martes, 20 de mayo de 2025

Novela por entregas-5. SIN TÍTULO

(Para no dar pistas).


Capítulo 5

BARCELONA


Llegué a Barcelona con el autobús que hace regularmente el trayecto Huesca-Barcelona y, puedo decir, que ahora comprendo cómo se sienten los famosos cuando todo el mundo les mira, es una situación muy incómoda. Me sentía observada continuamente. El chófer, al pedirme el billete, me miró con un recelo poco disimulado, igual pensaba que iba a sacar un kalashnikov para empezar a cargarme a los pasajeros. La señora que tenía que sentarse a mi lado, le dijo en voz alta al conductor que se cambiaba de sitio para tener más espacio y “respirar mejor”, alusión a mi persona (por la mirada de asco que me echó) y que el hombre cogió al vuelo pero que yo sigo sin entender, porque no se relacionar para nada sus pulmones con mi presencia.

Bueno, refugiándome en los crucigramas, dameros, sopas de letras, etc. conseguí llegar a Barcelona ignorándolos a todos. Hasta eché una cabezadita en mi asiento.

Nada más llegar al piso, me tumbé en la cama porque estaba muy cansada, pero como no me sentía tranquila, me puse a mirar los periódicos que me habían traído Pedro y Marisa a casa por la mañana, y que publicaban la famosa foto.

Leyendo las barbaridades que decían, aún no sé cómo los pasajeros del autobús no me lincharon. Según publicaban, habían sabido por fuentes bien informadas (Sánchez) mis vinculaciones con el terrorismo (chico cadáver de la cocina y de la foto conmigo, más Fátima, su novia), aunque había quien tenía la teoría (Sánchez) de que yo era nada más y nada menos que una asesina en serie.

Hasta aquí hemos llegado, pensé. Hay que reaccionar ¡ya! Reflexionemos… y clavé mi mirada escrutadora en la foto del escándalo.

¿Quién es este joven? ¿Dónde estaba hecha la foto? ¿Por qué demonios no ofrecen la foto entera? Inmediatamente llamé a Sánchez. Me costó perder bastante tiempo con una y otra espera, pero finalmente pude hablar con él.

- Hola, Sr. Sánchez, tal y como Vd. me aconsejó (¡mentira!) me he marchado de casa unos días. Estoy en Barcelona, a ver si descanso un poco. Lo que le agradecería mucho es que me enviara, hoy mismo, por correo electrónico, la foto original que se ha publicado en los periódicos, es decir, que se vea todo lo que hay en esa foto.

- No sé por qué tiene Vd. tanto interés en esa foto -me dijo con toda la desfachatez del mundo- porque básicamente lo que se ha publicado es todo lo que se ve en ella.

- Sr. Sánchez, es muy importante para mi verla entera, completa, a lo mejor observo algún pequeño detalle que me ayude a ubicarla, en el tiempo y en el espacio.

- Si eso le ha de solucionar sus problemas... -me dijo de mala gana- ya ordenaré que se la envíen.

- Sr. Sánchez, la necesito hoy, ahora, cuanto antes. Prométame, por favor, que me la va a mandar hoy -insistí.

- Haré lo posible -me respondió él.

- Muchísimas gracias, confío en Vd. -¡mentira gorda1 dije para mi.

Eran las 4 de la tarde, pensé que de momento no podía hacer nada más y, ahora sí, me entró la somnolencia y me quedé dormida.

Cuando me desperté ya eran las 8 de la tarde pasadas y me di cuenta que no había comido en todo el día. También constaté que no tenía nada comestible que pudiera llevarme a la boca (no me apetecía hacerme pasta, ni arroz, etc.) y lo último que quería era volver a salir al mundo y aguantar miradas impertinentes, así es que pedí algo para cenar. Para que el repartidor no me reconociera, que no me extrañaría nada, pedí comida china, a ver si había suerte y la repartía un chino/a, pues no creo que él, o ella, se interesaran por lo que pasaba en Huesca.

