(para no dar pistas).
Capítulo 2
MALAS VIBRACIONES
Una vez en comisaría:
- Así, pues -dice con voz parsimoniosas el comisario jefe- dice Vd. que se ha encontrado cuatro muertos en casa...
- Sí, señor. Dos y dos. Por cierto, no he preguntado si los esqueletos del garaje eran también chico y chica o del mismo sexos -le dije.
- Pensábamos que este detalle nos lo podría aclarar Vd. -contestó con cierto retintín el poli.
- Es que, la verdad, no me los miré mucho. Me hace mucha impresión todo eso de la sangre, las heridas, los huesos... -añadí yo. -Cuando me pinchan la vena para hacerme análisis, cierro los ojos.
-Pues, para refrescarle la memoria, puedo comentarle que los del cuarto de la plancha eran chico y chica -puntualizó el comisario.
- Eso me pareció... Jóvenes ¿verdad? -le pregunté
- Aparentemente sí… eso ¿le inspira algo? -me interrogó sin ningún interés.
- Bueno, que es más normal que sean jóvenes que viejos, porque cuando uno ya es mayor no se mete en según qué aventuras, pues entre los achaques, los hijos que lo controlan todo… ¡Dios mío! ¡Si no he llamado a mis hijos para decirles que he llegado bien del viaje!
-A lo mejor tendría que decirles también que está en comisaría… -añadió el comisario jefe con cierta sorna.
- No, eso no, porque se preocuparían -le atajé.
- Es que yo creo, señora -me dijo aquél tipo mirándome a los ojos -que su caso es para preocuparse: hemos encontrado cuatro muertos en su casa.
- No, perdone, los muertos los he encontrado yo… -precisé.
- Razón de más. Pero, volvamos al principio, y para eso empezaremos con los jóvenes del cuarto de la plancha. Según se ha podido determinar en un primer reconocimiento, murieron anoche entre las 6 y las 9 de la noche.
- ¡Vaya! más o menos cuando yo llegué a casa, que debía ser alrededor de las 8 y media.
- Bien, bien -añadió el comisario, como si hubiera descubierto ya al asesino de su complicado caso- Así que Vd. estaba ya en casa cuando murieron. ¿No oyó ningún ruido sospechoso?
- No, nada, es una urbanización muy tranquila -le dije.
- No anoche… -recalcó el comisario. Y mirándome a los ojos de forma penetrante me dijo -No la entiendo ¿es que pretende representar conmigo el papel de la ancianita despistada?
- Perdone, pero ancianita ancianita todavía no soy. Lo de despistada sí, lo he sido siempre, pero ya procuraré concentrarme en este asunto... Diga, diga.
- Lo que yo puedo decirle - continuó él - es lo que sé y lo que me imagino. Y lo que sé es que, por causas desconocidas, Vd. tenía dos esqueletos en el garaje, y anoche al llegar a su casa, encontró a unos intrusos delante de su lavadora. Y, lo que me imagino, bueno, ni siquiera puedo imaginármelo, es que Vd. los abatió. Esto es lo que hay.
- ¡Dios mío! ¡qué cosas dice Vd.! -le atajé- Por un lado me llama ancianita y por otro cree que tengo fuerza para ir abatiendo gente. Aunque, bien pensado, no está mal el razonamiento. A lo mejor tenía miedo de que aquellos dos jóvenes hubieran visto los esqueletos del garaje y pensaba que había que eliminarlos
- Eso, eso. ¿Reconoce los hechos? -me preguntó exaltado levantándose de la silla de un salto.
- Perdón ¿qué hechos? -le pregunté.
- Pues que se asustó y se cargó a una pareja que encontró delante de la lavadora -me gritó.
- No me cargué a nadie, porque cuando los vi ya estaban muertos -le dije con rotundidad.
- Pero, en el caso de que hubiera estado vivos - añadió el comisario sonriendo sibilinamente - le hubiera parecido razonable eliminar a los intrusos.
- No sé, depende de lo que hicieran los intrusos… - la cabeza se me iba cargando con tanta tonelada de estupidez, así es que me lancé y dije -. Oiga, comisario, esto es demasiado bla, bla, bla para mí, estoy muy cansada.
