas algo, llámanos por teléfono ¿de acuerdo? Y cuéntaselo a Conchi, que su yerno es policía y te puede ayudar.
Yo continué andando hacia mi casa, mientras Mercedes iba directamente a la peluquería de la urbanización, donde estoy segura que los acontecimientos que me ocurrían se retransmitían casi en directo. Para decir la verdad, se de buena tinta que no solo comentaban lo que me había pasado, sino también lo que muchas de aquellas personas, sin nada que pensar y mucha televisión vista, imaginaban que pasaría o podía pasar. En un momento de inconsciencia, casi me sentí feliz de dar un poco de entretenimiento a tanta desocupada.
Al llegar a casa miré el reloj y vi que ya eran más de las 2 del mediodía. El teléfono estaba sonando.
-¡Mamá! ¿cómo puede ser que no consiga nunca hablar contigo? ¿Dónde estabas? En la comisaria me han dicho que te habían acompañado ya hace un rato a casa, pero no contestabas -era la voz de Olga en plan bronca.
- Es que acabo de llegar ahora mismo. He ido a comprarme comida, para no tener que volver a salir hoy - ¿Por qué no me llamabas al móvil?
- ¿Qué móvil, mamá? El tuyo está petrificado, no funciona ¿cuánto tiempo hace que no lo cargas? Bueno, escucha, he tenido que arreglar unos asuntos y no puedo llegar allí hasta mañana por la mañana. Concéntrate en lo que te digo: esta noche, te vas a dormir al hotel ¿has oído? Te vas al hotel, y te estás allí hasta que llegue yo, ¿de acuerdo?
- Pero ¡si no hace falta! ¿para qué tengo que ir al hotel?... pero bueno, si has de estar más tranquila ya iré. Gracias, hija mía, no estés preocupada.
- Cuídate. Te quiero mucho, mamá.
- Me preparé algo para comer -procuré tranquilizarla.
No sé por qué continúo comprándome carne, cuando no me apetece tomarla nunca, así es que me preparé una ensalada con atún y me tomé un yogur griego de postre. Me encantan los de limón especialmente. Después me puse a ver la tele, pero me entró mucho sueño y, aunque la primera tentación fue tumbarme en el sofá un rato, luego pensé que estaría mejor en la cama, así pues, me acosté sobre mi cama y al cabo de medio segundo me quedé frita.
A las 8 y media de la tarde yo seguía durmiendo tan ricamente y el teléfono sonaba con insistencia.
- Hola -dije.
- Mamá, por Dios, ¿cómo se puede ser tan inconsciente? ¿No te he dicho que te fueras al hotel esta noche? No me has prometido que sí que irías? -volvía a ser la voz de Olga- Es que no puede ser, haces lo que te da la gana y no te importa nadie, vas siempre a lo tuyo.
- Pero, hija mía, no digas esas cosas.
- Pero si es que es verdad. ¿Tú sabes cómo me tienes toda la tarde? Te he vuelto a llamar al móvil, pensando que ya estarías en el hotel, pero como no te has dignado cargarlo, está inutilizable. Ahora, aunque me parecía imposible que fuera verdad, te llamaba a casa por si habías decidido quedarte, pero tampoco contestabas. He llamado a los vecinos, a tus amigos, nadie tenía noticias tuya… ¡Estás jugando con nosotros!
- Perdona, chata, no sé qué me pasa, solo me apetece dormir y dormir, y cuando duermo no oigo nada -le expliqué.
- Pues si te apetece dormir, te aguantas, piensa un poco en los demás, por favor -me respondió mi hija con tono autoritario.
- Perdona -tuve que interrumpirle- cuelgo porque están llamando a la puerta.
- ¿A estas horas? ¿No irás a abrir? -me interrogó alarmada.
- Voy a ver quién es, seguramente será algún vecino.
- ¡Mamá! Escucha bien lo que te voy a decir. No cuelgues el teléfono y ves a ver quién te llama. Me dices a mi quién te está llamando a la puerta a estas horas, y yo, te diré si puedes abrir o no ¿has entendido? Es importante. Ves diciéndome lo que haces…
- A sus órdenes, jefa -y le empecé a narrar lo que iba haciendo- Me estoy mirando en el espejo, empiezo a bajar las escaleras, me acerco a la puerta… he mirado por la mirilla y son Marisa y Pedro.
- Vale, pues ahora les abres y les dices que te vas a ir a dormir a su casa.
- No, eso no lo haré, porque estoy mejor en la mía. Tranquila, y no llames más hasta mañana, que me tienes pendiente del teléfono todo el rato.
- ¿Qué estás pendiente del teléfonooooo? ¡Por Dios! ¡es increíble! Bueno, ya te arreglarás, haz lo que quieras. Hasta mañana. - Y colgó dando un golpetazo.
- Hasta mañana, cariño, y deja de preocuparte. Que tengas buen viaje - murmuré yo, ya sin interlocutora.
Mientras terminaba esta conversación, Pedro y Marisa ya estaban dentro de casa. Eran los vecinos de la casa de enfrente y, como teníamos la misma edad, habíamos establecido mucha relación.
- Era Olga, les dije. Como allí en Bruselas cenan a las 7, se cree que ya es medianoche. Mañana va a venir.
- No te quejarás, que se preocupa por ti.
- Sí, es verdad.