Mientras esperaba la cena, abrí el ordenador para ver si había noticias de mis hijos y, para sorpresa mía, porque me había olvidado de este asunto completamente, vi un mensaje de Sánchez, enviándome la famosa foto completa. Hasta escribiendo destilaba veneno. Decía el texto: “Adjunto la foto solicitada, espero que facilite la identificación de su amigo”.

Abrí como una loca rápidamente el anexo y allí estaba la solución de un dilema y el principio de otro.

La foto mostraba tres rostros sonrientes. A la izquierda, se podía ver a mi amiga Claudine. A la derecha estaba yo. Y en el centro, pasando su brazo alrededor nuestro, en actitud alegre y de camaradería, se encontraba el joven asesinado.

La clave estaba detrás nuestro, donde podía verse una mesa de stand de feria, llena de libros y papeles y, colgadas por los murales, láminas con árboles genealógicos. Yo también tenía en casa fotos de aquél día, aunque en ellas no aparecía el chico en cuestión.

Aquellas imágenes fueron tomadas en un Encuentro de Genealogía en el que participaba el Círculo de Genealogía al que yo pertenecía. Fue un domingo, y Claudine y yo tuvimos el turno de mañana. No recuerdo exactamente el nombre de la localidad donde se celebró, pero estaba cerca de Bruselas. Recuerdo que cuando preparamos nuestro stand, entre los libros y trabajos de nuestros socios, coloqué un libro que yo había escrito sobre historia local, que concernía a algunos pueblecitos de los Pirineos. Y recuerdo, que varias personas de las que nos visitaron se interesaron por el trabajo, porque tenían antepasados españoles. No me acordaba de nada más, pero mi corazón latía a mil por hora porque tenía la corazonada que allí estaba la clave. Pensé que tenía que contactar con Claudine inmediatamente.

A pesar de la hora que era, demasiado tarde para llamar a un belga, decidí hacerlo, pero no obtuve respuesta. Bastante desesperada, seguí llamando hasta las once de la noche, pero no conseguí nada, así es que decidí aparcar el tema para el día siguiente. De momento, y entre llamada y llamada, el chino, la cena, etc. le escribí un mensaje a Sánchez para decirle donde estaba tomada la foto. No tuve respuesta, comprendí que no era buena hora.

Localizar a Claudine no fue fácil, pero gracias a algunas buenas amigas que teníamos en común, al final lo conseguí. Se había cambiado de piso, aunque seguía en su barrio, prácticamente en la misma manzana. Una vez que pude ponerme en contacto con ella, le pregunté si se acordaba de cómo nos fue aquél día del Encuentro de Genealogía y ella sí, se acordaba de todo, visitantes,  anécdotas, etc. Casi me arrepentí de haberle dado semejante oportunidad de hablar, porque la aprovechó. Después de rememorar mil aventuras e incidentes que nos ocurrieron aquellas pocas horas, en las que estuvimos como responsables en el mostrador de nuestro Círculo, espontáneamente sacó a colación a aquél “jeune garçon” que se quedó tan emocionado al descubrir en mi libro el árbol genealógico de su familia. Le pregunté si recordaba cuál era su apellido y, aunque me dijo que sí, en aquél momento no le venía a la cabeza... Ya me estaba poniendo muy nerviosa cuando, de repente, me dijo:

-Se llamaba Antoine Lemonière. Oui.. -y continuó, lanzada en francés, diciendo más o menos esto: 

- Je me rappelle très bien, car j’ai des amis avec ce nom de famille. Il a cherché le nom de famille de sa mère dans ton travail. Ses grands-parents maternels sont venus en France après la guerre. Ils venaient d’une petite ville pas loin de la vôtre, tu te souviens de cette histoire? Il était ravis quand il a trouvé toute sa branche familiale dans ton livre. Il a pris des photos de nous trois ensemble. Je les garde encore.