- Lo siento, señora, a ver cómo se lo digo con claridad: si quiere que la dejemos tranquila, procure darnos alguna información útil que nos permita investigar en la dirección adecuada, porque de momento, solo disponemos de dos datos: uno, son los cuatro cadáveres y el otro es Vd. y esta situación no le conviene nada.
- ¡Suena mi teléfono! -le interrumpí. ¡Tengo ocho llamadas de mi hija! ¡LA BRONCA que me va a pasar! -y me puse a hablar, levantándole la mano derecha al comisario, más imperativa que una señal de stop
- Sí, hola, hola…
- Mamá ¿eres tú? ¿estás bien?
- Sí, hija mía, tranquila, perdona si no te pude llamar anoche, pero todo va bien.
- ¿Se puede saber qué te pasa? Daniel y yo estamos muy preocupados, en el teléfono de casa no contesta nadie y el móvil no lo coges.
- Tranquila, tranquila, estoy en la comisaría y todo va bien.
- ¿En la COMISARIA? ¿Qué te ha pasado? ¿Te han hecho daño o te han robado?
- No, ¡por Dios!, sólo es que han encontrado cuatro muertos en casa, pero tú no te preocupes de nada
- ¡Mamá! ¿Estás bien? ¿Con quién estás? ¿Hay cerca de ti un policía o alguien con quien pueda hablar?
- Sí, aquí hay varios policías, espera un momento. Señor comisario ¿puede hablar con mi hija, por favor? Ya te paso al comisario, y no te preocupes de nada, que todo va muy bien.
El aludido puso una cara de sorpresa bastante chunga al oír mi afirmación de que todo iba bien, y casi me arranca el auricular de las manos. No obstante, aunque empezó la conversación con mi hija en plan altanero, pronto fue bajando la voz y la iba escuchando con atención. Hablar, desde luego, él casi no hablaba, solo iba diciendo, sí sí, no no, y, como si se justificara de algo, repitió veinte veces eso de “pero oiga, que hemos encontrado cuatro muertos en su casa”, cuando ya sabemos que eso no era cierto, que si no les aviso ni se enteran de nada. Bueno, Olga quiso hablar otra vez conmigo, según me dijo el comisario mientras me pasaba el auricular.
- Dime, chata ¿qué quieres?
- Quiero que estés tranquila, que hoy mismo me voy contigo. Si no encuentro vuelo para esta tarde, mañana por la mañana llego.
- Pero no hace falta, tranquila, no tienes que venir para nada, que yo estoy bien y no me importa estar sola.
- No digas tonterías, menudo jaleo has armado. Hasta mañana.
- ¿Yooooooo? ¿Yo he armado jaleo…? -Pregunté al universo, porque al otro lado de la línea ya no había nadie - ¿Por qué tengo yo la culpa de todo lo que pasa?
- Bueno, señora -dijo el comisario mirándome con cara de asco de arriba abajo - puede marcharse a su casa, pero no puede salir de la ciudad. Si decide irse a casa de algún familiar o a un hotel, debe comunicárnoslo, porque tiene que estar continuamente localizable ¿de acuerdo? Cuando identifiquemos a los muertos, se lo haremos saber, para que nos diga si los conoce. Mientras tanto, trate de recordar, cualquier detalle puede ser importante para la investigación ¿de acuerdo?
- Muy bien, gracias. Si descubro algo ¿le llamo a Vd. directamente? ¿Me puede dar su nº de teléfono? ¡Me olvidaba! ¿Cómo se llama Vd.?
- Mi apellido es Sánchez -musitó sin mirarme. -Agente Lucas, acompañe a esta señora a su casa.
No soy tan tonta para no darme cuenta que evitaba darme su número de teléfono, ni tan sorda que no oyera como les decía a sus subordinados: “Alvarez y Carreras, quiero tener a esa mujer marcada continuamente: dónde va, qué hace, con quién habla, lo que dicen de ella, quiero saber con quién estamos tratando. No sé por qué me da, que si fuera tan inocente no volvería tan tranquila a casa, después de haber encontrado cuatro muertos allí”.
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