- ¿Cómo va? Me preguntó Pedro ¿No te hace impresión estar aquí sola?
- Pero aún no lo he entendido - dijo Marisa, como si estuviera reflexionando- ¿Te encontraste anoche cuatro cadáveres?
- Bueno, anoche fueron dos, y hoy por la mañana otros dos. Aunque los primeros eran más bien esqueletos.
- Pero ¿qué hacían aquí? ¿Quiénes eran?
- Pues no se sabe -contesté. Mientras tanto, la fértil imaginación de Marisa ya estaba elaborando diversas teorías:
- A lo mejor venían a robar a tu casa y coincidieron con otros y se destruyeron entre ellos. O te han dejado los muertos para inculparte a ti, alguien que quiere acabar contigo…
- ¡Que bruta eres! - le recriminó Pedro- ¿quién va a querer hacerle daño así porque sí? Debió ser un ajuste de cuentas entre ellos, ya se descubrirá. A lo mejor los cadáveres trajeron a los esqueletos porque se lo pidió alguien y resulta que una vez depositados en el garaje, en vez de pagarles lo que les habían prometido, se deshicieron de ellos.
- No puede ser -razonó Marisa- ¿quién estaría interesado en descargar dos esqueletos en este garaje, con el peligro de que alguien los viera durante la faena? Para eso igual los hubieran podido dejar en la calle y no se tenían que molestar tanto. Yo creo que, lo más probable, es que te quisieran inculpar concretamente a ti - dijo mirándome fijamente a los ojos.
Como sonaba de nuevo el teléfono, tuve que interrumpir sus elucubraciones:
- Perdonad, cojo el teléfono, porque luego se preocupan. Hola, ¿quién eres?
- Soy tu cuñada Ángeles. Parece mentira que me haya tenido que enterar de lo que te ha pasado por Radio Huesca. Nunca me lo hubiera podido imaginar.
- Ángeles, pues puedes creerte que aún no se lo he dicho a nadie de la familia, solo lo sabe Olga -me excusé.
- Pero ¿qué dicen? -continuó mi interlocutora- ¿Qué te has encontrado cuatro muertos en casa?
- Sí, es un poco largo de explicar. Estoy ahora con Pedro y Marisa, mañana te llamo y te lo cuento todo.
- Mañana por la mañana me tienes ahí -continuó mi cuñada.
- No, no hace falta, de verdad. Va a venir Olga a estar conmigo.
- Bueno, pues la recojo en el aeropuerto y venimos juntas.
- Angeles, preferiría estar a solas con ella, un poco tranquilas, y cuando ella se vaya te vienes unos días conmigo para hacerme compañía ¿te parece bien? Dime ¿me puedes hacer un favor? Llama a la familia y cuéntales que estoy bien y está todo bajo control, ya les iré llamando yo más para adelante, es que no tengo tiempo de nada. Me he pasado la mañana en la comisaria…
- ¿Te han detenido? -preguntó alarmada.
- No, ¿por qué me tenían que detener? Me preguntaban cosas… -le dije para tranquilizarla.
- Ah, claro, te han estado interrogando -resumió ella...
De repente me sentí muy cansada, casi no tenía fuerzas para hilvanar una idea, y mucho menos para explicarla, así es que procuré acabar con la conversación:
- Bueno, Ángeles, en ti confío, informa a la familia y ya hablaremos con más calma. Un abrazo.
- Cuídate mucho y tómate alguna valeriana para dormir -me aconsejó, u ordenó.
Marisa y Pedro lo miraban todo como si estuvieran en una función de teatro, estaban expectantes.
- Bueno, jóvenes -les dije yo- iros tranquilos a casa y mañana será otro día. No os preocupéis por mí, que si oigo algo raro saldré por la ventana a gritar, así es que seréis los primeros en saber que algo está pasando. Gracias por todo, de verdad, estoy más tranquila sabiendo que os tengo cerca.
-¿Has vuelto a visitar los lugares de los hechos? -me dijo Pedro de repente, en plan enigmático
- ¿Qué quieres decir, si he vuelto al garaje o al cuarto de lavar? Pues todavía no -le contesté..
- Pues si quieres vamos a inspeccionarlos un momento, no hayan olvidado algo los asesinos -se ofreció voluntarioso.
- Pero si ya lo miraron de arriba abajo los polis… -argumenté.
- Podría habérseles pasado algo por alto -añadió Pedro.
- ¿Sabes qué? - añadí de forma autoritaria- Lo dejamos para mañana, ahora estoy demasiado cansada ¿de acuerdo?
- Como quieras -me contestó Pedro- mañana, allá a las 10, vendré para ayudarte a investigar.
- Tranquilo, cuando me levante te llamo -les dije acompañándolos a la salida.
Y así, conseguí que se fueran ¡finalmente! mis solícitos visitantes.
Yo tomé un par de mandarinas, miré el reloj, vi que ya eran las 10 de la noche y, como no me apetecía mirar la tele, me fui a la cama con mi revista de pasatiempos.
Al cabo de un minuto, más o menos, ya estaba dormida, eso sí, en ese minuto me acordé que todavía no había llamado a Daniel, mi hijo. ¿Cómo me había despistado? ¿Se lo habrá dicho Olga? A ver si me acuerdo de hacerlo en cuanto me despierte, ahora ya es tarde.
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