¡Sí! Ya me acordaba de todo, bueno ¿de todo? Era un joven muy simpático, educado, se había empezado a interesar por la genealogía hacía poco ¿Qué apellido tenía su madre? ¿De qué pueblo eran sus abuelos?

Claudine ya me había dado toda la información que tenía, ahora era yo la que tenía que espabilar y encender alguna luz en la memoria. Y de repente me vino más que una luz un rayo superluminoso: era Mur, su apellido era Mur, estaba segura. Del pueblo no había manera de recordar nada, no tenía ni idea cuál era, pero seguramente la solución podía dármela aquél libro.

Lo localicé enseguida entre los trabajos que me guardaba y fui corriendo a ver el apartado de los Mur, donde había más información que en la CIA. Varias ramas familiares, tal vez descendientes de un solo tronco, tenían casa solariega en Plan, Serveto, Sin, Foradada, Barbaruens, Chía, Campo… Repasaba una y otra vez los nombres de las personas, de los lugares, y no conseguía relacionarlos con el Tony Lemonière, pero estaba segura que cuando menos lo esperara, descubriría la conexión.

Los días siguientes fueron de una actividad frenética, sin salir de casa. Muy resumido, diré que consulté listas de naturalización de aragoneses en Francia, censos de los pueblos de la provincia, datos varios que tenía sobre ese apellido, matrimonios en los archivos departamentales franceses… Mi buena amiga Claudine, hacía la investigación de calle en Bruselas: con la foto del difunto, preguntaba a funcionarios españoles, a franceses, a otras asociaciones de genealogía que asistieron a aquél Encuentro… Visitó el Consulado y no sé cuántas otras cosas hizo, que me explicó con detalle, pero que yo no “absorbí” del todo, porque estaba desbordada. Al cabo de nueve días, creo, recibí una llamada suya:

- Teresa, surprise! Je l´ai trouvé!

- No puede ser ¿Estás segura? ¿Qué has encontrado exactamente? -le dije, con el corazón en un puño y sin poder concretar ninguna pregunta de tantas que quería hacerle.

- Tu sais, j’aime arriver à la fin de mes recherches et bien vérifier tous les donnés, et je peux te dire maintenant, que je connais TOUT sur le jeune garçon de la photo.

- Claudine, ¿estás en tu casa? Te llamo yo y me lo explicas todo, pero todo todo ¿de acuerdo? -no quería que gastara dinero con la conferencia, pues ella controla mucho sus gastos.

Así es que la llamé y me lo explicó. Ella, gracias a nuestro Círculo de Genealogía se había puesto en contacto con un funcionario francés de la U. E., llamado Víctor, que reconoció a Tony, el chico encontrado en mi casa (ya sabemos en qué condiciones). Le contó que el mencionado Tony, vivía en París y había venido a pasar aquél fin de semana con él a Bruselas, y juntos fueron al encuentro de genealogía donde le conocí. Le dio a Claudine el número de teléfono de los padres de Tony.

Pero Víctor, muy impresionado por la noticia de la muerte de su joven amigo, de la que se enteró por Claudine, aún hizo más. Llamó a la familia de Tony para darles el pésame y les pidió si podría pasar a visitarlos un día. La verdad es que la colaboración de este chico resultó decisiva. Había lamentado mucho la pérdida de Tony, y le indignaban las informaciones publicadas en la prensa sobre su pertenencia a un grupo terrorista, o la hipótesis de que pertenecía a una banda de malhechores, etc. Por otro lado, las tentativas de la policía de involucrarme en el caso, tal como le había explicado Claudine, le parecía que carecían de la más mínima credibilidad, así es que decidió viajar a Toulouse, donde vivían los padres de Tony, para tratar de comprender lo qué había sucedido. Y así lo hizo el siguiente fin de semana. 


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