a final de noviembre
sábado, 27 de noviembre de 2021
jueves, 25 de noviembre de 2021
Artimaña machista
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Todo había empezado unos meses atrás cuando Juan Montaner, que tenía el cargo de jurado, propuso en un Concejo ordinario que se debía hacer una encuesta sobre los brujos, brujas y ladrones que pudiera haber en la villa para darles el castigo que les correspondiera.
En fin, tanto insistió Juan Montaner sobre la necesidad de investigar si estaba el pueblo libre o no de esas lacras de la sociedad, que el Concejo le encomendó a él mismo que iniciara las averiguaciones. Dicho y hecho, Juan Montaner empezó su tarea de investigación y lo hizo, por cierto, de un modo un poco especial.
Y es aquí donde nos encontramos con el temple y la fuerza de esta mujer porque, a riesgo de ser acusada injustamente de bruja, ella no se dejó achicar ni un instante y gritó y se defendió todo lo que hizo falta y no sólo eso, sino que al día siguiente presentó una denuncia contra el tal Montaner. Las acusaciones de Anna Lavilla fueron tenidas en cuenta y, según se explica en el documento, “tenidos los demás jurados las dichas quexas y clamos y dado razón desto al Consejo particular”, se procedió a nombrar unos peritos para conocer la verdad de lo ocurrido y, finalmente, tras llevar a cabo sus averiguaciones, se le dió la razón a Anna Lavilla. Valiente fue ella y ejemplar la actitud de dicho Concejo, que no dudó en destituir a uno de sus miembros por haber hecho mal uso de la autoridad que se le había conferido.
Anna Lavilla era hija de Domenicha y de Francisco Lavilla, infanzón, y por aquellas fechas, fruto de su matrimonio con Pasqual Ferrer, tenía ya cinco hijos: Pasqual, Mariana, Ramón, Anna y Florián. Seguro que fue pensando en ellos que encontró cinco buenas razones para querer conservar su dignidad y mucha fuerza a la hora de defenderse. De todos modos, a finales de aquel año de 1626 Anna Lavilla, sin estar enferma, decidió hacer testamento, quizás tenía algún mal presentimiento...
domingo, 21 de noviembre de 2021
No nos olvidemos
La verdadera vida de un pueblo
La verdadera vida, la esencia de nuestro pueblo, no se encuentra en las montañas, ni en el río, ni en las casas, ni en la tierra de cultivo... Está en la sangre y en el corazón de nuestros jóvenes. Ayer, un grupo de ellos acudieron de todas partes a Campo, para reunirse con sus amigos y celebrar juntos sus 40 y 41 años. A todos ellos, MUCHAS FELICIDADES. Nos da mucha alegría verlos juntos.
sábado, 20 de noviembre de 2021
martes, 16 de noviembre de 2021
Una zarpadeta, una pizqueta...
y otras mediciones
La zarpa es la mano de ciertos animales, que tiene la característica de que sus dedos no se pueden mover independientemente los unos de los otros, si no que están unidos. Dar un golpe con la zarpa, en español se dice zarpazo o zarpada.
Otro significado muy distinto tiene zarpadeta para nosotros. Digamos que podríamos considerarla como una ·"medida de volúmen", aunque no muy exacta... Tampoco hacía falta mucha exactitud para el uso que se le daba, porque se utilizaba, más bien, como medida orientativa... Por poner un ejemplo, nadie iba a la tienda a comprar tres zarpadetas de farina, sino que se empleaba para aludir a cantidades pequeñas, teniendo una connotación de cariño. Por ejemplo:
- Ves a la Sra. María y dile si te puede dar dos zarpadetas de arroz, que he fecho curto... Ya l´en tornaré.
- María, dale a esta zagalona una zarpadeta de orellons, porque sa portau muy ben.
- La señora María, a todos los críos que pasaban por la tienda, les daba una zarpadeta de caramelos.
Para referirse a una cosa muy pequeña, material o inmaterial, también se usaba muchas veces otro término: pizca o pizqueta. No debemos caer en el error de pensar que pizca viene de pieza, sino que parece ser que deriva de pizcar (pellizcar). O sea, la traducción sería un "pellizco o pellizquito".
- Cuando hierva la verdura, le añades una pizqueta de bicarbonato y se cocerá más verde.
- A ixa zagaleta le falta una pizqueta de gracia...
Ahora me viene a la cabeza una tontería, pero os la voy a contar. Pienso en el nombre de pizca o pizqueta que se le daba, en la época de "después de la guerra" a cada pieza de conejo, pollo, etc. que se sacaba guisado a la mesa. Para mi que esa denominación era muy acertada, dado que se hacía referencia al tamaño. Solo hace falta recordar aquellas fuentes que llegaban a la mesa con trocitos diminutos de carne bañados en mucha salsa, que más que carne con salsa era salsa con carne.
Y, ya con este tema, y para hacerse una idea del tamaño de aquellos trozos, recuerdo que en casa de mis padres cada miembro de la familia tenía una pizqueta asignada, determinada inexorablemente por la jerarquía familiar: mi padre y mi abuelo tenían la pierna del conejo (¿o pata?), mis hermanos Daniel y Fernando las espaldetas. Los demás, ¡sálvese quién pueda!
A mi me enchufaban la riñonada porque decían que me gustaba el riñón (no se de dónde salió tan peregrina idea), aunque, el día que me quejaba mucho, mi madre hacía aterrizar en mi plato una espaldeta, que mejor no saber de dónde había venido... aunque se sabía fácilmente viendo la cara del afectado por el cambio. Comíamos 8 ó 9 personas del pobre animal sacrificado, y aún aprovechaba mamá algunos trozos del descuartizado conejo, para hacer el arroz de montaña con el que empezábamos la comida todos los domingos de mi infancia. El milagro del pan y el vino versión conejo.
Resumiendo, las pizquetas eran muy poquita cosa.
Y, siguiendo con las "medidas" y los adverbios de cantidad, recordamos algunas otras, como miaja, brenca, etc. que igual servían para decir algo que para decir nada...
- Dame una miaja (o una miajeta) de longaniza, solo pà tastala.
- Aquella moza no mos va gusta miaja.
- Aquel día, non aveva una estapencia viva en la despensa, aunque la teniban casi siempre a rebutir.
- No veniba por casa ni poco ni brenca.
- Aquel zagal eba llargo como un samalandrán, ¡pero muy curto de entendederas!
- Y aquel rato, se me va fe llargo como un día sin pan.
- Mucho di que teniva muchos estudios, pero no teniba brenca conocimiento.
- Van llegá al baile a las 10 de la noche, pero non aveva guaire chén...
(Pido disculpas por mi ortografía en el habla de Campo).
sábado, 13 de noviembre de 2021
viernes, 12 de noviembre de 2021
¡Ya esta aquí!
martes, 9 de noviembre de 2021
Postal de... Nueno
Fotos de Angeles Navarri. ¡Gracias!
viernes, 5 de noviembre de 2021
Arriendo Molino
Se le concedía la vecindad porque iba a arrendar el molino harinero de Seira. En el referido documento se especificaban, también, todas las obligaciones que el Concejo le imponía.
Después de obtener la vecindad, Bernat Francisco firmó el contrato de arriendo del molino con su dueño, Juan Ceressa, vecino del mismo lugar de Seyra, que era quien se lo cedía en arriendo, en “feudo perpetuo y enfitéutico”. La enfiteusis era una cesión perpetua o por largo tiempo entre dos personas o entidades, por la cual el propietario (y sus sucesores) cedían el dominio útil de un bien, en este caso el molino, a cambio del pago de una renta o censo anual. Se trataba del arriendo del molino harinero “moliente y andante, con sus muelas, canales, manificios e instrumentos y aparejos combinientes y necesarios para moler, cequia de agua corriente con su pressa o azut y despedida de agua, todo contiguo y mio propio, sitio en el término del dicho lugar de Seyra, junto el río llamado la Agueta”.
Bernat Francisco o sus sucesores herederos tendrían que pagar a Juan Ceressa o a los suyos cada año, para la fiesta de San Miguel de septiembre, diez fanegas de trigo “bueno y limpio”, que debían entregarle en su casa.
Otra carga que se le imponia al enfiteuta era el laudemio o tributo que cobraría el propietario (o sus sucesores) cada vez que se llevara a cabo una enajenación. Así dice el texto:
“Ittem que en caso lo querreys vender seays obligado vos y los vuestros diez días antes darme la fadiga a mi o a los míos, y si dentro de dichos diez días yo o los míos lo querremos o querrán recobrar y retener, lo podamos haber la decena parte menos del verdadero precio que hallareys. Y si no lo querré o querrán, podays venderlo y en ese caso seays obligado dar y pagar a mi y a los míos la decena parte del verdadero precio que habreys hallado por razón de luysmo y esto se haya de hacer assí todas las veces...” (que se vendiera dicho molino).
Si estas condiciones y otras que se especifican en el documento son las normales en estos casos, consideramos una condición muy curiosa la que estipula que:
“- Ittem con condición que vos y los vuestros (le exige el arrendador a Bernat Francisco) no podáis vender ni agenar el dicho molino sino en personas laycas, seglares y de condición en quien el dicho treudo esé siempre seguro y no en clérigos, frayles ni religiosos, hidalgos y infanzones en manera alguna”.
Si se considera que el mismo arrendador era un infanzón y que el pueblo de Seira estaba bajo la jurisdicción civil y religiosa del monasterio de San Victorián, no deja de ser chocante la determinación de Juan Ceressa de impedir que el arriendo del molino pasara a manos del clero o de la nobleza, parece que es tirar piedras contra su propio tejado. Pero es que lo que más le interesaba a Juan Ceressa era contar con la renta segura del molino y eso sólo lo veía claro si se hacía cargo del molino una persona seglar... Por algo sería, los negocios son los negocios y para preservarlos todas las precauciones son pocas.